El eco de la soledad

El eco de la soledad

Podía oír a los pájaros como despertador, el claxon de la furgoneta del pan avisando a los parroquianos más mayores de su llegada, pero ni eso era capaz de evadirme de la enorme soledad que sentía día tras día… o más bien a cada minuto. Eso si no tenía los ojos cerrados que era cuando más me atenazaban los recuerdos de una vida que cada vez sentía menos haber vivido.

Pero todo cambió cuando apareció él…

—Hola, soy Óscar.

—¿Qué tal? Soy Nadia.

La intensidad anidada en su mirada me cautivó desde el mismo instante que nos presentaron y sus ojos no pudieron escapar de mis más encendidas intenciones. Pero no, él no parecía tenerme en sus planes por lo menos aquella noche. Los días se la siguiente semana pasaron de manera tediosa y más sin saber cuándo podría volver a verlo. Un mes después el sonido del teléfono hizo que tuviera que alargar el brazo por debajo de la manta para llegar a él posado en la mesita de noche.

—¡¿Sí?! —pregunté somnolienta y de mal humor al ver en la pantalla como el número al otro lado era desconocido.

—Ey, tranquila, tranquila.

—¿Se puede saber quién leches eres? —escupí sentándome en la cama a pesar del frío que se sentía en mi habitación fuera de las sábanas.

—Veo que no estás de humor. Llamaré en otro momento, no te preocupes.

—Ni se te ocurra sin decirme quién eres.

—Óscar.

—¡¿Qué Óscar? —Aunque sabía perfectamente de quién se trataba.

—No juegues a mi juego…Si quieres tomar un café estoy por tu barrio.

—¿Y eso dónde es?

Ya me estaba cansando el jueguecito y lo críptico de la conversación. A ver si detrás de esos ojos tan intensos no había nada y era todo fachada. Aún así aproveché para salir del calor de la cama y darme una ducha rápida. Me arreglé y envolví mi cuello con la bufanda más cálida que tenía. Cuando el viento me golpeo sin consideración alguna tuve ganas de darme la vuelta y volver al calor de mi cama, pero no sé qué me impulsó a ponerme en marcha aunque solo fuera a la cafetería de la esquina. Cuando entré, el calor de su interior me envolvió como si de un abrazo se tratara. Me senté en la primera mesa que vi libre no sin antes pedir un café bien cargado.

—Aquí tienes.

Cuál fue mi sorpresa cuando alcé la mirada con mi mejor sonrisa y mis ojos se encontraron con el verde de los suyos.

—Sí que estabas en mi barrio, sí.

—¿Puedo sentarme?

¡¿Qué os contaré de aquellas horas regadas de café que compartimos antes de salir por la puerta?! De nuevo en la calle el frío cortaba mi cara y él pareció darse cuenta cuando sus brazos me acercaron a mi cuerpo. Sin preguntas ni palabras fuimos directos a mi casa donde nada más cerrar el portal le pregunté si quería subir. Tampoco hicieron falta palabras como respuesta, asintió con la cabeza y el trayecto en ascensor no tuvo nada que ver con el de las películas.

—Pues esta es mi casa, ¿te apetece algo caliente?

—No me hagas contestar… Mientras no sea el enésimo café, cualquier cosa será bien recibida.

Me quité todas las capas del invierno de la manera más sensual, pero distraída, que pude y desaparecí por el pasillo. Al no verme de vuelta en el salón decidió ir a buscarme.

—¿Estás bien?

—Contigo aquí sí, perdona. Me había enredado en encontrar algo que ofrecerte, pero no hay nada decente… Llevo demasiado tiempo sin salir de la cama.

—Pues volvamos a ella, se estará calentito, ¿no? Parece buen sitio para pasar la mañana —contestó bribón al mismo tiempo que pasaba la lengua por por su labio inferior, grueso y demandante.

Le dirigí a ella agarrándole de la mano y nada más llegar me apoyó en la pared, abrazó mi cuello con sus grandes manos y creí desfallecer. Nuestros labios se acariciaron despacio y nada más sentirnos el uno al otro empotró su cuerpo al mío… y sobraron todas las palabras. Me colocó de manera agresiva sobre la cama, se colocó encima haciéndome notar su dureza de tal forma que un gemido escapó de entre mis labios mientras en dejaba besos por todo mi cuerpo, aún con ropa. Me senté como pude enfrente de él y me quité la camiseta, pero cuando quise deshacerme del sujetador me paró.

—Aún no.

Juntamos nuestros cuerpos, gemimos e introdujo su mano en mi ropa interior tras desabrochar el pantalón. Sus dedos bailaban al son de mi humedad y el movimiento de mis caderas.

—Túmbate.

Así lo hice y tras acariciar mi vientre se deshizo de mis vaqueros.

—Eres preciosa —susurró en mi oído cuando se colocó encima.

Se separó para quitarse los pantalones y aquello era más de lo que podía haber imaginado la noche que nos conocimos. Puse mis manos en sus caderas y acerqué su pelvis a la mía entre gemidos que parecían conocer los suyos. Tras muchos minutos que nos daban a entender lo bien que nos entendíamos y acoplábamos, una última estocada fuerte y lenta expresaba que la traca final estaba cerca tras sentirnos nuestros. Cuando todo acabó entre nuestros cuerpos, las miradas entraron en juego. Las caricias. Los ojos. Las manos. Mi estremecimiento que parecía no tener fin, porque sí…

Todo cambió cuando apareció él y el eco de mi soledad se perdió.

Extrañar

Extrañar

Sentada en un banco del parque, la brisa de otoño mecía mi cabello mientras las hojas de los árboles, ya en el suelo, corrían sin vergüenza. Una vergüenza que yo sí sentía a pesar de haber pasado la cuarentena hace apenas unos años. Esa etapa que me vendieron como una de las peores y me lo creí… ¿por qué no hacerlo? Pero… ¿de verdad lo estaba siendo? No sé porqué no dejo de dar vueltas a lo que me dijeron, o escuché, o simplemente me creía sin barajar más opciones, total, a los cuarenta ya se es vieja, ¿no? Fue en ese momento al ondear ese término por mi cabeza, cuando me hice la pregunta definitiva: ¿no se viejo un adjetivo sin connotaciones más allá de las que queramos darle? Y ahí todo cambió antes de repasar qué era lo que de verdad extrañaba con esa edad.

Sí, desde la infancia estaba convencida de que con esos años tendría mi familia, mi trabajo, mi casa, mis amigos y sin embargo lo que me encontraba era una jubilación muy, pero que muy anticipada, un vientre sin útero y una enfermedad degenerativa que no sé lo que me va a deparar. Divertido, ¿eh? Pero ¿qué es lo que viví hasta que todo cambiara y me adaptara? Mi otra vida, como yo la llamo…

Tras el diagnóstico no quise centrarme en lo que me pasaría y sí en lo que me pasaba cada día, sin pensar en consecuencias. Pensamiento peligroso pero necesario en ese momento, ¿queréis saber qué experiencias me llevó a vivir esa mentalidad? Prácticamente casi todas, por no decir todas, me acercaron de manera peligrosa al sexo opuesto de una manera que antes no hubiera contemplado; llamarlo inseguridad, vergüenza, timidez… Así que me planté y me hice la pregunta: ¿por qué ponerme freno? Y descubrí unas emociones y respuestas ajenas a mí que nunca hubiera pensado. Casi todas comenzaron por redes sociales o incluso amistades formadas por grupos de amigos relativamente nuevos. Comenzar a ser consciente de cómo me miraban me hizo olvidar relaciones pasadas que no llevaron a ningún sitio excepto el conocimiento de cómo no querían que me quisieran. Y así aparecieron las miradas… pero aquella primera mirada profunda que pareció desnudarme, lo hizo en cuerpo y alma. Hizo que mi mundo dejara de girar y todo lo que había alrededor desapareciera al darme cuenta de que me veía como yo nunca lo había hecho. Su mirada. Sus palabras. Sus manos buscándome bajo la mesa, estrechando mi cintura al subir unas escaleras… Quise olvidarme de todo, pero por las noches, ¡ay, las noches! Su cuerpo sobre el mío sin que sus ojos dejaran de observarme como si yo fuera algo digno de admirar. Un algo convertido en persona deseosa de querer, tocar y hacer inolvidable.

Sus manos me acariciaban como si me fuera a romper o quisiera recomponerme por todo el posible daño sufrido, ¡y vaya si lo hacía! Sus masculinas manos conseguían envolver mi cuerpo, mis senos, mientras su lengua al fin se encontró con la mía al mismo tiempo que el movimiento de sus caderas conseguían hacerme vibrar y sentir cómo su sexo se endurecía cada vez más haciéndome sentir plena, querida y deseada. Un deseo que solo él era capaz de transmitirme. Sus jadeos se aceleraron, hicieron roncos e introdujeron a través de mis oídos haciéndome sentir más que plena, completa y abarrotada de sentimientos para mayores de edad.

Al despertar todo vibraba en mi interior aunque él no estuviera y el vacío de mi habitación pareciera reírse de mí. Mis dedos tenían envidia de lo que él me provocaba en mi subconsciente y fueron directos a sentir la humedad que el aún me provocaba para que el silencio de mi habitación, fuera menguado por mis gemidos que paladeaban su nombre, su mirada, sus manos… Su todo. Aún extrañándole, extrañándome a mí misma por lo que su ausencia provocaba en mí y las ansias eternas de sentir sus manos, le pienso para que extrañar no duela.

Olvido recordado

Olvido recordado

¿Me pensará como yo a él? Menuda tontería… ¡Claro que lo hace! ¿Cómo iba a olvidar ese momento? ¿Aquel beso escondido? Escondido de todo, en el rincón más recóndito de la ciudad, a cientos de kilómetros de la realidad… porque para eso son esos besos ocultos, ¿no? Sí, para eso son los momentos solo de dos, donde el recuerdo permanece bajo llave y únicamente esas dos almas saben dónde encontrarla.

Fue una tarde de enero, pero en contra de todas las predicciones el sol iluminaba aquel barrio de la ciudad donde nos teníamos que encontrar, solo por pasar el rato hasta que llegaran el resto de nuestros amigos. Para variar llegué la primera a la supuesta cita que aún ahora ignoro qué era para él en realidad. ¿Encuentro cara a cara sin elementos electrónicos de por medio? ¿Sólo una chica más que aumentara las muescas de su lista? Aunque tampoco sé a ciencia cierta si esa lista de la que tanto se hablaba era real o solo un mito de las miles de lenguas afiladas entre las que nos movíamos.

Me encontraba de espaldas frente a la cafetería donde habíamos quedado. Un cohibido «hola» se oyó tras de mí y al volverme… ¡vaya cuando me di la vuelta! En ese momento sentí todo distorsionado a mi alrededor menos lo que tenía frente a mí; monumento físico en altitud y cuerpo, con una luz en los ojos que parecían querer esconder lo que empezaba a hervir en su interior. ¿Vergüenza en lucha con chulería? ¿Chulería asustada por tenernos frente a frente?

—¿Prefieres tomar algo aquí o vamos a otro sitio? —preguntó con sus ojos buscando los míos y huyendo de ellos al mismo tiempo.

—Mejor a otra menos concurrido —respondí sin saber si en realidad era lo más acertado. Pero como seguro le pasaba a él tampoco quería que la indecisión se reflejara en mi cara.

Me cogió de la mano para cruzar la avenida posiblemente más grande de la ciudad. ¿Qué pasaba en mi interior? ¿El resultado de una descarga eléctrica? Me dejé llevar sin saber hacía dónde íbamos. Nada más pisar la acera, me introdujo en una cafetería menos iluminada, con menos gente y más pequeña. Soltó mi mano sin previo aviso y la desconexión eléctrica se materializó ante mi decepción, una que fui incapaz de ocultar. Cualquiera hubiera dicho que se conocía la ciudad mejor que yo, a sabiendas de que solo había estado en ella un par de veces. Nos sentamos frente a las escaleras donde se indicaba estar los lavabos. Pedimos unos refrescos y estos llegaron al mismo tiempo que parte d nuestros amigos que no esperábamos, o al menos tan pronto.

—No os encontrábamos.

Sin esperar respuesta, que pensándolo bien tampoco necesitaban, tomaron asiento y acercaron más sillas a la espera de que llegaran los demás. Nuestra mirada cómplice explicó más que lo que hubieran podido decir nuestras palabras. Yo solo esperaba que nadie más de aquella mesa, excepto él, claro está, se hubiera dado cuenta. Miré de reojo las escaleras frente a mí y tras decir que iba al baño, bajé cada peldaño con parsimonia sabiendo que sus ojos estaban puestos en mí. Al llegar me eché agua en la cara y cuando vi mi rostro reflejado en el espejo supe que solo eran las feromonas de mi cuerpo quienes actuaban por mí. Yo no pensaba, solo me dejaba dirigir por ellas. En ese momento se abrió la puerta y fue su reflejo el que se mostró en el espejo. Su mirada que parecía más profunda aún que cuando nos vimos al principio. Nada más quedarse un váter libre no lo pensó y me llevó a su interior. Era pequeño, sí, pero con ambos escondidos ahí y tratándose de un baño tanto femenino como masculino, podríamos ocultarnos de los posibles amigos que aparecieran.

¿No tenía su encanto esconderse de nuestros amigos y vivir el momento con esa tensión añadida, además de la ya visiblemente física? Yo aún ahora sigo sin tener ninguna duda.

No cruzamos palabra, nuestros labios y lenguas tenían mejores cosas que hacer. Ese momento, ese en el que pudimos sentir el sabor de nuestros labios unidos, su textura, su grosor… su todo. Mis manos no podían parar quietas, se deslizaron por su espalda pudiendo palpar sus músculos incluso con su camisa puesta, su entereza física en una zona que sin ser sexual al uso, para mí se convirtió en lo más carnal y erótico que podía haber imaginado. Sus manos eligieron conocer mis caderas y mi cintura, lástima que esa época del año no fuera tan fácil sentir carne como en otros meses del año. Cuando por un momento nos separamos, aunque fueran solo uno milímetros, la intensidad de nuestros ojos parecía poder ser un arma de destrucción masiva. Destrucción de todo lo que nos rodeaba fuera de ese cubículo. Destrucción de lo que podía suponer ese momento en nuestras vidas por separado. Aún así fui capaz de centrarme en en el tiempo que pudiera ser considerado como excesivo para no estar ambos en la mesa, así que salimos y comencé a subir las escaleras delante de él.

Por su parte, él no pudo reprimir estrecharme la cintura y decirme que volviéramos a los lavabos. No me costó mucho asentir, apenas nada si soy sincera, y volvimos de nuevo escaleras abajo. Nada más cruzar la puerta, ni siquiera pensamos en un aseo libre, me abrazó el cuello y su lengua fue al alcance de la mía. Vehemente. Ansiosa. Descarada… Y la mía, qué decir de la mía, actúo de la mejor manera que sabía. Esa guerra nos cambiaría —o al menos a mí— fuera quien fuera el que la ganara. En ese mundo paralelo que habíamos creado, de nuevo parecía no importar nada; ni la gente allí presente, ni el barullo de voces y risas, ni nuestros amigos supuestamente sentados arriba, hasta que la puerta junto a nosotros se abrió y su mirada entonces sí cambió. ¿Sería uno de nuestros amigos? ¿Se habría descubierto el pastel tan pronto?

No. Ambos respiramos aliviados, pero el miedo nos devolvió arriba, donde su mano cada vez que podía al no ver peligro, se posaba sobre mi muslo, lo apretaba, sin dejar de hablar al mismo tiempo con nuestros amigos, sin saber estos lo que acabábamos de compartir. Ellos se fueron yendo con cuentagotas aumentando nuestro deseo, cuando al fin todos se marcharon lo hicimos también nosotros.

¿Fuimos a una zona que nos proporcionara más intimidad? ¿Qué creéis que paso? Espero vuestras respuestas, dar a conocer el resultado de aquel día puede ser útil para otros, o por el contrario cada uno es un mundo y nada de esto les servirá. El caso es que a mí me ayuda para saber de verdad que estuve viva. Viví cada momento como si fuera el último, pero… ¿qué pasó después? ¿Me sigue pensando como yo a él? ¿Me habrá olvidado? Demasiadas incógnitas para no pedir vuestra opinión e intentar resolver la x de la ecuación…

Silencio

Silencio

Cuánto se ha perdido con el ruido, con la ausencia del silencio; ese silencio en el que poder descargar anhelos, deseos y sueños sin que nadie pueda opinar, solo nosotros mismos. Solo así somos conscientes de a quién pertenecen de verdad nuestros pensamientos más íntimos e inherentes. Aquellos en los que poder soñar como de verdad se quiere y el deseo es real y vivo, donde fantasearte es una delicia que nadie más pude saborear…

Así que… ¿nos saboreamos?

En silencio, sin gritos de los que nadie más pueda participar, solo nosotros, aunque no estemos físicamente en el mismo espacio tiempo. Poder despertarnos de esa manera cada mañana juntos, y así poder despertarme sin dar cuentas a nadie por mucha confianza que hubiera; no después de paladear ese silencio donde todo es posible y, asimismo, completamente válido y poderoso. Lo pensaba mientras desayunaba, me perdía en el sonido vacío de la televisión o un paseo en solitario por las calles de la ciudad. Pero cuando volvía a estar entre las sábanas, él volvía a aparecer con su mirada traviesa que me devoraba sin permiso excitando cada rincón de mi delicado cuerpo; endureciendo mis pezones sensibilizándolos hasta límites insospechados; dirigiendo sus manos hacia esa zona que siempre dictaminaron como prohibida… ¡Ay! Qué bien sentaba todo lo prohibido, lo no correcto y sí auténtico. ¿Qué podía ser más auténtico que mi sangre acelerada por todo mi cuerpo?

De nuevo en mi silencio interior, solo pensaba en saborearme junto a él. En ese silencio que solo da la verdadera intimidad compartida.

¿Y si me descubría a mí misma? ¿Aprendía de mi propio cuerpo y reacciones, imaginando cómo quiero que sea ese silencio íntimo a solas? Le deseaba con cada poro de mi piel, parte de mi cuerpo y pensamiento no permitido para todos los públicos, porque… ¿Qué público tengo en los rincones de mi mente? Deseaba que solo él pudiera serlo y me deseara como yo a él… Al final del día solo ansiaba saborearle, como cada mañana… Como cada instante, estuviera dormida o despierta, ¿acaso importaba?

Pero… ¿y vosotros? ¿Quién se apodera de vuestro silencio?

Distorsión

Distorsión

Me desperté con el pulso acelerado, inquieta y pugnando conmigo misma. ¿Sería su recuerdo? ¿Sus palabras? Fuera lo que fuera, mi bajo vientre hormigueaba provocando un leve arqueo en mi espalda que no puedo ni quiero evitar. Sus ojos verdes me recorren como si de sus manos se trataran; grandes, compactas y sólidas. Sé que no es un sueño, pero tampoco la realidad, entre mis sábanas no hay nadie aunque estén revueltas como si lo hubiera habido.

Su recuerdo sigue siendo tentador a pesar del pasar de los años, agudizando mi recuerdo de todo su cuerpo y lo que aún provoca en mí. Me siento con la esperanza de poder alejarlo y comenzar con un nuevo día que no se altere por mis pensamientos. Primera parada: la ducha. Abro el agua caliente y sin pensarlo si quiera, otra contracción entre mis piernas que me hace divagar en lo que puede provocar la intensidad del chorro del grifo bien dirigido a mi puno más impaciente por recibir mis dedos, mi aparato a pilas, o lo que sea que pueda saciarme en esta mañana fría de enero. No puedo pensarlo demasiado y con los brazos y mi frente apoyados contra la pared, dirijo el agua donde sé que más la necesito, junto a la imagen que me ha llevado hasta ahí. Imagen que se va distorsionando según siento la electricidad subir desde los dedos de mis pies dirigiéndose a mi centro más ávido de él. Mi lengua relame mi labio inferior cuando el primer gemido escapa de entre mis labios conocedor de lo que está por venir ya antes de llegar el siguiente, pero oigo cómo llaman a la puerta haciendo que todo se distorsione aún más en mi cabeza y mis pensamientos.

Salgo lo más rápido que puedo y veo cómo mi vecina está frente a la puerta con un táper. Al abrir su olor entra por mis fosas nasales y lo que se vuelve voraz no es mi sexo, sino mi estómago. Tras unas palabras con ella, mi deseo ha volado no muy lejos, pero ya no lo siento tan vivo. Guardo la comida, hago cosas por casa y en la siesta… su recuerdo vuelve. Sus labios recorriendo cada recoveco de mi cuerpo, sus dedos introduciéndose en mí empapándose de la humedad que me provoca, hasta que su lengua muestra deseos de humedecerse con ese sabor mío que lleva su nombre. Me estremezo y gimo sin control cuando con su otra mano acaricia la suavidad de mi areola que rodea la dureza de mi pezón, sin poder evitarlo, mis gruñidos invaden mi habitación aun somnolienta y percibo como su sexo se endurece contra mí. Por mí, y deseoso de que las paredes de mi interior se amolden a él.

Despierto de nuevo con el puso acelerado, pero esta vez mis dedos son lo que se han introducido en mi interior excepto el pulgar que acaricia mi interruptor abultado, llamándole con gritos silenciosos en cuerpo y mente… sin estar ya distorsionada su imagen.

Pensarte

Pensarte

Cada noche con sus días, sus tardes y tarjeta en mano, entraba en mi turno nocturno. ¡Cómo no iba a odiarlo! Mi cuerpo estaba del revés, y no lo hubiera podido mantener de no ser por ÉL. Mi compañero. Mis fuerza cuando creía haberla perdido. Mi respiración cuando esta me faltaba. Aquella noche en particular me encontraba especialmente inquieta aunque no pensaba darle mayor importancia de la que tenía. La semana anterior había sido complicada y esa sería la razón por la que mi cuerpo iba más rápido que mi cabeza. Más rebelde que de costumbre. Pero ¡ay cuando le vi! Su cuerpo, sus manos que tecleaban con dulzura el ordenador hasta que se percató de mi entrada en la oficina. Tan nerviosa que solo pude balbucear buenas noches de manera infantil al mismo tiempo que mi mirada evitaba encontrarse con la suya. Fui hacia mi mesa y me escondí tras la pantalla del ordenador que decidi utilizar como chaleco salvavidas, antibalas y… repelente de esos ojos de las que proyectaban una intensidad que mi entrepierna seguro interpretaba de manera errónea. Sí, sus ojos. Sí, su invasión en mí con una perspicacia que calaba como nunca antes lo había conseguido nadie. Sí, ese magnetisno que me atraía como los imanes que decoraban el frigorífico en casa, donde me sentía libre de imaginarme entre sus brazos. Que entre nosotros, ¡vaya brazos! Cómo fantaseaba con ellos mientras me estrechaban, mientras se introducían en mí, mientras… solo me pertenecían a mí. Pestañeé de una manera fuerte y prolongada al mismo tiempo que mi cabeza negaba por mí haciendo que mis neuronas calenturientas no olvidaran que no era lugar para recrear mis más íntimas fantasias.

—¿Te puedo ayudar en algo? Pareces nerviosa… ¿de nuevo los ruidos de tu vecino hacen que no duermas por las mañanas?

—No, tranquilo, no es él —respondí de manera distraída mientras la bilis de mi hígado se desbordaba y me callaba ante quien de verdad no me dejaba descansar ni la mente ni el cuerpo. ÉL, solo Él. Todo ÉL. Sempre ÉL.

Seguimos cada uno con nuestras tareas que durante un tiempo consiguieron alejarme de su hechizo y mi fascinación por él hasta que me levanté y fui en dirección a la fotcopiadora, que se encontraba en un pequeño cuarto junto al ascensor. No dejaba de fotocopiar hasta que un ruido me sobresaltó.

—Llevas aquí la vida, ¿si te falta mucho me dejas fotocopiar un documento? Solo uno, te lo prometo. —Y de nuevo esa mirada.

Sin contestar me hice a un lado y le dejé espacio. Pero no el suficiente. Quizá mi inconsciente deseaba no alejarse cuando sentí cómo un leve roce en mi mano, apoyada en la bandeja de papel, me desperataba de manera abrupta de mi ensoñación.

—Perdona. Espera que te deje más espacoo, es tan diminuto este sitio que apenas cojemos los dos.

Me armé de valor y giré mi rostro para encontrarme con el suyo. Tan cerca que su respiración ondeó un mechón de mi pelo alborotado.

—Perdona de nuevo. —Y apareció mi risa nerviosa, esa que solo se mostraba ante la gente que de verdad la hacía despertar—. Será mejor que vuelva luego.

Y así, con mis nervios a flor de piel, mi piernas comenzaron a flaquear y el sonido del ascensor me asutó de una manera que no pude más que tambalearme y caer sobre su pecho. Sobre uno fuerte junto a un latido rápido que retumbaba bajo unos ojos que me miraban de manera profunda y sexy. La puerta del ascensor abriéndose a escasos pasos rompió el momento, pero no la humedad que emanaba de mi interior ni los nervios que corrían despavoridos por cada rincón de mi cuerpo. Al llegar a mi silla, me di cuenta que para mi desgracia no vivía ni en una película romántica ni entre las cincuenta sombras de Grey. Una verdadera pena…