Comienzos

Comienzos

Hace un año (que no unos días como le gusta hacer la gracia a la gente), todo era perfecto, y cuando digo perfecto es totalmente así, perfecto en todo el significado de la palabra. Será mejor que os ponga en antecedentes.

Llevábamos juntos cinco años y fuimos a celebrarlo donde todo empezó. No sé si la idea fue suya o mía, pero cierto es que conociéndome probablemente saliera de mi cabecita ese magnífico plan, el caso es que ahí estábamos: la casa rural donde se firmó el primer beso, el primer abrazo y el primer polvo, no os engañaré, no tendría ningún sentido. ¿Serías capaces vosotros de decir que no a una mirada verde oliva que cuando se cruza con la tuya parece introducirse hasta lo más profundo y descubre todos tus secretos sin que abras si quiera la boca? Sí, me lo imaginaba, pues eso es lo que nos pasó a nosotros y él lo sabía muy bien. Tras registrarnos en la casa rural la tensión entre nosotros se podía palpar en el pasillo de entrada a nuestra habitación. Tras entrar fui a dejar las cosas al precioso sofá que había junto a la puerta y casi sin poder incorporarme me vi envuelta en un mar de lenguas ávidas por conocerse, y poco después al coger aire para poder respirar, sus manos abrazaron mi cuello y mis piernas se convirtieron en gelatina; esas manos tan masculinas no daban opción a nada más y me alegré de que ambos tuviéramos los ojos cerrados, porque seguro que él también los tendría, ¿no? Con todo y con eso fui capaz de contestar a su pregunta acerca de ir a tomar algo para cenar aunque en el fondo a mí me valiera solo con sus besos aderezados de su mirada. Sea como fuera fuimos al primer bar que nos encontramos al salir por la puerta principal y no dejé pasar de lado las miradas intensas que las mujeres le echaban a mi pareja. La verdad es que no se lo reprocho, Samuel era —y aún estoy segura que sigue siéndolo— un chico imponente: alto, moreno, ojos verdes, sonrisa seductora y envolvente y una seguridad que hace que te sientas muy muy pero que muy pequeña.

De vuelta de nuevo en la habitación supe que había hecho bien en depilarme y escoger la ropa interior más sexy que había encontrado en el fondo de mi mesita de noche.

—¿Ponemos la tele?

No hará falta que os explique cómo me dejó la jarra de agua fría que cayó sobre mí aunque en pleno mes de mayo no sentara tan mal.

—Cla… claro —respondí de una manera sorprendentemente normal, sin tartamudear ni nada.

¿En serio estaba pensando en ver la tele? No le di más vueltas delante de él porque estaba convencida de que era capaz de leer mis pensamientos y me introduje en el baño. Ahí estaba, sentada en la taza del váter sin saber qué hacer cuando saliera, desconocía cuánto tiempo había pasado hasta que llamó a la puerta y me preguntó si todo iba bien.

—Perdona, el hilo dental que viene con la habitación no sé qué es pero cuesta que haga su trabajo.

Nada más decirlo y ver la expresión en su cara supe que no había estado acertada en mis palabras, pero ¿qué otra cosa podría haberle dicho? Por suerte pareció no pensarlo mucho e introdujo de nuevo su lengua en mi boca. Me colocó sobre la pared y en esta ocasión cuando necesitamos unos segundos para respirar me echó sobre la cama extra-grande y ahí mis nervios se fueron, iros a saber dónde, pero enrosqué con mis piernas su cadera a la mía y todo pareció salir como si hubiéramos hecho eso cada uno de los días de nuestra vida. Nos acoplábamos bien, respirábamos al unísono y hasta nuestros gemidos parecían conocerse. Nada de lo que hicimos me daba vergüenza, su maravilloso sexo era todo lo que había esperado cuando nos conocimos y su manera de comportarse en la cama era mucho más de lo que hubiera deseado.

A la luz de la mañana siguiente todo parecía como si el sexo entre nosotros fuera algo que lleváramos haciendo toda la vida aunque nos hubiéramos conocido hacía unas pocas semanas. Las risas inundaron la estancia donde el olor a café lo colmaba todo, o casi todo… pero en esta última ocasión, la que he venido a contaros nada salió de la misma manera, ni parecida. Tras cinco años pesaron más los defectos, la rutina, falta de paciencia y nada de miradas que me atravesaran cortándome la respiración, así que en busca de nuestros comienzos nos dimos cuenta que habían llegado nuestros finales, pero la verdad es que nada puede empezar de verdad si no acabó lo anterior………

Un nuevo año comienza solo si se deja atrás todo lo malo, así que ¡a por lo bueno que nos quiera traer 2024!

Vibraciones

Vibraciones

Un beso. Una caricia. Un momento.

Coctelera y el resultado es el cariño, el sexo y si se tiene suerte… EL AMOR.

Así pasó hace ya casi tanto tiempo que no recuerdo si eran hormonas o vibraciones; su movimiento, su magnitud, su efecto en mí… o incluso el mundo. ¿Provocaría un terremoto? Ya sabemos que pasa con el efecto mariposa, pero a mí me paso exactamente lo mismo sin necesidad de ir a la otra punta del mundo. Cómo y de qué manera ya es otra historia, ¿queréis conocerla?

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Sueños

Sueños

¿Te acuerdas de los sueños que teníamos de pequeños… y no tan pequeños? Yo no soy capaz de olvidar cada uno de ellos; tu lengua recorriéndome con la brújula de tus ojos presente en todo mi cuerpo, en cada poro de mi piel. No podrás negar nunca cómo te recreabas con lo que veías frente a ti.

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Comienzos vibrantes

Comienzos vibrantes

Dejo caerme sobre él y su pecho agitado. Cuando recupero el aliento me tumbo a su lado con una sonrisa dibujada en la cara.

—Déjame descansar cinco minutos y me pongo al lío.

No sé muy bien qué significa ese lío al que se refiere, solo sé que estoy deseando descubrirlo. Mis pezones siguen sin relajarse cuando siento como su mano se acerca a mi bajo vientre. Ronroneo creyendo entender lo que viene. Sus dedos se deslizan diligentes a través de mi humedad que lleva su nombre y yo respondo con intensidad, me muevo para demostrarle el camino que debe seguir. Cuando se comienza a acercar ya me tiene casi hecha, si es que no estoy hecha ya, hasta que un gemido escapa de entre mis labios al mismo tiempo que mi cadera se arquea pidiendo más. Él acelera el ritmo y siento que me inyecta más electricidad de la que puedo aguantar…, pero no. Consigue con cambios de ritmo que aumentan más si cabe el vigor del momento relajarme al mismo tiempo que conseguir que siga en ese balanceo del clímax. Responden los dedos de mis pies, la piel erizándose y mis labios al ser mordidos en mi boca.

—Eres increíble, ya tengo ganas de repetir y aún no hemos acabado.

No me hizo falta más, me subí a su cuerpo y su rostro que quedó entre mis pechos llevando sus manos a ambos lados de ellos mientras los recorría con su lengua. ¿Cómo iba a desaparecer mi humedad cuando su lengua, boca y hasta sus ojos me engullían como si no hubiera un mañana. Cada envestida acompañada de su lengua me deshacían. Me separé quedándome sentada sobre él, erguida para que me viera sobre él mientras mis manos también entraban en juego y acariciaban mis pechos. Mis sonidos susurrantes iban acompañados de embestidas más agresivas y profundas. Gritos ahogados, movimientos acompasados, nada parecía acabar y ¡vaya si me gustaba! Más tiempo después del que esperaba un gemido ronco y audible hacen que sus manos se separen de mi cadera y una sonrisa traviesa conecte con la mía llena de felicidad, vehemencia y deseo.

Se incorpora sentándose frente a mí y aún dentro, me abraza el cuello con sus manos, me besa recorriendo todos los rincones de mi boca y me abraza convirtiéndonos en uno. ¿Quién decía que el sexo solo era algo sucio? Sin duda, aquellos que no lo han vivido como yo… Si nuestros comienzos son así de vibrantes no querría que se acabaran nunca.

Al otro lado

Al otro lado

Me despertaba inquita todas las noches. Era incapaz de dormir más de dos horas seguidas… ¡¿Qué diantres me pasaba?! Ese desconcierto no tenía ningún significado para mí, nada de lo que pudiera imaginar me daba una explicación, hasta aquella tarde.

Para variar, y por no escuchar las mismas palabras y reprimendas de mi madre, me sumergí en el ordenador y un chat. Pero chat de esos en los que solo puedes hablar y dar permiso a que entren las personas que tú quieres. Mientras comía las patatas fritas que había conseguido esconder de las fauces de mis padres, mi corazón comenzaba a retumbar contra mi caza torácica como si de un tambor de tratara.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No sabía bien que estaba pasando, solo que aumentaban mis ganas de llevarme más patatas a la boca, y mi corazón cada vez tenía menos ganas de tranquilizarse. «¡¿En serio al otro lado estaba el chico más malote y buenorro del grupo?! No podía ser, ¿¿hablando solo conmigo y proponiéndome que le acompañara a no sé qué en el centro comercial más cercano a mi casa??». Me tuve que separar de la mesa y no mirar así su última frase donde me pedía que le acompañara. Estaba desconcertada, sí, era consciente, pero ¿veía vehemencia en sus palabras?, ¿incluso picardía? No, imposible, yo medía poco más de metro y medio y el resto de chicas del grupo eran altas y delgadas. No, no, no, no podía ser. Según andaba en círculos por la habitación me di cuenta que no solo era mi corazón el que estaba desbocado, también mi entrepierna parecía tener algo que decir con tanta humedad. «¡¿Es lo que yo creo?! ¿Está respondiendo mi sexo antes que mis?» No lo pensé más y le contesté que sí, no tenía otra cosa que hacer y así salía de casa un rato. O eso quise creerme.

Me costó vestirme, no os voy a engañar, los pantalones no parecían querer recorrer mis piernas hasta la cintura dado el temblor que tenían estas. Cuando por fin lo conseguí, las siguientes dudas era si la camiseta tenía que ser o no sexy, si maquillarme y hacerle pensar que era por él o si presentarme con la cara lavada sería el mejor mensaje. Después de unos minutos lo tuve claro, nada de maquillaje, significara para él lo que significara. Y bueno, la camiseta no es que fuera más o menos sexy, es que en verano siempre se va más carne.

Subía las escaleras del metro más nerviosa aún de lo que estaba en mi habitación. Menos mal que eran mecánicas, sino hubiera sido imposible mantener el equilibro de una forma lo suficientemente natural como para no descender por ellas como una pelota. Cuando al fin llegué arriba comenzaba la parte más difícil de mi plan: Parecer despreocupada. «Oh, mierda, ahí estaba él con pantalones raídos y un expresión de mayor despreocupación de lo que seguro era la mía». Gracias a Dios fue él quien se acercó y así no tuve que dar ni un paso siquiera. Tras comprar algo que decía necesitar y yo ahora mismo ni recuerdo, me propuso ir a su casa ya que sus padres estaban fuera de la ciudad.

Cuando entramos por la puerta descubrí lo que era de verdad un temblor de piernas. Me dijo que pasara a sentarme al salón mientras él iba a por algo de beber y unas patatas. «¡Como si yo no hubiera tomado suficientes patatas ya! Pero nada salió por mi boca y me dirigí al salón». Sabía dónde se encontraba el salón después de tantas fiestas, pero esta era muy diferente. Solo para dos…

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía sentarme, siempre fui de culo inquieto, pero en ese momento no había nada en mi cuerpo que se comportara de manera tranquila, así que me quedé de pie mirando por la ventana. Un paisaje, que a pesar de tener muy visto, siempre me había encantado. ¡Una gasolinera! Ya veis qué bonito, pero era sin duda lo que significa: ¡¡Su casa!! Que no hubiera nadie más excepto nosotros…

—Lo dejo todo en la mesa, o prefieres que lo acerque al sofá.

Al darme la vuelta y ver su expresión me pareció ver algo muy similar a lo que yo había sentido tras haber hablado frente al ordenador.

—Tranquilo, en la mesa está bien.

Me acerqué al sofá solo por no tener la obligación de decir algo más y él hizo lo mismo tras coger el mando a distancia de la televisión. Al encenderla salió la típica película que emiten en verano cuando saben que la mayoría de la gente está disfrutando del buen tiempo fuera de casa. Estuvimos un rato en silencio mientras comíamos las dichosas patatas que seguro iba a coger tirria cuando todo aquello, fuera lo que fuese, acabara.

¡Y ahí estaba! La escena hot que da a entender lo que harían los protagonistas aunque poco se viera. Otra vez esa humedad. Quise ver su expresión por el rabillo del ojo, pero no pude intuir nada. Igual era mi inseguridad, «¡¡¿¿pero cómo no iba a estar insegura tratándose de él??!!» En ese momento me pareció sentir por los movimientos de los cojines que se había revuelto despacio. Era el momento, tenía que saber si su mirada me transmitía algo o quizá todo volvía a ser producto de mi imaginación. Giré la cara y nuestros ojos se encontraron como puñales queriendo encontrarse. Fui testigo de primera mano de cómo todo su cuerpo se acercaba, en mi cabeza a un segundo por hora, pero seguro que en la realidad alejada de mi mente, todo fue más rápido. Ahí estaban. Sus labios, dulces como la seda y esponjosos como las nubes que se compraban cuando éramos pequeños. Nada de humedad, mi sexo se estremecía como nunca antes, llamaba a gritos al suyo…, «¡¿pero no era muy pronto para dar ese paso?!» Qué iba a ser pronto si llevábamos juntos en el mismo grupo de amigos muchos años ya, como todos los que yo le había deseado en mi cama, sobre mí, dentro de mí, entre mis piernas… Dejé de pensar y me subí a horcajadas sobre él, y sintiendo aquello que podía sentirse entre sus piernas él estaba encantado con mi decisión. Mis manos abrazaban su cuello mientras mis pellos sentían su cuerpo y se erizaban a la espera de un contacto diferente que terminara de expulsar de mi cuerpo aquella descarga eléctrica. Sus manos se introdujeron por debajo de mi camiseta minimalista de tirantes, pero no parecían atreverse a subir de mi cintura, así que de nuevo me comporté como antes, aunque nunca hubiera pensado que sería capaz. Me separé y quité la camiseta dejando mi mejor sujetador frente a él. La dilatación de sus pupilas y algo más que sentía debajo de mí, reafirmaron que había tomado la decisión correcta. A partir de ese momento todo cambió. Me cogió de las caderas para colocarme tumbada sobre el sofá antes de tenderse obre mí con ambos codos a mis lados.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía creerlo. Estaba sucediendo y rezaba bien fuerte en mi interior que no fuera un sueño. Su lengua me devoraba mientras no dejaba de sentir que lo que esperaba más abajo era maravillosamente increíble. Sus manos estaban centradas en mi pecho y desabrochar mi sujetador al mismo tiempo que yo deseaba desbrochar su pantalón. Cuando lo consiguió y sopló de manera sutil en mis pezones, un sollozo ahogado no pudo mantenerse por más tiempo dentro de mí. Su respuesta fue una sonrisa rebelde y el cambio de objetivo en sus manos, que bajaron a sus pantalones. Dejó uno de mis pechos dentro de su boca sin dejar de lamerlo cuando separó su cadera y bajó los vaqueros y su ropa interior. «Esto es mucho mejor de lo que nunca había imaginado y la mirada de deseo en sus ojos ya no tiene descripción posible». En ese momento se sentó frente a mí y mi expresión de confusión antes de hablar.

—No hace falta que sigamos adelante, de verdad, solo tú decides hasta dónde quieres llegar.

En ese momento terminó de ganarme si no lo había hecho ya desde el saludo en el chat. Me incorporé como pude y tras sonreír de la manera más penetrante que pude, solo le pregunté si tenía protección cerca. Sin añadir nada estiró el brazo a la mesita junto al lateral del sofá, lo colocó más rápido de lo que yo había visto jamás y sin ninguna vergüenza comprobó con sus dedos si todo estaba listo. Estaba claro que no había ninguna duda, así que se alojó entre mis paredes ávidas de él y el baile comenzó. Las embestidas eran más fuertes según pasaban los minutos y sus labios no dejaban a mis pezones relajarse. Aquello parecía no parar, pasaban los minutos y su excitación no quería alejarse del hogar que parecía haber encontrado en mi interior. Tras lo que me pareció una deliciosa eternidad, gruñó de manera rugosa y dejó escapar todo el aire de sus pulmones.

—Tranquila, nena, ahora te toca a ti.

Secretos

Secretos

Gimo silenciosamente para que toda la gente que bulle tras la puerta del baño no sepa lo que él y yo estamos compartiendo ahora mismo. La humedad de nuestro beso también se origina entre mis piernas y me hace vibrar como pocas veces antes lo había hecho un beso; ¿ería él? ¿Nosotros? ¿El secreto de besarnos a escondidas en un baño público? ¿La situación planeada casi desde que comenzamos a hablar? Quiero abrir los ojos para corroborar que es real… pero eso hará que la magia se volatilice. Yo solo quiero hacer sólido este momento, los minutos compartidos en este minúsculo baño público. Quiero recorrer su abdomen con mis manos, saborearlo con mi lengua, sentir cómo el brillo, que imagino seguro tendrán sus ojos, se intensifica al conectar con mi mirada.

—Deberíamos salir, se preguntarán dónde estamos —comento a esos ojos aún con más resplandor del que imaginaba.

No hay respuesta, solo un asentimiento lleno de obligación y responsabilidad.

Cuando sale y me veo sola, ese pequeño baño me parece ahora inmenso sin su presencia. Trago saliva y salgo a lavarme las manos como si toda la gente que me rodea haya reparado en mí, o en lo que hacíamos. Una presencia imponente se acerca por detrás, coloca sus amplias manos en mi cintura y me incita a girarme. Al hacerlo no puedo evitar cómo la rapidez de su lengua se introduce entre mis labios en busca de la mía al mismo tiempo que sus manos me estrechan fuerte antes de subir a mi cuello y abrazarlo. Me estremezco y siento cómo su corazón palpita tan fuerte como el mío, a punto de quebrar su pecho.

No podemos seguir con esto, nos esperan nuestros amigos en la planta de arriba ajenos a lo que hacemos. Quiero decírselo, pero el miedo a separarme definitivamente de él es más fuerte. No lo pienso más y acerco con agresividad sus caderas a las mías. Lo que parezco sentir entre sus piernas es mayor de lo que imaginé desde el primer «hola». Nuestras lenguas siguen conociéndose y parecen gustarse, así como nuestras entrepiernas.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Consigo zafarme de su cuerpo y giro hacia las escaleras. Subo despacio, peldaño a peldaño y parece que la danza de mi cadera llama a sus manos fuertes que vuelven a estrecharme mientras subimos. En el último escalón libera mi pelvis, que se siente excarcelada sin ninguna gana de libertad. Ya en la mesa deseamos que la comida termine y estar solos. Cuando al fin lo hace salimos del restaurante y conseguimos escabullirnos de ellos; caminamos sin destino, no el que queremos al menos, hasta que oigo.

—Llévame a tu casa, por favor.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Zanjo nuestro momento con un beso entre sus gruesos labios y me dirijo, sola. Sin mirar atrás a mi casa. El corazón bombea con fuerza, como mi sexo que le llama a gritos… Pero no puedo, lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo… Es lo que tienen los secretos, ¿no?

Antes

Antes

Se puso la capucha cuando los truenos y relámpagos ponían la banda sonora a un nuevo día. Nuevo, quizá para el resto del mundo con el que se cruzaba al caminar por la calle, pero ella no dejaba de revivir el bucle negro que se ilustraba en su cabeza. No era capaz de mirar más allá intentando olvidar los recuerdos de un tiempo que fue claramente mejor. La inseguridad estaba ocultada por una vida en apariencia perfecta, donde cada persona tenía su papel y hasta ella, realizaba el suyo sin necesidad de hacer preguntas. Las risas, el trabajo, su vocación y hasta sus principios parecían ser lo que en realidad eran… hasta que todo cambió.

Su piel, en otro tiempo acariciada sin descanso, sentía el frío más inhóspito que nunca creyó posible. El calor de los besos. De un abrazo o incluso, una conversación con la mirada fija en esos ojos que tantas veces habían hablado un diálogo que solo entendían ellos, parecían un mero trámite o una vida, que en realidad no había vivido. Las gotas de lluvia comenzaron a deslizarse por su cara. Frías. Gruesas. Húmedas y tristes, tanto como ella. Tanto que comenzó a correr sin destino, solo hacía lo que de verdad necesitaba, aunque ni siquiera ella supiera qué era.

El agua de la tormenta solo aguaba sus pensamientos sin aclararlos lo más mínimo. ¿Y si nunca llegaba a saber qué necesitaba? ¿Y si su vida había sido solo una quimera de lo que pudo ser y en realidad nunca fue? Entró en una cafetería y se sentó en la primera mesa que vio libre. Con un café humeante en la mano, el calor parecía calmar los truenos que ahora más que en la calle estaban en su interior. Y de repente lo vio; sus días en la oficina, aquellos momentos en la máquina de café y la cantidad indecente de azúcar que siempre necesitaba. ¿Qué quería ese azúcar sustituir? Sabía que la falta de afecto sufrida por el traslado en el trabajo la pesaba, pero ¿hasta qué punto?

Antes se sentía poderosa. Antes creía que de verdad lo era hasta que una sonrisa bajo una mirada penetrante la atravesó lo suficiente como para dejar de pensar en todo lo que bullía en su cabeza.

—Perdona, ¿te importa que me siente? Me estoy ahogando con la lluvia de ahí fuera… y por lo que veo parece que tú también has pasado por lo mismo?

—Ehhh…

(Continuará…)