Una vista atrás

Una vista atrás

—Si supieras lo que estamos votando arriba… —me dice Javi con esa mirada de deseo, ante mi posible pregunta para que continúe con lo que de verdad ha venido a contar.

—Miedo me das… anda dime —replico con expresión supuestamente ávida antes su respuesta.

—Quién es la más buenorra de la clínica y de momento, ahora es que hemos parado para desayunar, estás entre las tres primeras.

Estábamos en el patio, él cigarro en mano yo con el teléfono cuando me avisan para volver al trabajo; un paciente nuevo pregunta por mí y en el fondo —o no tan en el fondo— me alegro de salir de la conversación en la que sin comerlo ni beberlo me había metido. Cuando llego a la sala un chico en la cuarentena, alto, moreno y delgado me mira de la manera más dulce que recordaba en mucho tiempo. Ahí empezó todo.

Esa noche cuando salí del trabajo fui con él a cenar y luego a mi casa. Mi casa, esa que había vivido tantas historias, parejas y lágrimas, esa casa a la que al fin podría presentarle al definitivo.

—Estás preciosa.

—No te me pongas en plan adulador…

—Entonces ya sabes cómo me voy a poner. Tú lo has querido —. Y sin más me colocó de manera brusca contra la pared con su cuerpo empujando el mío sin ninguna salida posible.

No duramos mucho tiempo así, al poco me arrastró a mi habitación al final del pasillo y me lanzó sobre la cama, justo al lado de la puerta. Casi sin darme cuenta su lengua se introdujo en mi boca y la mía la recibió ávida de placer, ganas y deseo. Ese que llevaba tantas semanas esperando. Bueno tampoco tantas, no éramos nada puritanos, la verdad, ya sabéis; ronroneos en su coche, conocimiento de nuestros sexos y gemidos…, pero no. No habíamos llegado a encontrarnos uno dentro del otro y viceversa. Retiró su lengua de mi boca y comenzó a saborear todo la piel de mi cuello, las clavículas y el ombligo, hasta que alzó la vista y mirándome de manera anhelante dijo:

—Sabes que en cualquier momento puedes pararme.

—¿No me decías que yo lo había querido? Me o habré buscado entonces.

Sin añadir nada estrecho mis pechos con sus manos y hundió su cabeza entre ellos, yo no pude evitar estremecerme. Mientras no dejaba de humedecer mi pezón con su lengua, una mano traviesa consiguió colarse entre mis fina ropa interior y los vaqueros.

—Veo que ya estás preparada.

—No sabes cuánto.

—Tranquila, ahora mismo lo compruebo.

Dicho y hecho, se puso de rodillas frente a mí y fue descendiendo; pantalones y ropa interior se quedaron en mis tobillos hasta poder tirarlos sobre la mesita de noche. Y ahí sí, ahí no solo introdujo su cabeza entre mis muslos, si no su lengua dentro de mí. Acarició cada uno de mis pliegues, masajeaba mi interior con sus dedos y mi interior cada vez se dilataba más para dar entrada a todo lo humanamente posible.

—No puedes imaginarte cómo me pones, cómo he pensado en esto yo solo en mi habitación.

—Llegó el momento por fin para los dos —añadí mientras con mi mano introducía más la suya.

En ese momento se incorporó para coger un preservativo de su pantalón y yo me deshice de mi camiseta ante el deleite de sus ojos, que parecían gritarme lo que estaba a punto de hacer su entrepierna. Cuando pude ver la razón que tenía y que no me había engañado en absoluto, cogí su miembro y lo acerqué a mi sexo. El primer envite nos sorprendió a los dos por su sencillez, lo fácil que pudo nadar en mis aguas y lo rápido que nos habíamos acoplado. Después de ese vinieron bastantes más. Yo no podía dejar de gemir de manera ahogada mientras los suyos de volvían cada vez más roncos, con respiración entrecortada y rápida. Una penetración fuerte y honda hizo que se deshiciera en mi interior.

—¿Tú has…?

—No pero tranquilo, para mí no suele ser fácil durante el acto, así que no te preocupes.

—No me preocupo, pero me voy a ocupar ahora mismo. —Y se puso manos a la obra, nunca mejor dicho.

Cuando sintió cómo sus dedos se deslizaban por la suavidad de mis pliegues y labios, paró y fue hacia mi sexo que en el fondo deseaba lo que deseaba y estaba más que claro. Ahí sí grité, sin vergüenza alguna ni pensamientos que me alejaran del momento que estaba viviendo a la espera de la traca final. Cuando al fin sentí ese cosquilleo tan intenso que me devoraba por todo el cuerpo, me arqueé de tal manera que prácticamente me senté sobre las sábanas.

—Ufff… Ya conseguiste encenderme otra vez.

—No mientas, nunca has dejado de estarlo —respondí guiñándole un ojo.

Con ambos abrazados con nuestro cuerpo desnudo, su erección se hacía más palpable si eso era posible. Sabía cuál era una de las cosas que mas le gustaban y puesto que yo estaba más que saciada decidí ser yo con mi lengua quién ronroneara a su miembro; erecto, terso…precioso.

Cuando el sol llamó por la ventana nos sorprendió tendidos uno al lado del otro. Sin prisas, Sin explicaciones que dar. Me levanté en silencio a preparar algo de desayuno, que bien ya podía ser el aperitivo, y mientras la cafetera no dejaba de gotear escuché cómo él entraba al baño. Cuando salió y se dirigió a la cocina, me encontró sonriente, radiante y feliz.

—Ya me lavé los dientes, ¿hace otro intento?

—¿Intento? Se hizo, y ambos creo que lo hicimos más que bien.

—Sin duda, pero mírala. Te vuelve a llamar a gritos… —Y se miró la entrepierna.

—Quizá tengas razón y antes del café puede ser buena idea.

Sin réplica por su parte, me subió a la encimera y se volvió a deslizar dentro de mí mientras mis brazos y piernas le abrazaban con toda la fuerza del mundo. Fue ahí, en ese preciso momento, cuando, y donde, me di cuenta que sería él. Sería él y sigue siéndolo. En el trabajo quisieron convencerme de mi potencial con los hombres, pero yo solo quería a uno… A quien me abrazaba en ese momento. Echando la vista atrás me doy cuenta de las decisiones que tomé, buenas y malas, pero cada una de ellas sin ninguna duda me llevaron a él.

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