—Toma cariño, para mi nieto favorito.
—¿Por qué yo y no mis hermanos?
—Ellos ya son mayores, y sé que no lo apreciarán tanto como tú. —Su sonrisa parecía invadir toda la estancia.
Alberto abrió con cuidado el regalo que estaba envuelto en un bonito papel de regalo sin ninguna temática particular que pudiera hacer pensar qué contenía en su interior. Aunque sin duda, tenía una apariencia extraña. Nada más llegar a casa lo guardó con cuidado junto a su cama. Los siguientes días fueron tormentosos, y decidió que era el mejor momento para abrir el regalo. Aún quedaba un día para reyes, pero pensó que a ella no le importaría. Al ver lo que contenía no pudo sino fruncir el ceño… «¿Para qué quiero yo esto?», pensó indeciso sin tener a su abuela cerca para poder preguntarle.
El día de reyes fueron a ver a su abuela cuya casa era más grande y podría jugar más cómodo con algunos regalos, pero en su cabeza solo había una pregunta. Nada más abrirse la puerta le abrazó fuerte y le preguntó al oído: «Abuela, no entiendo el regalo? ¿Qué significa?».
—Shhh, no digas nada, cuando todos estén ocupados preparando la comida te lo cuento.
Mientras todos estaban con la organización de la comida, su abuela se llevó al niño a un rincón del salón y se lo explicó:
—He oído por ahí que hay un virus que viene de muy lejos, y cualquier precaución es poca. Será más seguro con una mascarilla de tu superhéroe favorito.
Él solo la abrazó con fuerza todo lo que pudo y la colmó de besos.
El año pasó despacio, y qué decir tiene cuando el virus que le había dicho su abuela parecía no dejar de propagarse. Cuando las mascarillas parecían convertirse en un elemento de vestir indispensable, como una bufanda o un jersey, él salía orgulloso con la suya. La cuidaba cuidadosamente tal y como le decían sus padres y esperaba que lo que veía en la televisión a escondidas de sus padres, no le pasara a su abuela, hasta que llegó noviembre.
Un nuevo inverno se avecinaba y el virus parecía estar a gusto y no querer marcharse. Él estaba tranquilo porque parecía que su familia estaba lejos del virus, hasta que un día le dijeron que la abuela dejaría de vivir sola en su casa y lo haría con más abuelos. En ese momento todas las alarmas se encendieron en su cabeza; cada dos por tres oía como los abuelos de esos sitios sufrían más el brote, aunque desconocía el porqué. Pensó que su abuela era muy fuerte y nada le pasaría, él lo pasaba bien con sus amigos en el colegio, así que ella lo haría también en ese sitio. Las fotos que le enseñaron sus padres la verdad que estaban muy bien, ya le gustaría a él vivir ahí con sus compañeros de clase, además, le habían dicho que podrían ir a verla cuanto quisieran.
Las semanas pasaban, iban cada semana a verla y él la llamaba a menudo, hasta que un día, la expresión en la cara de sus padres tras recibir una llamada, no le gustó.
Su abuela había enfermado de repente. Él se puso muy triste y más cuando le dijeron que no podría ir a verla al hospital. Los días pasaban y no parecía haber buenas noticias acerca de su abuela, además, si aún estaba en el hospital y no había vuelto a esa casa enorme con sus amigos, algo debería ir muy mal. Sus padres no paraban de decirle que si volvía con sus amigos, todos se pondrían enfermos, y donde estaba ahora podían cuidar de ella y darle más atención. Esa explicación no le convenció mucho, al fin y al cabo, solo quería pensar en que ella seguía enferma y él no podía abrazarla.
Los días pasaban con cuentagotas y él no dejaba de pensar en todo lo que la echaba de menos, hasta que un domingo de diciembre, después de desayunar recibieron una llamada, y su madre comenzó a llorar sin consuelo aunque su padre la abrazara con mucha fuerza. Cuando todo parecía estar ya en calma, él se puso muy nervioso cuando sus padres entraron en la habitación con expresión amarga.
Se acercaron muy despacio y sin apenas separarse uno del otro hasta que dijeron las palabras que nunca hubiera querido escuchar:
—Cariño, la abuelita ya está con el abuelo.
—Y tampoco podré verla como no puedo verle a él —dijo mientras sus ojos se anegaban de lágrimas y comenzaba a costarle respirar.
A raíz de ese día, el silencio era la nota predominante en casa. Hasta que uno, decidió ponerse cada día en casa ese regalo. Ese que se había ya convertido en uno inmortal. Tras una semana sin apenas quitársela, su madre no tardó en preguntarle:
—Cariño, en casa no hace falta que lleves la mascarilla, todos estamos bien.
—El superhéroe dibujado en ella consigue acercarme a la abuela cada vez que lo necesito. Es un superhéroe inmortal, como la abuela para mí.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...