Sueños

Sueños

¿Te acuerdas de los sueños que teníamos de pequeños… y no tan pequeños? Yo no soy capaz de olvidar cada uno de ellos; tu lengua recorriéndome con la brújula de tus ojos presente en todo mi cuerpo, en cada poro de mi piel. No podrás negar nunca cómo te recreabas con lo que veías frente a ti.

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Olvido recordado

Olvido recordado

¿Me pensará como yo a él? Menuda tontería… ¡Claro que lo hace! ¿Cómo iba a olvidar ese momento? ¿Aquel beso escondido? Escondido de todo, en el rincón más recóndito de la ciudad, a cientos de kilómetros de la realidad… porque para eso son esos besos ocultos, ¿no? Sí, para eso son los momentos solo de dos, donde el recuerdo permanece bajo llave y únicamente esas dos almas saben dónde encontrarla.

Fue una tarde de enero, pero en contra de todas las predicciones el sol iluminaba aquel barrio de la ciudad donde nos teníamos que encontrar, solo por pasar el rato hasta que llegaran el resto de nuestros amigos. Para variar llegué la primera a la supuesta cita que aún ahora ignoro qué era para él en realidad. ¿Encuentro cara a cara sin elementos electrónicos de por medio? ¿Sólo una chica más que aumentara las muescas de su lista? Aunque tampoco sé a ciencia cierta si esa lista de la que tanto se hablaba era real o solo un mito de las miles de lenguas afiladas entre las que nos movíamos.

Me encontraba de espaldas frente a la cafetería donde habíamos quedado. Un cohibido «hola» se oyó tras de mí y al volverme… ¡vaya cuando me di la vuelta! En ese momento sentí todo distorsionado a mi alrededor menos lo que tenía frente a mí; monumento físico en altitud y cuerpo, con una luz en los ojos que parecían querer esconder lo que empezaba a hervir en su interior. ¿Vergüenza en lucha con chulería? ¿Chulería asustada por tenernos frente a frente?

—¿Prefieres tomar algo aquí o vamos a otro sitio? —preguntó con sus ojos buscando los míos y huyendo de ellos al mismo tiempo.

—Mejor a otra menos concurrido —respondí sin saber si en realidad era lo más acertado. Pero como seguro le pasaba a él tampoco quería que la indecisión se reflejara en mi cara.

Me cogió de la mano para cruzar la avenida posiblemente más grande de la ciudad. ¿Qué pasaba en mi interior? ¿El resultado de una descarga eléctrica? Me dejé llevar sin saber hacía dónde íbamos. Nada más pisar la acera, me introdujo en una cafetería menos iluminada, con menos gente y más pequeña. Soltó mi mano sin previo aviso y la desconexión eléctrica se materializó ante mi decepción, una que fui incapaz de ocultar. Cualquiera hubiera dicho que se conocía la ciudad mejor que yo, a sabiendas de que solo había estado en ella un par de veces. Nos sentamos frente a las escaleras donde se indicaba estar los lavabos. Pedimos unos refrescos y estos llegaron al mismo tiempo que parte d nuestros amigos que no esperábamos, o al menos tan pronto.

—No os encontrábamos.

Sin esperar respuesta, que pensándolo bien tampoco necesitaban, tomaron asiento y acercaron más sillas a la espera de que llegaran los demás. Nuestra mirada cómplice explicó más que lo que hubieran podido decir nuestras palabras. Yo solo esperaba que nadie más de aquella mesa, excepto él, claro está, se hubiera dado cuenta. Miré de reojo las escaleras frente a mí y tras decir que iba al baño, bajé cada peldaño con parsimonia sabiendo que sus ojos estaban puestos en mí. Al llegar me eché agua en la cara y cuando vi mi rostro reflejado en el espejo supe que solo eran las feromonas de mi cuerpo quienes actuaban por mí. Yo no pensaba, solo me dejaba dirigir por ellas. En ese momento se abrió la puerta y fue su reflejo el que se mostró en el espejo. Su mirada que parecía más profunda aún que cuando nos vimos al principio. Nada más quedarse un váter libre no lo pensó y me llevó a su interior. Era pequeño, sí, pero con ambos escondidos ahí y tratándose de un baño tanto femenino como masculino, podríamos ocultarnos de los posibles amigos que aparecieran.

¿No tenía su encanto esconderse de nuestros amigos y vivir el momento con esa tensión añadida, además de la ya visiblemente física? Yo aún ahora sigo sin tener ninguna duda.

No cruzamos palabra, nuestros labios y lenguas tenían mejores cosas que hacer. Ese momento, ese en el que pudimos sentir el sabor de nuestros labios unidos, su textura, su grosor… su todo. Mis manos no podían parar quietas, se deslizaron por su espalda pudiendo palpar sus músculos incluso con su camisa puesta, su entereza física en una zona que sin ser sexual al uso, para mí se convirtió en lo más carnal y erótico que podía haber imaginado. Sus manos eligieron conocer mis caderas y mi cintura, lástima que esa época del año no fuera tan fácil sentir carne como en otros meses del año. Cuando por un momento nos separamos, aunque fueran solo uno milímetros, la intensidad de nuestros ojos parecía poder ser un arma de destrucción masiva. Destrucción de todo lo que nos rodeaba fuera de ese cubículo. Destrucción de lo que podía suponer ese momento en nuestras vidas por separado. Aún así fui capaz de centrarme en en el tiempo que pudiera ser considerado como excesivo para no estar ambos en la mesa, así que salimos y comencé a subir las escaleras delante de él.

Por su parte, él no pudo reprimir estrecharme la cintura y decirme que volviéramos a los lavabos. No me costó mucho asentir, apenas nada si soy sincera, y volvimos de nuevo escaleras abajo. Nada más cruzar la puerta, ni siquiera pensamos en un aseo libre, me abrazó el cuello y su lengua fue al alcance de la mía. Vehemente. Ansiosa. Descarada… Y la mía, qué decir de la mía, actúo de la mejor manera que sabía. Esa guerra nos cambiaría —o al menos a mí— fuera quien fuera el que la ganara. En ese mundo paralelo que habíamos creado, de nuevo parecía no importar nada; ni la gente allí presente, ni el barullo de voces y risas, ni nuestros amigos supuestamente sentados arriba, hasta que la puerta junto a nosotros se abrió y su mirada entonces sí cambió. ¿Sería uno de nuestros amigos? ¿Se habría descubierto el pastel tan pronto?

No. Ambos respiramos aliviados, pero el miedo nos devolvió arriba, donde su mano cada vez que podía al no ver peligro, se posaba sobre mi muslo, lo apretaba, sin dejar de hablar al mismo tiempo con nuestros amigos, sin saber estos lo que acabábamos de compartir. Ellos se fueron yendo con cuentagotas aumentando nuestro deseo, cuando al fin todos se marcharon lo hicimos también nosotros.

¿Fuimos a una zona que nos proporcionara más intimidad? ¿Qué creéis que paso? Espero vuestras respuestas, dar a conocer el resultado de aquel día puede ser útil para otros, o por el contrario cada uno es un mundo y nada de esto les servirá. El caso es que a mí me ayuda para saber de verdad que estuve viva. Viví cada momento como si fuera el último, pero… ¿qué pasó después? ¿Me sigue pensando como yo a él? ¿Me habrá olvidado? Demasiadas incógnitas para no pedir vuestra opinión e intentar resolver la x de la ecuación…

Recuerdos

Recuerdos

Me despierta la luz que se abre paso a través de la ventana como cada nuevo día, con esa resplandor deslumbrante que parece recordarme únicamente los momentos que pasamos juntos.

No, no podría.

Me cubro la cara con la fina sábana que vuelve a recordarme que el buen tiempo, las sonrisas y las ganas de estar en la calle ya han llegado. ¿Pero llegado adónde? A mi corazón resquebrajado desde luego que no. Me pregunto qué ocurriría si no saliera de mi escondite; de esta cama llena de recuerdos de ti; de esos besos que nos comían sin necesidad de sumar calorías al cuerpo y de esas miradas que parecían provocar caries de lo empalagosos que éramos.

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El refugio de las olas

El refugio de las olas

Miro por la ventana anhelando un verano donde poder olvidar clases, edificios por doquier, coches y obligaciones; en especial estas últimas. Solo quiero respirar aire salado, empaparme de calor y escuchar música sin parar. Igual mis amigos de la playa ya no se acuerdan de mí tras dos años sin venir por estos lares, pero nada de eso importa ahora mismo.

—¿Quieres quitarte ya esos dichosos cascos?

No os lo había comentado, ¿no? Sí, esa es mi madre mirándome desde el asiento del copiloto como si fuera un pecado mortal no escuchar Radiolé durante más de cinco horas. Y os digo más, y peor, el aire acondicionado no funciona por la desidia de mi padre. Junto a mí esta mi hermana refunfuñando y chistando por no poder oír a Medina Azahara. ¡Cómo para no llegar con ganas, me recuerden o no!

Demasiadas horas después bajo la ventanilla todo lo que se puede, cierro los ojos y comienzo a sentir el sabor a sal de la playa, las sonrisas de la gente camino de la misma y las discusiones de mis padres por la dirección de la casa de alquiler. Cuando al fin llegamos, salgo corriendo del coche y observo como la casa no es que esté en primera línea, nooooo, ¡¡está casi sobre ella!!

—!¿Quieres hacer el favor de ayudar con las maletas y no quedarte ahí?! Ya tendrás tiempo para aburrirte de tanta playa.

Cuando entro, frente a mí veo unas escaleras que me llaman a gritos para que las suba y ¡ay madre cuando lo hago! La azotea es increíble y las vistas no voy a ser capaz de describirlas, ¿o sí? El agua no tiene límite y se fusiona con el cielo; el horizonte es una mezcla de escalas de azul que apenas conozco, así que lo dejaré en que es vida, con todo lo que ello implica.

—¿Dónde está esta niña? ¡¡Juliaaaaaa!! Haz el favor de venir.

Suspiro y bajo a enfrentarme con el guion de años atrás que ya casi había olvidado. Sin decir ni mu hago todo lo que me dice —más bien impone— mi señora madre y cuando al fin termino, salgo corriendo hacia la playa con la primera toalla que encuentro. Alargo la llegada a la orilla aunque mis pies casi comiencen a hervir; esas primeras pisadas sobre la arena me transmiten una infinidad de sensaciones tan auténticas, que revivo un año con cada una de ellas. Al llegar planto la toalla y escucho como una voz masculina me llama, me giro… y ahí esta: tan moreno como le recordaba y esos ojos verdes que me sumergen en la frondosidad que compartimos la última vez que estuve aquí. Sonrío sin vergüenza alguna y él se acerca.

—¡Vaya, Julia! Estás más guapa aún de lo que recordaba.

—Pues yo si te recordaba así: imponente, masculino y… buenorro. —Ahora sí que me ruborizo entre risas tapándome la boca—. En serio…

—¿No iba en serio? —Otra deslumbrante sonrisa.

—Siempre tan chuleta, ¡claro que iba en serio! Me refiero a que estás más…, más…, más todo. ¡¿Cómo lo has hecho?!

—Mejor te lo cuento esta noche cenando, ¿te apetece?

—Eso ni se pregunta, estamos en esa casa de ahí, ¿vienes a las nueve?

—Aquí estaré.

Cuando sella el acuerdo con un beso en ambas comisuras abrazando mi cuello, creo morir. Incluso con los pasos destartalados sobre la arena, está para comérselo… Ya imaginaréis cómo paso de ausente la tarde entre modelitos, tonos de maquillaje y preguntas sin respuesta hasta que mi hermana se apiada de mí y me dice qué es lo que mejor me sienta: una camiseta de tirantes que ensalza mis pechos y una minifalda que hace lo mismo con mis caderas. Me alzo en mis sandalias de cuña y salgo por la puerta. Cuando miro hacia mar veo su silueta que me saluda. Me encamino tranquila hasta que la arena convierte mi camino sobre la arena en unos minutos muy incómodos, en especial cuando observo que no me quita ojo de encima.

—Estás preciosa. —Otros dos besos que me encienden.

—Muchas gracias, tú estás…

—¿También precioso?

—No empieces, ya sabes a qué me refiero.

No sé adónde se dirige, pero no me importa. Cruzamos el puente que nos lleva al pueblecito costero de al lado y descubro un chiringuito lleno de luces, gente y música de fondo.

—Sabía que te encantaría.

Sus pupilas dilatadas me comen sin pedir permiso, aunque saben que lo tienen. Nos sentamos en una mesa y David sigue terminando mis frases. Cuando terminamos pone su mano en la piel erizada de mi pierna, más por los nervios que por el frío, y me propone acabar la noche con otra sorpresa. Andamos por el paseo marítimo y frente a un portal saca una llave del bolsillo para abrirlo.

—¿Pasas?

—Aún con miedo por lo que me vaya a encontrar…, sí, paso.

No hay ascensor, así que subo delante de él por las escaleras contoneándome lo justo pata ponerle aún más nervioso de lo que sé que ya está, y tras dos pisos me giro a preguntarle si es el plan para bajar la comida. Tras reírse me dice que es la última puerta del pasillo. Le sonrío y me pongo a su lado para recorrer el último tramo. Tras cerrar la puerta las hormigas que recorren mi cuerpo comienzan a anidar en mi pubis, levanto la vista mientras él echa el pestillo, tras cerrar me apoya en la pared de manera sutil y se acerca lentamente. Cuando siento su respiración cierro los ojos y nuestras lenguas vuelven a encontrarse sin haberse olvidado tras tanto tiempo. Esconde sus manos bajo mi camiseta y acaricia mi piel al mismo tiempo que se separa para susurrar:

—¿Te enseño lo mejor de la casa?

—Estás tardando —replico sin tener en cuenta el doble sentido que mi mente calenturienta quiere darle.

Me coge de la mano y cruzamos una de las puertas que dan al pasillo cuando encuentro el negro del mar nocturno. Suelto su mano y voy hacia la ventana como una niña pequeña.

—Sabía que te iba a gustar. —Oigo cómo susurra en mi oído mientras siento cómo todo su cuerpo está preparado para lo que va a pasar y ninguno queremos frenar.

No hace falta que os cuente qué pasó después, pero quizá sí cómo estamos ahora mismo: tumbados sin ropa bajo la fina sábana. No puedo dejar de mirar el paisaje tras la ventana cuando escucho en mi oído:

—Ya había perdido la esperanza de que volvieras algún día.

Le beso como si no hubiera más verano por delante teniendo muy en cuenta que me esperan los mejores meses de mi vida…

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CALOR

CALOR

Varias gotas de sudor perlado recorrían despacio y sin prisa mi cuerpo dejando una dulce humedad a su paso entre mis pechos. Mi centro de ebullición no sabía si ese ardor provenía de ahí o de la ola de color tan temprana que se sufría en aquel momento. Mi cuerpo ronroneaba entre las finas sábanas como si de un pequeño cachorrito se tratara. En mi cabeza solo parecían estar esos labios gruesos cuyo sabor tras tanto tiempo podían haber desaparecido y no quedarse tatuados. Ellos. Su sabor. Su manera de asolar todos mis recuerdos suponían una emoción tan fulgurante que había conseguido ganar la guerra al olvido.

Mis manos quisieron moverse y entrar en combate cuando una corriente eléctrica irguió mi troncó y la realidad me apartó de la maravillosa imagen que se reflejaba en mi cabeza. Me levanté para dirigirme al lavabo y echarme agua en la cara. El reflejo de mi rostro en el espejo respondió todas las preguntas que me habían surgido en ese despertar tan vívido que había experimentado apenas hacía unos minutos.. No era la ola de calor, era él con nombres y apellidos quien liberaba todo el deseo que ardía en cada poro de mi piel. La erección de mis pezones parecían querer desgarrar mi pequeña camiseta de tirantes y romper en añicos el espejo. Nuestra historia no llegó a más que una de tantas en verano como a muchas otras personas les había ocurrido, pero el final de las vacaciones había llegado demasiado pronto. Solos unos besos, unas caricias, sus manos estrechando mi cintura y su entrepierna sin dejar de buscar la estocada final que pudieran fundir nuestra piel íntima en una sola. Igual, en lugar de un pequeño cachorrito, lo que se había despertado era el toro que se alojaba en mi interior y tan pocas veces dejaba salir a pastar.

El móvil sobre mi mesita de noche cayó al suelo al recibir una notificación provocando un estruendo en toda la habitación. ¡Ay, las notificaciones! ¿Qué había sido de las cartas? ¿La ilusión de ver unas diferentes a las del banco? Me senté en la cama y para mi sorpresa era suya. De sus labios, sus ojos, sus manos, todo su cuerpo… Pero no buscaba un diálogo, quizá solo era el recuerdo de lo que no pudo ser y no fue pero el calor físico y del temporal habían vuelto a evocar en nuestras cabezas. Ese verano quedaba lejos, pero nuestras miradas y deseo aún estaban cerca y se despertaban sin pedir permiso. Quise enredarme de nuevo con las sábanas y pensar solo en él y cómo había conseguido que en tantos años esos momentos no se hubieran arrinconado, sino que cada vez que regresaban conseguían hacerme tragar saliva sabiendo lo que se avecinaba; esa noche, mañana o tarde (porque cualquier momento valía) en la que estar juntos, ser uno, recorrer nuestros cuerpos como si del regalo más preciado se tratara, porque eso es lo que éramos y aún somos, el mejor regalo que nos dio la vida explicándonos lo que es de verdad una ola de calor.

Anhelos

Anhelos


Las lágrimas de su corazón aún, a pesar de los años de sufrimiento, eran tímidas como para asomarse a sus ojos y ruborizar su cara. El murmullo de los recuerdos no dejaba de bailar una triste melodía en su cabeza. Recordaba, sí, y vaya recuerdos que todavía permanecían en ella sin ningún atisbo de escapar. El cuerpo desnudo y perfecto para ella de él, sus labios carnosos humedeciéndose con esa lengua que él tan bien sabía manejar; en su interior, su boca y hasta sus diálogos. Estaba presente en cada coma, exclamación y reclamo. Ella no podía negarse a nada que viniera de él, porque él simplemente lo era todo. Cada suspiro, pestañeo, alegría y tristemente también dolor. ¿Acaso él lo sabría? No importaba, el resultado era el mismo; el silencio más absoluto y doloroso.

Sabía que no había hueco en la vida de él, al mismo tiempo que también sabía que ella había sido real. Solo por un momento, quizá, pero un momento verdadero y aunténtico. Su lengua se había introducido sin apenas permiso en la boca de ella húmeda de él, sus manos femeninas y menudas habían serpenteado por el torso masculino que se se mostraba frente a ella en ese espacio reducido que suponía el baño de un bar. No le importó, solo deseaba conocer su sabor, ese con el que había soñado tantas noches y aún lo hacía. Aunque fuera en más ocasiones de las necesarias para su salud mental. Soñaba como sus largos dedos se introducían en ella antes de que su duro miembro viril latente por ella la embistiera sin contemplación, como ella tanto anhelaba, mientras la miraba y sus ojos llegaban más lejos que su sexo. Porque el sexo con él, aunque fuera una vez, perduraría en todos los días que ella respirara.

¿Cómo había conseguido él algo así? El momento justo, el destino, la casualidad… No importaba, el hecho es que la conexión les había encontrado a ambos… aunque él lo hubiera olvidado.

Pensarte

Pensarte

El corazón golpea mi pecho como si fuera un tambor. No puedo permanecer más tiempo tumbada ni cubierta por la sábana…, tampoco por mi ropa interior que solo de pensarte se humedece. ¿Será tu recuerdo? ¿Tu ausencia? Ninguna de las posibles respuestas me calma sabiendo que lo que impera es tu ausencia. ¿Y a ti? ¿También te duele pensarme?

Mientras el olor a café inunda la cocina solo puedo pensarte con tu mirada puesta en mí y tus ojos atravesándome. ¡Qué tiempos aquellos en los que todo parecía fácil y perfecto sin necesidad de nada más. Solo tú y yo. El roce de nuestros cuerpos desnudos y la piel erizada ante nuestro roce. Solo nuestro y todo nuestro.

El café se adentra por mi garganta como en aquellos momentos lo hacías tú, feliz, disfrutando de que fuéramos solo uno. ¿¡Cómo no pensarte!? En nuestra cama bajo nuestras sábanas cuyo mejor suavizante era nuestra esencia. ¿Lo recuerdas? Pensarte es mi único alivio y desahogo. En mi cabeza no hay límites; tu cuerpo dentro del mío, tu mirada brillando ante las curvas de mi cuerpo desnudo que no deja de desearte, ni en aquel entonces ni ahora, tantos años después. Sé que tu vida es diferente, como lo es la mía, pero pensarte lo hace todo más pleno y perfecto. Sin ti falta una parte importante de mí, pero mi piel no sabe de ausencias, solo de pensamientos y tú estás en todos ellos más de lo que puedas creer. Sé que lo sabes, pero no cuánto… a no ser que en los tuyos ocurra lo mismo; ambos cuerpos despojados de todo lo que estorba y excitados por lo que les hacemos sentir, a la espera del descarga final donde hasta nuestros gemidos saben cómo acompasarse.

Dudo que puedas ajustarte de manera tan perfecta con otro cuerpo cuyos pensamientos puede que estén en otra parte… porque para mí tú eres todas las partes posibles, y por eso precisamente no dejo de pensarte…