Vibraciones

Vibraciones

Un beso. Una caricia. Un momento.

Coctelera y el resultado es el cariño, el sexo y si se tiene suerte… EL AMOR.

Así pasó hace ya casi tanto tiempo que no recuerdo si eran hormonas o vibraciones; su movimiento, su magnitud, su efecto en mí… o incluso el mundo. ¿Provocaría un terremoto? Ya sabemos que pasa con el efecto mariposa, pero a mí me paso exactamente lo mismo sin necesidad de ir a la otra punta del mundo. Cómo y de qué manera ya es otra historia, ¿queréis conocerla?

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CALOR

CALOR

Varias gotas de sudor perlado recorrían despacio y sin prisa mi cuerpo dejando una dulce humedad a su paso entre mis pechos. Mi centro de ebullición no sabía si ese ardor provenía de ahí o de la ola de color tan temprana que se sufría en aquel momento. Mi cuerpo ronroneaba entre las finas sábanas como si de un pequeño cachorrito se tratara. En mi cabeza solo parecían estar esos labios gruesos cuyo sabor tras tanto tiempo podían haber desaparecido y no quedarse tatuados. Ellos. Su sabor. Su manera de asolar todos mis recuerdos suponían una emoción tan fulgurante que había conseguido ganar la guerra al olvido.

Mis manos quisieron moverse y entrar en combate cuando una corriente eléctrica irguió mi troncó y la realidad me apartó de la maravillosa imagen que se reflejaba en mi cabeza. Me levanté para dirigirme al lavabo y echarme agua en la cara. El reflejo de mi rostro en el espejo respondió todas las preguntas que me habían surgido en ese despertar tan vívido que había experimentado apenas hacía unos minutos.. No era la ola de calor, era él con nombres y apellidos quien liberaba todo el deseo que ardía en cada poro de mi piel. La erección de mis pezones parecían querer desgarrar mi pequeña camiseta de tirantes y romper en añicos el espejo. Nuestra historia no llegó a más que una de tantas en verano como a muchas otras personas les había ocurrido, pero el final de las vacaciones había llegado demasiado pronto. Solos unos besos, unas caricias, sus manos estrechando mi cintura y su entrepierna sin dejar de buscar la estocada final que pudieran fundir nuestra piel íntima en una sola. Igual, en lugar de un pequeño cachorrito, lo que se había despertado era el toro que se alojaba en mi interior y tan pocas veces dejaba salir a pastar.

El móvil sobre mi mesita de noche cayó al suelo al recibir una notificación provocando un estruendo en toda la habitación. ¡Ay, las notificaciones! ¿Qué había sido de las cartas? ¿La ilusión de ver unas diferentes a las del banco? Me senté en la cama y para mi sorpresa era suya. De sus labios, sus ojos, sus manos, todo su cuerpo… Pero no buscaba un diálogo, quizá solo era el recuerdo de lo que no pudo ser y no fue pero el calor físico y del temporal habían vuelto a evocar en nuestras cabezas. Ese verano quedaba lejos, pero nuestras miradas y deseo aún estaban cerca y se despertaban sin pedir permiso. Quise enredarme de nuevo con las sábanas y pensar solo en él y cómo había conseguido que en tantos años esos momentos no se hubieran arrinconado, sino que cada vez que regresaban conseguían hacerme tragar saliva sabiendo lo que se avecinaba; esa noche, mañana o tarde (porque cualquier momento valía) en la que estar juntos, ser uno, recorrer nuestros cuerpos como si del regalo más preciado se tratara, porque eso es lo que éramos y aún somos, el mejor regalo que nos dio la vida explicándonos lo que es de verdad una ola de calor.

Antes

Antes

Se puso la capucha cuando los truenos y relámpagos ponían la banda sonora a un nuevo día. Nuevo, quizá para el resto del mundo con el que se cruzaba al caminar por la calle, pero ella no dejaba de revivir el bucle negro que se ilustraba en su cabeza. No era capaz de mirar más allá intentando olvidar los recuerdos de un tiempo que fue claramente mejor. La inseguridad estaba ocultada por una vida en apariencia perfecta, donde cada persona tenía su papel y hasta ella, realizaba el suyo sin necesidad de hacer preguntas. Las risas, el trabajo, su vocación y hasta sus principios parecían ser lo que en realidad eran… hasta que todo cambió.

Su piel, en otro tiempo acariciada sin descanso, sentía el frío más inhóspito que nunca creyó posible. El calor de los besos. De un abrazo o incluso, una conversación con la mirada fija en esos ojos que tantas veces habían hablado un diálogo que solo entendían ellos, parecían un mero trámite o una vida, que en realidad no había vivido. Las gotas de lluvia comenzaron a deslizarse por su cara. Frías. Gruesas. Húmedas y tristes, tanto como ella. Tanto que comenzó a correr sin destino, solo hacía lo que de verdad necesitaba, aunque ni siquiera ella supiera qué era.

El agua de la tormenta solo aguaba sus pensamientos sin aclararlos lo más mínimo. ¿Y si nunca llegaba a saber qué necesitaba? ¿Y si su vida había sido solo una quimera de lo que pudo ser y en realidad nunca fue? Entró en una cafetería y se sentó en la primera mesa que vio libre. Con un café humeante en la mano, el calor parecía calmar los truenos que ahora más que en la calle estaban en su interior. Y de repente lo vio; sus días en la oficina, aquellos momentos en la máquina de café y la cantidad indecente de azúcar que siempre necesitaba. ¿Qué quería ese azúcar sustituir? Sabía que la falta de afecto sufrida por el traslado en el trabajo la pesaba, pero ¿hasta qué punto?

Antes se sentía poderosa. Antes creía que de verdad lo era hasta que una sonrisa bajo una mirada penetrante la atravesó lo suficiente como para dejar de pensar en todo lo que bullía en su cabeza.

—Perdona, ¿te importa que me siente? Me estoy ahogando con la lluvia de ahí fuera… y por lo que veo parece que tú también has pasado por lo mismo?

—Ehhh…

(Continuará…)

Esos labios…

Esos labios…

No podía dejar de fijar la mirada en sus ojos. Despertaba fuego en su entrepierna provocando llamaradas en sus ojos, que hasta ese momento no podían echar un vistazo hacia ninguna otra parte que no fuera su cara. Esa expresión profunda la atravesaba provocando la llegada de miles de hormigas en su pecho que saltaban con cada palpitar de su corazón.

Fuerte. Boom. Boom.

Intentó , sin saber cómo, alejarse del sonido de su pecho y corazón. De manera casi imprudente acercó su cuerpo al de él; alto, moreno, atlético, cuya calidez la atraía sin poder negarse. Julia comenzaba a respirar con dificultad, agitada por las palabras de Gael que acariciaban sus labios. Apenas distancia. Apenas salida. Intentaba pensar, encontrar las pocas neuronas que hubieran sobrevivido al primer encuentro visual, del que en el fondo (y en la superficie) no quería escapar. Podía olerle, sentir de cerca cómo la complicidad entre ambos no era un sueño. La realidad se había instalado sin preguntar en aquel día de enero en el que habían conseguido subir la temperatura. Tras cada sorbo de vino, Julia escondía lo que podía de su rostro con la copa, pero no debió funcionar, que a la salida del baño, ahí estaba Gael esperándola en las escaleras. Solos, sin nadie más alrededor, Julia sentía que las paredes se movían hacia ella estrechando el espacio que compartían. Todo desapareció por un momento en que Julia creyó escuchar el segundero de su reloj dentro de su cabeza, cuando en realidad volvía a ser su corazón.

Fuerte. Boom. Boom. Boom.

Durante un momento que pareció perderse en el tiempo, los labios gruesos y húmedos de Gael se acercaron peligrosamente a los de Julia. No le conocía, pero no le importaba. Se quedó anclada al suelo, esperando ese roce con sus labios tan deseado desde que le vio. El mundo se paró, el tiempo, su corriente sanguínea. Solo sentía el movimiento de la lengua de Gael arañando su boca, lamiendo sus labios…

Fuerte. Boom. Boom. Boom, boom, boom, boom…

Cuando se separaron el tiempo justo para respirar, Julia aún podía saborearle, sentirle como si no hubiera un mundo al que volver. Pero había que volver… El resto de la noche no pudo pensar en otra cosa con las miradas furtivas de Gael allá donde miraba, entre amigos y copas de vino que iban y venían, él siempre estaba más presente que lo demás. Esas miradas la despertaron en la cama horas después de haberse despedido….

¿Sería un despedida definitiva? ¿Habrían sido sus miradas o sus labios?

Recuerdos

Recuerdos

Los rayos de sol se filtraban entre las rejas de la ventana. Nada parecía impedírselo. Eran fuertes, tenaces y no parecían querer dejarme a un lado en su trabajo de cada día. Resoplé, como si despertarse fuera un gran esfuerzo al que enfrentarme…, pero en ese momento apareció su rostro, sus manos y su miradas. Esa que me atravesaba hasta lo más profundo sin poder hacer nada. Esa que me conocía más que yo misma y me transmitía más de lo que nunca hubiéramos compartido los dos, porque en el fondo solo fuimos recuerdos, incluso antes de conocernos solo éramos eso; recuerdos.

Sus manos con dedos infinitos parecían poder acariciarme allá donde estuvieran, estrechar mi cintura y buscarme cada día a pesar del paso de los años, desde que los recuerdos comenzaran a originarse. La neblina de aquel primer encuentro me atenazaba cada noche al cerrar los ojos. Quizá era la deuda que aún ahora no dejaba de pagar, porque recuperar el resuello era cada vez más complicado y hacía de mis días momentos mustios sin su cercanía, su palpitar sonando al unísimo con el mío cuando nuestras lenguas no necesitaron presentación para conocerse y saborearse, dejando un sabor que aún siento cuando lo rememoro entre mis sábanas y mis piernas. ¡Ay, mis piernas! Si pudieran hablar dirían más de lo que yo podría confesar. Tanto las paredes de mi habitación como las sábanas de mi cama se humedecían con mis recuerdos. Mi pelvis se arqueaba sin previo aviso y mi cuerpo ronroneaba llamándole. Llamadas sin respuesta que gritaban un silencio que dolía en cada poro de mi piel y mi corazón.

Decidí que era el día de olvidar, dejar atrás lo que solo sentía yo y solo retumbar en un eco cada vez más sonoro. Demasiado tiempo pensé en lo que no pudo ser, en lo que más que un recuerdo parecía un sueño. Algo que en realidad no se materializó, ¿o quizá sí? Nunca lo sabré, así que decido vivir sin pensar en cómo sus manos me rodearon, como se electrizó mi cuerpo al sentirlo y me humedecía más que nuestro encuentro de lenguas vivaces y ávidas de nosotros sin pensar en nada más. Sin un mundo que pudiera ponerse del revés si supiera lo que compartimos y así, cada encuentro físico que esperaba tener podría ser con él, su cuerpo sobre mí, su sexo palpitante por mí.

Y así, vivo cada día, cada momento en el que todo se visualiza en mi mente porque… ¿no son esos los mejores recuerdos?

Recuerdos.

Recuerdos.

Sol deslumbrante. Un torbelllino de recuerdos y sensaciones que con dificultad me deja deslizarme por la calle en dirección a mi trabajo. ¿Cuál? Eso no importa ahora, solo expresar mis sentimientos, o al menos, ordenarlos. Siempre es de agradecer sentir cómo más personas se sienten como tú; perdidas sin econtrar el rumbo o el camino, y no poder contárselo a alguien sin desnudar su interior. «¿Y si se ríen de mí?» «¿Y si me toman por loco, desesperado o inseguro?». A todos nos ha invadido en alguna ocasión esa sensación. La mía… esta misma mañana. Y no sé me ocurre manera mejor de expresarlo que poneros en antecedentes y contaros mi noche de ayer.

Jueves noche con lo que todo ello conllevaba. Colorete,ojos ahumados y pintalabios bermellón que no dejaba a nadie indiferente. Para qué engañaros si era la verdad. Sentía las miradas posadas en ellos, luego cómo estas bajaban a mis pechos para continuar con el cortorno de mis curvas ocultas por un vestido ceñido que con bastante seguridad todos -y alguna chica-, querrían desgarrar. Igual de manera violenta como en alguna escena de película subida de tono o quizá, solo alguna escena que necesitara el guión para poner en situación a los espectadores. Apoyada en la barra con mis amigas ya sentadas en una mesa que igual conseguimos a base de sonrisas, como se puede entender era noche solo de chicas, un fuerte acaloramiento comienza a forjarse en mi nuca haciéndome girar la cabeza y voilà: allí estaban esos ojos verdes que me atravesaban sobre unos labios tan carnosos que podían —y de hecho yo lo deseaba con todas mis fuerzas— desgustarme de manera lenta y pausada. De arriba a abajo. De abajo a arriba. Mientras toda mi piel se erizaba y estremecía a partes iguales deseando más. Siempre más. Aquí, entre nosotros, soy bastante insaciable cuando encuentro algo que pone en marcha cada partícula de mi cuerpo. Y ÉL lo hizo, ¡vaya sí lo hizo! Sin darme cuenta se fue acercando mientras sorteba a cualquiera que se interpusiera entre nosotros, y lo hacían bastantes personas ya que aquello estaba a rebosar, pero antes de que el camarero se percatara de mi presencia ansiosa por pedir algo que llevar a mis amigas y a mí al cuerpo, nuestros antebrazos se tocaron provocando un comienzo de fuegos artificiales en todos los colores y formas posibles. En ese momento giré  todo lo posible mi mirada y ¡ay, esos ojos! ¡Esos labios tan poderosos! Pero el momento se rompió cuando el camarero me preguntó qué quería, estos siempre inoportunos, después de media hora deseando mi bebida y las de mis amigas, se percata de mi presencia cuando menos falta hace.

—¡Nena! Has tardado la vida. No me digas que encontraste algo más que las bebidas… —comentó mordaz una de ellas.

—Algo así. Pero la llegada de las bebidas hizo que todo se esfumara. Por cierto, gracias por ayudarme con las copas. Y la reprimenda va para las dos, ¿eh?

La noche siguió su curso y ninguna mirada de ojos verdes sobre labios carnosos apareció sobre nosotros, así que asi estoy ahora. Con cientos de recuerdos vívidos de camino al trabajo que hacen que todo lo que veo sea distorsionado y mis ojos solo quieran cerciorarse de que lo de anoche fue real. Bajo distraída las escaleras del metro, subo al vagón repleto de expresiones dormidas y llenas de letargo hasta que siento como un reflejo parece brillar en la oscuridad del túnel. De nuevo todo a mi alrededor desaparece como anoche en el pub y los recuerdos comienzan a ser más vívidos, tanto, que cuando llegamos a la estación y él baja del vagón, mi expresión se contagía del sopor que me rodea y todo se convierte en recuerdos. Simples recuerdos que desearía haber vivido, aunque lo haré.

Simpre se me ha dado bien convertir recuerdos en sueños, ¿a vosotros no os pasa?

 

Entre tus sábanas.

Entre tus sábanas.

Un día. Su tarde. Su noche. ¡Ay su noche! «¿Qué demonios hago yo malgastando mis noches sin dormir, solo con él en mi cabeza?». Me es imposible pensar en mi piel si no están sus manos en ella. En caricias si no llevan su nombre y en lenguas entrelazadas que no sean la suya y la mía. ¿Acaso no sabes que me refiero a ti? ¿A ese suyo tan tuyo? ¿Acaso no sientes lo mismo? Esos recuerdos tan nuestros. Esa tarde. Sí. Escondidos entre paredes que guardaban nuestro secreto que quedó entre nosotros y la ciudad. Una que sabe de nosotros casi tanto como yo de ti. De tus manos abrazadas a mi cuello y tu lengua enredada húmeda con la mía. Nuestros cuerpos sin aire que corriera entre ellos, con nuestros sexos palpitando uno por el otro. Por un encuentro que se antojaba imposible menos en nuestras mentes. Donde sí era todo realidad de una manera sublime y tan necesaria que hasta el erizar de la piel dolía. Un dolor que al llevar tu nombre se tornaba en placentero. Porque eras tú. Sí, tú. ¿Quién iba a ser si bajo el mismo cielo solo importábamos tú y yo? Sé que aún lo recuerdas. Esa sensación que hacía a mis letras convertirse en escalofrío en tu cuerpo, En cada rincon escondido que pude despertar en ti. ¿Lo notas? Soy yo. Lleva mi nombre. Tu constante que no desaparecerá mientras me piensas en silencio. Esa que las variables no consiguieron hacer desaparecer.

No lo quieres. Sigo siendo el recuerdo que hace real aquel momento sin convertirlo en ficción ni enterrarlo en un sueño profundo. Porque sí, a pesar de todo somos un sueño. Uno que en un momento, aunque efímero, nos demostró que juntos nos hacíamos realidad. Una realidad palpable que respiraba al compás de nuestros latidos reocrriéndonos de arriba a abajo sin porqués ni tabúes. Sn nada que nos hiciera pensar que deberíamos parar, ¿por qué nos habíamos encontrado si no?

Sigue con tu vida y yo haré lo mismo con la mía. Sabiendo que no sería la misma de no haberte encontrado, ¿lo sería la tuya sin conocerme? Piénsalo, o no, si así se te hace más fácil. Solo te diré… que soy real. Tu realidad, aunque no completa, sí en parte… por mucho que me escondas encontraré la salida.