Momentos

Momentos

Lo recuerdo como si fuera ayer; escondidos deseando que nadie nos viera pero disfrutando del momento como si el mundo se acabara cuando nos separáramos. ¿Os ha pasado alguna vez? Un sueño, una fantasía, tocarse de noche (o de día para qué nos vamos a engañar) con esa persona en la cabeza… Quizá idealizada sí, pero la droga perfecta y necesaria para seguir adelante antes de que se abriera la puerta al olvido.

Nadie lo sabía, de hecho no podían, hubiera sido devastador. Nuestros labios se devoraban en el deseo de comernos antes de que se nos secara la boca al separarnos. ¿Era más apasionado así? Igual solo tenía en mente las películas románticas o quizá mi fantasía por convertirle en algo tangible me aceleraba el corazón y esa zona tan íntima que a través de las fotos y las redes sociales no tenía descanso. Decidimos dar un paso más, no en alto ni de manera clara; solo hablaban nuestros ojos y las teclas teclas del móvil. Jadeábamos con la mente puesta en qué podríamos hacer juntos si algún día por fin se daba la ocasión.

Un azul cerúleo bañaba el día señalado, ese en el que todo podía mejorar o por el contrario pinchar el globo de la expectativa que no podía aguantar más volumen de pasión y vehemencia. Nos saludamos como cualquier pareja de amigos pero con una timidez que provocaba esos tics tan molestos. Ya sabéis, morderse el labio inferior, humedecerlo con la lengua, tartamudear, no saber cómo llevar a cabo una mera conversación… ¡Pero claro! Aquella no era una mera conversación, era la nuestra cara a cara. La primera. El mundo alrededor era ajeno a nuestros deseos, el efecto de estos en nuestros cuerpos y las ganas contenidas que no podían esperar más. Conseguimos escabullirnos, ya ni me acuerdo cómo, de todo el entorno conocido allí presente y una callejuela cercana fue el escenario de lo que se desató entre nosotros. Sus manos estrecharon mi cintura y todo estalló, mis gemidos, su respiración entrecortada hasta que me colocó apoyada en la pared tras de mí mientras sus manos unión mi cadera a la suya. Esa que indicaba lo preparado que estaba su cuerpo para lo que quiera que sea que pudiéramos compartir. Su entrepierna me llamaba a gritos de la misma manera que la mía quería abrirse para recibirle. Quería que su sexo navegara en mi humedad. Sus pulgares comenzaron a acariciar la piel que dejaba al descubierto la cinturilla del pantalón mientras yo no fui capaz de contener a mis manos en la búsqueda de sus nalgas. Nuestros movimientos pedían menos ropa y nuestros deseos que no hubiera ninguna, tanto es así, que una de sus manos consiguió alcanzar mi zona más recóndita y sumergirse en mi interior de cuyo escondite solo sabía él el camino, y para el que nadie más tenía acceso. Sus gemidos se hacían más audibles mientras mis manos no dejaban de ceñirse a su espalda recorriéndola de arriba a abajo. De abajo a arriba. De repente unas voces lejanas distanciaron nuestros cuerpos de manera abrupta, aunque en nuestros ojos se pudiera leer sin dificultad alguna lo que pasaba por nuestras cabezas.

—¿Qué hacéis aquí?

—Nada, solo tenía que preguntarla una cosa. ¿Nos vamos ya? —respondió él sin dudar.

Imaginad la expresión en mi rostro al ver su frialdad, signo equívoco de que él seguiría con su vida sin mirar atrás, mientras en mí se quedaría una espinita clavada que aún ahora en algunas ocasiones, duele.

Pensarte

Pensarte

El corazón golpea mi pecho como si fuera un tambor. No puedo permanecer más tiempo tumbada ni cubierta por la sábana…, tampoco por mi ropa interior que solo de pensarte se humedece. ¿Será tu recuerdo? ¿Tu ausencia? Ninguna de las posibles respuestas me calma sabiendo que lo que impera es tu ausencia. ¿Y a ti? ¿También te duele pensarme?

Mientras el olor a café inunda la cocina solo puedo pensarte con tu mirada puesta en mí y tus ojos atravesándome. ¡Qué tiempos aquellos en los que todo parecía fácil y perfecto sin necesidad de nada más. Solo tú y yo. El roce de nuestros cuerpos desnudos y la piel erizada ante nuestro roce. Solo nuestro y todo nuestro.

El café se adentra por mi garganta como en aquellos momentos lo hacías tú, feliz, disfrutando de que fuéramos solo uno. ¿¡Cómo no pensarte!? En nuestra cama bajo nuestras sábanas cuyo mejor suavizante era nuestra esencia. ¿Lo recuerdas? Pensarte es mi único alivio y desahogo. En mi cabeza no hay límites; tu cuerpo dentro del mío, tu mirada brillando ante las curvas de mi cuerpo desnudo que no deja de desearte, ni en aquel entonces ni ahora, tantos años después. Sé que tu vida es diferente, como lo es la mía, pero pensarte lo hace todo más pleno y perfecto. Sin ti falta una parte importante de mí, pero mi piel no sabe de ausencias, solo de pensamientos y tú estás en todos ellos más de lo que puedas creer. Sé que lo sabes, pero no cuánto… a no ser que en los tuyos ocurra lo mismo; ambos cuerpos despojados de todo lo que estorba y excitados por lo que les hacemos sentir, a la espera del descarga final donde hasta nuestros gemidos saben cómo acompasarse.

Dudo que puedas ajustarte de manera tan perfecta con otro cuerpo cuyos pensamientos puede que estén en otra parte… porque para mí tú eres todas las partes posibles, y por eso precisamente no dejo de pensarte…

Acariciándonos

Acariciándonos

Sí. Una noche. Una conversación. Silencio sonoro en letras, mensajes y sensaciones. Unos dedos que no podían dejar de teclaear en el móvil, una mañana que cada vez se asomaba más por la ventana con sus quehaceres bajo el brazo. Quizá ninguno quería ver como éstos se aproximaban y preferían apurar los segundos y los minutos antes de enfrentarse a lo inevitable. Igual solo no querían pensarlo, ni darle muchas vueltas; solo disfrutar lo que esa noche habían recibido de la manera menos esperada y de ahí la sorpresa de ambos.

Al fin cada uno entre sus sábanas y bajo techos y cielos diferentes, sus ojos se cerraron esperando que aquello no hubiera sido un sueño y a la mñana siguiente el cuento de hadas continuara. Ambos querían, necesitaban, ver la cara del otro. La expresión gráfica de esos dedos que habían transmitido sus emociones y no dejaba de tamborilear en sus sexos. Sí, ambos se encontraban asombrados por cómo algo tan indesperado les parecía haber robado el sueño físico. A las pocas horas, al despertar —no habrían paso más de cuatro—, ella miró su móvil y allí estaba, parpadeante un mensaje. ¿Qué importaba el sueño si su cara estaba resplandeciente por haber recibido la respuesta que su cuerpo tanto ansiaba?

No importaba lo que veía, importaba el hecho de haber correspondido a sus deseos.

No importaba dónde se encontraban cada uno, solo el poder acercarse y sentirse de la manera que tenían a su alcance.

Las fotos comenzaron a acumularse en la distancia virtual, los emails se sucedían cada vez con más prontitud y los besos… ¡Ay,los besos! Tan soñados que estremecían sin querer sus cuerpos donde fuera. En la oficina, en la calle, el mercado o sus camas. Sí, sus camas eran testigo de sus arqueos, gémidos, clímax y explosiones. Éstas en ocasiones eran compartidas hasta que el destino quiso que se encontraran en la realidad más palpable. Ella, tímida con su insegurdad al doscientos por cien. Él, seguro de lo que podía y estaba seguro de querer ofrecerle. Y allí, entre cuatro paredes que cercaban un minúsculo espacio se encontraron por fin. Sus caricias. Sus salivas. Sus gemidos… pudieron llenar el habitáculo sin problemas y mucha necesidad. Más de la que creían pero menos de las que esperaban. Él no podía dejar de besar esos labios que convertían en real los mensajes de meses atrás. Estrechaba su cuerpo contra el de ella y la pared, moldeaba su silueta con cierta timidez mientras podía sentir como los pechos tersos de ella tenían la medida exacta para sus manos. Cómo sus caderas se acompasaban a la perfeción con las suyas mientras su sexo masculino no dejaba de clamar el calor de la humedad feminina que tan cerca, y lejos al mismo tiempo, sentía.

Se mordieron, no podían controlar la dirección de sus manos que parecían tener un dueño ajeno a ellos mismos. Humedecían sus cuellos, mientras intentaban respirar aunque de manera entrecortada. Al poco tiempo oyeron cómo descoocidos entraban y salían del lugar donde estaban. En ese momento pararon, se miraron y sintieron la mano del otro en sus entrepiernas.

Sonrieron…, pero las obligaciones mandaban más que ellos y aún con sus piernas flaqueantes… volvieron cada uno a su mundo. Ése con techos diferentes pero un momento que perduraría más de lo que pensaban.