Voces

Voces

Salió corriendo sin mirar atrás, de nuevo otra discusión, de nuevo se repetía el mismo guión en su vida. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo podía haberse engañado tanto tiempo? Apenas sabía nada de su pasado cuando se casaron, solo conocía a un par de amigos y todo había estado siempre envuelto en un halo de misterio; pero siempre había pensado que eso era justo lo que la había enamorado. De repente se paró y se dio cuenta que no sabía dónde estaba. Mientras corría solo pensaba en lo que no dejaba de repetirse en su vida, y no en hacía dónde se dirigía. Frente a ella una preciosa senda terminaba en una pequeña ermita. Los rayos de sol entre los árboles la iluminaban, era preciosa y no pudo evitar acercarse.

Frente a la puerta de madera antigua sorprendentemente bien conservada, dudó por un momento si entrar, pero se dio cuenta al echar la vista atrás que nada bueno la esperaba, o no quería enfrentarse a eso ahora mismo. Abrió la puerta despacio, unos pocos bancos rodeaban el pequeño altar en el centro de la estructura y ninguna cruz decoraba las paredes. Se sentó en uno de los bancos y la paz que invadía aquellas paredes también la invadió a ella. Se sentía lo suficientemente segura como para pensar en qué hacer, qué paso dar, cómo enfrentarse a su pasado para conseguir el futuro que estaba segura se merecía.

–Huir no es la mejor solución niña, enfréntate a tus miedos.

Celia se volvió despacio intentando disimular su sobresalto. Tras ella se encontraba una anciana cubierta con un pequeño velo negro que no escondía las miles de arrugas que cubrían su rostro. Poco a poco se puso en pie y salió de allí escuchando cómo la decrépita mujer susurraba… “No podrás escapar, no llegaste aquí por casualidad… él te trajo”

Corrió de nuevo, esta vez a casa, por lo menos ahí sabía qué era lo que encontraría. Llegó junto a la oscuridad de la noche y el vació la inundó. No había nadie, se dio una ducha y se escondió entre las sábanas. De repente abrió los ojos y se encontró  a la anciana agachada frente a ella susurrando palabras que desconocía; sin pensarlo Celia gritó lo más fuerte que pudo y se encontró sentada en su cama, vacía, Luis no había vuelto y la anciana había desaparecido.

Pasaron los días y seguía sin noticias, ¿cómo era posible que se hubiera marchado sin llevarse sus cosas? Ni siquiera sus tarjetas. Esa noche, de nuevo la anciana volvió a aparecer frente a ella y esta vez, no gritó y decidió preguntarle qué había hecho con Luis, dónde estaba… no respondió, solo señaló la ventana y vio reflejada en el cristal la pequeña Iglesia donde se vieron por primera vez.

Al día siguiente se encaminó despacio, dudando si sería capaz de llegar, pero sin saber cómo, solo sintiendo que alguien la guiaba, se encontró de nuevo frente a la preciosa puerta de madera. Esta vez no había rayos de sol que la iluminaran, era un día gris que hacía aún más tétrica aquella pequeña iglesia. Entró despacio, aunque sin evitar el crepitar de la madera que no fue capaz de esconder el desgarrador llanto que provenía del altar. Allí, agachado con las manos cubriéndole la cara estaba Luis… “Márchate, déjalo ya, la quiero y no pienso permitir que sufra más, necesito oír el silencio, llevo demasiados años escuchando solo tus voces”…

Poco antes de llegar junto a él, separó su cara de sus manos sudorosas y ahogadas en sus lágrimas… “Mátala, ya has esperado demasiado, no seas tan débil”… De nuevo, entre la oscuridad de las paredes apareció la anciana sentada en un banco frente a Luis. Se puso en pie y le empujó hacia Celia cayendo ambos al suelo. Luis se mantenía en silencio, las lágrimas anegaban sus mejillas y el pánico invadía sus ojos. Celia no podía creer lo que estaba pasando, una película de terror se sucedía frente a ella, pero no, no era una película, era real, la cruda y atroz realidad. De repente pudo escuchar cómo Luis se dirigía a la anciana… “Ya volviste loca a mamá, ya hiciste el daño suficiente papá, libérame de esta pesadilla que no puedo aguantar más”“No podrás ser libre sin que me ofrezcas su vida, aquí, donde te bauticé mientras tu madre pedía a gritos que dejara de sumergirte en el vino que tu abuelo me entregó en su lecho de muerte”

Luis volvió a esconder su rostro entre sus manos y Celia vio en ese momento un crucifijo tras el altar. Se deslizó despacio, estiró su brazo tanto como pudo y poniéndose en pie ante la sorpresa de los ojos de Luis, la golpeó lo más fuerte que pudo cayendo al suelo entre un charco de sangre que recorría cada grieta de la vieja madera que cubría el suelo. Ayudó a Luis a ponerse en pie y salieron lo más rápido que pudieron de allí.

Alejados ya de la ermita, Celia le agarró fuerte susurrándole… “Tranquilo, encontraremos ayuda, ya terminó todo”

Celia no sabía qué había pasado, qué les deparaba el futuro; solo estaba segura de que ahora podrían construir uno juntos sin secretos. Miró a Luis y no fue capaz de descifrar su mirada, pero este sabía que las voces no cesarían, la anciana solo había sido uno de sus tantos medios para comunicarse con él, no habría nada que pudiera ayudarles, pero ahora sentía tener fuerzas para enfrentarse a él.

Celia abrió los ojos al introducirse el primer rayo de sol a través de la ventana. No sabía qué era, qué pasaba o si aún estaba dormida y esa sensación que la recorría era solo una pesadilla. Se incorporó, y sentada sobre la cama, viendo cómo Luis estaba en un rincón de la habitación llorando. Se levantó despacio y se acurrucó junto a él sin decir nada. Se mantuvieron en silencio durante horas. Era el día, había llegado, y Celia no sabía cómo actuar. Un año desde aquella sangre recorriendo la ermita, desde que descubrió parte del pasado de Luis; estaba convencida de que aún había algo importante que desconocía y provocaba que en ocasiones, sin saber por qué, esa mirada triste y perdida de Luis apareciera de nuevo.

-Vamos a comer algo cariño, no podemos estar aquí mucho más tiempo. Así no solucionaremos nada.

Sin contestar, Luis se puso en pie y ambos fueron a preparar algo a la cocina El silencio oprimía el pecho de Celia y comenzaba a sentir de nuevo esa presión que un año atrás, le hizo salir corriendo sin mirar atrás. < ¿Otra vez? No por favor, ahora soy feliz, lo somos ambos… ¿verdad?>

-Cariño…

-¿Si? -O eso le pareció escuchar a Celia.

-Dime qué ocurre, sé el día que es hoy, igual si hablas conmigo y lo compartes, podremos pasar página.

-Para ti siempre todo es muy fácil ¿verdad? -Su rostro comenzó a endurecerse y su ceño fruncido no invitaba a una charla sincera y distendida-. Tú no lo viviste, cada día, cada minuto, en cada canal de televisión de los pocos que había entonces.

Luis cogió su plato y fue hacia la sala. Celia quiso salir detrás, insistir, pero algo le decía que no debía hacerlo. < ¿Canales de televisión? ¿A qué se refiere?>. Comieron, se tumbaron en el sofá, frente al televisor una película repetida que no captaba su interés, ayudó a que Celia a quedarse dormida.

Horas más tarde abrió los ojos y sintió que la casa estaba vacía, igual que un año atrás. Se sintió paralizada, era incapaz de abrir los armarios y enfrentarse a que pudieran estar vacíos. Se armó de valor, se dirigió despacio a la habitación, abrió lentamente la puerta de uno de ellos y vio cómo parte de la ropa de Luis no estaba. Cayó desplomada entre lágrimas y sollozos. Sabía donde estaba y no quería volver, había conseguido enterrar esa ermita, esa anciana, esas voces. Esperaría a mañana, igual solo tenía que pasar el aniversario del pasado.

De nuevo los rayos de sol, de nuevo el vacío. No tenía que levantarse para darse cuenta que estaba sola. < Si él no puede enfrentarse a lo que pasó, volveré a conseguir que se levante y siga adelante>. Se duchó despacio, recordando cada frase en la ermita, cualquier cosa que pudiera ayudarla… “No podrás escapar, no llegaste por casualidad… él te trajo”… < Muy bien, me condujo una vez y volverá a hacerlo>.

Caminaba despacio, llevaba en el bolsillo el pequeño crucifijo que compraron tras aquel día como símbolo de lo que les salvó. Según se acercaba, su piel se iba erizando y su corazón palpitaba cada vez más fuerte. Se paró frente a la puerta, no parecía haber pasado el tiempo, estrechó fuerte el crucifijo, inspiró profundamente y entró despacio. < ¿Dónde está? Tiene que estar aquí>. Caminó hacia el altar y le encontró agachado, entre lágrimas con una foto arrugada entre sus dedos. Antes de que pudiera decir nada, Luis comenzó a hablar.

-Nunca hablo de política, nadie sabe lo que suponen realmente los extremos. Mi padre se volvió loco, no pudo soportar cómo el extremismo que se instaló, con el beneplácito de todos, acabara con la vida que quería darme, alejado de todo el sufrimiento que vivió en su infancia por otro extremismo como el que veía se apoderaba de todo.

-No te entiendo Luis, ¿de qué estás hablando?

-Le volvió loco, él no era así, no siempre fue malo. Me quería, tengo recuerdos completamente alejados de sus últimos años de vida. No puedo formar contigo una familia preguntándome qué heredarán nuestros hijos… ¿Si no hay problemas políticos habrá algo en mí que se encenderá por otro motivo?

-Levanta. Pondremos esa foto de tu padre donde siempre podamos verla y darnos cuenta de lo que realmente importa. Pediremos ayuda, saldremos de esta porque ahora somos fuertes, los dos, juntos podremos superarlo.

Esta vez, cruzando la puerta y encaminándose hacia su hogar, Celia sabía que no había secretos. Si Luis había abierto por completo su corazón, las voces no volverían. Buscarían al mejor médico, los mejores tratamientos, pero nada conseguiría que el pasado -al menos lo más negativo de él- afectara a su futuro. Sin enterrar el pasado… nunca habría futuro.

-Diez años cariño, ¿parece increíble verdad?

–¿Por qué te parecen más importantes los diez que los cinco o los ocho? -Luis parecía sorprendido.

-Veo que no lo recuerdas… Con diez años te vi por primera vez un verano en la playa, luego no volvisteis ni tu familia ni tú, pero eso no me hizo olvidarte, por lo que veo tú sí lo has hecho.

– ¡Dios mío! Por completo, aquel verano que me contaste poco antes de casarnos y yo aún  no recuerdo. Éramos muy pequeños y…, bueno, yo era realmente feliz.

– ¿Ahora no? -Antes de que Luis pudiera contestar, Álvaro entró corriendo en la habitación y saltó sobre la cama colocándose entre sus padres.

Con diez años Celia le había conocido, otros diez en volver a encontrarse y diez años estaba a punto de cumplir su primer y único hijo. Luis llevaba unos días extraño, sombrío… como cuando vivían cerca de la maldita ermita que desencadenó todos aquellos acontecimientos que parecían haber enterrado antes de marcharse a vivir lejos de allí. < ¿Ha dado a entender que ahora no es feliz? ¿Al menos no tanto como antes?>

Dos días después todos los amigos de Álvaro estaban en el jardín trasero de casa viendo como soplaba las velas, cuando Luis le entregó su regalo.

-A ver si te gustsa hijo… -Álvaro abrió despacio el sobre deseando que fuera lo que tanto había pedido a su padre sin que su madre se enterara.

-Gracias papá. ¡Gracias! -Su rostro reflejaba una alegría que Celia no entendía.

– ¿No se lo enseñas a mamá cielo? -Cuando Álvaro se lo acercó, Celia no pudo ocultar su expresión de sorpresa.

Tres billetes de avión… para volver allí… donde todo empezó. < Tengo que hablar con Luis, ¿qué significaba esto? Lo hemos enterrado, no quiero volver a enfrentarme a todo aquello.> Álvaro parecía tan ilusionado que prefirió hablarle a solas. Cuando al fin la fiesta terminó, Celia estaba ordenando la casa cuando escuchó cómo ambos hablaban bajito intentando que no se les oyera; se acercó despacio a la ventana., intentando no hacer ruido y comenzó a escucharles…

-Mamá no se ha cabreado ¿verdad?

– ¿Por qué crees que debería?

-Nunca hemos hablado con ella de esto y nunca ha dicho que quisiera volver.

-Tranquilo, mamá entenderá que quieras ver dónde me bautizó tu abuelo.

-Pero… ¿Por qué lo hizo con vino papá?

-De todo eso hablaremos… -Un ruido les sorprendió y Luis dejó de hablar dirigiéndose a la sala-. ¿Estás bien Celia?

-Sí sí, solo se han caído unos vasos. -Se dirigió a la cocina deseando que no la siguiera y poder hablar los dos solos, más tranquilos, cuando Álvaro ya estuviera en la cama.

Celia apagó la luz del lavabo y se introdujo bajo las suaves sábanas junto al cuerpo de Luis. Querría ver su expresión cuando comenzara a hablar, pero le daba pánico hacerlo.

-Cariño… ¿por qué volvemos?

-Álvaro me lo pidió hace tiempo, y…¿ por qué no?

-No eres feliz aquí, creía que todo, sino olvidado, estaba enterrado en aquella ermita, ¿por qué hay que enfrentarse de nuevo a todo aquello? ¿De verdad no eres feliz?

-Yo no he dicho eso. Solo necesito saber si Álvaro también esta escuchando voces, si mi padre intenta comunicarse a través de él… ¿no te parece raro que lo haya pedido?

Se quedaron en silencio. Celia consiguió dormirse rezando para que  nada le estuviera pasando a Álvaro.

Un mes después llegaron a la ciudad donde Celia se ahogaba en ese aire viciado de recuerdos que no quería volver a revivir. Dejaron las maletas en el hotel y Álvaro no tardó en pedir ir a la ermita. Luis cogió una mochila de la que Celia desconocía el contenido y se pusieron en marcha. Se dirigieron despacio, escuchando cómo Álvaro deseaba saber todos los misterios que tenía su familia.

– ¿Misterios? -Celia no podía dar crédito a lo que oía.

-Sí mamá, estoy convencido de que tenemos muchos. -Celia calló sin querer saber el por qué de su tajante afirmación, y vio cómo Álvaro salió corriendo hacia la puerta de esa endemoniada ermita que parecía no querer desaparecer de sus vidas.

Fueron corriendo tras él y los tres se quedaron parados frente a la puerta; la abrieron despacio y no parecía haber pasado el tiempo. El sonido al pisar la vieja madera, el mismo olor, esa oscuridad llena de sensaciones que evocaban la maldad de aquella anciana…

-Mira papá el altar, ¿has traído el agua verdad? -Luis sacó de la mochila un pequeño recipiente y miró a Celia.

-Es agua bendita. Dice haber estado soñando con el abuelo, quizá esto termine con todo. -Parecía realmente convencido mientras Celia no dejaba de preguntarse qué le había estado pasando a su hijo sin enterarse.

Fueron hacia el altar y Álvaro se puso de rodillas. Luis abrió el pequeño recipiente y comenzó a rociar el agua sobre la pequeña e inmaculada cabeza de su hijo mientras Celia observaba sin dar crédito a encontrarse de nuevo allí, frente a ese extraño espectáculo…, todo parecía ser más una pesadilla que la realidad. Los gritos de Álvaro la alejaron de sus pensamientos y vio cómo el agua estaba abrasando su piel mientras un pequeño halo de humo se desprendía de él. Celia se acercó corriendo hacia su hijo y le cubrió con su camiseta; la mirada de Luis era aterradora.

-Ya está, ¿no te das cuenta? Mi padre está muriendo sobre él.

Celia y Álvaro salieron corriendo de allí y se dirigieron al hospital mientras ella no podía creerse lo que había visto. Tras horas esperando que curaran a Álvaro, por fin salió junto a un médico que le indicó cómo curarle. Ambos volvieron al hotel sin que Celia dejara de abrazarle mientras Álvaro se mantenía en silencio.

Ya frente a la puerta de la habitación mientras buscaba la tarjeta para entrar, escucharon un sonido atronador que provenía del interior y Celia introdujo lo más rápido que pudo la tarjeta. Abrieron la puerta y se encontraron a Luis sobre el suelo entre un charco de sangre que se hacía cada vez más grande, y junto a su mano, una pistola. Sobre la televisión pudo ver una nota que cogió mientras las lágrimas ahogaban sus gritos sileniándolos…

No soy capaz, Álvaro está herido y yo soy el culpable.

¿Acaso soy como mi padre? No estoy dispuesto,

sé que sabrás cuidarlo mejor que estando yo con vosotros.

Lo siento, pero sé que esto es lo mejor.

Siempre os querré y os cuidaré desde donde quiera que esté.

En cuanto la policía se lo permitió, Celia y Álvaro volvieron a casa. Solos, sin hablar, deseando que algún día pudieran olvidar… esta vez para siempre.