Cuatro corazones

Cuatro corazones

—Si me pides perdón te lo compro —dije con tono jocoso para quitar hierro a la reciente discusión.

—Pues entonces no compres nada.

Seguro que podéis imaginar mi cara cuando oí esa respuesta, y más con mi innata visceralidad encerrada bajo llave para no responder con una frase de esa mías tan ácidas que la gente no solía entender. Y menos él. Él que debería conocerme más que nadie y llevaba con la llave en su poder demasiado tiempo como para recordarme a mí misma que eso no era buena señal ni tenía pinta de ser amor de verdad.

Al principio todo era perfecto, ese cuento de hadas que nos llega de pequeñas por todos lados, porque… para qué el mundo necesita ser sincero. Tras morir iré sola al infierno por no entender que la sinceridad no es bien aceptada. En aquel momento incómodo que se desarrollaba en una planta cualquiera de El Corte Inglés, mis neuronas comenzaron a marearse como si estuvieran borrachas, pero nada de embriagadas de amor, y yo solo veía unas letras fosforescentes que parpadeaban en una respuesta en la que se podía leer SALIDA, en grande y amarillo chillón a lo que me dije en silencio: «¡¡Huye, huye!!». El tiempo que pasó hasta que nos despedimos fue… desgarrador, incómodo y completamente desconcertante. No, no podía mantener más aquella situación. ¿Cuántas señales del universo necesitaba para dar el paso?

Con aquella marabunta de mariposas perdidas en mi cerebro sin saber ni dónde ni cuándo tomar aquella decisión, salimos una noche con un grupo de gente nueva. Conocidos de él que al menos, me sacarían del monotema en el que me encontraba conmigo misma. Con ellos algo borrachos uno dijo despreocupado: «¿Vais a celebrar tres años? Uy, uy, uy, esa es la fecha donde todo termina». Me carcajeé para mis adentros, sabiendo que igual tenía toda la razón. Unas semanas después celebrábamos mi cumpleaños y con todos un poco contentillos ya, nadie parecía saber dónde seguir la fiesta hasta que ese mismo que recordó el tópico de los tres años, calló a todos y dijo que debería ser yo quien decidiera. Quise hacer palmas con las orejas y los labios más alejados de la cara. Cuando al llegar a casa el temblor en mis piernas aún continuaba, las preguntas internas comenzaron a entrar en bucle; «¿Qué ha sido eso? Él nunca se fijará en mí, está muy fuera de mis posibilidades», me repetí una y otra vez hasta quedarme dormida. Al día siguiente, pero con un año más de experiencia —no lo olvidéis—, estaba frente a uno de esos chats de la época de los noventa cuando él se conectó y mis piernas volvieron a convertirse en gelatina. Las flores se abrían en cada parque, el calor se despertaba poco a poco y mis sudores no sabía muy muy bien a que se debían… Y en esas estaba yo cuando me mandó un mensaje para que le acompañara a comprar no sé qué. ¿Acaso importaba? Al día siguiente con más experiencia aún, nos encontramos los dos solos y tras hacer la susodicha compra me propuso ir a su casa. «¿Sería…? No, no, imposible», aún insistía mi inseguridad cuando entré por la puerta.

—¿Una coca-cola?

—¡¡Claro!! ¿Por qué no? —Uff, demasiada euforia sin razón aparente para él.

Horas más tarde, cuando nos disponíamos a salir de casa y terminar nuestra no-cita, dijo mi nombre en un susurro maravilloso. Ronco. varonil. O así lo sintieron mis neuronas aún dando palmas y saltitos. Me dio despacio la vuelta y sus labios se acercaron a cámara lenta a los míos. Las palmas y saltitos bajaron a mi sexo cuando me apoyó en la pared para introducir su lengua todo lo que pudo y devorarme. ¿Cómo llegué a casa? Ni lo sé. Aún me tambaleaban todos y cada uno de los recovecos de mi cuerpo cuando cerré la puerta con el deseo de volver a tenerle cerca. Por suerte, el fin de semana estaba cerca y volveríamos a vernos, pero con todos nuestros amigos ahí.

La ruptura con mi pareja fue dura, para qué engañarnos, pero pocos son conscientes de verdad de que lo que no se cuida se pierde, pero no por eso iba a desaprovechar mi juventud por algo y alguien, que cada vez me llenaba menos, siendo positiva, la verdad. Llenar es mucho decir. Las náuseas, sudores fríos, pérdida de peso, hicieron llamar la atención de mi familia y amigos. Uno de estos últimos, precisamente, fue quien me dijo que esas sensaciones me querían mostrar que aquella situación empezaba a tener un efecto negativo en mi salud. «¡¡Danger, danger!! », gritaba mi interior cada vez más alto. Los fines de semana tras aquel beso fueron convulsos, ¡vaya si lo fueron! Menos una noche en uno de nuestros bares favoritos. Tenía dos plantas y no sé por qué, llamadlo alcohol, llamadlo equis, muchos de los amigos de mi querido ex comenzaron a tirar la caña, menos uno. Uno que solo buscaba rincones para que mi nueva persona importante y yo pasáramos tiempo a solas. Amigo, que aún está presente en nuestra vida. Vida esta, más plácida en ese sentido de lo que nunca hubiera esperado, pero ya volveremos a eso.

Su lengua me abrasaba sin yo querer, ni mucho menos, que dejara de hacerlo. El coche donde nos encontrábamos era el único testigo de ese y nuestros primeros momentos íntimos hasta que por fin pudimos compartirnos en una cama. A solas. Sin explicaciones que dar. Sin mundo al que justificar nuestros sentimientos. Me encontraba tumbada solo con la ropa interior cuando sus labios recorrían mi piel y mis pezones llamaban a su cuerpo a gritos. Fue entonces cuando estos fueron succionados de manera dulce y maravillosa por su boca, iluminada con unos ojos que mostraban un deseo que hacía años no veía. Según descendía mi cuerpo comenzó a ronronear bajo él con gritos ahogados cuando sentí su boca en mi sexo. Sexo que llevaba tiempo ya sin ser tratado como merecía. Los orgasmos fueron inauditos, más que sorprendentes y húmedos. ¡¿Por qué me había conformado los años anteriores con un sexo vacuo y vacío?! Ya sé que el sexo no lo es todo, pero aquella intimidad era mucho más que sexo. Era confianza. Hogar. Seguridad. Calma. Una calma que necesitaba para volver a quererme a mí misma y darme cuenta de lo que realmente merecía.

No todo era positivo, aunque con el paso de los años se mira atrás y en realidad si lo fue, y mucho. Los que creíamos amigos no fueron ni conocidos, solo aquel que nos apoyó desde el principio permanece en nuestras vidas. Y nosotros, tras muchos baches por circunstancias de la vida, no de nuestra relación, seguimos juntos. Fuertes. Sólidos y felices. Muy felices.

Felicidad que se forja ante los problemas y donde aquellos cuatros corazones; él, nuestro amigo, mi ex y yo, entrelazaron unos sentimientos que fueron capaces de encontrar su sitio para que no les hicieran daño. Es desde entonces, donde la palabra sexo tiene un significado más completo para mí.

Deslumbrante

Deslumbrante

Una luz deslumbrante me despierta. ¿Tengo abiertos los ojos? Mis párpados me contestan que no, pero entonces… ¿cómo puede deslumbrarme una luz tan blanca punzante y dolorosa? Me afano en reunir todas mis fuerzas para  que mis párpados se pongan en marcha y pueda saber qué pasa con exactitud a mi alrededor.

¿Qué es esto? ¿Qué me rodea? Una habitación blanca impoluta parece darme los buenos días, aunque nada me haga pensar si es de día o de noche. En ese momento y sin haber podido darme cuenta de lo que estaba pasando. Un sonido fuerte e inesperado hace que mire tras de mí y vea a una enfermera que se dirige a colgar un suero junto a una cama donde alguien descansa. ¿Quién es? Pero más importante aún, ¿por qué lo observo todo desde una posición elevada? La enfermera se da la vuelta y sonríe a quién está tumbado de espaldas a mí que en ese momento parece despertarse. Mis ojos se abren como platos, pero aún no me siento preparada para desvelar lo que ven mis ojos. Una mano se posa sobre mi espalda de manera dulce y sutil, cuando me vuelvo observo a mi abuela con esa expresión de amor infinito que siempre estuvo reflejada en su cara. Me indica que vaya hacia ella, no lo dudo ni por un segundo y así lo hago alejándome de la habitación donde está la enfermera.

Levito sobre una superficie también blanca como la estancia de la que me alejo, pero nada me impulsa a echar la mirada atrás. Parecen pasar siglos cuando voy detrás de ella con ansias de poder abrazarla, miro hacia los lados donde parecen acecharme seres intensos y fríos. ¿Por qué todo es tan frío? Si está aquí mi abuela es incomprensible la sensación tan distante y apática que se introduce por todos los poros de mi piel. Cierro los ojos con fuerza mientras no dejo de avanzar y aquellas miradas de mi alrededor desaparecen.

Mi abuela se detiene y yo también. ¿Qué pasa? No puedo avanzar, mis piernas están inertes, parecen negarme el movimiento con una carcajada silenciosa que me provoca una punzada en el pecho. Miro al frente y puedo ver cómo los labios de mi abuela se mueven pero soy incapaz de oír nada. En ese momento una luz deslumbrante aparece tras ella y ahí están. Todos los familiares y amigos que me dejaron en algún momento me sonríen y acercan a mí. Me quedo bloqueada cuando me doy cuenta que estoy levitando. Nada hay bajo mis pies, pero un momento… ¿dónde están mis pies? Miro hacia abajo y solo observo una túnica blanca.

«¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué significa todo esto?!», me pregunto desconcertada y cada vez más asustada.

Abro los ojos, y ahora sí soy consciente de que mis párpados están ayudando a que mi vista pueda darse cuenta de donde estoy. A mi lado hay un suero que se introduce con lentitud en mi vena a través de una vía que desconozco cuándo me la pusieron y por qué. Continúo mirando a mi alrededor y una habitación vacía, claramente de hospital, me recuerda las últimas horas; pruebas, mareos, vómitos…

—Hola, cariño.

—Hola, mi vida. Me acabo de despertar, ¿qué pasó? En mi cabeza solo hay imágenes fugaces y creo que desordenadas…

—Tranquila mi vida, está todo bien. Solo fue un brote de la esclerosis.

—Tuve un sueño muy raro donde estaba mi abuela y, bueno, muchos familiares que murieron hace mucho tiempo. Ha sido rarísimo, además, tengo una sensación muy rara cuando intento recordarlo.

—Solo deberías descansar, creo que lo que experimentas es el letargo por toda la medicación, la sintomatología más exacerbada, ¡qué te voy a contar que no sepas después de tantos años!

—Sí que son años sí, y te sonará raro, pero haberme encontrado en mi letargo, como tú dices, con mi abuela y verte ahora a ti aquí conmigo, me demuestra todo el amor que he tenido y tengo, la suerte de experimentar tanto con ella como contigo. Diferentes pero igual de profundos. ¿Tiene todo esto algún sentido?

—Lo tiene, y más aún si así lo sientes —susurra al mismo tiempo que se tumba a mi lado abrazándome con fuerza.

Así lo creo y así lo percibo; dos amores tan grandes que me hacen sentir feliz de una manera que no soy capaz de explicar pero sí hace que mi corazón palpite más fuerte, sin duda deslumbrante.

Olvido recordado

Olvido recordado

¿Me pensará como yo a él? Menuda tontería… ¡Claro que lo hace! ¿Cómo iba a olvidar ese momento? ¿Aquel beso escondido? Escondido de todo, en el rincón más recóndito de la ciudad, a cientos de kilómetros de la realidad… porque para eso son esos besos ocultos, ¿no? Sí, para eso son los momentos solo de dos, donde el recuerdo permanece bajo llave y únicamente esas dos almas saben dónde encontrarla.

Fue una tarde de enero, pero en contra de todas las predicciones el sol iluminaba aquel barrio de la ciudad donde nos teníamos que encontrar, solo por pasar el rato hasta que llegaran el resto de nuestros amigos. Para variar llegué la primera a la supuesta cita que aún ahora ignoro qué era para él en realidad. ¿Encuentro cara a cara sin elementos electrónicos de por medio? ¿Sólo una chica más que aumentara las muescas de su lista? Aunque tampoco sé a ciencia cierta si esa lista de la que tanto se hablaba era real o solo un mito de las miles de lenguas afiladas entre las que nos movíamos.

Me encontraba de espaldas frente a la cafetería donde habíamos quedado. Un cohibido «hola» se oyó tras de mí y al volverme… ¡vaya cuando me di la vuelta! En ese momento sentí todo distorsionado a mi alrededor menos lo que tenía frente a mí; monumento físico en altitud y cuerpo, con una luz en los ojos que parecían querer esconder lo que empezaba a hervir en su interior. ¿Vergüenza en lucha con chulería? ¿Chulería asustada por tenernos frente a frente?

—¿Prefieres tomar algo aquí o vamos a otro sitio? —preguntó con sus ojos buscando los míos y huyendo de ellos al mismo tiempo.

—Mejor a otra menos concurrido —respondí sin saber si en realidad era lo más acertado. Pero como seguro le pasaba a él tampoco quería que la indecisión se reflejara en mi cara.

Me cogió de la mano para cruzar la avenida posiblemente más grande de la ciudad. ¿Qué pasaba en mi interior? ¿El resultado de una descarga eléctrica? Me dejé llevar sin saber hacía dónde íbamos. Nada más pisar la acera, me introdujo en una cafetería menos iluminada, con menos gente y más pequeña. Soltó mi mano sin previo aviso y la desconexión eléctrica se materializó ante mi decepción, una que fui incapaz de ocultar. Cualquiera hubiera dicho que se conocía la ciudad mejor que yo, a sabiendas de que solo había estado en ella un par de veces. Nos sentamos frente a las escaleras donde se indicaba estar los lavabos. Pedimos unos refrescos y estos llegaron al mismo tiempo que parte d nuestros amigos que no esperábamos, o al menos tan pronto.

—No os encontrábamos.

Sin esperar respuesta, que pensándolo bien tampoco necesitaban, tomaron asiento y acercaron más sillas a la espera de que llegaran los demás. Nuestra mirada cómplice explicó más que lo que hubieran podido decir nuestras palabras. Yo solo esperaba que nadie más de aquella mesa, excepto él, claro está, se hubiera dado cuenta. Miré de reojo las escaleras frente a mí y tras decir que iba al baño, bajé cada peldaño con parsimonia sabiendo que sus ojos estaban puestos en mí. Al llegar me eché agua en la cara y cuando vi mi rostro reflejado en el espejo supe que solo eran las feromonas de mi cuerpo quienes actuaban por mí. Yo no pensaba, solo me dejaba dirigir por ellas. En ese momento se abrió la puerta y fue su reflejo el que se mostró en el espejo. Su mirada que parecía más profunda aún que cuando nos vimos al principio. Nada más quedarse un váter libre no lo pensó y me llevó a su interior. Era pequeño, sí, pero con ambos escondidos ahí y tratándose de un baño tanto femenino como masculino, podríamos ocultarnos de los posibles amigos que aparecieran.

¿No tenía su encanto esconderse de nuestros amigos y vivir el momento con esa tensión añadida, además de la ya visiblemente física? Yo aún ahora sigo sin tener ninguna duda.

No cruzamos palabra, nuestros labios y lenguas tenían mejores cosas que hacer. Ese momento, ese en el que pudimos sentir el sabor de nuestros labios unidos, su textura, su grosor… su todo. Mis manos no podían parar quietas, se deslizaron por su espalda pudiendo palpar sus músculos incluso con su camisa puesta, su entereza física en una zona que sin ser sexual al uso, para mí se convirtió en lo más carnal y erótico que podía haber imaginado. Sus manos eligieron conocer mis caderas y mi cintura, lástima que esa época del año no fuera tan fácil sentir carne como en otros meses del año. Cuando por un momento nos separamos, aunque fueran solo uno milímetros, la intensidad de nuestros ojos parecía poder ser un arma de destrucción masiva. Destrucción de todo lo que nos rodeaba fuera de ese cubículo. Destrucción de lo que podía suponer ese momento en nuestras vidas por separado. Aún así fui capaz de centrarme en en el tiempo que pudiera ser considerado como excesivo para no estar ambos en la mesa, así que salimos y comencé a subir las escaleras delante de él.

Por su parte, él no pudo reprimir estrecharme la cintura y decirme que volviéramos a los lavabos. No me costó mucho asentir, apenas nada si soy sincera, y volvimos de nuevo escaleras abajo. Nada más cruzar la puerta, ni siquiera pensamos en un aseo libre, me abrazó el cuello y su lengua fue al alcance de la mía. Vehemente. Ansiosa. Descarada… Y la mía, qué decir de la mía, actúo de la mejor manera que sabía. Esa guerra nos cambiaría —o al menos a mí— fuera quien fuera el que la ganara. En ese mundo paralelo que habíamos creado, de nuevo parecía no importar nada; ni la gente allí presente, ni el barullo de voces y risas, ni nuestros amigos supuestamente sentados arriba, hasta que la puerta junto a nosotros se abrió y su mirada entonces sí cambió. ¿Sería uno de nuestros amigos? ¿Se habría descubierto el pastel tan pronto?

No. Ambos respiramos aliviados, pero el miedo nos devolvió arriba, donde su mano cada vez que podía al no ver peligro, se posaba sobre mi muslo, lo apretaba, sin dejar de hablar al mismo tiempo con nuestros amigos, sin saber estos lo que acabábamos de compartir. Ellos se fueron yendo con cuentagotas aumentando nuestro deseo, cuando al fin todos se marcharon lo hicimos también nosotros.

¿Fuimos a una zona que nos proporcionara más intimidad? ¿Qué creéis que paso? Espero vuestras respuestas, dar a conocer el resultado de aquel día puede ser útil para otros, o por el contrario cada uno es un mundo y nada de esto les servirá. El caso es que a mí me ayuda para saber de verdad que estuve viva. Viví cada momento como si fuera el último, pero… ¿qué pasó después? ¿Me sigue pensando como yo a él? ¿Me habrá olvidado? Demasiadas incógnitas para no pedir vuestra opinión e intentar resolver la x de la ecuación…

Recuerdos

Recuerdos

Me despierta la luz que se abre paso a través de la ventana como cada nuevo día, con esa resplandor deslumbrante que parece recordarme únicamente los momentos que pasamos juntos.

No, no podría.

Me cubro la cara con la fina sábana que vuelve a recordarme que el buen tiempo, las sonrisas y las ganas de estar en la calle ya han llegado. ¿Pero llegado adónde? A mi corazón resquebrajado desde luego que no. Me pregunto qué ocurriría si no saliera de mi escondite; de esta cama llena de recuerdos de ti; de esos besos que nos comían sin necesidad de sumar calorías al cuerpo y de esas miradas que parecían provocar caries de lo empalagosos que éramos.

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El refugio de las olas

El refugio de las olas

Miro por la ventana anhelando un verano donde poder olvidar clases, edificios por doquier, coches y obligaciones; en especial estas últimas. Solo quiero respirar aire salado, empaparme de calor y escuchar música sin parar. Igual mis amigos de la playa ya no se acuerdan de mí tras dos años sin venir por estos lares, pero nada de eso importa ahora mismo.

—¿Quieres quitarte ya esos dichosos cascos?

No os lo había comentado, ¿no? Sí, esa es mi madre mirándome desde el asiento del copiloto como si fuera un pecado mortal no escuchar Radiolé durante más de cinco horas. Y os digo más, y peor, el aire acondicionado no funciona por la desidia de mi padre. Junto a mí esta mi hermana refunfuñando y chistando por no poder oír a Medina Azahara. ¡Cómo para no llegar con ganas, me recuerden o no!

Demasiadas horas después bajo la ventanilla todo lo que se puede, cierro los ojos y comienzo a sentir el sabor a sal de la playa, las sonrisas de la gente camino de la misma y las discusiones de mis padres por la dirección de la casa de alquiler. Cuando al fin llegamos, salgo corriendo del coche y observo como la casa no es que esté en primera línea, nooooo, ¡¡está casi sobre ella!!

—!¿Quieres hacer el favor de ayudar con las maletas y no quedarte ahí?! Ya tendrás tiempo para aburrirte de tanta playa.

Cuando entro, frente a mí veo unas escaleras que me llaman a gritos para que las suba y ¡ay madre cuando lo hago! La azotea es increíble y las vistas no voy a ser capaz de describirlas, ¿o sí? El agua no tiene límite y se fusiona con el cielo; el horizonte es una mezcla de escalas de azul que apenas conozco, así que lo dejaré en que es vida, con todo lo que ello implica.

—¿Dónde está esta niña? ¡¡Juliaaaaaa!! Haz el favor de venir.

Suspiro y bajo a enfrentarme con el guion de años atrás que ya casi había olvidado. Sin decir ni mu hago todo lo que me dice —más bien impone— mi señora madre y cuando al fin termino, salgo corriendo hacia la playa con la primera toalla que encuentro. Alargo la llegada a la orilla aunque mis pies casi comiencen a hervir; esas primeras pisadas sobre la arena me transmiten una infinidad de sensaciones tan auténticas, que revivo un año con cada una de ellas. Al llegar planto la toalla y escucho como una voz masculina me llama, me giro… y ahí esta: tan moreno como le recordaba y esos ojos verdes que me sumergen en la frondosidad que compartimos la última vez que estuve aquí. Sonrío sin vergüenza alguna y él se acerca.

—¡Vaya, Julia! Estás más guapa aún de lo que recordaba.

—Pues yo si te recordaba así: imponente, masculino y… buenorro. —Ahora sí que me ruborizo entre risas tapándome la boca—. En serio…

—¿No iba en serio? —Otra deslumbrante sonrisa.

—Siempre tan chuleta, ¡claro que iba en serio! Me refiero a que estás más…, más…, más todo. ¡¿Cómo lo has hecho?!

—Mejor te lo cuento esta noche cenando, ¿te apetece?

—Eso ni se pregunta, estamos en esa casa de ahí, ¿vienes a las nueve?

—Aquí estaré.

Cuando sella el acuerdo con un beso en ambas comisuras abrazando mi cuello, creo morir. Incluso con los pasos destartalados sobre la arena, está para comérselo… Ya imaginaréis cómo paso de ausente la tarde entre modelitos, tonos de maquillaje y preguntas sin respuesta hasta que mi hermana se apiada de mí y me dice qué es lo que mejor me sienta: una camiseta de tirantes que ensalza mis pechos y una minifalda que hace lo mismo con mis caderas. Me alzo en mis sandalias de cuña y salgo por la puerta. Cuando miro hacia mar veo su silueta que me saluda. Me encamino tranquila hasta que la arena convierte mi camino sobre la arena en unos minutos muy incómodos, en especial cuando observo que no me quita ojo de encima.

—Estás preciosa. —Otros dos besos que me encienden.

—Muchas gracias, tú estás…

—¿También precioso?

—No empieces, ya sabes a qué me refiero.

No sé adónde se dirige, pero no me importa. Cruzamos el puente que nos lleva al pueblecito costero de al lado y descubro un chiringuito lleno de luces, gente y música de fondo.

—Sabía que te encantaría.

Sus pupilas dilatadas me comen sin pedir permiso, aunque saben que lo tienen. Nos sentamos en una mesa y David sigue terminando mis frases. Cuando terminamos pone su mano en la piel erizada de mi pierna, más por los nervios que por el frío, y me propone acabar la noche con otra sorpresa. Andamos por el paseo marítimo y frente a un portal saca una llave del bolsillo para abrirlo.

—¿Pasas?

—Aún con miedo por lo que me vaya a encontrar…, sí, paso.

No hay ascensor, así que subo delante de él por las escaleras contoneándome lo justo pata ponerle aún más nervioso de lo que sé que ya está, y tras dos pisos me giro a preguntarle si es el plan para bajar la comida. Tras reírse me dice que es la última puerta del pasillo. Le sonrío y me pongo a su lado para recorrer el último tramo. Tras cerrar la puerta las hormigas que recorren mi cuerpo comienzan a anidar en mi pubis, levanto la vista mientras él echa el pestillo, tras cerrar me apoya en la pared de manera sutil y se acerca lentamente. Cuando siento su respiración cierro los ojos y nuestras lenguas vuelven a encontrarse sin haberse olvidado tras tanto tiempo. Esconde sus manos bajo mi camiseta y acaricia mi piel al mismo tiempo que se separa para susurrar:

—¿Te enseño lo mejor de la casa?

—Estás tardando —replico sin tener en cuenta el doble sentido que mi mente calenturienta quiere darle.

Me coge de la mano y cruzamos una de las puertas que dan al pasillo cuando encuentro el negro del mar nocturno. Suelto su mano y voy hacia la ventana como una niña pequeña.

—Sabía que te iba a gustar. —Oigo cómo susurra en mi oído mientras siento cómo todo su cuerpo está preparado para lo que va a pasar y ninguno queremos frenar.

No hace falta que os cuente qué pasó después, pero quizá sí cómo estamos ahora mismo: tumbados sin ropa bajo la fina sábana. No puedo dejar de mirar el paisaje tras la ventana cuando escucho en mi oído:

—Ya había perdido la esperanza de que volvieras algún día.

Le beso como si no hubiera más verano por delante teniendo muy en cuenta que me esperan los mejores meses de mi vida…

.

Borrón y cuenta nueva

Borrón y cuenta nueva

Se movía entre sus piernas intentando olvidar el mundo, creando uno nuevo y mucho más placentero… aunque durara solo unos minutos. Bajo ella solo un gesto de placer; gruñidos cada vez más ahogados, casi en un tono quedo que parecía fusionarse con el ambiente de la habitación. No sabía quién era y tampoco la importaba. Eran tiempos convulsos y solo se dejaba llevar por sus emociones. Quien subyacía bajo sus caderas no importaba, le diría que se fuera tras terminar el baile y cuando saliera el sol sería otro día.

Remoloneó entre las sábanas y una leve sensación de placer volvió entre sus piernas, pero se difuminó al verse sola. Cerró con fuerza los ojos, se sentó con los pies descalzos sobre el frío suelo y se dirigió a la ducha. Tuvo unos leves recuerdos pero intensos, de lo vivido la noche anterior cuando la presión del agua del grifó rozaba esa zona tan íntima. Con intensidad, ojos cerrados y apoyada en la pared, unos sollozos siseantes emergían unidos al vapor del agua. Cuando salió del baño cogió su móvil y se cercioró de que no había nada en él; ningún wasap o llamada perdida. Nada. Solo ella de nuevo, ella y la soledad más apremiante. Buscó en su agenda y quedó con David, un amigo de toda la vida, en la cafetería de siempre.

—Otra vez, ¿verdad?

—No me juzgues, hace tiempo tú también lo disfrutaste.

—Y te diré que tú también parecías hacerlo. Tú expresión sobre mí no dejó lugar a dudas —replicó con gesto sombrío junto a una ráfaga de aire frío, propia de diciembre, que sin presentarse se unió a la conversación.

—Así es más fácil, de verdad. No hay malos entendidos y las cosas quedan claras sin llamadas tensas y violentas.

—Muy bien, pero no olvides que tu ansia, afán o apetito físico —como lo quieras llamar—, no llenará el vacío que en realidad tienes.

Tras el café con él volvió a esa casa al que costaba llamarla hogar, con paredes que parecían increparla por el ambiente opaco que cada vez era más intenso, quizá por la cercanía de la Navidad. Paola sacudió la cabeza y continuó sin pensar mientras ordenaba en casa lo que solo estaba desordenado en su cabeza. Una notificación en el móvil la alejó de sus pensamientos y fue corriendo. Al llegar frente a él observó como la cita de anoche parpadeaba a la espera de su repuesta. Descolgó y solo pudo explicar lo que creía haber dejado claro anoche. «Al final David va a tener razón», reflexionó para sí. Los días siguientes transcurrieron sin cambios. Desconocidos se paseaban por casa como si de una pasarela se trataba sin llenar el vacío que de verdad tenía en su interior. Excepto Juan, ese último momento físico que no entendió (o más bien no quiso hacerlo) lo que Paola pensó haber dejado obvio.

Un día tras llegar a casa llamaron a la puerta y cuando abrió se encontró la David y su expresión de padre previa a una bronca de las gordas.

—¿Tan grave es?

—Si me lo preguntas y estoy aquí, sabes que sí —respondió solemne.

—Anda pasa y déjate de monsergas. —Cerró la puerta e inspiró todo el aire que pudo—. Escupe y no te hagas de rogar.

—No te lo había dicho hasta ahora, pero creo que después del año que llevas y con la cercanía de Nochevieja, he de decírtelo.

—Me estas poniendo nerviosa y no creo que sea tan espinoso el tema. ¿Quieres que volvamos a hacerlo tú y yo? ¿Es eso?

—No tienes remedio. —Y una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en su cara—. Me cae bien ese chico, es bueno para ti, y creo que ya va siendo hora de olvides lo que fuera que te hizo tanto daño y le des una oportunidad a Juan.

—¿Es eso? Pensé que apenas le conocías. —Se quedó unos segundos en silencio antes de volver a hablar—: Está bien, no estuvo nada mal, la verdad. No me costará trabajo.

—Le conozco lo justo para dejarlo entrar en tu vida y por lo tanto, en la mía. Pasa Nochevieja con él; comienza un nuevo año con alguien que no deja de preguntar por ti; insiste en verte y podría ser ese alguien con el que estuvieras de verdad a gusto. Y no solo para acostarte con él, que nos conocemos. Estaremos todos en mi casa. Dale otra oportunidad, por favor.

—Muy bien, papá. Te haré caso y me fiaré de ti —respondió con los ojos en blanco.

Frente al espejo quiso estar preciosa sin maquillarse en exceso. Ojos ahumados, rojo intenso en labios y una ropa interior de infarto bajo un vestido fabuloso. Al terminar retó a su mirada, pero el espejo solo le devolvió una réplica que le provocó pavor. Apartó la vista, fue hacia la puerta y tras coger las llaves cerró la puerta con un sonoro portazo que le hizo sentir como si le hubiera dado una patada en el culo al año que al fin terminaba.

En casa de David no faltaba ninguno de los hombres que habían pasado por su cama y se estremeció al darse cuenta de que eran demasiados. Echó un vistazo rápido y la mirada penetrante de Juan consiguió una de vuelta por parte de ella aún más intensa, si eso era posible. Fue a por una copa y se lo encontró al volver al salón interceptándola el paso.

—¿Ese vestido es para mí?

—Puede, ¿eso quieres? —respondió Paola relamiéndose el labio inferior.

—Igual tengo que partir la cara a muchos de los que están ahí, pero no me importa. Sé que merece la pena.

Paola quiso comerle esos labios carnosos, pero se contuvo y consiguió zafarse de su cuerpo para volver donde estaban todos.

—¿Algún progreso? —La sobresaltó David al sentarse en un pequeño sofá frente a los canapés.

—¡Sí! No nos lo hemos montado ni en la encimera ni encima de la lavadora. ¿Bien? —replicó alzando las cejas.

—No tienes remedio.

La noche pasó más animada de lo que pensó en un principio con tanto polvo junto, hasta que las campanadas hicieron que Juan se colocara junto a ella y al entrar en el Año Nuevo fuera él quién se lanzara a besarla.

—Comprendo por la viveza de tu parte que me das otra oportunidad, ¿o solo son estas ganas locas que tengo de estar contigo?

—Es momento de borrón y cuenta nueva. Borraré a todos esos —dijo en silencio señalando a todos los que estaban alrededor— y tu serás mi cuenta nueva. Pero cuenta de sexo y planes. Un completo.

Se miraron y esta vez sí, el beso fue lento, disfrutándolo, sin ansia sabiendo que habría muchos más…

Niebla

Niebla

Tambaleante me dirigí al baño; no sabía qué era lo que me pasaba solo que entre las sábanas no encontraba el cobijo que necesitaba. Ni siquiera pude llegar al inodoro cuando me vi tumbada sobre el frío suelo de los azulejos con la mirada puesta en el blanco techo (ese recién pintado que pensé en su momento significaba el cambio que tanto necesitaba en mi vida), y con sudores fríos y palpitaciones que retumbaban en mi pecho cada vez más rápido tuve que pensar. No sabía qué hacer. Si gritar a mi pareja para que apareciera o… ¿qué podría hacer él? Enseguida lo descarté, aquello solo le preocuparía más, o peor aún, querría llevarme al hospital. Solo pensar en verme en una sala de espera atestada de personas, el ruido… Qué va, lo deseché de inmediato. Me levanté como buenamente pude y me senté sobre la taza con los ojos cerrados a la espera de que todo dejara de dar vueltas a mi alrededor. Apenas tres minutos después me di cuenta de que no resolvería nada así y sería mejor volver a mi cama, donde al menos sentiría que era algo conocido. Mi zona de confort, aunque todos gritaban en mi cabeza que nunca debería estar ahí.

Me tumbé tras los escasos diez pasos que separaban una estancia de otra y me acurruqué en una posición en la que estuviera cómoda. Cerré los ojos y esperé a que el sueño se apoderara de mí entre angustias y náuseas. No negaré la evidencia, aquello costaba. Ya sabéis, no pensar en todo lo que daba vueltas como una lavadora en mi estómago y en mi cabeza, porque esta no se quedaba atrás. Pero por fin los rayos de luz de un nuevo día entraron por la ventana y, sin esperarlo, una sonrisa se dibujó en mi rostro. «¿Había pasado ya? ¿Me encontraba bien?», me decía en silencio por no despertar a la niebla nocturna de la noche anterior. Oía a mi pareja respirando aún dormida en su lado de la cama y me di la vuelta para abrazarle con toda la fuerza que podían mis brazos. Se sobresaltó. Se incorporó con el miedo en su expresión, pero se relajó al ver la sonrisa en mis ojos.

Mientras desayunábamos su expresión cambió al ver como la mía lo hacía también. Yo quise suavizar mis rasgos, pero eso no iba a engañarle; demasiados años juntos. Me puse en pie y fui directa al baño. Me acuclillé frente a la taza pero nada salió de mi interior. «¿Qué mierda me ocurría?», me pregunté antes de que mi pareja proporcionara luz a la neblina creada por mí misma a mi alrededor. Me ayudó a ponerme en pie y a volver al salón donde el desayuno sollozaba creyendo ser el culpable de mi rostro gris. Él me abrazó antes de traerme algo de comida que si tuviera permiso para recorrer mi interior y supe (si es que antes no lo sabía ya) que aquel, era el lugar que de verdad necesitaba. Sin cuentos de hadas. Solo con la realidad, a pesar de que la niebla de esta estuviera siempre conmigo. Pero también estaría quién me sacara de ahí para acercarme a la luz si yo no podía.