Sí. Una noche. Una conversación. Silencio sonoro en letras, mensajes y sensaciones. Unos dedos que no podían dejar de teclaear en el móvil, una mañana que cada vez se asomaba más por la ventana con sus quehaceres bajo el brazo. Quizá ninguno quería ver como éstos se aproximaban y preferían apurar los segundos y los minutos antes de enfrentarse a lo inevitable. Igual solo no querían pensarlo, ni darle muchas vueltas; solo disfrutar lo que esa noche habían recibido de la manera menos esperada y de ahí la sorpresa de ambos.
Al fin cada uno entre sus sábanas y bajo techos y cielos diferentes, sus ojos se cerraron esperando que aquello no hubiera sido un sueño y a la mñana siguiente el cuento de hadas continuara. Ambos querían, necesitaban, ver la cara del otro. La expresión gráfica de esos dedos que habían transmitido sus emociones y no dejaba de tamborilear en sus sexos. Sí, ambos se encontraban asombrados por cómo algo tan indesperado les parecía haber robado el sueño físico. A las pocas horas, al despertar —no habrían paso más de cuatro—, ella miró su móvil y allí estaba, parpadeante un mensaje. ¿Qué importaba el sueño si su cara estaba resplandeciente por haber recibido la respuesta que su cuerpo tanto ansiaba?
No importaba lo que veía, importaba el hecho de haber correspondido a sus deseos.
No importaba dónde se encontraban cada uno, solo el poder acercarse y sentirse de la manera que tenían a su alcance.
Las fotos comenzaron a acumularse en la distancia virtual, los emails se sucedían cada vez con más prontitud y los besos… ¡Ay,los besos! Tan soñados que estremecían sin querer sus cuerpos donde fuera. En la oficina, en la calle, el mercado o sus camas. Sí, sus camas eran testigo de sus arqueos, gémidos, clímax y explosiones. Éstas en ocasiones eran compartidas hasta que el destino quiso que se encontraran en la realidad más palpable. Ella, tímida con su insegurdad al doscientos por cien. Él, seguro de lo que podía y estaba seguro de querer ofrecerle. Y allí, entre cuatro paredes que cercaban un minúsculo espacio se encontraron por fin. Sus caricias. Sus salivas. Sus gemidos… pudieron llenar el habitáculo sin problemas y mucha necesidad. Más de la que creían pero menos de las que esperaban. Él no podía dejar de besar esos labios que convertían en real los mensajes de meses atrás. Estrechaba su cuerpo contra el de ella y la pared, moldeaba su silueta con cierta timidez mientras podía sentir como los pechos tersos de ella tenían la medida exacta para sus manos. Cómo sus caderas se acompasaban a la perfeción con las suyas mientras su sexo masculino no dejaba de clamar el calor de la humedad feminina que tan cerca, y lejos al mismo tiempo, sentía.
Se mordieron, no podían controlar la dirección de sus manos que parecían tener un dueño ajeno a ellos mismos. Humedecían sus cuellos, mientras intentaban respirar aunque de manera entrecortada. Al poco tiempo oyeron cómo descoocidos entraban y salían del lugar donde estaban. En ese momento pararon, se miraron y sintieron la mano del otro en sus entrepiernas.
Sonrieron…, pero las obligaciones mandaban más que ellos y aún con sus piernas flaqueantes… volvieron cada uno a su mundo. Ése con techos diferentes pero un momento que perduraría más de lo que pensaban.