Platónico

Platónico

Una noche como otra cualquiera, de esas en el sofá frente a la tele sin ver lo que se emite, más centrada en lo que discurre en bucle en tu cabeza; que si la soledad a los treinta, que si los amigos que son más conocidos que otra cosa, que si bla bla bla… Todo junto y nada resuelto. ¿Os suena? Esa treintena a la que todos aluden y aceptas con miedo, más si no hay relación estable que evite los comentarios en reuniones familiares de «¿y tú aún sin pareja? Se te va a pasar el arroz». Ni que supieran ellos el tipo de pareja que necesitas, igual no es esa de las películas de los noventa. En esas estaba cuando una notificación despertó a mi móvil.

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Extrañar

Extrañar

Sentada en un banco del parque, la brisa de otoño mecía mi cabello mientras las hojas de los árboles, ya en el suelo, corrían sin vergüenza. Una vergüenza que yo sí sentía a pesar de haber pasado la cuarentena hace apenas unos años. Esa etapa que me vendieron como una de las peores y me lo creí… ¿por qué no hacerlo? Pero… ¿de verdad lo estaba siendo? No sé porqué no dejo de dar vueltas a lo que me dijeron, o escuché, o simplemente me creía sin barajar más opciones, total, a los cuarenta ya se es vieja, ¿no? Fue en ese momento al ondear ese término por mi cabeza, cuando me hice la pregunta definitiva: ¿no se viejo un adjetivo sin connotaciones más allá de las que queramos darle? Y ahí todo cambió antes de repasar qué era lo que de verdad extrañaba con esa edad.

Sí, desde la infancia estaba convencida de que con esos años tendría mi familia, mi trabajo, mi casa, mis amigos y sin embargo lo que me encontraba era una jubilación muy, pero que muy anticipada, un vientre sin útero y una enfermedad degenerativa que no sé lo que me va a deparar. Divertido, ¿eh? Pero ¿qué es lo que viví hasta que todo cambiara y me adaptara? Mi otra vida, como yo la llamo…

Tras el diagnóstico no quise centrarme en lo que me pasaría y sí en lo que me pasaba cada día, sin pensar en consecuencias. Pensamiento peligroso pero necesario en ese momento, ¿queréis saber qué experiencias me llevó a vivir esa mentalidad? Prácticamente casi todas, por no decir todas, me acercaron de manera peligrosa al sexo opuesto de una manera que antes no hubiera contemplado; llamarlo inseguridad, vergüenza, timidez… Así que me planté y me hice la pregunta: ¿por qué ponerme freno? Y descubrí unas emociones y respuestas ajenas a mí que nunca hubiera pensado. Casi todas comenzaron por redes sociales o incluso amistades formadas por grupos de amigos relativamente nuevos. Comenzar a ser consciente de cómo me miraban me hizo olvidar relaciones pasadas que no llevaron a ningún sitio excepto el conocimiento de cómo no querían que me quisieran. Y así aparecieron las miradas… pero aquella primera mirada profunda que pareció desnudarme, lo hizo en cuerpo y alma. Hizo que mi mundo dejara de girar y todo lo que había alrededor desapareciera al darme cuenta de que me veía como yo nunca lo había hecho. Su mirada. Sus palabras. Sus manos buscándome bajo la mesa, estrechando mi cintura al subir unas escaleras… Quise olvidarme de todo, pero por las noches, ¡ay, las noches! Su cuerpo sobre el mío sin que sus ojos dejaran de observarme como si yo fuera algo digno de admirar. Un algo convertido en persona deseosa de querer, tocar y hacer inolvidable.

Sus manos me acariciaban como si me fuera a romper o quisiera recomponerme por todo el posible daño sufrido, ¡y vaya si lo hacía! Sus masculinas manos conseguían envolver mi cuerpo, mis senos, mientras su lengua al fin se encontró con la mía al mismo tiempo que el movimiento de sus caderas conseguían hacerme vibrar y sentir cómo su sexo se endurecía cada vez más haciéndome sentir plena, querida y deseada. Un deseo que solo él era capaz de transmitirme. Sus jadeos se aceleraron, hicieron roncos e introdujeron a través de mis oídos haciéndome sentir más que plena, completa y abarrotada de sentimientos para mayores de edad.

Al despertar todo vibraba en mi interior aunque él no estuviera y el vacío de mi habitación pareciera reírse de mí. Mis dedos tenían envidia de lo que él me provocaba en mi subconsciente y fueron directos a sentir la humedad que el aún me provocaba para que el silencio de mi habitación, fuera menguado por mis gemidos que paladeaban su nombre, su mirada, sus manos… Su todo. Aún extrañándole, extrañándome a mí misma por lo que su ausencia provocaba en mí y las ansias eternas de sentir sus manos, le pienso para que extrañar no duela.

Olvido recordado

Olvido recordado

¿Me pensará como yo a él? Menuda tontería… ¡Claro que lo hace! ¿Cómo iba a olvidar ese momento? ¿Aquel beso escondido? Escondido de todo, en el rincón más recóndito de la ciudad, a cientos de kilómetros de la realidad… porque para eso son esos besos ocultos, ¿no? Sí, para eso son los momentos solo de dos, donde el recuerdo permanece bajo llave y únicamente esas dos almas saben dónde encontrarla.

Fue una tarde de enero, pero en contra de todas las predicciones el sol iluminaba aquel barrio de la ciudad donde nos teníamos que encontrar, solo por pasar el rato hasta que llegaran el resto de nuestros amigos. Para variar llegué la primera a la supuesta cita que aún ahora ignoro qué era para él en realidad. ¿Encuentro cara a cara sin elementos electrónicos de por medio? ¿Sólo una chica más que aumentara las muescas de su lista? Aunque tampoco sé a ciencia cierta si esa lista de la que tanto se hablaba era real o solo un mito de las miles de lenguas afiladas entre las que nos movíamos.

Me encontraba de espaldas frente a la cafetería donde habíamos quedado. Un cohibido «hola» se oyó tras de mí y al volverme… ¡vaya cuando me di la vuelta! En ese momento sentí todo distorsionado a mi alrededor menos lo que tenía frente a mí; monumento físico en altitud y cuerpo, con una luz en los ojos que parecían querer esconder lo que empezaba a hervir en su interior. ¿Vergüenza en lucha con chulería? ¿Chulería asustada por tenernos frente a frente?

—¿Prefieres tomar algo aquí o vamos a otro sitio? —preguntó con sus ojos buscando los míos y huyendo de ellos al mismo tiempo.

—Mejor a otra menos concurrido —respondí sin saber si en realidad era lo más acertado. Pero como seguro le pasaba a él tampoco quería que la indecisión se reflejara en mi cara.

Me cogió de la mano para cruzar la avenida posiblemente más grande de la ciudad. ¿Qué pasaba en mi interior? ¿El resultado de una descarga eléctrica? Me dejé llevar sin saber hacía dónde íbamos. Nada más pisar la acera, me introdujo en una cafetería menos iluminada, con menos gente y más pequeña. Soltó mi mano sin previo aviso y la desconexión eléctrica se materializó ante mi decepción, una que fui incapaz de ocultar. Cualquiera hubiera dicho que se conocía la ciudad mejor que yo, a sabiendas de que solo había estado en ella un par de veces. Nos sentamos frente a las escaleras donde se indicaba estar los lavabos. Pedimos unos refrescos y estos llegaron al mismo tiempo que parte d nuestros amigos que no esperábamos, o al menos tan pronto.

—No os encontrábamos.

Sin esperar respuesta, que pensándolo bien tampoco necesitaban, tomaron asiento y acercaron más sillas a la espera de que llegaran los demás. Nuestra mirada cómplice explicó más que lo que hubieran podido decir nuestras palabras. Yo solo esperaba que nadie más de aquella mesa, excepto él, claro está, se hubiera dado cuenta. Miré de reojo las escaleras frente a mí y tras decir que iba al baño, bajé cada peldaño con parsimonia sabiendo que sus ojos estaban puestos en mí. Al llegar me eché agua en la cara y cuando vi mi rostro reflejado en el espejo supe que solo eran las feromonas de mi cuerpo quienes actuaban por mí. Yo no pensaba, solo me dejaba dirigir por ellas. En ese momento se abrió la puerta y fue su reflejo el que se mostró en el espejo. Su mirada que parecía más profunda aún que cuando nos vimos al principio. Nada más quedarse un váter libre no lo pensó y me llevó a su interior. Era pequeño, sí, pero con ambos escondidos ahí y tratándose de un baño tanto femenino como masculino, podríamos ocultarnos de los posibles amigos que aparecieran.

¿No tenía su encanto esconderse de nuestros amigos y vivir el momento con esa tensión añadida, además de la ya visiblemente física? Yo aún ahora sigo sin tener ninguna duda.

No cruzamos palabra, nuestros labios y lenguas tenían mejores cosas que hacer. Ese momento, ese en el que pudimos sentir el sabor de nuestros labios unidos, su textura, su grosor… su todo. Mis manos no podían parar quietas, se deslizaron por su espalda pudiendo palpar sus músculos incluso con su camisa puesta, su entereza física en una zona que sin ser sexual al uso, para mí se convirtió en lo más carnal y erótico que podía haber imaginado. Sus manos eligieron conocer mis caderas y mi cintura, lástima que esa época del año no fuera tan fácil sentir carne como en otros meses del año. Cuando por un momento nos separamos, aunque fueran solo uno milímetros, la intensidad de nuestros ojos parecía poder ser un arma de destrucción masiva. Destrucción de todo lo que nos rodeaba fuera de ese cubículo. Destrucción de lo que podía suponer ese momento en nuestras vidas por separado. Aún así fui capaz de centrarme en en el tiempo que pudiera ser considerado como excesivo para no estar ambos en la mesa, así que salimos y comencé a subir las escaleras delante de él.

Por su parte, él no pudo reprimir estrecharme la cintura y decirme que volviéramos a los lavabos. No me costó mucho asentir, apenas nada si soy sincera, y volvimos de nuevo escaleras abajo. Nada más cruzar la puerta, ni siquiera pensamos en un aseo libre, me abrazó el cuello y su lengua fue al alcance de la mía. Vehemente. Ansiosa. Descarada… Y la mía, qué decir de la mía, actúo de la mejor manera que sabía. Esa guerra nos cambiaría —o al menos a mí— fuera quien fuera el que la ganara. En ese mundo paralelo que habíamos creado, de nuevo parecía no importar nada; ni la gente allí presente, ni el barullo de voces y risas, ni nuestros amigos supuestamente sentados arriba, hasta que la puerta junto a nosotros se abrió y su mirada entonces sí cambió. ¿Sería uno de nuestros amigos? ¿Se habría descubierto el pastel tan pronto?

No. Ambos respiramos aliviados, pero el miedo nos devolvió arriba, donde su mano cada vez que podía al no ver peligro, se posaba sobre mi muslo, lo apretaba, sin dejar de hablar al mismo tiempo con nuestros amigos, sin saber estos lo que acabábamos de compartir. Ellos se fueron yendo con cuentagotas aumentando nuestro deseo, cuando al fin todos se marcharon lo hicimos también nosotros.

¿Fuimos a una zona que nos proporcionara más intimidad? ¿Qué creéis que paso? Espero vuestras respuestas, dar a conocer el resultado de aquel día puede ser útil para otros, o por el contrario cada uno es un mundo y nada de esto les servirá. El caso es que a mí me ayuda para saber de verdad que estuve viva. Viví cada momento como si fuera el último, pero… ¿qué pasó después? ¿Me sigue pensando como yo a él? ¿Me habrá olvidado? Demasiadas incógnitas para no pedir vuestra opinión e intentar resolver la x de la ecuación…

Tobias

Tobias

Caminaba todo lo rápido que podía hacia la boca de metro. El aire golpeaba en su pelo provocando unas ondas preciosas que la hubieran enamorado de haberse visto en un espejo. Se deslizaba entre la gente del centro de Madrid tras haberse escapado a casa de un compañero de clase, había sido una buena mañana de risas, bebida y algo de comida, aunque quizá no la suficiente para poder llegar a la clase de última hora con energía. Intentaba no pensar y solo correr aunque no fuera capaz de mirar al frente, solo deseaba que su memoria recordara los pasos que tantas veces había dado en esa zona.

De repente el cuerpo de una persona se interpuso en su camino delante de las escaleras que bajaban a las taquillas, alzo la vista con expresión hosca cuando vio cómo unos preciosos y chispeantes ojos azules parecían sonreírla. Se olvidó de la clase, las prisas y todo lo que tenía que hacer… En ese momento todo se ralentizó a su alrededor; las personas que subían y bajaban por las escaleras se deslizaban sobre ellas, las manecillas de su reloj no se movían hasta que sintió las manos del chico sobre su cuerpo llevándola hacia un lateral.

—¿Vas universidad? —Su español no era muy bueno, igual su intercambio desde una universidad alemana estaba siendo utilizado para conocer la vida estudiantil en España, no para mejorar su español.

—¿Nos conocemos? —Paula no quería que Tobias supiera que ya se había fijado en él.

Fue una mañana en el campus, charlaba con sus amigas despreocupada cuando esos ojos azules las deslumbraron, bueno, a ella y a todas.

—Sí, soy Tobias. Vimos en universidad.

Paula pensaba que el temblor de sus piernas no iba a poder mantenerla en pie mucho más tiempo cuando una persona que llevaba las mismas prisas que ella hacía una minuto la empujó y cayó en brazos del chico alemán de intercambio. Ambos sonrieron antes de que Tobias hablara.

—¿Vas fiesta esta noche?

Ahí estaba, la proposición que tanto esperaba desde que había comenzado la universidad hacía meses.

—¡Claro! ¿A las diez?

—¿Antes tú y yo?

Sentada en el vagón no podía dejar de sonreír como una niña pequeña tierna y vergonzosa. Quedarían en un parque cercano a donde se realizaba la fiesta. Sola. Sin amigas… pero deseosa de estar sola con Tobias sin tilde, como le apodaban ellas. La clase que hizo terminar su jornada en el campus se le hizo más corta de lo que pensaba, en su cabeza solo estaba él.

Labios rojos y escote que daba a entender mucho más de lo que se podía ver se reflejaban en el espejo antes de salir por la puerta. Sus vaqueros entallados eran una apuesta segura, así que llegó donde habían quedado todavía con la sonrisa que no se había perdido en el vagón.

—¡Hola! —Al saludo de Tobias le siguieron dos besos en la comisura que dejaron a Paula con ganas de más—. ¿Solo dos?

—Sí, aquí solo dos. —Y dejó ver su sonrisa risueña antes de ir al banco más cercano.

Tobias (sin tilde) cogió una de las manos de Paula y la miró pícaro.

—¿Podemos hablar inglés?

—Right, pero deberíamos hacerlo en español.

—Not now —respondió mientras se acercaba peligrósamete.

Paula no puso distancia y se dejó hacer. Esos labios carnosos, el azul en sus ojos y ese pelo oscuro era todo lo que llevaba pensando desde que se habían encontrado antes de ir a clase. Su lengua se introdujo lentamente en la boca de ella y la hizo estremecer, Acercaron sus cuerpos y pudo sentir su dureza al mismo tiempo que sus manos masculinas estrechaban su cintura, bajaron a sus caderas y la colocó sobre él a horcajadas. A partir de ahí hablaron sus cuerpos y sus manos. Tobias subió sus manos a los pecho tersos de ella donde sus pezones erectos le dieron la bienvenida. Cuando él desabrochó su sujetador ella no lo pensó e introdujo su mano entre el pantalón y los calzoncillos. Ya estaba oscuro y Paula no disimuló sus leves gemidos en el cuello de Tobias que deseaba quitarle esos pantalones tan ceñidos.

—¿Vamos fiesta? —Paula separó su cara de la de él con expresión confusa—. Habrá cama.

Ella se rio antes de abrocharse, besarle y ponerse en pie. Llegaron en menos de cinco minutos y tras saludar a todos fueron a la primera habitación que encontraron. Dentro dejaron atrás las posibles vergüenzas que hubieran tenido y Paula se quitó la parte de arriba, lo que dio pie a que él hiciera lo mismo. Ella le sentó sobre la cama y fue bajándose los pantalones ante os ojos excitados de él que no tardó en quitarse los suyos. Bajo las sábanas todo fue muy fácil, tras nos dejar de besar los pezones erectos de Paula, esta se subió sobre él y su humedad habló por ella. Tobias no tardó en ahogarse en su humedad y suavidad mientras Paula se movía delante de él disfrutando del sueño de niña de compartir una noche con un extranjero. Más tiempo después de lo que ella hubiera esperado, él se incorporó y hundió su nariz entre el cuello y la clavícula de Paula ahogando un grito. Paula echó la cabeza hacia atrás sintiendo de manera más profynda que todo había terminado.

Se tumbaron uno al lado del otro con sonrisas que no podían esconder antes de que Tobias la besara y añadiera un «wow»…..

El lunes cuando se vieron en los pasillos se sonrieron sin acercarse y sus amigas la rodearon conscientes de que se habían perdido algo que se morían por saber.

Entre susurros

Entre susurros

Sus ojos verde oscuro, como una aceituna en su mejor estado de maduración, me pedían a gritos un momento…, o mil si eso era posible. Separados por la mesa del restaurante nuestras miradas hablaban por sí solas, o por lo menos las mías lo hacían a gritos en el silencio de nuestra ausente conversación.

Mi timidez se escondía cada vez más tras los pensamientos lujuriosos que no era capaz de controlar. Él y yo solos en una habitación; yo desprendiéndome con calidez de la ropa que separaba sus ojos de mi piel mientras él, solo se deleitaba con lo que tenía delante y tantas veces había soñado entre sus sábanas. Sus labios se humedecían cada vez más rápido ante mí con una lengua ávida por devorarme. A mí me costaba no acercarme lo suficiente para poder tocarnos y rozar su piel que hasta ese momento había sido una quimera. Los reflejos de las luces nocturnas se adentraban a través de la ventana reflejándose en mis senos erectos ante el deseo ardiente de sus ojos. Quise que el momento preliminar durara eternamente, pero la ansiedad, las ganas, el anhelo, el apetito no calmado en la cena y el antojo pasional de poder rozarnos sin ropa pudieron más.

Desnuda ante él consiguió deshacerse de su ropa con una celeridad movida por el deseo de saborearme, hacer sus sueños realidad y deshacerse dentro de mí. Sentada sobre él solo con una ropa interior minimalista, su entrepierna quería buscar la salida para entrar en el cobijo de mi cuerpo. Nuestros cuerpos se abrazaron y al separarnos levemente nuestras miradas se encontraron fuera de sí. Fue en ese momento cuando comenzó el baile; completamente desnudos nos tumbamos en la cama y la coreografía hacía que nos acompasáramos con gemidos, respiraciones profundas y cada vez más rápidas que retumbaban en la habitación. Yo sentía cada vez más su dureza, al mismo tiempo que el debía sentir cómo mi humedad facilitaba el camino hasta lo más profundo de mi ser. Fue en ese preciso momento, cuando su desahogo se dibujó en mis paredes más íntimas, cuando me susurró: ni en mis mejores sueños hubiera pensado que esto fuera tan increíble. Me has hecho viajar a otro mundo muy alejado del terrenal.

Cuando te encontré

Cuando te encontré

—Estaré ahí.

Bajé la tapa del ordenador y suspiré tan hondo que casi expulso todo el aire que tenía dentro. ¿Podía ser verdad? Tanto tiempo pensando en él; su mirada, sus palabras, su forma de hablar… y al fin podré tenerlo cerca solo para mí. Él parecía querer tanto como yo nuestro encuentro aunque su manera de expresarlo fuera totalmente diferente a la mía. No sabía qué hacer, cómo contener cada una de las sensaciones que tenía hasta que mis dedos decidieron hablar por mí, encontrándose cara a cara conmigo bajo el fino pantalón del pijama. Comencé a imaginar que era su mano, sus largos dedos, sus movimientos envueltos en la intensidad de esa mirada que me volvía loca. Antes de lo que pensaba una corriente eléctrica ascendió desde mis pies intensificándose en mi pubis y explotando en mi boca con gemidos sinceros que le llamaban a través de la distancia que nos separaba.

Un notificación me devolvió a la realidad, una que no quería si no estaba él conmigo, aunque fuera a través del ordenador. Era él. Quizá más cerca. Quizá más intenso. No me preguntéis por qué, el móvil me parecía una conexión menos distante que el portátil. Pensaba en mí, o ese creí intuir en el mensaje. Ojalá fuera el mismo pensamiento físico que yo había tenido con él hace unos segundos. Minutos después, lo confesó. Cómo me imaginaba en su cama, sobre él, entre sus piernas… ¿De verdad podía ser real? No quería hacerme ilusiones, pero quería, y en ese momento no podía hacerme daño. Me fui a la cama plena, por mí y por lo que fantaseaba mi cabeza que corría por la suya, nunca mejor dicho…

Al día siguiente recibí una foto suya, foto que antes de describirla la dejo a vuestra imaginación, pero para mí fue más que una foto una declaración de intenciones. Quizá no eternas, pero sí las que yo necesitaba. La sonrisa no tenía espacio suficiente en mi rostro para la expresión que quería reflejar, pero sí a lo largo de todo mi cuerpo cuando preparando el café caliente de la mañana me sentí igual que él y me estremecí sin control frente a la cafetera y su agua hirviendo. Sí, yo hervía también. De ganas. De anhelo. De emoción. De él. Cuando serví una taza hasta el borde de manera automática porque mi cabeza estaba en él y no en mi cocina… Otra notificación. Volví rápido a la habitación.

—Ganas de ti.

¿Sería real? ¿De verdad? No tenía repuestas, sí lo que ocurría frente a mí, lo que veían mis ojos y sentía en mi entrepierna vibrando sin consuelo fuera de mis manos. ¿Cómo podría quitármelo de la cabeza si mis dedos no lo soltaban? Decidí seguir con mi día a la espera de nuestro encuentro para el que faltaban solo un par de días.

Esos dos días habían sido eternos, pero al fin estaba de espaldas a la puerta del restaurante. Temblando de frío, de nervios, de expectativas repletas de ganas hasta que una mano se posó en mi espalda y al darme la vuelta la luz de su mirada me embriagó. Nos dimos dos besos en las comisuras de los labios y nuestras miradas vergonzosas por el momento, esa vez sí real, no sabían donde esconderse conocedoras de que si se encontraban se perderían en nosotros. En nuestro momento. Su vergüenza pareció escapar de sus nervios y tras unas palabras, nos dirigimos al restaurante. Nos sentamos, él comió mientras yo hacía que comía (mi estómago estaba cerrado de tanta emoción contenida) hasta que él propuso dejar todos los planes a un lado e ir donde pudiéramos estar solos. Mi casa estaba cerca y sin apenas mediar palabra llegamos sin habernos rozado más allá de los dos besos que nos habíamos dado.

Nada más cerrar la puerta se abalanzó sobre mí sin palabras ni preguntas. Solo abrazó mi cuello y entrelazó su lengua con la mía. Impetuoso, enérgico, lleno de ganas contendidas que yo podía sentir a través de nuestra ropa. Mis manos subieron su camiseta y acariciaron su espalda musculosa cuando él bajó sus manos a mi cintura y me estrechó con fuerza sin despegar sus labios de los míos. Abrí los ojos y ante mí vi el rostro que observé en aquella primera foto; mandíbula afilada, cejas perfectas… su mano se introdujo bajo mi pantalón y mis ojos se cerraron deseando solo sentir. Me subió sobre la mesa a mi espalda y entrelacé mis piernas en torno a su cadera. Nuestros gemidos iban en aumento cuando apartó mi falda. En un segundo se introdujo sin decir nada junto a un grito ahogado que me llegó hasta el fondo devolviendo el gemido en su oído. Mi humidad la animaba a seguir y él continuó con sus embestidas, cada una más fuerte que la anterior mientras nuestros clamores se acompasaban en una música celestial que nos acercaba a un clímax tan perfecto como deseado. Tan duro como su sexo e intenso como mis deseos por él. Cuando terminamos abrazos jadeando el uno sobre el otro, nos miramos y el diálogo entre nosotros tuvo la descripción gráfica de una enorme y sincera sonrisa. Sonrisa que se trasladó a la habitación, donde de una manera lenta recorrió mi cuerpo ya desnudo mientras su sexo no dejaba de implorar el calor encontrado en mi interior mientras nuestras manos nos devoraban como si no hubieran compartido el momento anterior. Su clímax pareció esperar a encontrar yo el mío, en su oído, entre su mano rápida y certera. Mi tempestad estimuló la suya que tras introducirse en mí inundó mi interior ante nuestras miradas de liberación.

Un encuentro, un deseo y miles de sensaciones hechas realidad alejadas del mundo que nos rodeaba, porque cuando le encontré todo cambió en mi interior.

Silencio

Silencio

Cuánto se ha perdido con el ruido, con la ausencia del silencio; ese silencio en el que poder descargar anhelos, deseos y sueños sin que nadie pueda opinar, solo nosotros mismos. Solo así somos conscientes de a quién pertenecen de verdad nuestros pensamientos más íntimos e inherentes. Aquellos en los que poder soñar como de verdad se quiere y el deseo es real y vivo, donde fantasearte es una delicia que nadie más pude saborear…

Así que… ¿nos saboreamos?

En silencio, sin gritos de los que nadie más pueda participar, solo nosotros, aunque no estemos físicamente en el mismo espacio tiempo. Poder despertarnos de esa manera cada mañana juntos, y así poder despertarme sin dar cuentas a nadie por mucha confianza que hubiera; no después de paladear ese silencio donde todo es posible y, asimismo, completamente válido y poderoso. Lo pensaba mientras desayunaba, me perdía en el sonido vacío de la televisión o un paseo en solitario por las calles de la ciudad. Pero cuando volvía a estar entre las sábanas, él volvía a aparecer con su mirada traviesa que me devoraba sin permiso excitando cada rincón de mi delicado cuerpo; endureciendo mis pezones sensibilizándolos hasta límites insospechados; dirigiendo sus manos hacia esa zona que siempre dictaminaron como prohibida… ¡Ay! Qué bien sentaba todo lo prohibido, lo no correcto y sí auténtico. ¿Qué podía ser más auténtico que mi sangre acelerada por todo mi cuerpo?

De nuevo en mi silencio interior, solo pensaba en saborearme junto a él. En ese silencio que solo da la verdadera intimidad compartida.

¿Y si me descubría a mí misma? ¿Aprendía de mi propio cuerpo y reacciones, imaginando cómo quiero que sea ese silencio íntimo a solas? Le deseaba con cada poro de mi piel, parte de mi cuerpo y pensamiento no permitido para todos los públicos, porque… ¿Qué público tengo en los rincones de mi mente? Deseaba que solo él pudiera serlo y me deseara como yo a él… Al final del día solo ansiaba saborearle, como cada mañana… Como cada instante, estuviera dormida o despierta, ¿acaso importaba?

Pero… ¿y vosotros? ¿Quién se apodera de vuestro silencio?