Extrañar

Extrañar

Sentada en un banco del parque, la brisa de otoño mecía mi cabello mientras las hojas de los árboles, ya en el suelo, corrían sin vergüenza. Una vergüenza que yo sí sentía a pesar de haber pasado la cuarentena hace apenas unos años. Esa etapa que me vendieron como una de las peores y me lo creí… ¿por qué no hacerlo? Pero… ¿de verdad lo estaba siendo? No sé porqué no dejo de dar vueltas a lo que me dijeron, o escuché, o simplemente me creía sin barajar más opciones, total, a los cuarenta ya se es vieja, ¿no? Fue en ese momento al ondear ese término por mi cabeza, cuando me hice la pregunta definitiva: ¿no se viejo un adjetivo sin connotaciones más allá de las que queramos darle? Y ahí todo cambió antes de repasar qué era lo que de verdad extrañaba con esa edad.

Sí, desde la infancia estaba convencida de que con esos años tendría mi familia, mi trabajo, mi casa, mis amigos y sin embargo lo que me encontraba era una jubilación muy, pero que muy anticipada, un vientre sin útero y una enfermedad degenerativa que no sé lo que me va a deparar. Divertido, ¿eh? Pero ¿qué es lo que viví hasta que todo cambiara y me adaptara? Mi otra vida, como yo la llamo…

Tras el diagnóstico no quise centrarme en lo que me pasaría y sí en lo que me pasaba cada día, sin pensar en consecuencias. Pensamiento peligroso pero necesario en ese momento, ¿queréis saber qué experiencias me llevó a vivir esa mentalidad? Prácticamente casi todas, por no decir todas, me acercaron de manera peligrosa al sexo opuesto de una manera que antes no hubiera contemplado; llamarlo inseguridad, vergüenza, timidez… Así que me planté y me hice la pregunta: ¿por qué ponerme freno? Y descubrí unas emociones y respuestas ajenas a mí que nunca hubiera pensado. Casi todas comenzaron por redes sociales o incluso amistades formadas por grupos de amigos relativamente nuevos. Comenzar a ser consciente de cómo me miraban me hizo olvidar relaciones pasadas que no llevaron a ningún sitio excepto el conocimiento de cómo no querían que me quisieran. Y así aparecieron las miradas… pero aquella primera mirada profunda que pareció desnudarme, lo hizo en cuerpo y alma. Hizo que mi mundo dejara de girar y todo lo que había alrededor desapareciera al darme cuenta de que me veía como yo nunca lo había hecho. Su mirada. Sus palabras. Sus manos buscándome bajo la mesa, estrechando mi cintura al subir unas escaleras… Quise olvidarme de todo, pero por las noches, ¡ay, las noches! Su cuerpo sobre el mío sin que sus ojos dejaran de observarme como si yo fuera algo digno de admirar. Un algo convertido en persona deseosa de querer, tocar y hacer inolvidable.

Sus manos me acariciaban como si me fuera a romper o quisiera recomponerme por todo el posible daño sufrido, ¡y vaya si lo hacía! Sus masculinas manos conseguían envolver mi cuerpo, mis senos, mientras su lengua al fin se encontró con la mía al mismo tiempo que el movimiento de sus caderas conseguían hacerme vibrar y sentir cómo su sexo se endurecía cada vez más haciéndome sentir plena, querida y deseada. Un deseo que solo él era capaz de transmitirme. Sus jadeos se aceleraron, hicieron roncos e introdujeron a través de mis oídos haciéndome sentir más que plena, completa y abarrotada de sentimientos para mayores de edad.

Al despertar todo vibraba en mi interior aunque él no estuviera y el vacío de mi habitación pareciera reírse de mí. Mis dedos tenían envidia de lo que él me provocaba en mi subconsciente y fueron directos a sentir la humedad que el aún me provocaba para que el silencio de mi habitación, fuera menguado por mis gemidos que paladeaban su nombre, su mirada, sus manos… Su todo. Aún extrañándole, extrañándome a mí misma por lo que su ausencia provocaba en mí y las ansias eternas de sentir sus manos, le pienso para que extrañar no duela.

Cuando te encontré

Cuando te encontré

—Estaré ahí.

Bajé la tapa del ordenador y suspiré tan hondo que casi expulso todo el aire que tenía dentro. ¿Podía ser verdad? Tanto tiempo pensando en él; su mirada, sus palabras, su forma de hablar… y al fin podré tenerlo cerca solo para mí. Él parecía querer tanto como yo nuestro encuentro aunque su manera de expresarlo fuera totalmente diferente a la mía. No sabía qué hacer, cómo contener cada una de las sensaciones que tenía hasta que mis dedos decidieron hablar por mí, encontrándose cara a cara conmigo bajo el fino pantalón del pijama. Comencé a imaginar que era su mano, sus largos dedos, sus movimientos envueltos en la intensidad de esa mirada que me volvía loca. Antes de lo que pensaba una corriente eléctrica ascendió desde mis pies intensificándose en mi pubis y explotando en mi boca con gemidos sinceros que le llamaban a través de la distancia que nos separaba.

Un notificación me devolvió a la realidad, una que no quería si no estaba él conmigo, aunque fuera a través del ordenador. Era él. Quizá más cerca. Quizá más intenso. No me preguntéis por qué, el móvil me parecía una conexión menos distante que el portátil. Pensaba en mí, o ese creí intuir en el mensaje. Ojalá fuera el mismo pensamiento físico que yo había tenido con él hace unos segundos. Minutos después, lo confesó. Cómo me imaginaba en su cama, sobre él, entre sus piernas… ¿De verdad podía ser real? No quería hacerme ilusiones, pero quería, y en ese momento no podía hacerme daño. Me fui a la cama plena, por mí y por lo que fantaseaba mi cabeza que corría por la suya, nunca mejor dicho…

Al día siguiente recibí una foto suya, foto que antes de describirla la dejo a vuestra imaginación, pero para mí fue más que una foto una declaración de intenciones. Quizá no eternas, pero sí las que yo necesitaba. La sonrisa no tenía espacio suficiente en mi rostro para la expresión que quería reflejar, pero sí a lo largo de todo mi cuerpo cuando preparando el café caliente de la mañana me sentí igual que él y me estremecí sin control frente a la cafetera y su agua hirviendo. Sí, yo hervía también. De ganas. De anhelo. De emoción. De él. Cuando serví una taza hasta el borde de manera automática porque mi cabeza estaba en él y no en mi cocina… Otra notificación. Volví rápido a la habitación.

—Ganas de ti.

¿Sería real? ¿De verdad? No tenía repuestas, sí lo que ocurría frente a mí, lo que veían mis ojos y sentía en mi entrepierna vibrando sin consuelo fuera de mis manos. ¿Cómo podría quitármelo de la cabeza si mis dedos no lo soltaban? Decidí seguir con mi día a la espera de nuestro encuentro para el que faltaban solo un par de días.

Esos dos días habían sido eternos, pero al fin estaba de espaldas a la puerta del restaurante. Temblando de frío, de nervios, de expectativas repletas de ganas hasta que una mano se posó en mi espalda y al darme la vuelta la luz de su mirada me embriagó. Nos dimos dos besos en las comisuras de los labios y nuestras miradas vergonzosas por el momento, esa vez sí real, no sabían donde esconderse conocedoras de que si se encontraban se perderían en nosotros. En nuestro momento. Su vergüenza pareció escapar de sus nervios y tras unas palabras, nos dirigimos al restaurante. Nos sentamos, él comió mientras yo hacía que comía (mi estómago estaba cerrado de tanta emoción contenida) hasta que él propuso dejar todos los planes a un lado e ir donde pudiéramos estar solos. Mi casa estaba cerca y sin apenas mediar palabra llegamos sin habernos rozado más allá de los dos besos que nos habíamos dado.

Nada más cerrar la puerta se abalanzó sobre mí sin palabras ni preguntas. Solo abrazó mi cuello y entrelazó su lengua con la mía. Impetuoso, enérgico, lleno de ganas contendidas que yo podía sentir a través de nuestra ropa. Mis manos subieron su camiseta y acariciaron su espalda musculosa cuando él bajó sus manos a mi cintura y me estrechó con fuerza sin despegar sus labios de los míos. Abrí los ojos y ante mí vi el rostro que observé en aquella primera foto; mandíbula afilada, cejas perfectas… su mano se introdujo bajo mi pantalón y mis ojos se cerraron deseando solo sentir. Me subió sobre la mesa a mi espalda y entrelacé mis piernas en torno a su cadera. Nuestros gemidos iban en aumento cuando apartó mi falda. En un segundo se introdujo sin decir nada junto a un grito ahogado que me llegó hasta el fondo devolviendo el gemido en su oído. Mi humidad la animaba a seguir y él continuó con sus embestidas, cada una más fuerte que la anterior mientras nuestros clamores se acompasaban en una música celestial que nos acercaba a un clímax tan perfecto como deseado. Tan duro como su sexo e intenso como mis deseos por él. Cuando terminamos abrazos jadeando el uno sobre el otro, nos miramos y el diálogo entre nosotros tuvo la descripción gráfica de una enorme y sincera sonrisa. Sonrisa que se trasladó a la habitación, donde de una manera lenta recorrió mi cuerpo ya desnudo mientras su sexo no dejaba de implorar el calor encontrado en mi interior mientras nuestras manos nos devoraban como si no hubieran compartido el momento anterior. Su clímax pareció esperar a encontrar yo el mío, en su oído, entre su mano rápida y certera. Mi tempestad estimuló la suya que tras introducirse en mí inundó mi interior ante nuestras miradas de liberación.

Un encuentro, un deseo y miles de sensaciones hechas realidad alejadas del mundo que nos rodeaba, porque cuando le encontré todo cambió en mi interior.

Instantes…

Instantes…

Lo dijeste. Creí cromprender, y aún ahora creo que lo hice. Lo sentí, y en ete momento, con miles de circunstancias que nos separan, o igual una sola… entendo su significado en nosotros. Dos instantes que al coincidir crearon algo monumental, grandioso: una conexión llena de esencia.

Tuya y mía. Nuestra.

Esa primera vibración al rozarse la humedad de nuestros labios y ser compartida tras tantos años. Ese primer abrazo a mi cuello mientras mis ojos no podían permanecer por más tiempo cerrados y al abrirlos…. esa puñalada al corazón. Esa que fue recibida con gusto y un anhelo que tanto tiempo se  había abrigado. Oculto. Pero al fin libre. Al fin se liberaba en nosotros. En aquel pequeño baño que nos escondía del mundo real que hasta este momento vivíamos. Por fin, parecía nuestra vida unida donde y cuando menos esperábamos.

Tuya y mía. Nuestra.

Tus manos querían acariciar mi contorno y subir a mi pecho, pero era la primera vez, escondidos de mundo, que también escondía sus ganas. Nuestras ganas. Mi cuello recibió tus manos que me estrechaban con cuidado pero con intensidad. Con deseo contenido pero arrebatado como seguro lo sentías en tu interior, como yo en el mío. La conciencia de la realidad me hizo huir. Salí y subí las escaleras intentando no tropezar. No mirar atrás. No pensar. Pero tus manos atraparon mi cintura desde atrás dándome la vuelta. El diálogo era inútil. Ambos queríamos, nuestros cuerpos cerraron el nulo debate que intentaban nuestras bocas, hasta que dejamos de pensar y volvimos a donde nuestras conexiones se hacían realidad.

Tuya y mía. Nuestra.

Todo se desdibujó más aún que la primera vez. Todo menos nosotros. Menos tú y yo. Si habíamos aguantado tanto, ¿por qué no dar rienda suelta a los sentimientos? Y de nuevo, el alrededor fue sólido, consistente, casi palpable. Con tus dedos aún enredados en mi pelo junto al cuello, vi fuego en tus ojos y fuerza en tu cuerpo. Te vi. Conmigo. Real. Un recuerdo constante que en sueños cada vez es más efímeros, pero al final siempre será…

Tuyo y mío. Nuestro.

 

 

Otra vez…

Otra vez…

Otra vez no. No otra vez. Despertarme entre sudores, recuerdos, anhelos. Él. Siempre él. Me senté entre las finas sábanas y uno de mis tirantes se deslizó por mi hombro. Lento. Lo miré recelosa, intentando calmar mi respiración. No lo paré, o quizá no quise. ¿Dónde estaba él? ¿Se encontraría tan feliz como parecía? Igual era solo mi mente la que creaba, imaginaba y convertía todo en realidad. Mi realidad. Esa que no solo me fustigaba cada mañana, también se adueñaba de mi cuerpo. Mi areola fue testigo de cómo se endureció mi pezón. Cómo sin estar presente, ni cerca, su presencia permanecía siempre. Despertaba mis deseos y mis sueños le daban el papel principal. ¿Me pensaría? Sí, seguro. Mientras seguía divagando entre lo que podría ser, mis muslos se estremecieron. Sus labios gruesos recorríean mi mirada mientras sus ojos me tomaban como parte del almuerzo. En el fondo no quería, pero la intensidad de su observación, tan profunfa, no podían engañar. Su diálogo era claro. Puro. Volví a tumbarme dejando al descubierto mi pecho, mi abdomen… mi sexo. Ese que clamaba a gritos un contacto. Una caricia. Un sentimiento. Mis dedos serpenteaban entre mis labios. Buscaban su punto más álgido y lo encontraron. Grueso. Sus gritos silenciosos eran tan nítidos para mí que me parecía imposible lo que podía generar un recuerdo. Su vocabulario y el mío se entendían sin necesidad de preguntas.

Paré. La próximidad de una explosión inminente se fusionó con mi pensamiento más oscuro. La verdad. Sombría. Hiriente. Y me di cuenta. Entre fluídos y hormigueo a las puertas, decidí que era mejor creer en algo puro de verdad. Latente y presente. Yo. Mi fuego. Mi deseo en busca de lo que de verdad necesitaba. Un tú que me entendiera de verdad y supiera qué necesitaba, ahora que yo me había enfrentado cara a cara con esa necesidad.

Entre mis sábanas.

Entre mis sábanas.

Dormí sola durante tanto tiempo que todo me resultaba normal. Un ruido. Un reflejo en la pared. Risas alejadas, perdidas en la calle y yo… entre mis sábanas. Siempre entre mis sábanas. ¿Podría haber un sitio mejor? No lo creí hasta que alguien me acompañó en mis noches y mis amaneceres. Hasta que despertarme con una sonrisa se convirtió en… normal. Habitual. ¿Rutinario? No me lo planteé, solo era feliz y eso era suficiente. ¿Qué problema habría si esa rutina podía ser mi felicidad, mi camino a un mundo desconocido y que ni siquiera había soñado? Mes sorprendió, no diré lo contrario, pero fue  una grata sorpresa. Ser dos, compartir sonrisas, miradas, juegos y sí, sexo. Sexo en toda su plenitud y mucho más. Siempre me vendieron que el sexo era sucio, lejos de toda motivación que no supusiera procrear, tener hijos, procrear y mantener la especie… hasta que descubrí lo que eso escondía. La falsedad. El engaño. La falsa moral. El escondite hacia unos placeres que los que lo practicaban no querían airear y los que no tenían opción, preferían venderlo con menosprecio, burlas… ¿acaso solo a mí me miraban de reojo y criticaban mis comentarios subidos de tono? ¿Acaso hay alguna otra forma de mantener viva la especie? No me importaba, descubrí una nueva puerta que se abría ante mí sonde antes solo había una pequeña ventana a través de la que ni la luz entraba. Sumida en la oscuridad, cuando al fin un rayo de sol penetró en mi día a día, supe que había descubierto lo que de verdad me llenaba. Me colmaba. Me hacía sentir… mujer.

Ya sin pelos en la lengua descubrí aquello que con tanto empeño me habían escondido: el sexo, el disfrutar sin dar explicaciones, el comportamiento de mi cuerpo frente a él. Junto a él. Con él. ¿De verdad mi vida  había sido tan oscura, tan falta de vida, vibraciones? Había amores idílicos con los que solo imaginaba besos, caricias pero… ¿algo más? Lo desconocía. Y llegó él. Sin avisar. Como todo lo bueno de la vida. Sin pedir permiso ni llamar. Solo llegó. Cada mirada, cada roce ocasional se convertía en una corriente que parecía hacerme explotar en fuegos artificiales. ¿Qué era aquello? ¿La vida? Puede ser, pero ahora sé que es el amor completo. Total. Sin límites. Sin escondites ni vergüenza. Sin vergüenza. Y con la cabeza bien alta. La primera vez que sobrepasó la barrera de lo permitido hasta entonces cientos de preguntas se agolparon a la vez, de golpe, asombradas y admiradas a la respuesta de mi cuerpo frente a él. ¿Dónde había dejado mi vergüenza, mi pudor? Y… ¿para qué habían servido todos estos años? Sonreía por primera vez de una manera tan natural que hasta un pequeño atisbo de miedo quiso apoderarse de mí… pero no lo dejé. Disfruté,  reviví aquello y quise conocer más. Investigar. Averiguar. Inspeccionar y hasta rastrear qué era aquello, hasta dónde me podría llevar. Qué más habría ahí fuera que desconociera.

La sucesivas veces fueron aún mejor. Descubrirnos. Sabiendo dónde tocar. Dónde acariciar y cuándo. Conocerse era la mejor experiencia. Pasaban los días y queríamos más hasta que mis voces internas decidieron hablar sin preguntar arriesgándose a actuar sin ser enseñadas y… menuda sorpresa. El instinto sabía el guión que yo desconocía y me encantaba. Me estremecía solo con mis pensamientos y la posibilidad de poder llegar mucho más allá; a un mundo desconocido que estaba deseosa por adentrarme. ¿Recordáis esa sensación? ¿Los pelos de punta? ¿La piel de gallina? Yo espero no olvidarla… y más aún cuando descubrí que un muchas personas, sensaciones, recuerdos, imágenes y emociones me provocaban un suspiro eterno y placentero. Llegó el momento de sentirle dentro, su sexo, sus dedos, sus labios. Todo él era bienvenido e incluso aplaudido. Mis palabras acompañaban a unos pezones erectos que gritaban su nombre, su roce, sus labios. Me sexo le esperaba ardiente, húmedo, ansioso por recibirle y no querer que se marchara. ¿Qué habías de malo en todas esas sensaciones? Eran necesidades aumentadas más si cabe por la prohibición y el engaño en el que mi cuerpo y mente habían estado ocultos, guardados esperando a que alguien o algo les despertara. Y vaya si se despertó y sucumbió al placer, la felicidad con otro significado. La FELICIDAD en mayúsculas.

Un suspiro; quizá dos.

Un suspiro; quizá dos.

momentos

Todo parecía pasar frente a mí a cámara rápida; parada, con la mirada fija en… todo. De repente sentí como si fuera capaz de observar cada detalle desde fuera, y esta vez, muy muy despacio. Las sonrisas, los gestos, las expresiones, las miradas perdidas, las fijas en un objetivo. De nuevo… todo, un todo al que sentía no pertenecer.

Entre mis dedos no paraba de bailar uno de los bolígrafos que encontré antes de salir de casa. Una biblioteca abarrotada; un silencio sepulcral; un vacío repleto de él, de su olor, de su sonrisa, del brillo de sus ojos cuando la miraba a ella. Tres años y aún nada. Alguna sonrisa perdida en la educación tras un cruce de miradas sin diálogo ni un porqué más allá de compartir espacio común junto al resto de los alumnos. Una biblioteca universitaria y en mi cabeza pensamientos más propios de colegio… hasta que mis muslos se contraían con su presencia al principio, con su recuerdo después fue suficiente. Alto, moreno, ojos grises en los que poder zambullirse hasta que él decidiera lo contrario. Por la noche Morfeo me llevaba hasta sus brazos, hasta su mirada que no dejaba de alimentarse de mí, de mis gestos, de mi sonrisa eterna cuando era él quien la provocaba. Me despertaba nerviosa, ansiosa de que aquellos sueños desaparecieran o al menos, pudiera controlar su intensidad.

Un día, con la mirada centrada en encontrar el libro que tanto tiempo llevaba buscando, sentí unos ojos puestos en mí. Cogí lo primero que encontré e intenté localizar con disimulo de dónde procedían. En ese mismo momento supe que mis ojos no podrían ser de nadie más que de él. Esa mirada solo fue el preámbulo a una sonrisa de la que no pude creer ser el origen. Respondí con la mía entre labios temblorosos y un rubor que comenzó a teñir mi cara de un color difícil de disimular. « ¿Llegó el día? ¿Dejé de ser una persona más que compartía un espacio común?». El libro que descansaba en mis manos estuvo a punto de caer sobre la sigilosa tarima cuando alguien cruzó el pasillo rápido, golpeándome. Di gracias a dios por estar en un lugar donde montar un numerito sería llamar demasiado la atención, más aún si era yo quien provocaba la escena; escena que se convirtió en tragedia griega cuando esos ojos que me habían robado el corazón y mi  intimidad… se iluminaron por ella. No pude parar de observar cómo sus manos recorrían su espalda para después acariciar sus mejillas y terminar estrechándola contra él. De nuevo el tiempo se paró, hasta un punto en el que quise bajarme de donde quiera que estuviera; no era Morfeo, estaba segura de que era la realidad más cruda en la que me había envuelto, sus ojos, ahora sí, puestos en mí. Quizá en esta ocasión fue la intensidad de los míos, o el casi ya color púrpura de mi rostro, el que provocó que él alejara sus pensamientos de lo que hacia su cuerpo para dejarme entrar a mí en su momento. ¿En cuál? Ojalá en uno del que me fuera imposible escapar en un un futuro no muy lejano. Ella se separó de él y este volvió a compartirlo con ella; esta vez ya en exclusiva.

Los días pasaron y mis horas en la biblioteca eran cada vez más monótonas sin aliciente alguno. No lo veía. Ella me lo había arrebatado para siempre; quizá solo había sido un sueño cuya intensidad no me permitía discernir qué era real y qué no. Pasados los exámenes y mi enajenación transitoria por un imposible, decidí hacer caso a mis amigas y buscar distracción fuera de tantos libros (pobrecillas ellas que desconocían la razón de mi abstracción absoluta).

Me maquillé, saqué esa ropa destinada para ser vista solo en ocasiones especa¡iales y cerré la puerta tras de mí sin echar la vista atrás. Un sueño; una fantasía; un deseo —tal vez solo carnal— de algo imposible que no estaba destinado para mí, me empujaban a disfrutar de aquella noche. Llegamos entre risas al local, mis amigas habían conseguido que sino en el olvido, mis recuerdos de él estuvieran escondidos en el lugar más oculto que mi memoria había encontrado; quizá lo había construido solo para él. Debíamos haber alargado mucho la cena porque allí ya llevaban todos copas de más. Pedí la mía mientras mis amigas se relacionaban con cualquiera que se cruzara en su camino y al darme la vuelta allí estaba, parado frente a mí; a escasos centímetros de mi cuerpo.

—Tú eres la chica de la biblioteca.

Esta vez no fue un libro lo que se tambaleó entre mis manos. La copa de vino no besó el suelo gracias a que sus manos estuvieron más rápidas que mis neuronas, inquietas con el momento. Momentos, de eso se trata ¿no? No pude negarme a su propuesta de tomarnos nuestras bebidas fuera, donde la brisa del buen tiempo nos llamaba a gritos para alejarnos del ruido del local abarrotado de universitarios. Tan inquietas estaban mis neuronas que se rindieron a la primera palabra y decidieron no luchar contra lo que fuera que hubiera que hacerlo. Cortejo de guión, de esas películas ñoñas que vemos abrazadas al helado de chocolate más grande que hemos encontrado y… ¡¡me estaba pasando a mí!! Olvidé a mis amigas, olvidé a la chica de la biblioteca y hasta me olvidé de mí misma. Todas mis neuronas fueron reemplazadas por testosterona acumulada durante demasiado tiempo. ¿Quién quiere razonar cuando puede enredarse en la realidad más carnal? Solo una mano en mi cintura y una mirada penetrante fueron suficientes para dejarme llevar y dar la vuelta a la esquina dejando atrás la fiesta. Un leve suspiro junto a mi oído hizo que mis labios se humedecieran; todos, incluso los que desconocía que pudieran ser frágiles. Abrazó mi cintura con su brazo atlético y fuerte antes de que sus labios se acercaran a los míos. Cuando saboreé su saliva, supe que estaba perdida y no había vuelta atrás. Nuestras lenguas se enredaron con un anhelo que parecía tan nuestro que no pude creer que en algún momento fuera solo mío. Mi cuello se erizó al sentir su humedad en él, mis pezones hicieron lo propio endureciéndose a la espera de sus labios o incluso de los suaves mordiscos como con los que me había deleitado Morfeo. Y vaya si la realidad supera a la ficción. No supe en qué momento sus manos se perdieron bajo mi ropa interior y sus mechones de pelo en mi pecho. Apartó de manera sutil lo que se interponía entre nosotros y su sexo pudo abrirse camino hasta encontrarse envuelto entre mis paredes húmedas y ansiosas de él. Mi cerebro oía sus gemidos, mis jadeos; mis nalgas se sentían abrigadas por sus manos; mi corazón palpitaba al ritmo de sus embestidas hasta que un abrazo intenso consumó nuestro encuentro. Antes de poder colocar todo en su sitio me besó en la frente, me miró y dijo:

—Un placer, chica de la biblioteca.

Se dio la vuelta y tras doblar la esquina desapareció.

Todo parecía pasar frente a mí a cámara rápida; parada, con la mirada fija en… todo. De repente sentí como si fuera capaz de observar cada detalle desde fuera, y en esta ocasión, muy muy despacio. Todas las sonrisas, todos los gestos, todas las expresiones, todas las miradas perdidas, también las fijas en un objetivo. De nuevo… todo, un todo al que sentía no pertenecer porque… ¿el todo había ganado a los momentos? Un suspiro; quizá dos… ¿Pero acaso no eran los momentos  de lo que se trataba…?

 

El cuerpo reacciona; la mente decide…

El cuerpo reacciona; la mente decide…

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Era un día lluvioso,el gris del cielo —con las tímidas nubes blancas que se atrevían a sumergirse en el gris plomizo del horizonte— me hacía pensar sin opción a réplica en él: mi sueño, mi anhelado deseo… mi imposible.

Durante meses, creo más bien quizá que fueron años, se fue adentrando poco a poco en mí. Sin prisa, sin preguntas, sin guión. Mi cuerpo reaccionó en cuanto mis ojos se cruzaron con los suyos; no solo fue una conexión física, había algo más…, mucho más. En esos momentos ambos teníamos pareja, no podíamos sumergirnos en lo que nuestro cuerpo nos pedía a gritos. Y entonces, pasó. Nunca antes había experimentado una sensación tan profunda, tan inmensa… tan abismal. ¿Qué estaba ocurriendo? No era la primera vez que me masturbaba, ni la segunda, solo una más. O eso pensé aquella mañana. Un mensaje suyo me arrebató de entre los brazos de Morfeo; solo un « buenos días» con una foto adjunta fueron suficientes para incorporarme sobre la cama cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a golpear, aún sin violencia, los cristales del ventanal junto a mi cama.

No era una foto nuestra, tras aquel primer y breve encuentro, la distancia suponía la mayor agonía imaginable. En blanco y negro podía observarse a una pareja, con la lengua de él recorriendo los pechos de ella sin dejar de mirarla. ¿Todo eso en una foto? La imaginación comenzó a construir la escena sin tan si quiera ponerla yo en marcha. A continuación otro mensaje: « Te pienso… no puedo dejar de hacerlo», sencillo, escueto, más que suficiente. Lo imaginé allí, junto a mí, bajo mis sábanas mientras oíamos la lluvia caer cada vez con más violencia; ¿solo físico?, ¿solo deseo? Era mucho más, no cabía duda. Me tumbé e introduje mi mano bajo la suave seda de mi ropa interior. Estaba húmeda, humedad que llevaba su nombre; nuestro nombre. Decidí activar la grabadora del teléfono para que me escuchara, me excitaba muchísimo saber que estaba a cientos de kilómetros y nos unirían mis gemidos. Mis dedos no encontraron dificultad en deslizarse sobre mi sexo, entre mis labios, buscando introducirse en mi interior sin pensar en nada más. En ese momento, la grabación se vio interrumpida por una llamada: era él. Descolgué. Sin planearlo, sin decirnos nada, simplemente comenzamos a escuchar los gemidos de cada uno al otro lado del hilo telefónico.

Mi labio inferior parecía pedir clemencia ante los repetidos mordiscos derivados de tanta intensidad, imágenes sin construir y sin explicación se sucedían junto a la banda sonora de nuestros gemidos; de nosotros. Un gemido ahogado al otro lado hizo que no pudiera alargar más el letargo; me dejé llevar uniéndome a su orgasmo. Un pitido inesperado zanjó nuestra conversación y dio paso de nuevo a los mensajes: « Te adoro, te siento aquí, en mi piel»… « No salgas de mí, quédate dentro, en mis venas, en mi interior»… « Estaremos juntos y cuando ocurra, se abrirán las puertas del paraíso ante nosotros ».

Solté el teléfono desfallecida, jadeante. Todas aquellas imágenes habían sido sustituidas por preguntas, interrogantes, dudas… ¿acaso soñar será suficiente? Aquella mañana no pude controlar mi cuerpo, pero mi mente decidió que solo disfrutar del momento era la respuesta.