Ahora

Ahora

Y ahí estaba ella, con el móvil entre las manos abriendo el wasap cuando leyó: «¿Dónde estás? Nadie en tu familia o amigos sabe qué haces ni con quién…«. No le hizo falta leer más, tiró el móvil lo más lejos que pudo y se lamentó de que no se hubiera roto en pedazos contra el suelo. Refunfuñó en silencio cuanto pudo, pero no le sirvió de nada. En ese momento su acompañante de aquel día tan peculiar apareció en el umbral de la puerta y solo preguntó si se encontraba bien. Ella asintió con la cabeza y solo pudo levantarse para ir hacia él y abrazarle. En ese momento supo que él no era la respuesta. Ni él ni nadie, solo ella misma podía salir de esa encrucijada en la que se había metido por no escucharse. No oír a su corazón… Así que se separó despacio de su acompañante por un día, sonrió, le besó en la comisura de los labios y se alejó despacio a por su bolso y salir de ahí, de nuevo sin rumbo fijo.

Según abandonaba el portal y entraba en la oscura noche, ya bien entrada en el horizonte y sobre ella, se vio de nuevo sin rumbo fijo, pero sin aguacero esta vez fundiéndose con su cuerpo, se puso en marcha hacia aquel parque, que con la organización de su escalones, le recordaba al anfiteatro romano que hacía tantos años ya había visitado. Se sentó, y observó al horizonte buscando una respuesta, una señal que confirmara que la decisión que había tomado era la correcta.

—No esperaba encontrarte aquí. —Ella se sobresaltó girándose hacía donde venía a voz y le vio.

—¿Qué haces tú aquí?

—Donde voy a estar sino es contigo.

—Todas esas palabras quedan muy bien en el aire, pero perdiste la oportunidad de demostrarlas… Ya es demasiado tarde.

—¿Con esas estamos? —Y puso los ojos en blanco como era tan habitual en él—. Pues decidido entonces, cada uno por su lado.

—Pues no veo que te muevas…

Cuando vio como se levantó y despareció entre las tinieblas que habían aparecido desde que él había llegado, al fin obtuvo la confirmación que necesitaba. Solo ella. Primero debía encontrarse y reconciliarse consigo misma, y luego llegaría quién podría completarla, si es que lo necesitaba.

Siempre había sido el color que resaltaba entre las flores mustias, y no pensaba dejar de hacerlo.

Después

Después

Se despertó sudorosa e inquieta. Esa no era su cama, no era su casa… ¿acaso era su vida? Miró a un lado, no había nadie, pero las sábanas estaban revueltas. Se enrolló en ellas y fue hacia la puerta frente a ella esperando que fuera un baño con su espejo. Necesitaba mirarse a los ojos, intentar recordar lo que había pasado y en especial encontrar su móvil, un reloj… ¡¡centrarse!! Volvió sobre sus pasos y encontró su bolso tirado en el suelo junto a la cama. Sacó el móvil y vio que ya era la hora de cenar, dejó las sábanas sobre la cama y se asomó a la ventana como Dios la trajo al mundo. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué se sentía así y era capaz de estar desnuda mirando a través del cristal?

Comenzó a recordar cómo era su vida antes y cómo era ahora. Hizo un esquema mental de todas sus parejas, los momentos que parecieron tener un punto de inflexión, un antes y un después, un…

—¡Hola! Ya estás despierta… pensaba que no lo harías por tu cara de ángel.

—¿Cómo es que no me acuerde de nada?

—Sí que te dejé rota, sí…

Volvió a la cama para envolverse de nuevo en las sábanas y en ese momento, fijando la mirada en sus ojos, recordó. Cada paso desde que abandonaron la cafetería, cómo habían llegado a la casa de un chico que no conocía pero le hacía sentir cómoda, cómo… había vuelto a desinhibirse sobre un hombre, moviéndose en él, junto a él y sin dejar de mirarle a los ojos. ¿Qué tendrían esos ojos verdes que de nuevo le hacían sentirse poderosa?

—Perdona, no sé cómo preguntártelo, pero… ¿cómo te llamas? —No pudo evitar poner los ojos en blanco.

Tras oírse una sonora carcajada, contestó:

—Me llamo como quieras que me llame.—Despacio, se acercó hacia ella y la cogió de las manos cayéndose la sabana que la envolvía al suelo—. No veré nada que no haya visto ya. ¿Pedimos algo para cenar?

Sentados en la mullida alfombra del salón con una pizza grasienta en la mano, ella comenzó a recordar de nuevo los fantásticos momentos que había vivido alrededor de una pizza. Rodeada de amigos en su mayoría, sí, pero también alrededor de la sonrisa de aquel chico que no era capaz de olvidar por mucho que quisiera. La maravillosa chimenea que los iluminaba proporcionaba esa calidez que ella tanto necesitaba tras el aguacero. Una chimenea donde quemar todos los recuerdos que hacían daño, esos que no la permitían avanzar.

—No lo olvidas, ¿eh? Me di cuenta antes, mientras te mordías el labio, que aunque me miraras no me veías a mí. ¿Te hizo mucho daño?

—Creo que era yo la que me hacía daño esperando algo de él que igual no podía darme.

—Pues te diré, que no sé si tendrá que ver con eso, pero tu móvil no ha dejado de recibir mensajes.

Sin añadir nada, volvió a la habitación y sacó él móvil del bolso que seguía en el suelo junto a la cama donde lo dejó. Inhaló todo lo que pudo y pulsó sobre el icono del wasap…….

Antes

Antes

Se puso la capucha cuando los truenos y relámpagos ponían la banda sonora a un nuevo día. Nuevo, quizá para el resto del mundo con el que se cruzaba al caminar por la calle, pero ella no dejaba de revivir el bucle negro que se ilustraba en su cabeza. No era capaz de mirar más allá intentando olvidar los recuerdos de un tiempo que fue claramente mejor. La inseguridad estaba ocultada por una vida en apariencia perfecta, donde cada persona tenía su papel y hasta ella, realizaba el suyo sin necesidad de hacer preguntas. Las risas, el trabajo, su vocación y hasta sus principios parecían ser lo que en realidad eran… hasta que todo cambió.

Su piel, en otro tiempo acariciada sin descanso, sentía el frío más inhóspito que nunca creyó posible. El calor de los besos. De un abrazo o incluso, una conversación con la mirada fija en esos ojos que tantas veces habían hablado un diálogo que solo entendían ellos, parecían un mero trámite o una vida, que en realidad no había vivido. Las gotas de lluvia comenzaron a deslizarse por su cara. Frías. Gruesas. Húmedas y tristes, tanto como ella. Tanto que comenzó a correr sin destino, solo hacía lo que de verdad necesitaba, aunque ni siquiera ella supiera qué era.

El agua de la tormenta solo aguaba sus pensamientos sin aclararlos lo más mínimo. ¿Y si nunca llegaba a saber qué necesitaba? ¿Y si su vida había sido solo una quimera de lo que pudo ser y en realidad nunca fue? Entró en una cafetería y se sentó en la primera mesa que vio libre. Con un café humeante en la mano, el calor parecía calmar los truenos que ahora más que en la calle estaban en su interior. Y de repente lo vio; sus días en la oficina, aquellos momentos en la máquina de café y la cantidad indecente de azúcar que siempre necesitaba. ¿Qué quería ese azúcar sustituir? Sabía que la falta de afecto sufrida por el traslado en el trabajo la pesaba, pero ¿hasta qué punto?

Antes se sentía poderosa. Antes creía que de verdad lo era hasta que una sonrisa bajo una mirada penetrante la atravesó lo suficiente como para dejar de pensar en todo lo que bullía en su cabeza.

—Perdona, ¿te importa que me siente? Me estoy ahogando con la lluvia de ahí fuera… y por lo que veo parece que tú también has pasado por lo mismo?

—Ehhh…

(Continuará…)