Platónico

Platónico

Una noche como otra cualquiera, de esas en el sofá frente a la tele sin ver lo que se emite, más centrada en lo que discurre en bucle en tu cabeza; que si la soledad a los treinta, que si los amigos que son más conocidos que otra cosa, que si bla bla bla… Todo junto y nada resuelto. ¿Os suena? Esa treintena a la que todos aluden y aceptas con miedo, más si no hay relación estable que evite los comentarios en reuniones familiares de «¿y tú aún sin pareja? Se te va a pasar el arroz». Ni que supieran ellos el tipo de pareja que necesitas, igual no es esa de las películas de los noventa. En esas estaba cuando una notificación despertó a mi móvil.

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Cuatro corazones

Cuatro corazones

—Si me pides perdón te lo compro —dije con tono jocoso para quitar hierro a la reciente discusión.

—Pues entonces no compres nada.

Seguro que podéis imaginar mi cara cuando oí esa respuesta, y más con mi innata visceralidad encerrada bajo llave para no responder con una frase de esa mías tan ácidas que la gente no solía entender. Y menos él. Él que debería conocerme más que nadie y llevaba con la llave en su poder demasiado tiempo como para recordarme a mí misma que eso no era buena señal ni tenía pinta de ser amor de verdad.

Al principio todo era perfecto, ese cuento de hadas que nos llega de pequeñas por todos lados, porque… para qué el mundo necesita ser sincero. Tras morir iré sola al infierno por no entender que la sinceridad no es bien aceptada. En aquel momento incómodo que se desarrollaba en una planta cualquiera de El Corte Inglés, mis neuronas comenzaron a marearse como si estuvieran borrachas, pero nada de embriagadas de amor, y yo solo veía unas letras fosforescentes que parpadeaban en una respuesta en la que se podía leer SALIDA, en grande y amarillo chillón a lo que me dije en silencio: «¡¡Huye, huye!!». El tiempo que pasó hasta que nos despedimos fue… desgarrador, incómodo y completamente desconcertante. No, no podía mantener más aquella situación. ¿Cuántas señales del universo necesitaba para dar el paso?

Con aquella marabunta de mariposas perdidas en mi cerebro sin saber ni dónde ni cuándo tomar aquella decisión, salimos una noche con un grupo de gente nueva. Conocidos de él que al menos, me sacarían del monotema en el que me encontraba conmigo misma. Con ellos algo borrachos uno dijo despreocupado: «¿Vais a celebrar tres años? Uy, uy, uy, esa es la fecha donde todo termina». Me carcajeé para mis adentros, sabiendo que igual tenía toda la razón. Unas semanas después celebrábamos mi cumpleaños y con todos un poco contentillos ya, nadie parecía saber dónde seguir la fiesta hasta que ese mismo que recordó el tópico de los tres años, calló a todos y dijo que debería ser yo quien decidiera. Quise hacer palmas con las orejas y los labios más alejados de la cara. Cuando al llegar a casa el temblor en mis piernas aún continuaba, las preguntas internas comenzaron a entrar en bucle; «¿Qué ha sido eso? Él nunca se fijará en mí, está muy fuera de mis posibilidades», me repetí una y otra vez hasta quedarme dormida. Al día siguiente, pero con un año más de experiencia —no lo olvidéis—, estaba frente a uno de esos chats de la época de los noventa cuando él se conectó y mis piernas volvieron a convertirse en gelatina. Las flores se abrían en cada parque, el calor se despertaba poco a poco y mis sudores no sabía muy muy bien a que se debían… Y en esas estaba yo cuando me mandó un mensaje para que le acompañara a comprar no sé qué. ¿Acaso importaba? Al día siguiente con más experiencia aún, nos encontramos los dos solos y tras hacer la susodicha compra me propuso ir a su casa. «¿Sería…? No, no, imposible», aún insistía mi inseguridad cuando entré por la puerta.

—¿Una coca-cola?

—¡¡Claro!! ¿Por qué no? —Uff, demasiada euforia sin razón aparente para él.

Horas más tarde, cuando nos disponíamos a salir de casa y terminar nuestra no-cita, dijo mi nombre en un susurro maravilloso. Ronco. varonil. O así lo sintieron mis neuronas aún dando palmas y saltitos. Me dio despacio la vuelta y sus labios se acercaron a cámara lenta a los míos. Las palmas y saltitos bajaron a mi sexo cuando me apoyó en la pared para introducir su lengua todo lo que pudo y devorarme. ¿Cómo llegué a casa? Ni lo sé. Aún me tambaleaban todos y cada uno de los recovecos de mi cuerpo cuando cerré la puerta con el deseo de volver a tenerle cerca. Por suerte, el fin de semana estaba cerca y volveríamos a vernos, pero con todos nuestros amigos ahí.

La ruptura con mi pareja fue dura, para qué engañarnos, pero pocos son conscientes de verdad de que lo que no se cuida se pierde, pero no por eso iba a desaprovechar mi juventud por algo y alguien, que cada vez me llenaba menos, siendo positiva, la verdad. Llenar es mucho decir. Las náuseas, sudores fríos, pérdida de peso, hicieron llamar la atención de mi familia y amigos. Uno de estos últimos, precisamente, fue quien me dijo que esas sensaciones me querían mostrar que aquella situación empezaba a tener un efecto negativo en mi salud. «¡¡Danger, danger!! », gritaba mi interior cada vez más alto. Los fines de semana tras aquel beso fueron convulsos, ¡vaya si lo fueron! Menos una noche en uno de nuestros bares favoritos. Tenía dos plantas y no sé por qué, llamadlo alcohol, llamadlo equis, muchos de los amigos de mi querido ex comenzaron a tirar la caña, menos uno. Uno que solo buscaba rincones para que mi nueva persona importante y yo pasáramos tiempo a solas. Amigo, que aún está presente en nuestra vida. Vida esta, más plácida en ese sentido de lo que nunca hubiera esperado, pero ya volveremos a eso.

Su lengua me abrasaba sin yo querer, ni mucho menos, que dejara de hacerlo. El coche donde nos encontrábamos era el único testigo de ese y nuestros primeros momentos íntimos hasta que por fin pudimos compartirnos en una cama. A solas. Sin explicaciones que dar. Sin mundo al que justificar nuestros sentimientos. Me encontraba tumbada solo con la ropa interior cuando sus labios recorrían mi piel y mis pezones llamaban a su cuerpo a gritos. Fue entonces cuando estos fueron succionados de manera dulce y maravillosa por su boca, iluminada con unos ojos que mostraban un deseo que hacía años no veía. Según descendía mi cuerpo comenzó a ronronear bajo él con gritos ahogados cuando sentí su boca en mi sexo. Sexo que llevaba tiempo ya sin ser tratado como merecía. Los orgasmos fueron inauditos, más que sorprendentes y húmedos. ¡¿Por qué me había conformado los años anteriores con un sexo vacuo y vacío?! Ya sé que el sexo no lo es todo, pero aquella intimidad era mucho más que sexo. Era confianza. Hogar. Seguridad. Calma. Una calma que necesitaba para volver a quererme a mí misma y darme cuenta de lo que realmente merecía.

No todo era positivo, aunque con el paso de los años se mira atrás y en realidad si lo fue, y mucho. Los que creíamos amigos no fueron ni conocidos, solo aquel que nos apoyó desde el principio permanece en nuestras vidas. Y nosotros, tras muchos baches por circunstancias de la vida, no de nuestra relación, seguimos juntos. Fuertes. Sólidos y felices. Muy felices.

Felicidad que se forja ante los problemas y donde aquellos cuatros corazones; él, nuestro amigo, mi ex y yo, entrelazaron unos sentimientos que fueron capaces de encontrar su sitio para que no les hicieran daño. Es desde entonces, donde la palabra sexo tiene un significado más completo para mí.

Deslumbrante

Deslumbrante

Una luz deslumbrante me despierta. ¿Tengo abiertos los ojos? Mis párpados me contestan que no, pero entonces… ¿cómo puede deslumbrarme una luz tan blanca punzante y dolorosa? Me afano en reunir todas mis fuerzas para  que mis párpados se pongan en marcha y pueda saber qué pasa con exactitud a mi alrededor.

¿Qué es esto? ¿Qué me rodea? Una habitación blanca impoluta parece darme los buenos días, aunque nada me haga pensar si es de día o de noche. En ese momento y sin haber podido darme cuenta de lo que estaba pasando. Un sonido fuerte e inesperado hace que mire tras de mí y vea a una enfermera que se dirige a colgar un suero junto a una cama donde alguien descansa. ¿Quién es? Pero más importante aún, ¿por qué lo observo todo desde una posición elevada? La enfermera se da la vuelta y sonríe a quién está tumbado de espaldas a mí que en ese momento parece despertarse. Mis ojos se abren como platos, pero aún no me siento preparada para desvelar lo que ven mis ojos. Una mano se posa sobre mi espalda de manera dulce y sutil, cuando me vuelvo observo a mi abuela con esa expresión de amor infinito que siempre estuvo reflejada en su cara. Me indica que vaya hacia ella, no lo dudo ni por un segundo y así lo hago alejándome de la habitación donde está la enfermera.

Levito sobre una superficie también blanca como la estancia de la que me alejo, pero nada me impulsa a echar la mirada atrás. Parecen pasar siglos cuando voy detrás de ella con ansias de poder abrazarla, miro hacia los lados donde parecen acecharme seres intensos y fríos. ¿Por qué todo es tan frío? Si está aquí mi abuela es incomprensible la sensación tan distante y apática que se introduce por todos los poros de mi piel. Cierro los ojos con fuerza mientras no dejo de avanzar y aquellas miradas de mi alrededor desaparecen.

Mi abuela se detiene y yo también. ¿Qué pasa? No puedo avanzar, mis piernas están inertes, parecen negarme el movimiento con una carcajada silenciosa que me provoca una punzada en el pecho. Miro al frente y puedo ver cómo los labios de mi abuela se mueven pero soy incapaz de oír nada. En ese momento una luz deslumbrante aparece tras ella y ahí están. Todos los familiares y amigos que me dejaron en algún momento me sonríen y acercan a mí. Me quedo bloqueada cuando me doy cuenta que estoy levitando. Nada hay bajo mis pies, pero un momento… ¿dónde están mis pies? Miro hacia abajo y solo observo una túnica blanca.

«¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué significa todo esto?!», me pregunto desconcertada y cada vez más asustada.

Abro los ojos, y ahora sí soy consciente de que mis párpados están ayudando a que mi vista pueda darse cuenta de donde estoy. A mi lado hay un suero que se introduce con lentitud en mi vena a través de una vía que desconozco cuándo me la pusieron y por qué. Continúo mirando a mi alrededor y una habitación vacía, claramente de hospital, me recuerda las últimas horas; pruebas, mareos, vómitos…

—Hola, cariño.

—Hola, mi vida. Me acabo de despertar, ¿qué pasó? En mi cabeza solo hay imágenes fugaces y creo que desordenadas…

—Tranquila mi vida, está todo bien. Solo fue un brote de la esclerosis.

—Tuve un sueño muy raro donde estaba mi abuela y, bueno, muchos familiares que murieron hace mucho tiempo. Ha sido rarísimo, además, tengo una sensación muy rara cuando intento recordarlo.

—Solo deberías descansar, creo que lo que experimentas es el letargo por toda la medicación, la sintomatología más exacerbada, ¡qué te voy a contar que no sepas después de tantos años!

—Sí que son años sí, y te sonará raro, pero haberme encontrado en mi letargo, como tú dices, con mi abuela y verte ahora a ti aquí conmigo, me demuestra todo el amor que he tenido y tengo, la suerte de experimentar tanto con ella como contigo. Diferentes pero igual de profundos. ¿Tiene todo esto algún sentido?

—Lo tiene, y más aún si así lo sientes —susurra al mismo tiempo que se tumba a mi lado abrazándome con fuerza.

Así lo creo y así lo percibo; dos amores tan grandes que me hacen sentir feliz de una manera que no soy capaz de explicar pero sí hace que mi corazón palpite más fuerte, sin duda deslumbrante.

Comienzos

Comienzos

Hace un año (que no unos días como le gusta hacer la gracia a la gente), todo era perfecto, y cuando digo perfecto es totalmente así, perfecto en todo el significado de la palabra. Será mejor que os ponga en antecedentes.

Llevábamos juntos cinco años y fuimos a celebrarlo donde todo empezó. No sé si la idea fue suya o mía, pero cierto es que conociéndome probablemente saliera de mi cabecita ese magnífico plan, el caso es que ahí estábamos: la casa rural donde se firmó el primer beso, el primer abrazo y el primer polvo, no os engañaré, no tendría ningún sentido. ¿Serías capaces vosotros de decir que no a una mirada verde oliva que cuando se cruza con la tuya parece introducirse hasta lo más profundo y descubre todos tus secretos sin que abras si quiera la boca? Sí, me lo imaginaba, pues eso es lo que nos pasó a nosotros y él lo sabía muy bien. Tras registrarnos en la casa rural la tensión entre nosotros se podía palpar en el pasillo de entrada a nuestra habitación. Tras entrar fui a dejar las cosas al precioso sofá que había junto a la puerta y casi sin poder incorporarme me vi envuelta en un mar de lenguas ávidas por conocerse, y poco después al coger aire para poder respirar, sus manos abrazaron mi cuello y mis piernas se convirtieron en gelatina; esas manos tan masculinas no daban opción a nada más y me alegré de que ambos tuviéramos los ojos cerrados, porque seguro que él también los tendría, ¿no? Con todo y con eso fui capaz de contestar a su pregunta acerca de ir a tomar algo para cenar aunque en el fondo a mí me valiera solo con sus besos aderezados de su mirada. Sea como fuera fuimos al primer bar que nos encontramos al salir por la puerta principal y no dejé pasar de lado las miradas intensas que las mujeres le echaban a mi pareja. La verdad es que no se lo reprocho, Samuel era —y aún estoy segura que sigue siéndolo— un chico imponente: alto, moreno, ojos verdes, sonrisa seductora y envolvente y una seguridad que hace que te sientas muy muy pero que muy pequeña.

De vuelta de nuevo en la habitación supe que había hecho bien en depilarme y escoger la ropa interior más sexy que había encontrado en el fondo de mi mesita de noche.

—¿Ponemos la tele?

No hará falta que os explique cómo me dejó la jarra de agua fría que cayó sobre mí aunque en pleno mes de mayo no sentara tan mal.

—Cla… claro —respondí de una manera sorprendentemente normal, sin tartamudear ni nada.

¿En serio estaba pensando en ver la tele? No le di más vueltas delante de él porque estaba convencida de que era capaz de leer mis pensamientos y me introduje en el baño. Ahí estaba, sentada en la taza del váter sin saber qué hacer cuando saliera, desconocía cuánto tiempo había pasado hasta que llamó a la puerta y me preguntó si todo iba bien.

—Perdona, el hilo dental que viene con la habitación no sé qué es pero cuesta que haga su trabajo.

Nada más decirlo y ver la expresión en su cara supe que no había estado acertada en mis palabras, pero ¿qué otra cosa podría haberle dicho? Por suerte pareció no pensarlo mucho e introdujo de nuevo su lengua en mi boca. Me colocó sobre la pared y en esta ocasión cuando necesitamos unos segundos para respirar me echó sobre la cama extra-grande y ahí mis nervios se fueron, iros a saber dónde, pero enrosqué con mis piernas su cadera a la mía y todo pareció salir como si hubiéramos hecho eso cada uno de los días de nuestra vida. Nos acoplábamos bien, respirábamos al unísono y hasta nuestros gemidos parecían conocerse. Nada de lo que hicimos me daba vergüenza, su maravilloso sexo era todo lo que había esperado cuando nos conocimos y su manera de comportarse en la cama era mucho más de lo que hubiera deseado.

A la luz de la mañana siguiente todo parecía como si el sexo entre nosotros fuera algo que lleváramos haciendo toda la vida aunque nos hubiéramos conocido hacía unas pocas semanas. Las risas inundaron la estancia donde el olor a café lo colmaba todo, o casi todo… pero en esta última ocasión, la que he venido a contaros nada salió de la misma manera, ni parecida. Tras cinco años pesaron más los defectos, la rutina, falta de paciencia y nada de miradas que me atravesaran cortándome la respiración, así que en busca de nuestros comienzos nos dimos cuenta que habían llegado nuestros finales, pero la verdad es que nada puede empezar de verdad si no acabó lo anterior………

Un nuevo año comienza solo si se deja atrás todo lo malo, así que ¡a por lo bueno que nos quiera traer 2024!

Una vista atrás

Una vista atrás

—Si supieras lo que estamos votando arriba… —me dice Javi con esa mirada de deseo, ante mi posible pregunta para que continúe con lo que de verdad ha venido a contar.

—Miedo me das… anda dime —replico con expresión supuestamente ávida antes su respuesta.

—Quién es la más buenorra de la clínica y de momento, ahora es que hemos parado para desayunar, estás entre las tres primeras.

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El eco de la soledad

El eco de la soledad

Podía oír a los pájaros como despertador, el claxon de la furgoneta del pan avisando a los parroquianos más mayores de su llegada, pero ni eso era capaz de evadirme de la enorme soledad que sentía día tras día… o más bien a cada minuto. Eso si no tenía los ojos cerrados que era cuando más me atenazaban los recuerdos de una vida que cada vez sentía menos haber vivido.

Pero todo cambió cuando apareció él…

—Hola, soy Óscar.

—¿Qué tal? Soy Nadia.

La intensidad anidada en su mirada me cautivó desde el mismo instante que nos presentaron y sus ojos no pudieron escapar de mis más encendidas intenciones. Pero no, él no parecía tenerme en sus planes por lo menos aquella noche. Los días se la siguiente semana pasaron de manera tediosa y más sin saber cuándo podría volver a verlo. Un mes después el sonido del teléfono hizo que tuviera que alargar el brazo por debajo de la manta para llegar a él posado en la mesita de noche.

—¡¿Sí?! —pregunté somnolienta y de mal humor al ver en la pantalla como el número al otro lado era desconocido.

—Ey, tranquila, tranquila.

—¿Se puede saber quién leches eres? —escupí sentándome en la cama a pesar del frío que se sentía en mi habitación fuera de las sábanas.

—Veo que no estás de humor. Llamaré en otro momento, no te preocupes.

—Ni se te ocurra sin decirme quién eres.

—Óscar.

—¡¿Qué Óscar? —Aunque sabía perfectamente de quién se trataba.

—No juegues a mi juego…Si quieres tomar un café estoy por tu barrio.

—¿Y eso dónde es?

Ya me estaba cansando el jueguecito y lo críptico de la conversación. A ver si detrás de esos ojos tan intensos no había nada y era todo fachada. Aún así aproveché para salir del calor de la cama y darme una ducha rápida. Me arreglé y envolví mi cuello con la bufanda más cálida que tenía. Cuando el viento me golpeo sin consideración alguna tuve ganas de darme la vuelta y volver al calor de mi cama, pero no sé qué me impulsó a ponerme en marcha aunque solo fuera a la cafetería de la esquina. Cuando entré, el calor de su interior me envolvió como si de un abrazo se tratara. Me senté en la primera mesa que vi libre no sin antes pedir un café bien cargado.

—Aquí tienes.

Cuál fue mi sorpresa cuando alcé la mirada con mi mejor sonrisa y mis ojos se encontraron con el verde de los suyos.

—Sí que estabas en mi barrio, sí.

—¿Puedo sentarme?

¡¿Qué os contaré de aquellas horas regadas de café que compartimos antes de salir por la puerta?! De nuevo en la calle el frío cortaba mi cara y él pareció darse cuenta cuando sus brazos me acercaron a mi cuerpo. Sin preguntas ni palabras fuimos directos a mi casa donde nada más cerrar el portal le pregunté si quería subir. Tampoco hicieron falta palabras como respuesta, asintió con la cabeza y el trayecto en ascensor no tuvo nada que ver con el de las películas.

—Pues esta es mi casa, ¿te apetece algo caliente?

—No me hagas contestar… Mientras no sea el enésimo café, cualquier cosa será bien recibida.

Me quité todas las capas del invierno de la manera más sensual, pero distraída, que pude y desaparecí por el pasillo. Al no verme de vuelta en el salón decidió ir a buscarme.

—¿Estás bien?

—Contigo aquí sí, perdona. Me había enredado en encontrar algo que ofrecerte, pero no hay nada decente… Llevo demasiado tiempo sin salir de la cama.

—Pues volvamos a ella, se estará calentito, ¿no? Parece buen sitio para pasar la mañana —contestó bribón al mismo tiempo que pasaba la lengua por por su labio inferior, grueso y demandante.

Le dirigí a ella agarrándole de la mano y nada más llegar me apoyó en la pared, abrazó mi cuello con sus grandes manos y creí desfallecer. Nuestros labios se acariciaron despacio y nada más sentirnos el uno al otro empotró su cuerpo al mío… y sobraron todas las palabras. Me colocó de manera agresiva sobre la cama, se colocó encima haciéndome notar su dureza de tal forma que un gemido escapó de entre mis labios mientras en dejaba besos por todo mi cuerpo, aún con ropa. Me senté como pude enfrente de él y me quité la camiseta, pero cuando quise deshacerme del sujetador me paró.

—Aún no.

Juntamos nuestros cuerpos, gemimos e introdujo su mano en mi ropa interior tras desabrochar el pantalón. Sus dedos bailaban al son de mi humedad y el movimiento de mis caderas.

—Túmbate.

Así lo hice y tras acariciar mi vientre se deshizo de mis vaqueros.

—Eres preciosa —susurró en mi oído cuando se colocó encima.

Se separó para quitarse los pantalones y aquello era más de lo que podía haber imaginado la noche que nos conocimos. Puse mis manos en sus caderas y acerqué su pelvis a la mía entre gemidos que parecían conocer los suyos. Tras muchos minutos que nos daban a entender lo bien que nos entendíamos y acoplábamos, una última estocada fuerte y lenta expresaba que la traca final estaba cerca tras sentirnos nuestros. Cuando todo acabó entre nuestros cuerpos, las miradas entraron en juego. Las caricias. Los ojos. Las manos. Mi estremecimiento que parecía no tener fin, porque sí…

Todo cambió cuando apareció él y el eco de mi soledad se perdió.

Extrañar

Extrañar

Sentada en un banco del parque, la brisa de otoño mecía mi cabello mientras las hojas de los árboles, ya en el suelo, corrían sin vergüenza. Una vergüenza que yo sí sentía a pesar de haber pasado la cuarentena hace apenas unos años. Esa etapa que me vendieron como una de las peores y me lo creí… ¿por qué no hacerlo? Pero… ¿de verdad lo estaba siendo? No sé porqué no dejo de dar vueltas a lo que me dijeron, o escuché, o simplemente me creía sin barajar más opciones, total, a los cuarenta ya se es vieja, ¿no? Fue en ese momento al ondear ese término por mi cabeza, cuando me hice la pregunta definitiva: ¿no se viejo un adjetivo sin connotaciones más allá de las que queramos darle? Y ahí todo cambió antes de repasar qué era lo que de verdad extrañaba con esa edad.

Sí, desde la infancia estaba convencida de que con esos años tendría mi familia, mi trabajo, mi casa, mis amigos y sin embargo lo que me encontraba era una jubilación muy, pero que muy anticipada, un vientre sin útero y una enfermedad degenerativa que no sé lo que me va a deparar. Divertido, ¿eh? Pero ¿qué es lo que viví hasta que todo cambiara y me adaptara? Mi otra vida, como yo la llamo…

Tras el diagnóstico no quise centrarme en lo que me pasaría y sí en lo que me pasaba cada día, sin pensar en consecuencias. Pensamiento peligroso pero necesario en ese momento, ¿queréis saber qué experiencias me llevó a vivir esa mentalidad? Prácticamente casi todas, por no decir todas, me acercaron de manera peligrosa al sexo opuesto de una manera que antes no hubiera contemplado; llamarlo inseguridad, vergüenza, timidez… Así que me planté y me hice la pregunta: ¿por qué ponerme freno? Y descubrí unas emociones y respuestas ajenas a mí que nunca hubiera pensado. Casi todas comenzaron por redes sociales o incluso amistades formadas por grupos de amigos relativamente nuevos. Comenzar a ser consciente de cómo me miraban me hizo olvidar relaciones pasadas que no llevaron a ningún sitio excepto el conocimiento de cómo no querían que me quisieran. Y así aparecieron las miradas… pero aquella primera mirada profunda que pareció desnudarme, lo hizo en cuerpo y alma. Hizo que mi mundo dejara de girar y todo lo que había alrededor desapareciera al darme cuenta de que me veía como yo nunca lo había hecho. Su mirada. Sus palabras. Sus manos buscándome bajo la mesa, estrechando mi cintura al subir unas escaleras… Quise olvidarme de todo, pero por las noches, ¡ay, las noches! Su cuerpo sobre el mío sin que sus ojos dejaran de observarme como si yo fuera algo digno de admirar. Un algo convertido en persona deseosa de querer, tocar y hacer inolvidable.

Sus manos me acariciaban como si me fuera a romper o quisiera recomponerme por todo el posible daño sufrido, ¡y vaya si lo hacía! Sus masculinas manos conseguían envolver mi cuerpo, mis senos, mientras su lengua al fin se encontró con la mía al mismo tiempo que el movimiento de sus caderas conseguían hacerme vibrar y sentir cómo su sexo se endurecía cada vez más haciéndome sentir plena, querida y deseada. Un deseo que solo él era capaz de transmitirme. Sus jadeos se aceleraron, hicieron roncos e introdujeron a través de mis oídos haciéndome sentir más que plena, completa y abarrotada de sentimientos para mayores de edad.

Al despertar todo vibraba en mi interior aunque él no estuviera y el vacío de mi habitación pareciera reírse de mí. Mis dedos tenían envidia de lo que él me provocaba en mi subconsciente y fueron directos a sentir la humedad que el aún me provocaba para que el silencio de mi habitación, fuera menguado por mis gemidos que paladeaban su nombre, su mirada, sus manos… Su todo. Aún extrañándole, extrañándome a mí misma por lo que su ausencia provocaba en mí y las ansias eternas de sentir sus manos, le pienso para que extrañar no duela.