Cuatro corazones

Cuatro corazones

—Si me pides perdón te lo compro —dije con tono jocoso para quitar hierro a la reciente discusión.

—Pues entonces no compres nada.

Seguro que podéis imaginar mi cara cuando oí esa respuesta, y más con mi innata visceralidad encerrada bajo llave para no responder con una frase de esa mías tan ácidas que la gente no solía entender. Y menos él. Él que debería conocerme más que nadie y llevaba con la llave en su poder demasiado tiempo como para recordarme a mí misma que eso no era buena señal ni tenía pinta de ser amor de verdad.

Al principio todo era perfecto, ese cuento de hadas que nos llega de pequeñas por todos lados, porque… para qué el mundo necesita ser sincero. Tras morir iré sola al infierno por no entender que la sinceridad no es bien aceptada. En aquel momento incómodo que se desarrollaba en una planta cualquiera de El Corte Inglés, mis neuronas comenzaron a marearse como si estuvieran borrachas, pero nada de embriagadas de amor, y yo solo veía unas letras fosforescentes que parpadeaban en una respuesta en la que se podía leer SALIDA, en grande y amarillo chillón a lo que me dije en silencio: «¡¡Huye, huye!!». El tiempo que pasó hasta que nos despedimos fue… desgarrador, incómodo y completamente desconcertante. No, no podía mantener más aquella situación. ¿Cuántas señales del universo necesitaba para dar el paso?

Con aquella marabunta de mariposas perdidas en mi cerebro sin saber ni dónde ni cuándo tomar aquella decisión, salimos una noche con un grupo de gente nueva. Conocidos de él que al menos, me sacarían del monotema en el que me encontraba conmigo misma. Con ellos algo borrachos uno dijo despreocupado: «¿Vais a celebrar tres años? Uy, uy, uy, esa es la fecha donde todo termina». Me carcajeé para mis adentros, sabiendo que igual tenía toda la razón. Unas semanas después celebrábamos mi cumpleaños y con todos un poco contentillos ya, nadie parecía saber dónde seguir la fiesta hasta que ese mismo que recordó el tópico de los tres años, calló a todos y dijo que debería ser yo quien decidiera. Quise hacer palmas con las orejas y los labios más alejados de la cara. Cuando al llegar a casa el temblor en mis piernas aún continuaba, las preguntas internas comenzaron a entrar en bucle; «¿Qué ha sido eso? Él nunca se fijará en mí, está muy fuera de mis posibilidades», me repetí una y otra vez hasta quedarme dormida. Al día siguiente, pero con un año más de experiencia —no lo olvidéis—, estaba frente a uno de esos chats de la época de los noventa cuando él se conectó y mis piernas volvieron a convertirse en gelatina. Las flores se abrían en cada parque, el calor se despertaba poco a poco y mis sudores no sabía muy muy bien a que se debían… Y en esas estaba yo cuando me mandó un mensaje para que le acompañara a comprar no sé qué. ¿Acaso importaba? Al día siguiente con más experiencia aún, nos encontramos los dos solos y tras hacer la susodicha compra me propuso ir a su casa. «¿Sería…? No, no, imposible», aún insistía mi inseguridad cuando entré por la puerta.

—¿Una coca-cola?

—¡¡Claro!! ¿Por qué no? —Uff, demasiada euforia sin razón aparente para él.

Horas más tarde, cuando nos disponíamos a salir de casa y terminar nuestra no-cita, dijo mi nombre en un susurro maravilloso. Ronco. varonil. O así lo sintieron mis neuronas aún dando palmas y saltitos. Me dio despacio la vuelta y sus labios se acercaron a cámara lenta a los míos. Las palmas y saltitos bajaron a mi sexo cuando me apoyó en la pared para introducir su lengua todo lo que pudo y devorarme. ¿Cómo llegué a casa? Ni lo sé. Aún me tambaleaban todos y cada uno de los recovecos de mi cuerpo cuando cerré la puerta con el deseo de volver a tenerle cerca. Por suerte, el fin de semana estaba cerca y volveríamos a vernos, pero con todos nuestros amigos ahí.

La ruptura con mi pareja fue dura, para qué engañarnos, pero pocos son conscientes de verdad de que lo que no se cuida se pierde, pero no por eso iba a desaprovechar mi juventud por algo y alguien, que cada vez me llenaba menos, siendo positiva, la verdad. Llenar es mucho decir. Las náuseas, sudores fríos, pérdida de peso, hicieron llamar la atención de mi familia y amigos. Uno de estos últimos, precisamente, fue quien me dijo que esas sensaciones me querían mostrar que aquella situación empezaba a tener un efecto negativo en mi salud. «¡¡Danger, danger!! », gritaba mi interior cada vez más alto. Los fines de semana tras aquel beso fueron convulsos, ¡vaya si lo fueron! Menos una noche en uno de nuestros bares favoritos. Tenía dos plantas y no sé por qué, llamadlo alcohol, llamadlo equis, muchos de los amigos de mi querido ex comenzaron a tirar la caña, menos uno. Uno que solo buscaba rincones para que mi nueva persona importante y yo pasáramos tiempo a solas. Amigo, que aún está presente en nuestra vida. Vida esta, más plácida en ese sentido de lo que nunca hubiera esperado, pero ya volveremos a eso.

Su lengua me abrasaba sin yo querer, ni mucho menos, que dejara de hacerlo. El coche donde nos encontrábamos era el único testigo de ese y nuestros primeros momentos íntimos hasta que por fin pudimos compartirnos en una cama. A solas. Sin explicaciones que dar. Sin mundo al que justificar nuestros sentimientos. Me encontraba tumbada solo con la ropa interior cuando sus labios recorrían mi piel y mis pezones llamaban a su cuerpo a gritos. Fue entonces cuando estos fueron succionados de manera dulce y maravillosa por su boca, iluminada con unos ojos que mostraban un deseo que hacía años no veía. Según descendía mi cuerpo comenzó a ronronear bajo él con gritos ahogados cuando sentí su boca en mi sexo. Sexo que llevaba tiempo ya sin ser tratado como merecía. Los orgasmos fueron inauditos, más que sorprendentes y húmedos. ¡¿Por qué me había conformado los años anteriores con un sexo vacuo y vacío?! Ya sé que el sexo no lo es todo, pero aquella intimidad era mucho más que sexo. Era confianza. Hogar. Seguridad. Calma. Una calma que necesitaba para volver a quererme a mí misma y darme cuenta de lo que realmente merecía.

No todo era positivo, aunque con el paso de los años se mira atrás y en realidad si lo fue, y mucho. Los que creíamos amigos no fueron ni conocidos, solo aquel que nos apoyó desde el principio permanece en nuestras vidas. Y nosotros, tras muchos baches por circunstancias de la vida, no de nuestra relación, seguimos juntos. Fuertes. Sólidos y felices. Muy felices.

Felicidad que se forja ante los problemas y donde aquellos cuatros corazones; él, nuestro amigo, mi ex y yo, entrelazaron unos sentimientos que fueron capaces de encontrar su sitio para que no les hicieran daño. Es desde entonces, donde la palabra sexo tiene un significado más completo para mí.

Comienzos

Comienzos

Hace un año (que no unos días como le gusta hacer la gracia a la gente), todo era perfecto, y cuando digo perfecto es totalmente así, perfecto en todo el significado de la palabra. Será mejor que os ponga en antecedentes.

Llevábamos juntos cinco años y fuimos a celebrarlo donde todo empezó. No sé si la idea fue suya o mía, pero cierto es que conociéndome probablemente saliera de mi cabecita ese magnífico plan, el caso es que ahí estábamos: la casa rural donde se firmó el primer beso, el primer abrazo y el primer polvo, no os engañaré, no tendría ningún sentido. ¿Serías capaces vosotros de decir que no a una mirada verde oliva que cuando se cruza con la tuya parece introducirse hasta lo más profundo y descubre todos tus secretos sin que abras si quiera la boca? Sí, me lo imaginaba, pues eso es lo que nos pasó a nosotros y él lo sabía muy bien. Tras registrarnos en la casa rural la tensión entre nosotros se podía palpar en el pasillo de entrada a nuestra habitación. Tras entrar fui a dejar las cosas al precioso sofá que había junto a la puerta y casi sin poder incorporarme me vi envuelta en un mar de lenguas ávidas por conocerse, y poco después al coger aire para poder respirar, sus manos abrazaron mi cuello y mis piernas se convirtieron en gelatina; esas manos tan masculinas no daban opción a nada más y me alegré de que ambos tuviéramos los ojos cerrados, porque seguro que él también los tendría, ¿no? Con todo y con eso fui capaz de contestar a su pregunta acerca de ir a tomar algo para cenar aunque en el fondo a mí me valiera solo con sus besos aderezados de su mirada. Sea como fuera fuimos al primer bar que nos encontramos al salir por la puerta principal y no dejé pasar de lado las miradas intensas que las mujeres le echaban a mi pareja. La verdad es que no se lo reprocho, Samuel era —y aún estoy segura que sigue siéndolo— un chico imponente: alto, moreno, ojos verdes, sonrisa seductora y envolvente y una seguridad que hace que te sientas muy muy pero que muy pequeña.

De vuelta de nuevo en la habitación supe que había hecho bien en depilarme y escoger la ropa interior más sexy que había encontrado en el fondo de mi mesita de noche.

—¿Ponemos la tele?

No hará falta que os explique cómo me dejó la jarra de agua fría que cayó sobre mí aunque en pleno mes de mayo no sentara tan mal.

—Cla… claro —respondí de una manera sorprendentemente normal, sin tartamudear ni nada.

¿En serio estaba pensando en ver la tele? No le di más vueltas delante de él porque estaba convencida de que era capaz de leer mis pensamientos y me introduje en el baño. Ahí estaba, sentada en la taza del váter sin saber qué hacer cuando saliera, desconocía cuánto tiempo había pasado hasta que llamó a la puerta y me preguntó si todo iba bien.

—Perdona, el hilo dental que viene con la habitación no sé qué es pero cuesta que haga su trabajo.

Nada más decirlo y ver la expresión en su cara supe que no había estado acertada en mis palabras, pero ¿qué otra cosa podría haberle dicho? Por suerte pareció no pensarlo mucho e introdujo de nuevo su lengua en mi boca. Me colocó sobre la pared y en esta ocasión cuando necesitamos unos segundos para respirar me echó sobre la cama extra-grande y ahí mis nervios se fueron, iros a saber dónde, pero enrosqué con mis piernas su cadera a la mía y todo pareció salir como si hubiéramos hecho eso cada uno de los días de nuestra vida. Nos acoplábamos bien, respirábamos al unísono y hasta nuestros gemidos parecían conocerse. Nada de lo que hicimos me daba vergüenza, su maravilloso sexo era todo lo que había esperado cuando nos conocimos y su manera de comportarse en la cama era mucho más de lo que hubiera deseado.

A la luz de la mañana siguiente todo parecía como si el sexo entre nosotros fuera algo que lleváramos haciendo toda la vida aunque nos hubiéramos conocido hacía unas pocas semanas. Las risas inundaron la estancia donde el olor a café lo colmaba todo, o casi todo… pero en esta última ocasión, la que he venido a contaros nada salió de la misma manera, ni parecida. Tras cinco años pesaron más los defectos, la rutina, falta de paciencia y nada de miradas que me atravesaran cortándome la respiración, así que en busca de nuestros comienzos nos dimos cuenta que habían llegado nuestros finales, pero la verdad es que nada puede empezar de verdad si no acabó lo anterior………

Un nuevo año comienza solo si se deja atrás todo lo malo, así que ¡a por lo bueno que nos quiera traer 2024!

Vibraciones

Vibraciones

Un beso. Una caricia. Un momento.

Coctelera y el resultado es el cariño, el sexo y si se tiene suerte… EL AMOR.

Así pasó hace ya casi tanto tiempo que no recuerdo si eran hormonas o vibraciones; su movimiento, su magnitud, su efecto en mí… o incluso el mundo. ¿Provocaría un terremoto? Ya sabemos que pasa con el efecto mariposa, pero a mí me paso exactamente lo mismo sin necesidad de ir a la otra punta del mundo. Cómo y de qué manera ya es otra historia, ¿queréis conocerla?

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Comienzos vibrantes

Comienzos vibrantes

Dejo caerme sobre él y su pecho agitado. Cuando recupero el aliento me tumbo a su lado con una sonrisa dibujada en la cara.

—Déjame descansar cinco minutos y me pongo al lío.

No sé muy bien qué significa ese lío al que se refiere, solo sé que estoy deseando descubrirlo. Mis pezones siguen sin relajarse cuando siento como su mano se acerca a mi bajo vientre. Ronroneo creyendo entender lo que viene. Sus dedos se deslizan diligentes a través de mi humedad que lleva su nombre y yo respondo con intensidad, me muevo para demostrarle el camino que debe seguir. Cuando se comienza a acercar ya me tiene casi hecha, si es que no estoy hecha ya, hasta que un gemido escapa de entre mis labios al mismo tiempo que mi cadera se arquea pidiendo más. Él acelera el ritmo y siento que me inyecta más electricidad de la que puedo aguantar…, pero no. Consigue con cambios de ritmo que aumentan más si cabe el vigor del momento relajarme al mismo tiempo que conseguir que siga en ese balanceo del clímax. Responden los dedos de mis pies, la piel erizándose y mis labios al ser mordidos en mi boca.

—Eres increíble, ya tengo ganas de repetir y aún no hemos acabado.

No me hizo falta más, me subí a su cuerpo y su rostro que quedó entre mis pechos llevando sus manos a ambos lados de ellos mientras los recorría con su lengua. ¿Cómo iba a desaparecer mi humedad cuando su lengua, boca y hasta sus ojos me engullían como si no hubiera un mañana. Cada envestida acompañada de su lengua me deshacían. Me separé quedándome sentada sobre él, erguida para que me viera sobre él mientras mis manos también entraban en juego y acariciaban mis pechos. Mis sonidos susurrantes iban acompañados de embestidas más agresivas y profundas. Gritos ahogados, movimientos acompasados, nada parecía acabar y ¡vaya si me gustaba! Más tiempo después del que esperaba un gemido ronco y audible hacen que sus manos se separen de mi cadera y una sonrisa traviesa conecte con la mía llena de felicidad, vehemencia y deseo.

Se incorpora sentándose frente a mí y aún dentro, me abraza el cuello con sus manos, me besa recorriendo todos los rincones de mi boca y me abraza convirtiéndonos en uno. ¿Quién decía que el sexo solo era algo sucio? Sin duda, aquellos que no lo han vivido como yo… Si nuestros comienzos son así de vibrantes no querría que se acabaran nunca.

Recuerdos

Recuerdos

Me despierta la luz que se abre paso a través de la ventana como cada nuevo día, con esa resplandor deslumbrante que parece recordarme únicamente los momentos que pasamos juntos.

No, no podría.

Me cubro la cara con la fina sábana que vuelve a recordarme que el buen tiempo, las sonrisas y las ganas de estar en la calle ya han llegado. ¿Pero llegado adónde? A mi corazón resquebrajado desde luego que no. Me pregunto qué ocurriría si no saliera de mi escondite; de esta cama llena de recuerdos de ti; de esos besos que nos comían sin necesidad de sumar calorías al cuerpo y de esas miradas que parecían provocar caries de lo empalagosos que éramos.

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Borrón y cuenta nueva

Borrón y cuenta nueva

Se movía entre sus piernas intentando olvidar el mundo, creando uno nuevo y mucho más placentero… aunque durara solo unos minutos. Bajo ella solo un gesto de placer; gruñidos cada vez más ahogados, casi en un tono quedo que parecía fusionarse con el ambiente de la habitación. No sabía quién era y tampoco la importaba. Eran tiempos convulsos y solo se dejaba llevar por sus emociones. Quien subyacía bajo sus caderas no importaba, le diría que se fuera tras terminar el baile y cuando saliera el sol sería otro día.

Remoloneó entre las sábanas y una leve sensación de placer volvió entre sus piernas, pero se difuminó al verse sola. Cerró con fuerza los ojos, se sentó con los pies descalzos sobre el frío suelo y se dirigió a la ducha. Tuvo unos leves recuerdos pero intensos, de lo vivido la noche anterior cuando la presión del agua del grifó rozaba esa zona tan íntima. Con intensidad, ojos cerrados y apoyada en la pared, unos sollozos siseantes emergían unidos al vapor del agua. Cuando salió del baño cogió su móvil y se cercioró de que no había nada en él; ningún wasap o llamada perdida. Nada. Solo ella de nuevo, ella y la soledad más apremiante. Buscó en su agenda y quedó con David, un amigo de toda la vida, en la cafetería de siempre.

—Otra vez, ¿verdad?

—No me juzgues, hace tiempo tú también lo disfrutaste.

—Y te diré que tú también parecías hacerlo. Tú expresión sobre mí no dejó lugar a dudas —replicó con gesto sombrío junto a una ráfaga de aire frío, propia de diciembre, que sin presentarse se unió a la conversación.

—Así es más fácil, de verdad. No hay malos entendidos y las cosas quedan claras sin llamadas tensas y violentas.

—Muy bien, pero no olvides que tu ansia, afán o apetito físico —como lo quieras llamar—, no llenará el vacío que en realidad tienes.

Tras el café con él volvió a esa casa al que costaba llamarla hogar, con paredes que parecían increparla por el ambiente opaco que cada vez era más intenso, quizá por la cercanía de la Navidad. Paola sacudió la cabeza y continuó sin pensar mientras ordenaba en casa lo que solo estaba desordenado en su cabeza. Una notificación en el móvil la alejó de sus pensamientos y fue corriendo. Al llegar frente a él observó como la cita de anoche parpadeaba a la espera de su repuesta. Descolgó y solo pudo explicar lo que creía haber dejado claro anoche. «Al final David va a tener razón», reflexionó para sí. Los días siguientes transcurrieron sin cambios. Desconocidos se paseaban por casa como si de una pasarela se trataba sin llenar el vacío que de verdad tenía en su interior. Excepto Juan, ese último momento físico que no entendió (o más bien no quiso hacerlo) lo que Paola pensó haber dejado obvio.

Un día tras llegar a casa llamaron a la puerta y cuando abrió se encontró la David y su expresión de padre previa a una bronca de las gordas.

—¿Tan grave es?

—Si me lo preguntas y estoy aquí, sabes que sí —respondió solemne.

—Anda pasa y déjate de monsergas. —Cerró la puerta e inspiró todo el aire que pudo—. Escupe y no te hagas de rogar.

—No te lo había dicho hasta ahora, pero creo que después del año que llevas y con la cercanía de Nochevieja, he de decírtelo.

—Me estas poniendo nerviosa y no creo que sea tan espinoso el tema. ¿Quieres que volvamos a hacerlo tú y yo? ¿Es eso?

—No tienes remedio. —Y una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en su cara—. Me cae bien ese chico, es bueno para ti, y creo que ya va siendo hora de olvides lo que fuera que te hizo tanto daño y le des una oportunidad a Juan.

—¿Es eso? Pensé que apenas le conocías. —Se quedó unos segundos en silencio antes de volver a hablar—: Está bien, no estuvo nada mal, la verdad. No me costará trabajo.

—Le conozco lo justo para dejarlo entrar en tu vida y por lo tanto, en la mía. Pasa Nochevieja con él; comienza un nuevo año con alguien que no deja de preguntar por ti; insiste en verte y podría ser ese alguien con el que estuvieras de verdad a gusto. Y no solo para acostarte con él, que nos conocemos. Estaremos todos en mi casa. Dale otra oportunidad, por favor.

—Muy bien, papá. Te haré caso y me fiaré de ti —respondió con los ojos en blanco.

Frente al espejo quiso estar preciosa sin maquillarse en exceso. Ojos ahumados, rojo intenso en labios y una ropa interior de infarto bajo un vestido fabuloso. Al terminar retó a su mirada, pero el espejo solo le devolvió una réplica que le provocó pavor. Apartó la vista, fue hacia la puerta y tras coger las llaves cerró la puerta con un sonoro portazo que le hizo sentir como si le hubiera dado una patada en el culo al año que al fin terminaba.

En casa de David no faltaba ninguno de los hombres que habían pasado por su cama y se estremeció al darse cuenta de que eran demasiados. Echó un vistazo rápido y la mirada penetrante de Juan consiguió una de vuelta por parte de ella aún más intensa, si eso era posible. Fue a por una copa y se lo encontró al volver al salón interceptándola el paso.

—¿Ese vestido es para mí?

—Puede, ¿eso quieres? —respondió Paola relamiéndose el labio inferior.

—Igual tengo que partir la cara a muchos de los que están ahí, pero no me importa. Sé que merece la pena.

Paola quiso comerle esos labios carnosos, pero se contuvo y consiguió zafarse de su cuerpo para volver donde estaban todos.

—¿Algún progreso? —La sobresaltó David al sentarse en un pequeño sofá frente a los canapés.

—¡Sí! No nos lo hemos montado ni en la encimera ni encima de la lavadora. ¿Bien? —replicó alzando las cejas.

—No tienes remedio.

La noche pasó más animada de lo que pensó en un principio con tanto polvo junto, hasta que las campanadas hicieron que Juan se colocara junto a ella y al entrar en el Año Nuevo fuera él quién se lanzara a besarla.

—Comprendo por la viveza de tu parte que me das otra oportunidad, ¿o solo son estas ganas locas que tengo de estar contigo?

—Es momento de borrón y cuenta nueva. Borraré a todos esos —dijo en silencio señalando a todos los que estaban alrededor— y tu serás mi cuenta nueva. Pero cuenta de sexo y planes. Un completo.

Se miraron y esta vez sí, el beso fue lento, disfrutándolo, sin ansia sabiendo que habría muchos más…

Entre mis sábanas.

Entre mis sábanas.

Dormí sola durante tanto tiempo que todo me resultaba normal. Un ruido. Un reflejo en la pared. Risas alejadas, perdidas en la calle y yo… entre mis sábanas. Siempre entre mis sábanas. ¿Podría haber un sitio mejor? No lo creí hasta que alguien me acompañó en mis noches y mis amaneceres. Hasta que despertarme con una sonrisa se convirtió en… normal. Habitual. ¿Rutinario? No me lo planteé, solo era feliz y eso era suficiente. ¿Qué problema habría si esa rutina podía ser mi felicidad, mi camino a un mundo desconocido y que ni siquiera había soñado? Mes sorprendió, no diré lo contrario, pero fue  una grata sorpresa. Ser dos, compartir sonrisas, miradas, juegos y sí, sexo. Sexo en toda su plenitud y mucho más. Siempre me vendieron que el sexo era sucio, lejos de toda motivación que no supusiera procrear, tener hijos, procrear y mantener la especie… hasta que descubrí lo que eso escondía. La falsedad. El engaño. La falsa moral. El escondite hacia unos placeres que los que lo practicaban no querían airear y los que no tenían opción, preferían venderlo con menosprecio, burlas… ¿acaso solo a mí me miraban de reojo y criticaban mis comentarios subidos de tono? ¿Acaso hay alguna otra forma de mantener viva la especie? No me importaba, descubrí una nueva puerta que se abría ante mí sonde antes solo había una pequeña ventana a través de la que ni la luz entraba. Sumida en la oscuridad, cuando al fin un rayo de sol penetró en mi día a día, supe que había descubierto lo que de verdad me llenaba. Me colmaba. Me hacía sentir… mujer.

Ya sin pelos en la lengua descubrí aquello que con tanto empeño me habían escondido: el sexo, el disfrutar sin dar explicaciones, el comportamiento de mi cuerpo frente a él. Junto a él. Con él. ¿De verdad mi vida  había sido tan oscura, tan falta de vida, vibraciones? Había amores idílicos con los que solo imaginaba besos, caricias pero… ¿algo más? Lo desconocía. Y llegó él. Sin avisar. Como todo lo bueno de la vida. Sin pedir permiso ni llamar. Solo llegó. Cada mirada, cada roce ocasional se convertía en una corriente que parecía hacerme explotar en fuegos artificiales. ¿Qué era aquello? ¿La vida? Puede ser, pero ahora sé que es el amor completo. Total. Sin límites. Sin escondites ni vergüenza. Sin vergüenza. Y con la cabeza bien alta. La primera vez que sobrepasó la barrera de lo permitido hasta entonces cientos de preguntas se agolparon a la vez, de golpe, asombradas y admiradas a la respuesta de mi cuerpo frente a él. ¿Dónde había dejado mi vergüenza, mi pudor? Y… ¿para qué habían servido todos estos años? Sonreía por primera vez de una manera tan natural que hasta un pequeño atisbo de miedo quiso apoderarse de mí… pero no lo dejé. Disfruté,  reviví aquello y quise conocer más. Investigar. Averiguar. Inspeccionar y hasta rastrear qué era aquello, hasta dónde me podría llevar. Qué más habría ahí fuera que desconociera.

La sucesivas veces fueron aún mejor. Descubrirnos. Sabiendo dónde tocar. Dónde acariciar y cuándo. Conocerse era la mejor experiencia. Pasaban los días y queríamos más hasta que mis voces internas decidieron hablar sin preguntar arriesgándose a actuar sin ser enseñadas y… menuda sorpresa. El instinto sabía el guión que yo desconocía y me encantaba. Me estremecía solo con mis pensamientos y la posibilidad de poder llegar mucho más allá; a un mundo desconocido que estaba deseosa por adentrarme. ¿Recordáis esa sensación? ¿Los pelos de punta? ¿La piel de gallina? Yo espero no olvidarla… y más aún cuando descubrí que un muchas personas, sensaciones, recuerdos, imágenes y emociones me provocaban un suspiro eterno y placentero. Llegó el momento de sentirle dentro, su sexo, sus dedos, sus labios. Todo él era bienvenido e incluso aplaudido. Mis palabras acompañaban a unos pezones erectos que gritaban su nombre, su roce, sus labios. Me sexo le esperaba ardiente, húmedo, ansioso por recibirle y no querer que se marchara. ¿Qué habías de malo en todas esas sensaciones? Eran necesidades aumentadas más si cabe por la prohibición y el engaño en el que mi cuerpo y mente habían estado ocultos, guardados esperando a que alguien o algo les despertara. Y vaya si se despertó y sucumbió al placer, la felicidad con otro significado. La FELICIDAD en mayúsculas.