Una vista atrás

Una vista atrás

—Si supieras lo que estamos votando arriba… —me dice Javi con esa mirada de deseo, ante mi posible pregunta para que continúe con lo que de verdad ha venido a contar.

—Miedo me das… anda dime —replico con expresión supuestamente ávida antes su respuesta.

—Quién es la más buenorra de la clínica y de momento, ahora es que hemos parado para desayunar, estás entre las tres primeras.

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CALOR

CALOR

Varias gotas de sudor perlado recorrían despacio y sin prisa mi cuerpo dejando una dulce humedad a su paso entre mis pechos. Mi centro de ebullición no sabía si ese ardor provenía de ahí o de la ola de color tan temprana que se sufría en aquel momento. Mi cuerpo ronroneaba entre las finas sábanas como si de un pequeño cachorrito se tratara. En mi cabeza solo parecían estar esos labios gruesos cuyo sabor tras tanto tiempo podían haber desaparecido y no quedarse tatuados. Ellos. Su sabor. Su manera de asolar todos mis recuerdos suponían una emoción tan fulgurante que había conseguido ganar la guerra al olvido.

Mis manos quisieron moverse y entrar en combate cuando una corriente eléctrica irguió mi troncó y la realidad me apartó de la maravillosa imagen que se reflejaba en mi cabeza. Me levanté para dirigirme al lavabo y echarme agua en la cara. El reflejo de mi rostro en el espejo respondió todas las preguntas que me habían surgido en ese despertar tan vívido que había experimentado apenas hacía unos minutos.. No era la ola de calor, era él con nombres y apellidos quien liberaba todo el deseo que ardía en cada poro de mi piel. La erección de mis pezones parecían querer desgarrar mi pequeña camiseta de tirantes y romper en añicos el espejo. Nuestra historia no llegó a más que una de tantas en verano como a muchas otras personas les había ocurrido, pero el final de las vacaciones había llegado demasiado pronto. Solos unos besos, unas caricias, sus manos estrechando mi cintura y su entrepierna sin dejar de buscar la estocada final que pudieran fundir nuestra piel íntima en una sola. Igual, en lugar de un pequeño cachorrito, lo que se había despertado era el toro que se alojaba en mi interior y tan pocas veces dejaba salir a pastar.

El móvil sobre mi mesita de noche cayó al suelo al recibir una notificación provocando un estruendo en toda la habitación. ¡Ay, las notificaciones! ¿Qué había sido de las cartas? ¿La ilusión de ver unas diferentes a las del banco? Me senté en la cama y para mi sorpresa era suya. De sus labios, sus ojos, sus manos, todo su cuerpo… Pero no buscaba un diálogo, quizá solo era el recuerdo de lo que no pudo ser y no fue pero el calor físico y del temporal habían vuelto a evocar en nuestras cabezas. Ese verano quedaba lejos, pero nuestras miradas y deseo aún estaban cerca y se despertaban sin pedir permiso. Quise enredarme de nuevo con las sábanas y pensar solo en él y cómo había conseguido que en tantos años esos momentos no se hubieran arrinconado, sino que cada vez que regresaban conseguían hacerme tragar saliva sabiendo lo que se avecinaba; esa noche, mañana o tarde (porque cualquier momento valía) en la que estar juntos, ser uno, recorrer nuestros cuerpos como si del regalo más preciado se tratara, porque eso es lo que éramos y aún somos, el mejor regalo que nos dio la vida explicándonos lo que es de verdad una ola de calor.

Distorsión

Distorsión

Me desperté con el pulso acelerado, inquieta y pugnando conmigo misma. ¿Sería su recuerdo? ¿Sus palabras? Fuera lo que fuera, mi bajo vientre hormigueaba provocando un leve arqueo en mi espalda que no puedo ni quiero evitar. Sus ojos verdes me recorren como si de sus manos se trataran; grandes, compactas y sólidas. Sé que no es un sueño, pero tampoco la realidad, entre mis sábanas no hay nadie aunque estén revueltas como si lo hubiera habido.

Su recuerdo sigue siendo tentador a pesar del pasar de los años, agudizando mi recuerdo de todo su cuerpo y lo que aún provoca en mí. Me siento con la esperanza de poder alejarlo y comenzar con un nuevo día que no se altere por mis pensamientos. Primera parada: la ducha. Abro el agua caliente y sin pensarlo si quiera, otra contracción entre mis piernas que me hace divagar en lo que puede provocar la intensidad del chorro del grifo bien dirigido a mi puno más impaciente por recibir mis dedos, mi aparato a pilas, o lo que sea que pueda saciarme en esta mañana fría de enero. No puedo pensarlo demasiado y con los brazos y mi frente apoyados contra la pared, dirijo el agua donde sé que más la necesito, junto a la imagen que me ha llevado hasta ahí. Imagen que se va distorsionando según siento la electricidad subir desde los dedos de mis pies dirigiéndose a mi centro más ávido de él. Mi lengua relame mi labio inferior cuando el primer gemido escapa de entre mis labios conocedor de lo que está por venir ya antes de llegar el siguiente, pero oigo cómo llaman a la puerta haciendo que todo se distorsione aún más en mi cabeza y mis pensamientos.

Salgo lo más rápido que puedo y veo cómo mi vecina está frente a la puerta con un táper. Al abrir su olor entra por mis fosas nasales y lo que se vuelve voraz no es mi sexo, sino mi estómago. Tras unas palabras con ella, mi deseo ha volado no muy lejos, pero ya no lo siento tan vivo. Guardo la comida, hago cosas por casa y en la siesta… su recuerdo vuelve. Sus labios recorriendo cada recoveco de mi cuerpo, sus dedos introduciéndose en mí empapándose de la humedad que me provoca, hasta que su lengua muestra deseos de humedecerse con ese sabor mío que lleva su nombre. Me estremezo y gimo sin control cuando con su otra mano acaricia la suavidad de mi areola que rodea la dureza de mi pezón, sin poder evitarlo, mis gruñidos invaden mi habitación aun somnolienta y percibo como su sexo se endurece contra mí. Por mí, y deseoso de que las paredes de mi interior se amolden a él.

Despierto de nuevo con el puso acelerado, pero esta vez mis dedos son lo que se han introducido en mi interior excepto el pulgar que acaricia mi interruptor abultado, llamándole con gritos silenciosos en cuerpo y mente… sin estar ya distorsionada su imagen.

Esos labios…

Esos labios…

No podía dejar de fijar la mirada en sus ojos. Despertaba fuego en su entrepierna provocando llamaradas en sus ojos, que hasta ese momento no podían echar un vistazo hacia ninguna otra parte que no fuera su cara. Esa expresión profunda la atravesaba provocando la llegada de miles de hormigas en su pecho que saltaban con cada palpitar de su corazón.

Fuerte. Boom. Boom.

Intentó , sin saber cómo, alejarse del sonido de su pecho y corazón. De manera casi imprudente acercó su cuerpo al de él; alto, moreno, atlético, cuya calidez la atraía sin poder negarse. Julia comenzaba a respirar con dificultad, agitada por las palabras de Gael que acariciaban sus labios. Apenas distancia. Apenas salida. Intentaba pensar, encontrar las pocas neuronas que hubieran sobrevivido al primer encuentro visual, del que en el fondo (y en la superficie) no quería escapar. Podía olerle, sentir de cerca cómo la complicidad entre ambos no era un sueño. La realidad se había instalado sin preguntar en aquel día de enero en el que habían conseguido subir la temperatura. Tras cada sorbo de vino, Julia escondía lo que podía de su rostro con la copa, pero no debió funcionar, que a la salida del baño, ahí estaba Gael esperándola en las escaleras. Solos, sin nadie más alrededor, Julia sentía que las paredes se movían hacia ella estrechando el espacio que compartían. Todo desapareció por un momento en que Julia creyó escuchar el segundero de su reloj dentro de su cabeza, cuando en realidad volvía a ser su corazón.

Fuerte. Boom. Boom. Boom.

Durante un momento que pareció perderse en el tiempo, los labios gruesos y húmedos de Gael se acercaron peligrosamente a los de Julia. No le conocía, pero no le importaba. Se quedó anclada al suelo, esperando ese roce con sus labios tan deseado desde que le vio. El mundo se paró, el tiempo, su corriente sanguínea. Solo sentía el movimiento de la lengua de Gael arañando su boca, lamiendo sus labios…

Fuerte. Boom. Boom. Boom, boom, boom, boom…

Cuando se separaron el tiempo justo para respirar, Julia aún podía saborearle, sentirle como si no hubiera un mundo al que volver. Pero había que volver… El resto de la noche no pudo pensar en otra cosa con las miradas furtivas de Gael allá donde miraba, entre amigos y copas de vino que iban y venían, él siempre estaba más presente que lo demás. Esas miradas la despertaron en la cama horas después de haberse despedido….

¿Sería un despedida definitiva? ¿Habrían sido sus miradas o sus labios?

Bajo mi piel.

Bajo mi piel.

Me despertaba sudando. Las infinitas gotas de sudor corrían por mi piel como si nada más importara en su búsqueda hacia la frescura anhelada de su cuerpo. Ese cuerpo que dejé atrás hacía tantos años ya, ese que aún desconocía cómo todavía me desestabilizaba, ese… que no había desaparecido bajo mi piel.

Me levantaba con aquel día en la cabeza. Uno frío de enero en el que al fin nuestros caminos iban a tener un punto en común donde compartir andares. Andares que en mi fuero interno deseaba que me llevaran a lo más profundo de él y no volver a salir nunca. ¿Una locura? Sin duda, pero la mía, y tras tantos años dando explicaciones y siguiendo corrientes ajenas, al fin me sentía con fuerzas para dejar mis propios pasos marcados en forma de recuerdos. Desayunaba con todo aquello en la cabeza. En los trayectos oscuros del metro su recuerdo iluminaba más que la luz de los vagones, y al terminar el día, de vuelta entre mis sábanas, allí estaba. Como si de un holograma se tratara le sonreía entre las entrecortadas luces que entraban por la ventana; la vida real y tangible, fuera; mi inexistente vida con él, dentro. Un sueño que de noche se convertía en real y con la luz de un nuevo día solo parecía la más fatídica locura de la que no quería desprenderme.

Bajo mi piel estaba él, pero ¿y yo? ¿Estaría bajo la suya? Fuera como fuera, nuestras miradas no podrían volver a cruzarse, no de la misma manera al menos en la que lo hicieron aquella primera vez donde la electricidad de nuestros cuerpos al tocarse podría haber provocado un apagón generalizado en toda la ciudad. Una electricidad profunda, sincera y muy sentida. No sabía cómo, pero le sentía bajo mi piel como ese día en que sus gruesos labios estrechaban los míos y todo parecía haber caído en el lugar exacto donde debía estar…

Acariciándonos

Acariciándonos

Sí. Una noche. Una conversación. Silencio sonoro en letras, mensajes y sensaciones. Unos dedos que no podían dejar de teclaear en el móvil, una mañana que cada vez se asomaba más por la ventana con sus quehaceres bajo el brazo. Quizá ninguno quería ver como éstos se aproximaban y preferían apurar los segundos y los minutos antes de enfrentarse a lo inevitable. Igual solo no querían pensarlo, ni darle muchas vueltas; solo disfrutar lo que esa noche habían recibido de la manera menos esperada y de ahí la sorpresa de ambos.

Al fin cada uno entre sus sábanas y bajo techos y cielos diferentes, sus ojos se cerraron esperando que aquello no hubiera sido un sueño y a la mñana siguiente el cuento de hadas continuara. Ambos querían, necesitaban, ver la cara del otro. La expresión gráfica de esos dedos que habían transmitido sus emociones y no dejaba de tamborilear en sus sexos. Sí, ambos se encontraban asombrados por cómo algo tan indesperado les parecía haber robado el sueño físico. A las pocas horas, al despertar —no habrían paso más de cuatro—, ella miró su móvil y allí estaba, parpadeante un mensaje. ¿Qué importaba el sueño si su cara estaba resplandeciente por haber recibido la respuesta que su cuerpo tanto ansiaba?

No importaba lo que veía, importaba el hecho de haber correspondido a sus deseos.

No importaba dónde se encontraban cada uno, solo el poder acercarse y sentirse de la manera que tenían a su alcance.

Las fotos comenzaron a acumularse en la distancia virtual, los emails se sucedían cada vez con más prontitud y los besos… ¡Ay,los besos! Tan soñados que estremecían sin querer sus cuerpos donde fuera. En la oficina, en la calle, el mercado o sus camas. Sí, sus camas eran testigo de sus arqueos, gémidos, clímax y explosiones. Éstas en ocasiones eran compartidas hasta que el destino quiso que se encontraran en la realidad más palpable. Ella, tímida con su insegurdad al doscientos por cien. Él, seguro de lo que podía y estaba seguro de querer ofrecerle. Y allí, entre cuatro paredes que cercaban un minúsculo espacio se encontraron por fin. Sus caricias. Sus salivas. Sus gemidos… pudieron llenar el habitáculo sin problemas y mucha necesidad. Más de la que creían pero menos de las que esperaban. Él no podía dejar de besar esos labios que convertían en real los mensajes de meses atrás. Estrechaba su cuerpo contra el de ella y la pared, moldeaba su silueta con cierta timidez mientras podía sentir como los pechos tersos de ella tenían la medida exacta para sus manos. Cómo sus caderas se acompasaban a la perfeción con las suyas mientras su sexo masculino no dejaba de clamar el calor de la humedad feminina que tan cerca, y lejos al mismo tiempo, sentía.

Se mordieron, no podían controlar la dirección de sus manos que parecían tener un dueño ajeno a ellos mismos. Humedecían sus cuellos, mientras intentaban respirar aunque de manera entrecortada. Al poco tiempo oyeron cómo descoocidos entraban y salían del lugar donde estaban. En ese momento pararon, se miraron y sintieron la mano del otro en sus entrepiernas.

Sonrieron…, pero las obligaciones mandaban más que ellos y aún con sus piernas flaqueantes… volvieron cada uno a su mundo. Ése con techos diferentes pero un momento que perduraría más de lo que pensaban.

Efímero…

Efímero…

mujer desnudaDe nuevo ese sueño, esa esperanza de un final próximo; pero no un final lejos de él. Nunca. Eso nunca. Sería uno juntos. No imaginaba un futuro sin él, ya fuera en mi cabeza o entre mis piernas. Miraba por la ventana distraída, como ausente, pero por dentro, bajo mi piel, bajo mis uñas…, estaba él. Siempre él. No desapareció con los años, siguió firme, constante, siempre presente. Él. Su beso. Sus labios. Siempre él, imperturbable. Su mirada se convirtió en un persistente pensamiento, uno, que hacía estremecer mis piernas y turbar mi cabeza. De eso hacía años ya, pero recuerdo el sabor de sus labios, la profundidad de su mirada, esos ojos que me atravesaron y no fui capaz de escapar de ellos. Pero hoy, hoy algo había cambiado. Era él, sí, pero lejos, ausente. No quise despegarme de las sábanas, su recuerdo aún estaba presente entre ellas. Los mechones de su pelo se enredaban con mi pubis, su sonrisa tímida jugaba con mis labios, su lengua se adentraba en mi humedad. Su humedad…. tan suya que hasta llevaba su nombre…, nuestras conversaciones. Nuestras. Ese nuestro tan puro e impuro a la vez pero tan real, real hasta no permitirme dormir sin su recuerdo. Sin recordar sus contornos, sus labios carnosos y perfectos. Perfecto. Ese era él. Eso éramos nosotros. En sueño y en realidad, tan reales que dolía. Dolía respirarle, olerle, absorber su esencia, capturarla y hacerla parte de mí. Mía. Un suspiro, un anhelo, un recuerdo y volvemos a un nosotros. Un nosotros que parecía tan efímero que se convertía en eterno.  Podía sentir mi humedad recorriendo sus labios, su sonrisa impregnada de mí al separarse. Esa mirada tan suya que hasta podía observarla húmeda y tan pura que me estremecía antes de besarme y unir nuestros labios. Nuestros labios. Cuatro convertido en uno. Su sabor, el mío… el nuestro.