Secretos

Secretos

Gimo silenciosamente para que toda la gente que bulle tras la puerta del baño no sepa lo que él y yo estamos compartiendo ahora mismo. La humedad de nuestro beso también se origina entre mis piernas y me hace vibrar como pocas veces antes lo había hecho un beso; ¿ería él? ¿Nosotros? ¿El secreto de besarnos a escondidas en un baño público? ¿La situación planeada casi desde que comenzamos a hablar? Quiero abrir los ojos para corroborar que es real… pero eso hará que la magia se volatilice. Yo solo quiero hacer sólido este momento, los minutos compartidos en este minúsculo baño público. Quiero recorrer su abdomen con mis manos, saborearlo con mi lengua, sentir cómo el brillo, que imagino seguro tendrán sus ojos, se intensifica al conectar con mi mirada.

—Deberíamos salir, se preguntarán dónde estamos —comento a esos ojos aún con más resplandor del que imaginaba.

No hay respuesta, solo un asentimiento lleno de obligación y responsabilidad.

Cuando sale y me veo sola, ese pequeño baño me parece ahora inmenso sin su presencia. Trago saliva y salgo a lavarme las manos como si toda la gente que me rodea haya reparado en mí, o en lo que hacíamos. Una presencia imponente se acerca por detrás, coloca sus amplias manos en mi cintura y me incita a girarme. Al hacerlo no puedo evitar cómo la rapidez de su lengua se introduce entre mis labios en busca de la mía al mismo tiempo que sus manos me estrechan fuerte antes de subir a mi cuello y abrazarlo. Me estremezco y siento cómo su corazón palpita tan fuerte como el mío, a punto de quebrar su pecho.

No podemos seguir con esto, nos esperan nuestros amigos en la planta de arriba ajenos a lo que hacemos. Quiero decírselo, pero el miedo a separarme definitivamente de él es más fuerte. No lo pienso más y acerco con agresividad sus caderas a las mías. Lo que parezco sentir entre sus piernas es mayor de lo que imaginé desde el primer «hola». Nuestras lenguas siguen conociéndose y parecen gustarse, así como nuestras entrepiernas.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Consigo zafarme de su cuerpo y giro hacia las escaleras. Subo despacio, peldaño a peldaño y parece que la danza de mi cadera llama a sus manos fuertes que vuelven a estrecharme mientras subimos. En el último escalón libera mi pelvis, que se siente excarcelada sin ninguna gana de libertad. Ya en la mesa deseamos que la comida termine y estar solos. Cuando al fin lo hace salimos del restaurante y conseguimos escabullirnos de ellos; caminamos sin destino, no el que queremos al menos, hasta que oigo.

—Llévame a tu casa, por favor.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Zanjo nuestro momento con un beso entre sus gruesos labios y me dirijo, sola. Sin mirar atrás a mi casa. El corazón bombea con fuerza, como mi sexo que le llama a gritos… Pero no puedo, lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo… Es lo que tienen los secretos, ¿no?

Sorpresas

Sorpresas

Me quedé dormida sin esperarlo, pero las bajas temperaturas de la mañana me despertaron para enfrentarme a un nuevo día alejada de ese chico que había aparecido por sorpresa una noche en mi nuevo grupo del trabajo.

Sin pensarlo me pongo en pie y camino por la orilla con su recuerdo en mi cabeza, en cada noche que nos habíamos visto desde aquella primera vez. Su sonrisa bribona me robaba una a mí y su chulería no solo atraía a mi mente, sino también a mi cuerpo que vibraba con su presencia y ahora, también solo con su recuerdo. Esos ojos almendrados fijos en mí me hacían sentir viva como nunca antes, con ganas de salir más, socializar y creer que de verdad podía demostrar sin vergüenza hasta dónde podía llegar… ¡Pero ay cuando de repente nos vimos solos en la barra del bar aquel doce de octubre! Su altanería parecía haber subido de nivel. Le sentía más imprudente, con mayor descaro a pesar de que todos estaban allí, aunque el alcohol ya hubiera hecho mella y no hubieran diferenciado entre una farola y un beso de tornillo entre nosotros. ¿Podéis imaginar cómo me sentía con su mano en mi pierna debajo de la mesa? ¿Con su cuerpo pegado tras el mío mientras pedía en la barra del último bar sintiendo su dureza? Sí, lo habéis adivinado, ni fue el último bar ni la noche acabó allí…

Sacudo mi cabeza intentando ahuyentar los recuerdos de lo que ahora solo me evoca dolor. Uno punzante, agudo y sin solución conocida. ¿Cómo voy a conocerla si él está lejos? ¿Si no puedo conseguir que su cuerpo me haga palpitar y agitarme? ¿Si sus manos no me buscan guiadas por las sacudidas de nuestros cuerpos y las respiraciones excitadas que tienen un lenguaje propio? No, tengo que dejar de fustigarme y pensar qué puedo hacer ahora. Cuando vuelvan las clases, lo harán también los fines de semana con él en el grupo, sus miradas en mi cuerpo. pero… ¿y sus manos? Ahora no están, aunque la arena de esta playa serían una combinación maravillosa para sentirlas junto a mi piel de gallina, los arqueos de mi espalda y mis gemidos que solo saben expresar su nombre.

Y de nuevo tras el ordenador que esconde mi gesto ruborizado, su presencia me inunda, su mirada me atraviesa y mi bajo vientre se contrae solo al verle de refilón. ¿Cuándo será la siguiente noche? ¿Cuándo podremos estar solos? ¿Querrá saborearme de nuevo? ¿Sentirme como aquella primera vez que nuestras lenguas se enredaron y dieron paso a que se abrazaran nuestras piernas?

Ojalá las sorpresas sean el mejor plan juntos.