Platónico

Platónico

Una noche como otra cualquiera, de esas en el sofá frente a la tele sin ver lo que se emite, más centrada en lo que discurre en bucle en tu cabeza; que si la soledad a los treinta, que si los amigos que son más conocidos que otra cosa, que si bla bla bla… Todo junto y nada resuelto. ¿Os suena? Esa treintena a la que todos aluden y aceptas con miedo, más si no hay relación estable que evite los comentarios en reuniones familiares de «¿y tú aún sin pareja? Se te va a pasar el arroz». Ni que supieran ellos el tipo de pareja que necesitas, igual no es esa de las películas de los noventa. En esas estaba cuando una notificación despertó a mi móvil.

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Cuatro corazones

Cuatro corazones

—Si me pides perdón te lo compro —dije con tono jocoso para quitar hierro a la reciente discusión.

—Pues entonces no compres nada.

Seguro que podéis imaginar mi cara cuando oí esa respuesta, y más con mi innata visceralidad encerrada bajo llave para no responder con una frase de esa mías tan ácidas que la gente no solía entender. Y menos él. Él que debería conocerme más que nadie y llevaba con la llave en su poder demasiado tiempo como para recordarme a mí misma que eso no era buena señal ni tenía pinta de ser amor de verdad.

Al principio todo era perfecto, ese cuento de hadas que nos llega de pequeñas por todos lados, porque… para qué el mundo necesita ser sincero. Tras morir iré sola al infierno por no entender que la sinceridad no es bien aceptada. En aquel momento incómodo que se desarrollaba en una planta cualquiera de El Corte Inglés, mis neuronas comenzaron a marearse como si estuvieran borrachas, pero nada de embriagadas de amor, y yo solo veía unas letras fosforescentes que parpadeaban en una respuesta en la que se podía leer SALIDA, en grande y amarillo chillón a lo que me dije en silencio: «¡¡Huye, huye!!». El tiempo que pasó hasta que nos despedimos fue… desgarrador, incómodo y completamente desconcertante. No, no podía mantener más aquella situación. ¿Cuántas señales del universo necesitaba para dar el paso?

Con aquella marabunta de mariposas perdidas en mi cerebro sin saber ni dónde ni cuándo tomar aquella decisión, salimos una noche con un grupo de gente nueva. Conocidos de él que al menos, me sacarían del monotema en el que me encontraba conmigo misma. Con ellos algo borrachos uno dijo despreocupado: «¿Vais a celebrar tres años? Uy, uy, uy, esa es la fecha donde todo termina». Me carcajeé para mis adentros, sabiendo que igual tenía toda la razón. Unas semanas después celebrábamos mi cumpleaños y con todos un poco contentillos ya, nadie parecía saber dónde seguir la fiesta hasta que ese mismo que recordó el tópico de los tres años, calló a todos y dijo que debería ser yo quien decidiera. Quise hacer palmas con las orejas y los labios más alejados de la cara. Cuando al llegar a casa el temblor en mis piernas aún continuaba, las preguntas internas comenzaron a entrar en bucle; «¿Qué ha sido eso? Él nunca se fijará en mí, está muy fuera de mis posibilidades», me repetí una y otra vez hasta quedarme dormida. Al día siguiente, pero con un año más de experiencia —no lo olvidéis—, estaba frente a uno de esos chats de la época de los noventa cuando él se conectó y mis piernas volvieron a convertirse en gelatina. Las flores se abrían en cada parque, el calor se despertaba poco a poco y mis sudores no sabía muy muy bien a que se debían… Y en esas estaba yo cuando me mandó un mensaje para que le acompañara a comprar no sé qué. ¿Acaso importaba? Al día siguiente con más experiencia aún, nos encontramos los dos solos y tras hacer la susodicha compra me propuso ir a su casa. «¿Sería…? No, no, imposible», aún insistía mi inseguridad cuando entré por la puerta.

—¿Una coca-cola?

—¡¡Claro!! ¿Por qué no? —Uff, demasiada euforia sin razón aparente para él.

Horas más tarde, cuando nos disponíamos a salir de casa y terminar nuestra no-cita, dijo mi nombre en un susurro maravilloso. Ronco. varonil. O así lo sintieron mis neuronas aún dando palmas y saltitos. Me dio despacio la vuelta y sus labios se acercaron a cámara lenta a los míos. Las palmas y saltitos bajaron a mi sexo cuando me apoyó en la pared para introducir su lengua todo lo que pudo y devorarme. ¿Cómo llegué a casa? Ni lo sé. Aún me tambaleaban todos y cada uno de los recovecos de mi cuerpo cuando cerré la puerta con el deseo de volver a tenerle cerca. Por suerte, el fin de semana estaba cerca y volveríamos a vernos, pero con todos nuestros amigos ahí.

La ruptura con mi pareja fue dura, para qué engañarnos, pero pocos son conscientes de verdad de que lo que no se cuida se pierde, pero no por eso iba a desaprovechar mi juventud por algo y alguien, que cada vez me llenaba menos, siendo positiva, la verdad. Llenar es mucho decir. Las náuseas, sudores fríos, pérdida de peso, hicieron llamar la atención de mi familia y amigos. Uno de estos últimos, precisamente, fue quien me dijo que esas sensaciones me querían mostrar que aquella situación empezaba a tener un efecto negativo en mi salud. «¡¡Danger, danger!! », gritaba mi interior cada vez más alto. Los fines de semana tras aquel beso fueron convulsos, ¡vaya si lo fueron! Menos una noche en uno de nuestros bares favoritos. Tenía dos plantas y no sé por qué, llamadlo alcohol, llamadlo equis, muchos de los amigos de mi querido ex comenzaron a tirar la caña, menos uno. Uno que solo buscaba rincones para que mi nueva persona importante y yo pasáramos tiempo a solas. Amigo, que aún está presente en nuestra vida. Vida esta, más plácida en ese sentido de lo que nunca hubiera esperado, pero ya volveremos a eso.

Su lengua me abrasaba sin yo querer, ni mucho menos, que dejara de hacerlo. El coche donde nos encontrábamos era el único testigo de ese y nuestros primeros momentos íntimos hasta que por fin pudimos compartirnos en una cama. A solas. Sin explicaciones que dar. Sin mundo al que justificar nuestros sentimientos. Me encontraba tumbada solo con la ropa interior cuando sus labios recorrían mi piel y mis pezones llamaban a su cuerpo a gritos. Fue entonces cuando estos fueron succionados de manera dulce y maravillosa por su boca, iluminada con unos ojos que mostraban un deseo que hacía años no veía. Según descendía mi cuerpo comenzó a ronronear bajo él con gritos ahogados cuando sentí su boca en mi sexo. Sexo que llevaba tiempo ya sin ser tratado como merecía. Los orgasmos fueron inauditos, más que sorprendentes y húmedos. ¡¿Por qué me había conformado los años anteriores con un sexo vacuo y vacío?! Ya sé que el sexo no lo es todo, pero aquella intimidad era mucho más que sexo. Era confianza. Hogar. Seguridad. Calma. Una calma que necesitaba para volver a quererme a mí misma y darme cuenta de lo que realmente merecía.

No todo era positivo, aunque con el paso de los años se mira atrás y en realidad si lo fue, y mucho. Los que creíamos amigos no fueron ni conocidos, solo aquel que nos apoyó desde el principio permanece en nuestras vidas. Y nosotros, tras muchos baches por circunstancias de la vida, no de nuestra relación, seguimos juntos. Fuertes. Sólidos y felices. Muy felices.

Felicidad que se forja ante los problemas y donde aquellos cuatros corazones; él, nuestro amigo, mi ex y yo, entrelazaron unos sentimientos que fueron capaces de encontrar su sitio para que no les hicieran daño. Es desde entonces, donde la palabra sexo tiene un significado más completo para mí.

El refugio de las olas

El refugio de las olas

Miro por la ventana anhelando un verano donde poder olvidar clases, edificios por doquier, coches y obligaciones; en especial estas últimas. Solo quiero respirar aire salado, empaparme de calor y escuchar música sin parar. Igual mis amigos de la playa ya no se acuerdan de mí tras dos años sin venir por estos lares, pero nada de eso importa ahora mismo.

—¿Quieres quitarte ya esos dichosos cascos?

No os lo había comentado, ¿no? Sí, esa es mi madre mirándome desde el asiento del copiloto como si fuera un pecado mortal no escuchar Radiolé durante más de cinco horas. Y os digo más, y peor, el aire acondicionado no funciona por la desidia de mi padre. Junto a mí esta mi hermana refunfuñando y chistando por no poder oír a Medina Azahara. ¡Cómo para no llegar con ganas, me recuerden o no!

Demasiadas horas después bajo la ventanilla todo lo que se puede, cierro los ojos y comienzo a sentir el sabor a sal de la playa, las sonrisas de la gente camino de la misma y las discusiones de mis padres por la dirección de la casa de alquiler. Cuando al fin llegamos, salgo corriendo del coche y observo como la casa no es que esté en primera línea, nooooo, ¡¡está casi sobre ella!!

—!¿Quieres hacer el favor de ayudar con las maletas y no quedarte ahí?! Ya tendrás tiempo para aburrirte de tanta playa.

Cuando entro, frente a mí veo unas escaleras que me llaman a gritos para que las suba y ¡ay madre cuando lo hago! La azotea es increíble y las vistas no voy a ser capaz de describirlas, ¿o sí? El agua no tiene límite y se fusiona con el cielo; el horizonte es una mezcla de escalas de azul que apenas conozco, así que lo dejaré en que es vida, con todo lo que ello implica.

—¿Dónde está esta niña? ¡¡Juliaaaaaa!! Haz el favor de venir.

Suspiro y bajo a enfrentarme con el guion de años atrás que ya casi había olvidado. Sin decir ni mu hago todo lo que me dice —más bien impone— mi señora madre y cuando al fin termino, salgo corriendo hacia la playa con la primera toalla que encuentro. Alargo la llegada a la orilla aunque mis pies casi comiencen a hervir; esas primeras pisadas sobre la arena me transmiten una infinidad de sensaciones tan auténticas, que revivo un año con cada una de ellas. Al llegar planto la toalla y escucho como una voz masculina me llama, me giro… y ahí esta: tan moreno como le recordaba y esos ojos verdes que me sumergen en la frondosidad que compartimos la última vez que estuve aquí. Sonrío sin vergüenza alguna y él se acerca.

—¡Vaya, Julia! Estás más guapa aún de lo que recordaba.

—Pues yo si te recordaba así: imponente, masculino y… buenorro. —Ahora sí que me ruborizo entre risas tapándome la boca—. En serio…

—¿No iba en serio? —Otra deslumbrante sonrisa.

—Siempre tan chuleta, ¡claro que iba en serio! Me refiero a que estás más…, más…, más todo. ¡¿Cómo lo has hecho?!

—Mejor te lo cuento esta noche cenando, ¿te apetece?

—Eso ni se pregunta, estamos en esa casa de ahí, ¿vienes a las nueve?

—Aquí estaré.

Cuando sella el acuerdo con un beso en ambas comisuras abrazando mi cuello, creo morir. Incluso con los pasos destartalados sobre la arena, está para comérselo… Ya imaginaréis cómo paso de ausente la tarde entre modelitos, tonos de maquillaje y preguntas sin respuesta hasta que mi hermana se apiada de mí y me dice qué es lo que mejor me sienta: una camiseta de tirantes que ensalza mis pechos y una minifalda que hace lo mismo con mis caderas. Me alzo en mis sandalias de cuña y salgo por la puerta. Cuando miro hacia mar veo su silueta que me saluda. Me encamino tranquila hasta que la arena convierte mi camino sobre la arena en unos minutos muy incómodos, en especial cuando observo que no me quita ojo de encima.

—Estás preciosa. —Otros dos besos que me encienden.

—Muchas gracias, tú estás…

—¿También precioso?

—No empieces, ya sabes a qué me refiero.

No sé adónde se dirige, pero no me importa. Cruzamos el puente que nos lleva al pueblecito costero de al lado y descubro un chiringuito lleno de luces, gente y música de fondo.

—Sabía que te encantaría.

Sus pupilas dilatadas me comen sin pedir permiso, aunque saben que lo tienen. Nos sentamos en una mesa y David sigue terminando mis frases. Cuando terminamos pone su mano en la piel erizada de mi pierna, más por los nervios que por el frío, y me propone acabar la noche con otra sorpresa. Andamos por el paseo marítimo y frente a un portal saca una llave del bolsillo para abrirlo.

—¿Pasas?

—Aún con miedo por lo que me vaya a encontrar…, sí, paso.

No hay ascensor, así que subo delante de él por las escaleras contoneándome lo justo pata ponerle aún más nervioso de lo que sé que ya está, y tras dos pisos me giro a preguntarle si es el plan para bajar la comida. Tras reírse me dice que es la última puerta del pasillo. Le sonrío y me pongo a su lado para recorrer el último tramo. Tras cerrar la puerta las hormigas que recorren mi cuerpo comienzan a anidar en mi pubis, levanto la vista mientras él echa el pestillo, tras cerrar me apoya en la pared de manera sutil y se acerca lentamente. Cuando siento su respiración cierro los ojos y nuestras lenguas vuelven a encontrarse sin haberse olvidado tras tanto tiempo. Esconde sus manos bajo mi camiseta y acaricia mi piel al mismo tiempo que se separa para susurrar:

—¿Te enseño lo mejor de la casa?

—Estás tardando —replico sin tener en cuenta el doble sentido que mi mente calenturienta quiere darle.

Me coge de la mano y cruzamos una de las puertas que dan al pasillo cuando encuentro el negro del mar nocturno. Suelto su mano y voy hacia la ventana como una niña pequeña.

—Sabía que te iba a gustar. —Oigo cómo susurra en mi oído mientras siento cómo todo su cuerpo está preparado para lo que va a pasar y ninguno queremos frenar.

No hace falta que os cuente qué pasó después, pero quizá sí cómo estamos ahora mismo: tumbados sin ropa bajo la fina sábana. No puedo dejar de mirar el paisaje tras la ventana cuando escucho en mi oído:

—Ya había perdido la esperanza de que volvieras algún día.

Le beso como si no hubiera más verano por delante teniendo muy en cuenta que me esperan los mejores meses de mi vida…

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Puertas que se deslizan

Puertas que se deslizan

Pues esta es mi pequeña contribución a una vida, que por suerte… No viví, ni vivo sola.

¿Cómo explicar lo que sucede a lo largo de once años de tu vida? ¿El preludio? ¿Lo que pasará después sin poder imaginarlo?

Si debo elegir un principio, serían las redes sociales, esas primeras antes de que todo evolucionara y fueramos aún inocentes. No me entretendré más en esa época, que si bien fueron tres años,no fue lo que provocaron sino a donde me llevaron; cambios de amistades, cambio de vida, adolescencia universitaria, independencia personal respecto a la vida conocida hasta el momento… Y Él. Él que nunca esperé pudiera fijarse en mí, Él al que en mis pensamientos intentaba emparejar con las amigas que consideraba merecérselo más que yo. Pero…, un momento. ¿No tenía ya pareja para tener esos pensamientos? ¿Qué me quería decir eso? Ya fuera por mi edad, mi inseguridad o mi forma de ser aún no desarrollada en esos temas, el mundo parecía querer despertarme a algo que aunque desconocía, sin duda me merecía. De nuevo volvimos a esas redes sociales que provocó una quedada a solas. Sin mi novio, sin nuestros amigos…

Estaba ilusionada por cambiar de ambiente, sentirme libre y no encerrada en una relación que aún no me había dado cuenta de cuánto me limitaba. Pero… ¡¡Vaya tarde!! Me encontraba tranquila, fuimos a tomar unas cocacolas a su casa, vimos un rato la tele y antes de despedirme… Nos besamos. Pero no creáis que fue de esos húmedos de tornillo, no. No fue uno inesperado que comenzó en la comisura y buscó algo más. Ese algo que nos hizo separarnos con las piernas flaqueando. Esa noche en la cena con mi pareja, ya podeis imaginar todo lo que bullía por mi cabeza. Pensamientos encontrados. Dudas. Encontronazos conmigo misma…, hasta que llegué a casa. Tumbada en la cama no dejaba de pensar en Él. Nuestro beso. Cómo me había sentido y sentía en ese momeno hasta que una notificación llegó a mi teléfono móvil sonó y me senté con un impulso que hablaba por si solo. A partir de ahí, toda un noche de mensajes hasta que el saldo del teléfono desapareció y cortó de la manera más infantil posible. A la mañana siguiente, en cuanto abrieron los estancos, bajé al más cercano y recargué con todo el dinero que pude. De vuelta a casa, le escribí mientras él dormía plácidamente.

Creo sin dudar en el destino. En ocasiones lento, en ocasiones presentándose cuando menos falta creemos necesitar… Pero siempre con una enseñanza que antes o después nos servirá. Y ese destino, llevó a mi pareja a otro país durante un mes y yo…, me dejé llevar. Por mí. Por lo que sentía. Pero la realidad que en algún momento deseé y al fin, aunque de una manera diferente, había llegado. No lo pensamos y solo vivimos. Las cuatro semanas más intensas, felices y que no podían estar enseñándome más. Puede parecer cruel y hasta mezquino, pero algo me decía que vivía una biburcación que podá cambiar mi vida… Y así lo hizo.

Nuestro grupo de amigos se disgregó, a mi me destinaron en el trabajo a 400 km y mi pareja en ese momento acudía las veces que podía a verme mientras dejaba las cosas más o menos organizadas con los amigos que se habían quedo a su lado. Vamos, los de verdad y en mi caso, cuando todo se normalizó, mi salud entró en juego. Tanta angustia por las relaciones, el cambio de domicilio, la falta de cercanía, la soledad… ¿Pero quién estuvo allí? Él, siempre Él. Ayudando a mis padres en viajar lo más rápido posible a un hospital tan lejano, a pedir días en su trabajo para poder ir a verme… No me enrollaré ni con mi enfermedad que aún da coletazos, ni con las relaciones que se alejaron (no serían verdaderas), solo diré que once años después, la vida te depara lo que mereces a pesar de los pesares. Una dura enfermedad, sí, pero la mejor persona con la que poder vivir…

Solo puedo dar las gracias, porque si muchos vienen y van, hay alguien que siempre está. Con paciencia infinita y trato aún mejor… GRACIAS GRACIAS GRACIAS. Muchas puertas se deslizan y hay que observar lo que nos trae cada una de ellas… Algunas para aprender, otras para descartar. Solo nosotros podemos decidirlo.

Piel con piel.

Piel con piel.

Piel con piel. Había oído en numerosas ocasiones cómo esta terapia unía a madres y bebés cuando había algún problema que no les permitía estar juntos. Pero no. No era eso lo que necesitaba en mi cuarentena recién cumplida. Ni antes ni ahora. Ni de bebé ni de adulta. ¿Tan poco creía en la importancia de poder acariciar su mano para que ahora, que no puedo, la necesidad imperiosa salga a borbotones de mi piel, mis ojos y mi pecho? Le tengo cerca, a la distancia recomendada, pero aún así esa cercanía provoca más dolor del que esperaba en su momento. Sus labios; el saber como se funden con los míos; sus ojos, tan necesarios recorriendo mi piel; sus manos, tan adaptadas a cualquier recoveco de mi ser, tanto físico como anímico. Seguro que me entendéis. Esa sensación de cerrar los ojos, y la oscuridad es sustituida por esa claridad que desprenden los sentimientos por él. Por todo lo que le envuelve. Por nosotros y la vida que hemos construído juntos.

Sé que todo pasará y mi adaptación de piel con piel podrá volver a ser la que era. Porque no creo que haya nada en el mundo que nos pueda separar, menos cuando sé, quiero saber y creer, que el ser humano podrá luchar por un global que hace más fuerte los sentimientos individuales. Familiares y laborales. Un global que está por encima de cada indiviuo y no busca reconocimiento más allá del saberse capaz de superarse. Esa resiliencia que nos mantiene fuertes ante  cualquier traspiés y más, si queremos algo más que nuestro bien individual.

¿No es eso el amor? ¿No es eso lo que debe imperar en los momentos ddifíciles que se escapan de cualquier situación cotidiana y conocida? Pues así, descubrí, descubro y no dejaré de descubrir hasta dónde puede llegar el amor. Porque si no hay amor… ¿por qué luchamos?

Entre mis sábanas.

Entre mis sábanas.

Dormí sola durante tanto tiempo que todo me resultaba normal. Un ruido. Un reflejo en la pared. Risas alejadas, perdidas en la calle y yo… entre mis sábanas. Siempre entre mis sábanas. ¿Podría haber un sitio mejor? No lo creí hasta que alguien me acompañó en mis noches y mis amaneceres. Hasta que despertarme con una sonrisa se convirtió en… normal. Habitual. ¿Rutinario? No me lo planteé, solo era feliz y eso era suficiente. ¿Qué problema habría si esa rutina podía ser mi felicidad, mi camino a un mundo desconocido y que ni siquiera había soñado? Mes sorprendió, no diré lo contrario, pero fue  una grata sorpresa. Ser dos, compartir sonrisas, miradas, juegos y sí, sexo. Sexo en toda su plenitud y mucho más. Siempre me vendieron que el sexo era sucio, lejos de toda motivación que no supusiera procrear, tener hijos, procrear y mantener la especie… hasta que descubrí lo que eso escondía. La falsedad. El engaño. La falsa moral. El escondite hacia unos placeres que los que lo practicaban no querían airear y los que no tenían opción, preferían venderlo con menosprecio, burlas… ¿acaso solo a mí me miraban de reojo y criticaban mis comentarios subidos de tono? ¿Acaso hay alguna otra forma de mantener viva la especie? No me importaba, descubrí una nueva puerta que se abría ante mí sonde antes solo había una pequeña ventana a través de la que ni la luz entraba. Sumida en la oscuridad, cuando al fin un rayo de sol penetró en mi día a día, supe que había descubierto lo que de verdad me llenaba. Me colmaba. Me hacía sentir… mujer.

Ya sin pelos en la lengua descubrí aquello que con tanto empeño me habían escondido: el sexo, el disfrutar sin dar explicaciones, el comportamiento de mi cuerpo frente a él. Junto a él. Con él. ¿De verdad mi vida  había sido tan oscura, tan falta de vida, vibraciones? Había amores idílicos con los que solo imaginaba besos, caricias pero… ¿algo más? Lo desconocía. Y llegó él. Sin avisar. Como todo lo bueno de la vida. Sin pedir permiso ni llamar. Solo llegó. Cada mirada, cada roce ocasional se convertía en una corriente que parecía hacerme explotar en fuegos artificiales. ¿Qué era aquello? ¿La vida? Puede ser, pero ahora sé que es el amor completo. Total. Sin límites. Sin escondites ni vergüenza. Sin vergüenza. Y con la cabeza bien alta. La primera vez que sobrepasó la barrera de lo permitido hasta entonces cientos de preguntas se agolparon a la vez, de golpe, asombradas y admiradas a la respuesta de mi cuerpo frente a él. ¿Dónde había dejado mi vergüenza, mi pudor? Y… ¿para qué habían servido todos estos años? Sonreía por primera vez de una manera tan natural que hasta un pequeño atisbo de miedo quiso apoderarse de mí… pero no lo dejé. Disfruté,  reviví aquello y quise conocer más. Investigar. Averiguar. Inspeccionar y hasta rastrear qué era aquello, hasta dónde me podría llevar. Qué más habría ahí fuera que desconociera.

La sucesivas veces fueron aún mejor. Descubrirnos. Sabiendo dónde tocar. Dónde acariciar y cuándo. Conocerse era la mejor experiencia. Pasaban los días y queríamos más hasta que mis voces internas decidieron hablar sin preguntar arriesgándose a actuar sin ser enseñadas y… menuda sorpresa. El instinto sabía el guión que yo desconocía y me encantaba. Me estremecía solo con mis pensamientos y la posibilidad de poder llegar mucho más allá; a un mundo desconocido que estaba deseosa por adentrarme. ¿Recordáis esa sensación? ¿Los pelos de punta? ¿La piel de gallina? Yo espero no olvidarla… y más aún cuando descubrí que un muchas personas, sensaciones, recuerdos, imágenes y emociones me provocaban un suspiro eterno y placentero. Llegó el momento de sentirle dentro, su sexo, sus dedos, sus labios. Todo él era bienvenido e incluso aplaudido. Mis palabras acompañaban a unos pezones erectos que gritaban su nombre, su roce, sus labios. Me sexo le esperaba ardiente, húmedo, ansioso por recibirle y no querer que se marchara. ¿Qué habías de malo en todas esas sensaciones? Eran necesidades aumentadas más si cabe por la prohibición y el engaño en el que mi cuerpo y mente habían estado ocultos, guardados esperando a que alguien o algo les despertara. Y vaya si se despertó y sucumbió al placer, la felicidad con otro significado. La FELICIDAD en mayúsculas.

Solo tú.

Solo tú.

sombras

Antes de que mis ojos pudieran fijar la mirada, mis muslos se contrajeron y no había más que decir. «¿Cómo es posible? Ni siquiera le conozco; ¡qué típico!¿No?». Me sentía realmente estúpida, ¿cúantas chicas habrían pasado por lo mismo? Desde luego viendo su físico, sus ojos, su mirada y… su manera de hablar, me di cuenta que debía estar atenta a lo que decía si quería aprovechar nuestro primer encuentro. Un compañero común nos presentó y viéndole frente a mí pensé que debía ser un castigo por algo que debía haberle hecho… «¿cómo se iba a fijar en mí? Y si lo hacía —para lo que deberían alinearse todos los planetas— seguro que me provocaría un daño bárbaro e inhumano.

Esa fue solo la primera vez, tras ella vinieron una, otra e infinitas citas en las que hablábamos, mis muslos se contraían, mi sexo se humedecía y nuestros labios no dejaban de mirarse hablando un idioma que solo nuestros corazones entendían… «¿Sexo?¿Atracción?¿Soledad?… Miles de preguntas no parecían querer dejarse llevar por un torrente de electricidad que con una fuerza desmedida me empujaba de manera violenta contra él (o más bien contra la valla de clichés que nos separaba). Me sumergía entre las sábanas pensando en él, me despertaba con su imagen en la cabeza, me duchaba… ¡bueno! Mis duchas no necesitaban ser bajo de agua caliente, no sé si me entendéis. Aún fría, estaba segura de que el calor que emanaba mi cuerpo sería capaz de hacer que se evaporara cada gota; gotas que eran un nosotros, una —o quizá indefinidas— noches juntos. Le imaginaba junto a mí, buscando mi interior como agua en el desierto… desde luego mi sexo era capaz de provocar suficiente humedad para calmar a un extraviado buscador de tesoros; le entregaría el mío sin preguntas, mis muslos le descubrirían una cantidad desmedida de caricias, besos, saliva, gemidos, contracciones y sudor que harían olvidar cualquier mundo conocido con anterioridad. Nada de clichés ni cuentos de hadas, solo la intensidad de nuestros cuerpos fundidos en uno solo sin un mundo del que preocuparse.

—¡Eh! ¿Estás ahí?

La expresión perpleja de Manuel me devolvió a la realidad. «¿De qué me estaba hablando?», me pregunté sin obviar la humedad que comprimía mi ropa interior.

—No puedo, de verdad, siento algo muy fuerte pero no podemos estar juntos. —Y en ese momento fui yo la que me ahogué en la humedad del desierto.

—Pero… me hiciste creer. Pensé que… —Manuel me interrumpió antes de poder seguir.

—Nunca te aseguré que pasaría, solo que en otras circunstancias no tendría duda en hacerlo.

—¿Qué significa eso…? ¿Algo así como estar en la recámara?

En ese mmento mi cerebro me demostró que debía tomar el mando y toda aquella humedad, labios, contracciones, dilataciones, erecciones y sudor, formaran parte de una escena de ciencia ficción en la que ya ni siquiera era la protagonista… ¿acaso lo había sido alguna vez? Lloré. Lloré. Y seguí haciéndolo durante días. «¿De verdad me lo había imaginado todo, había visto molinos de viento? No, mi intuición no me engañaba, yo no era el problema; por primera vez en mi vida pude enfrentarme a la realidad sin culparme. Al fin y al cabo había vivido… solo faltaba que la experiencia, más mística que otra cosa, me hubiera enseñado algo más que la importancia de vivir. Me reí sin realizar ni una sola mueca, mi corazón era el que lo hacía, conocedor de la verdad: volvería a caer, volvería a aparecer alguien que me subiera al cielo aún con peligro de caer sin red pero… ¿prefería no sufrir o no vivir?  Yo diría que no…