Vibraciones

Vibraciones

Un beso. Una caricia. Un momento.

Coctelera y el resultado es el cariño, el sexo y si se tiene suerte… EL AMOR.

Así pasó hace ya casi tanto tiempo que no recuerdo si eran hormonas o vibraciones; su movimiento, su magnitud, su efecto en mí… o incluso el mundo. ¿Provocaría un terremoto? Ya sabemos que pasa con el efecto mariposa, pero a mí me paso exactamente lo mismo sin necesidad de ir a la otra punta del mundo. Cómo y de qué manera ya es otra historia, ¿queréis conocerla?

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Momentos

Momentos

Lo recuerdo como si fuera ayer; escondidos deseando que nadie nos viera pero disfrutando del momento como si el mundo se acabara cuando nos separáramos. ¿Os ha pasado alguna vez? Un sueño, una fantasía, tocarse de noche (o de día para qué nos vamos a engañar) con esa persona en la cabeza… Quizá idealizada sí, pero la droga perfecta y necesaria para seguir adelante antes de que se abriera la puerta al olvido.

Nadie lo sabía, de hecho no podían, hubiera sido devastador. Nuestros labios se devoraban en el deseo de comernos antes de que se nos secara la boca al separarnos. ¿Era más apasionado así? Igual solo tenía en mente las películas románticas o quizá mi fantasía por convertirle en algo tangible me aceleraba el corazón y esa zona tan íntima que a través de las fotos y las redes sociales no tenía descanso. Decidimos dar un paso más, no en alto ni de manera clara; solo hablaban nuestros ojos y las teclas teclas del móvil. Jadeábamos con la mente puesta en qué podríamos hacer juntos si algún día por fin se daba la ocasión.

Un azul cerúleo bañaba el día señalado, ese en el que todo podía mejorar o por el contrario pinchar el globo de la expectativa que no podía aguantar más volumen de pasión y vehemencia. Nos saludamos como cualquier pareja de amigos pero con una timidez que provocaba esos tics tan molestos. Ya sabéis, morderse el labio inferior, humedecerlo con la lengua, tartamudear, no saber cómo llevar a cabo una mera conversación… ¡Pero claro! Aquella no era una mera conversación, era la nuestra cara a cara. La primera. El mundo alrededor era ajeno a nuestros deseos, el efecto de estos en nuestros cuerpos y las ganas contenidas que no podían esperar más. Conseguimos escabullirnos, ya ni me acuerdo cómo, de todo el entorno conocido allí presente y una callejuela cercana fue el escenario de lo que se desató entre nosotros. Sus manos estrecharon mi cintura y todo estalló, mis gemidos, su respiración entrecortada hasta que me colocó apoyada en la pared tras de mí mientras sus manos unión mi cadera a la suya. Esa que indicaba lo preparado que estaba su cuerpo para lo que quiera que sea que pudiéramos compartir. Su entrepierna me llamaba a gritos de la misma manera que la mía quería abrirse para recibirle. Quería que su sexo navegara en mi humedad. Sus pulgares comenzaron a acariciar la piel que dejaba al descubierto la cinturilla del pantalón mientras yo no fui capaz de contener a mis manos en la búsqueda de sus nalgas. Nuestros movimientos pedían menos ropa y nuestros deseos que no hubiera ninguna, tanto es así, que una de sus manos consiguió alcanzar mi zona más recóndita y sumergirse en mi interior de cuyo escondite solo sabía él el camino, y para el que nadie más tenía acceso. Sus gemidos se hacían más audibles mientras mis manos no dejaban de ceñirse a su espalda recorriéndola de arriba a abajo. De abajo a arriba. De repente unas voces lejanas distanciaron nuestros cuerpos de manera abrupta, aunque en nuestros ojos se pudiera leer sin dificultad alguna lo que pasaba por nuestras cabezas.

—¿Qué hacéis aquí?

—Nada, solo tenía que preguntarla una cosa. ¿Nos vamos ya? —respondió él sin dudar.

Imaginad la expresión en mi rostro al ver su frialdad, signo equívoco de que él seguiría con su vida sin mirar atrás, mientras en mí se quedaría una espinita clavada que aún ahora en algunas ocasiones, duele.

Comienzos vibrantes

Comienzos vibrantes

Dejo caerme sobre él y su pecho agitado. Cuando recupero el aliento me tumbo a su lado con una sonrisa dibujada en la cara.

—Déjame descansar cinco minutos y me pongo al lío.

No sé muy bien qué significa ese lío al que se refiere, solo sé que estoy deseando descubrirlo. Mis pezones siguen sin relajarse cuando siento como su mano se acerca a mi bajo vientre. Ronroneo creyendo entender lo que viene. Sus dedos se deslizan diligentes a través de mi humedad que lleva su nombre y yo respondo con intensidad, me muevo para demostrarle el camino que debe seguir. Cuando se comienza a acercar ya me tiene casi hecha, si es que no estoy hecha ya, hasta que un gemido escapa de entre mis labios al mismo tiempo que mi cadera se arquea pidiendo más. Él acelera el ritmo y siento que me inyecta más electricidad de la que puedo aguantar…, pero no. Consigue con cambios de ritmo que aumentan más si cabe el vigor del momento relajarme al mismo tiempo que conseguir que siga en ese balanceo del clímax. Responden los dedos de mis pies, la piel erizándose y mis labios al ser mordidos en mi boca.

—Eres increíble, ya tengo ganas de repetir y aún no hemos acabado.

No me hizo falta más, me subí a su cuerpo y su rostro que quedó entre mis pechos llevando sus manos a ambos lados de ellos mientras los recorría con su lengua. ¿Cómo iba a desaparecer mi humedad cuando su lengua, boca y hasta sus ojos me engullían como si no hubiera un mañana. Cada envestida acompañada de su lengua me deshacían. Me separé quedándome sentada sobre él, erguida para que me viera sobre él mientras mis manos también entraban en juego y acariciaban mis pechos. Mis sonidos susurrantes iban acompañados de embestidas más agresivas y profundas. Gritos ahogados, movimientos acompasados, nada parecía acabar y ¡vaya si me gustaba! Más tiempo después del que esperaba un gemido ronco y audible hacen que sus manos se separen de mi cadera y una sonrisa traviesa conecte con la mía llena de felicidad, vehemencia y deseo.

Se incorpora sentándose frente a mí y aún dentro, me abraza el cuello con sus manos, me besa recorriendo todos los rincones de mi boca y me abraza convirtiéndonos en uno. ¿Quién decía que el sexo solo era algo sucio? Sin duda, aquellos que no lo han vivido como yo… Si nuestros comienzos son así de vibrantes no querría que se acabaran nunca.

Al otro lado

Al otro lado

Me despertaba inquita todas las noches. Era incapaz de dormir más de dos horas seguidas… ¡¿Qué diantres me pasaba?! Ese desconcierto no tenía ningún significado para mí, nada de lo que pudiera imaginar me daba una explicación, hasta aquella tarde.

Para variar, y por no escuchar las mismas palabras y reprimendas de mi madre, me sumergí en el ordenador y un chat. Pero chat de esos en los que solo puedes hablar y dar permiso a que entren las personas que tú quieres. Mientras comía las patatas fritas que había conseguido esconder de las fauces de mis padres, mi corazón comenzaba a retumbar contra mi caza torácica como si de un tambor de tratara.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No sabía bien que estaba pasando, solo que aumentaban mis ganas de llevarme más patatas a la boca, y mi corazón cada vez tenía menos ganas de tranquilizarse. «¡¿En serio al otro lado estaba el chico más malote y buenorro del grupo?! No podía ser, ¿¿hablando solo conmigo y proponiéndome que le acompañara a no sé qué en el centro comercial más cercano a mi casa??». Me tuve que separar de la mesa y no mirar así su última frase donde me pedía que le acompañara. Estaba desconcertada, sí, era consciente, pero ¿veía vehemencia en sus palabras?, ¿incluso picardía? No, imposible, yo medía poco más de metro y medio y el resto de chicas del grupo eran altas y delgadas. No, no, no, no podía ser. Según andaba en círculos por la habitación me di cuenta que no solo era mi corazón el que estaba desbocado, también mi entrepierna parecía tener algo que decir con tanta humedad. «¡¿Es lo que yo creo?! ¿Está respondiendo mi sexo antes que mis?» No lo pensé más y le contesté que sí, no tenía otra cosa que hacer y así salía de casa un rato. O eso quise creerme.

Me costó vestirme, no os voy a engañar, los pantalones no parecían querer recorrer mis piernas hasta la cintura dado el temblor que tenían estas. Cuando por fin lo conseguí, las siguientes dudas era si la camiseta tenía que ser o no sexy, si maquillarme y hacerle pensar que era por él o si presentarme con la cara lavada sería el mejor mensaje. Después de unos minutos lo tuve claro, nada de maquillaje, significara para él lo que significara. Y bueno, la camiseta no es que fuera más o menos sexy, es que en verano siempre se va más carne.

Subía las escaleras del metro más nerviosa aún de lo que estaba en mi habitación. Menos mal que eran mecánicas, sino hubiera sido imposible mantener el equilibro de una forma lo suficientemente natural como para no descender por ellas como una pelota. Cuando al fin llegué arriba comenzaba la parte más difícil de mi plan: Parecer despreocupada. «Oh, mierda, ahí estaba él con pantalones raídos y un expresión de mayor despreocupación de lo que seguro era la mía». Gracias a Dios fue él quien se acercó y así no tuve que dar ni un paso siquiera. Tras comprar algo que decía necesitar y yo ahora mismo ni recuerdo, me propuso ir a su casa ya que sus padres estaban fuera de la ciudad.

Cuando entramos por la puerta descubrí lo que era de verdad un temblor de piernas. Me dijo que pasara a sentarme al salón mientras él iba a por algo de beber y unas patatas. «¡Como si yo no hubiera tomado suficientes patatas ya! Pero nada salió por mi boca y me dirigí al salón». Sabía dónde se encontraba el salón después de tantas fiestas, pero esta era muy diferente. Solo para dos…

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía sentarme, siempre fui de culo inquieto, pero en ese momento no había nada en mi cuerpo que se comportara de manera tranquila, así que me quedé de pie mirando por la ventana. Un paisaje, que a pesar de tener muy visto, siempre me había encantado. ¡Una gasolinera! Ya veis qué bonito, pero era sin duda lo que significa: ¡¡Su casa!! Que no hubiera nadie más excepto nosotros…

—Lo dejo todo en la mesa, o prefieres que lo acerque al sofá.

Al darme la vuelta y ver su expresión me pareció ver algo muy similar a lo que yo había sentido tras haber hablado frente al ordenador.

—Tranquilo, en la mesa está bien.

Me acerqué al sofá solo por no tener la obligación de decir algo más y él hizo lo mismo tras coger el mando a distancia de la televisión. Al encenderla salió la típica película que emiten en verano cuando saben que la mayoría de la gente está disfrutando del buen tiempo fuera de casa. Estuvimos un rato en silencio mientras comíamos las dichosas patatas que seguro iba a coger tirria cuando todo aquello, fuera lo que fuese, acabara.

¡Y ahí estaba! La escena hot que da a entender lo que harían los protagonistas aunque poco se viera. Otra vez esa humedad. Quise ver su expresión por el rabillo del ojo, pero no pude intuir nada. Igual era mi inseguridad, «¡¡¿¿pero cómo no iba a estar insegura tratándose de él??!!» En ese momento me pareció sentir por los movimientos de los cojines que se había revuelto despacio. Era el momento, tenía que saber si su mirada me transmitía algo o quizá todo volvía a ser producto de mi imaginación. Giré la cara y nuestros ojos se encontraron como puñales queriendo encontrarse. Fui testigo de primera mano de cómo todo su cuerpo se acercaba, en mi cabeza a un segundo por hora, pero seguro que en la realidad alejada de mi mente, todo fue más rápido. Ahí estaban. Sus labios, dulces como la seda y esponjosos como las nubes que se compraban cuando éramos pequeños. Nada de humedad, mi sexo se estremecía como nunca antes, llamaba a gritos al suyo…, «¡¿pero no era muy pronto para dar ese paso?!» Qué iba a ser pronto si llevábamos juntos en el mismo grupo de amigos muchos años ya, como todos los que yo le había deseado en mi cama, sobre mí, dentro de mí, entre mis piernas… Dejé de pensar y me subí a horcajadas sobre él, y sintiendo aquello que podía sentirse entre sus piernas él estaba encantado con mi decisión. Mis manos abrazaban su cuello mientras mis pellos sentían su cuerpo y se erizaban a la espera de un contacto diferente que terminara de expulsar de mi cuerpo aquella descarga eléctrica. Sus manos se introdujeron por debajo de mi camiseta minimalista de tirantes, pero no parecían atreverse a subir de mi cintura, así que de nuevo me comporté como antes, aunque nunca hubiera pensado que sería capaz. Me separé y quité la camiseta dejando mi mejor sujetador frente a él. La dilatación de sus pupilas y algo más que sentía debajo de mí, reafirmaron que había tomado la decisión correcta. A partir de ese momento todo cambió. Me cogió de las caderas para colocarme tumbada sobre el sofá antes de tenderse obre mí con ambos codos a mis lados.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía creerlo. Estaba sucediendo y rezaba bien fuerte en mi interior que no fuera un sueño. Su lengua me devoraba mientras no dejaba de sentir que lo que esperaba más abajo era maravillosamente increíble. Sus manos estaban centradas en mi pecho y desabrochar mi sujetador al mismo tiempo que yo deseaba desbrochar su pantalón. Cuando lo consiguió y sopló de manera sutil en mis pezones, un sollozo ahogado no pudo mantenerse por más tiempo dentro de mí. Su respuesta fue una sonrisa rebelde y el cambio de objetivo en sus manos, que bajaron a sus pantalones. Dejó uno de mis pechos dentro de su boca sin dejar de lamerlo cuando separó su cadera y bajó los vaqueros y su ropa interior. «Esto es mucho mejor de lo que nunca había imaginado y la mirada de deseo en sus ojos ya no tiene descripción posible». En ese momento se sentó frente a mí y mi expresión de confusión antes de hablar.

—No hace falta que sigamos adelante, de verdad, solo tú decides hasta dónde quieres llegar.

En ese momento terminó de ganarme si no lo había hecho ya desde el saludo en el chat. Me incorporé como pude y tras sonreír de la manera más penetrante que pude, solo le pregunté si tenía protección cerca. Sin añadir nada estiró el brazo a la mesita junto al lateral del sofá, lo colocó más rápido de lo que yo había visto jamás y sin ninguna vergüenza comprobó con sus dedos si todo estaba listo. Estaba claro que no había ninguna duda, así que se alojó entre mis paredes ávidas de él y el baile comenzó. Las embestidas eran más fuertes según pasaban los minutos y sus labios no dejaban a mis pezones relajarse. Aquello parecía no parar, pasaban los minutos y su excitación no quería alejarse del hogar que parecía haber encontrado en mi interior. Tras lo que me pareció una deliciosa eternidad, gruñó de manera rugosa y dejó escapar todo el aire de sus pulmones.

—Tranquila, nena, ahora te toca a ti.

Secretos

Secretos

Gimo silenciosamente para que toda la gente que bulle tras la puerta del baño no sepa lo que él y yo estamos compartiendo ahora mismo. La humedad de nuestro beso también se origina entre mis piernas y me hace vibrar como pocas veces antes lo había hecho un beso; ¿ería él? ¿Nosotros? ¿El secreto de besarnos a escondidas en un baño público? ¿La situación planeada casi desde que comenzamos a hablar? Quiero abrir los ojos para corroborar que es real… pero eso hará que la magia se volatilice. Yo solo quiero hacer sólido este momento, los minutos compartidos en este minúsculo baño público. Quiero recorrer su abdomen con mis manos, saborearlo con mi lengua, sentir cómo el brillo, que imagino seguro tendrán sus ojos, se intensifica al conectar con mi mirada.

—Deberíamos salir, se preguntarán dónde estamos —comento a esos ojos aún con más resplandor del que imaginaba.

No hay respuesta, solo un asentimiento lleno de obligación y responsabilidad.

Cuando sale y me veo sola, ese pequeño baño me parece ahora inmenso sin su presencia. Trago saliva y salgo a lavarme las manos como si toda la gente que me rodea haya reparado en mí, o en lo que hacíamos. Una presencia imponente se acerca por detrás, coloca sus amplias manos en mi cintura y me incita a girarme. Al hacerlo no puedo evitar cómo la rapidez de su lengua se introduce entre mis labios en busca de la mía al mismo tiempo que sus manos me estrechan fuerte antes de subir a mi cuello y abrazarlo. Me estremezco y siento cómo su corazón palpita tan fuerte como el mío, a punto de quebrar su pecho.

No podemos seguir con esto, nos esperan nuestros amigos en la planta de arriba ajenos a lo que hacemos. Quiero decírselo, pero el miedo a separarme definitivamente de él es más fuerte. No lo pienso más y acerco con agresividad sus caderas a las mías. Lo que parezco sentir entre sus piernas es mayor de lo que imaginé desde el primer «hola». Nuestras lenguas siguen conociéndose y parecen gustarse, así como nuestras entrepiernas.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Consigo zafarme de su cuerpo y giro hacia las escaleras. Subo despacio, peldaño a peldaño y parece que la danza de mi cadera llama a sus manos fuertes que vuelven a estrecharme mientras subimos. En el último escalón libera mi pelvis, que se siente excarcelada sin ninguna gana de libertad. Ya en la mesa deseamos que la comida termine y estar solos. Cuando al fin lo hace salimos del restaurante y conseguimos escabullirnos de ellos; caminamos sin destino, no el que queremos al menos, hasta que oigo.

—Llévame a tu casa, por favor.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Zanjo nuestro momento con un beso entre sus gruesos labios y me dirijo, sola. Sin mirar atrás a mi casa. El corazón bombea con fuerza, como mi sexo que le llama a gritos… Pero no puedo, lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo… Es lo que tienen los secretos, ¿no?

El refugio de las olas

El refugio de las olas

Miro por la ventana anhelando un verano donde poder olvidar clases, edificios por doquier, coches y obligaciones; en especial estas últimas. Solo quiero respirar aire salado, empaparme de calor y escuchar música sin parar. Igual mis amigos de la playa ya no se acuerdan de mí tras dos años sin venir por estos lares, pero nada de eso importa ahora mismo.

—¿Quieres quitarte ya esos dichosos cascos?

No os lo había comentado, ¿no? Sí, esa es mi madre mirándome desde el asiento del copiloto como si fuera un pecado mortal no escuchar Radiolé durante más de cinco horas. Y os digo más, y peor, el aire acondicionado no funciona por la desidia de mi padre. Junto a mí esta mi hermana refunfuñando y chistando por no poder oír a Medina Azahara. ¡Cómo para no llegar con ganas, me recuerden o no!

Demasiadas horas después bajo la ventanilla todo lo que se puede, cierro los ojos y comienzo a sentir el sabor a sal de la playa, las sonrisas de la gente camino de la misma y las discusiones de mis padres por la dirección de la casa de alquiler. Cuando al fin llegamos, salgo corriendo del coche y observo como la casa no es que esté en primera línea, nooooo, ¡¡está casi sobre ella!!

—!¿Quieres hacer el favor de ayudar con las maletas y no quedarte ahí?! Ya tendrás tiempo para aburrirte de tanta playa.

Cuando entro, frente a mí veo unas escaleras que me llaman a gritos para que las suba y ¡ay madre cuando lo hago! La azotea es increíble y las vistas no voy a ser capaz de describirlas, ¿o sí? El agua no tiene límite y se fusiona con el cielo; el horizonte es una mezcla de escalas de azul que apenas conozco, así que lo dejaré en que es vida, con todo lo que ello implica.

—¿Dónde está esta niña? ¡¡Juliaaaaaa!! Haz el favor de venir.

Suspiro y bajo a enfrentarme con el guion de años atrás que ya casi había olvidado. Sin decir ni mu hago todo lo que me dice —más bien impone— mi señora madre y cuando al fin termino, salgo corriendo hacia la playa con la primera toalla que encuentro. Alargo la llegada a la orilla aunque mis pies casi comiencen a hervir; esas primeras pisadas sobre la arena me transmiten una infinidad de sensaciones tan auténticas, que revivo un año con cada una de ellas. Al llegar planto la toalla y escucho como una voz masculina me llama, me giro… y ahí esta: tan moreno como le recordaba y esos ojos verdes que me sumergen en la frondosidad que compartimos la última vez que estuve aquí. Sonrío sin vergüenza alguna y él se acerca.

—¡Vaya, Julia! Estás más guapa aún de lo que recordaba.

—Pues yo si te recordaba así: imponente, masculino y… buenorro. —Ahora sí que me ruborizo entre risas tapándome la boca—. En serio…

—¿No iba en serio? —Otra deslumbrante sonrisa.

—Siempre tan chuleta, ¡claro que iba en serio! Me refiero a que estás más…, más…, más todo. ¡¿Cómo lo has hecho?!

—Mejor te lo cuento esta noche cenando, ¿te apetece?

—Eso ni se pregunta, estamos en esa casa de ahí, ¿vienes a las nueve?

—Aquí estaré.

Cuando sella el acuerdo con un beso en ambas comisuras abrazando mi cuello, creo morir. Incluso con los pasos destartalados sobre la arena, está para comérselo… Ya imaginaréis cómo paso de ausente la tarde entre modelitos, tonos de maquillaje y preguntas sin respuesta hasta que mi hermana se apiada de mí y me dice qué es lo que mejor me sienta: una camiseta de tirantes que ensalza mis pechos y una minifalda que hace lo mismo con mis caderas. Me alzo en mis sandalias de cuña y salgo por la puerta. Cuando miro hacia mar veo su silueta que me saluda. Me encamino tranquila hasta que la arena convierte mi camino sobre la arena en unos minutos muy incómodos, en especial cuando observo que no me quita ojo de encima.

—Estás preciosa. —Otros dos besos que me encienden.

—Muchas gracias, tú estás…

—¿También precioso?

—No empieces, ya sabes a qué me refiero.

No sé adónde se dirige, pero no me importa. Cruzamos el puente que nos lleva al pueblecito costero de al lado y descubro un chiringuito lleno de luces, gente y música de fondo.

—Sabía que te encantaría.

Sus pupilas dilatadas me comen sin pedir permiso, aunque saben que lo tienen. Nos sentamos en una mesa y David sigue terminando mis frases. Cuando terminamos pone su mano en la piel erizada de mi pierna, más por los nervios que por el frío, y me propone acabar la noche con otra sorpresa. Andamos por el paseo marítimo y frente a un portal saca una llave del bolsillo para abrirlo.

—¿Pasas?

—Aún con miedo por lo que me vaya a encontrar…, sí, paso.

No hay ascensor, así que subo delante de él por las escaleras contoneándome lo justo pata ponerle aún más nervioso de lo que sé que ya está, y tras dos pisos me giro a preguntarle si es el plan para bajar la comida. Tras reírse me dice que es la última puerta del pasillo. Le sonrío y me pongo a su lado para recorrer el último tramo. Tras cerrar la puerta las hormigas que recorren mi cuerpo comienzan a anidar en mi pubis, levanto la vista mientras él echa el pestillo, tras cerrar me apoya en la pared de manera sutil y se acerca lentamente. Cuando siento su respiración cierro los ojos y nuestras lenguas vuelven a encontrarse sin haberse olvidado tras tanto tiempo. Esconde sus manos bajo mi camiseta y acaricia mi piel al mismo tiempo que se separa para susurrar:

—¿Te enseño lo mejor de la casa?

—Estás tardando —replico sin tener en cuenta el doble sentido que mi mente calenturienta quiere darle.

Me coge de la mano y cruzamos una de las puertas que dan al pasillo cuando encuentro el negro del mar nocturno. Suelto su mano y voy hacia la ventana como una niña pequeña.

—Sabía que te iba a gustar. —Oigo cómo susurra en mi oído mientras siento cómo todo su cuerpo está preparado para lo que va a pasar y ninguno queremos frenar.

No hace falta que os cuente qué pasó después, pero quizá sí cómo estamos ahora mismo: tumbados sin ropa bajo la fina sábana. No puedo dejar de mirar el paisaje tras la ventana cuando escucho en mi oído:

—Ya había perdido la esperanza de que volvieras algún día.

Le beso como si no hubiera más verano por delante teniendo muy en cuenta que me esperan los mejores meses de mi vida…

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Niebla

Niebla

Tambaleante me dirigí al baño; no sabía qué era lo que me pasaba solo que entre las sábanas no encontraba el cobijo que necesitaba. Ni siquiera pude llegar al inodoro cuando me vi tumbada sobre el frío suelo de los azulejos con la mirada puesta en el blanco techo (ese recién pintado que pensé en su momento significaba el cambio que tanto necesitaba en mi vida), y con sudores fríos y palpitaciones que retumbaban en mi pecho cada vez más rápido tuve que pensar. No sabía qué hacer. Si gritar a mi pareja para que apareciera o… ¿qué podría hacer él? Enseguida lo descarté, aquello solo le preocuparía más, o peor aún, querría llevarme al hospital. Solo pensar en verme en una sala de espera atestada de personas, el ruido… Qué va, lo deseché de inmediato. Me levanté como buenamente pude y me senté sobre la taza con los ojos cerrados a la espera de que todo dejara de dar vueltas a mi alrededor. Apenas tres minutos después me di cuenta de que no resolvería nada así y sería mejor volver a mi cama, donde al menos sentiría que era algo conocido. Mi zona de confort, aunque todos gritaban en mi cabeza que nunca debería estar ahí.

Me tumbé tras los escasos diez pasos que separaban una estancia de otra y me acurruqué en una posición en la que estuviera cómoda. Cerré los ojos y esperé a que el sueño se apoderara de mí entre angustias y náuseas. No negaré la evidencia, aquello costaba. Ya sabéis, no pensar en todo lo que daba vueltas como una lavadora en mi estómago y en mi cabeza, porque esta no se quedaba atrás. Pero por fin los rayos de luz de un nuevo día entraron por la ventana y, sin esperarlo, una sonrisa se dibujó en mi rostro. «¿Había pasado ya? ¿Me encontraba bien?», me decía en silencio por no despertar a la niebla nocturna de la noche anterior. Oía a mi pareja respirando aún dormida en su lado de la cama y me di la vuelta para abrazarle con toda la fuerza que podían mis brazos. Se sobresaltó. Se incorporó con el miedo en su expresión, pero se relajó al ver la sonrisa en mis ojos.

Mientras desayunábamos su expresión cambió al ver como la mía lo hacía también. Yo quise suavizar mis rasgos, pero eso no iba a engañarle; demasiados años juntos. Me puse en pie y fui directa al baño. Me acuclillé frente a la taza pero nada salió de mi interior. «¿Qué mierda me ocurría?», me pregunté antes de que mi pareja proporcionara luz a la neblina creada por mí misma a mi alrededor. Me ayudó a ponerme en pie y a volver al salón donde el desayuno sollozaba creyendo ser el culpable de mi rostro gris. Él me abrazó antes de traerme algo de comida que si tuviera permiso para recorrer mi interior y supe (si es que antes no lo sabía ya) que aquel, era el lugar que de verdad necesitaba. Sin cuentos de hadas. Solo con la realidad, a pesar de que la niebla de esta estuviera siempre conmigo. Pero también estaría quién me sacara de ahí para acercarme a la luz si yo no podía.