Cuatro corazones

Cuatro corazones

—Si me pides perdón te lo compro —dije con tono jocoso para quitar hierro a la reciente discusión.

—Pues entonces no compres nada.

Seguro que podéis imaginar mi cara cuando oí esa respuesta, y más con mi innata visceralidad encerrada bajo llave para no responder con una frase de esa mías tan ácidas que la gente no solía entender. Y menos él. Él que debería conocerme más que nadie y llevaba con la llave en su poder demasiado tiempo como para recordarme a mí misma que eso no era buena señal ni tenía pinta de ser amor de verdad.

Al principio todo era perfecto, ese cuento de hadas que nos llega de pequeñas por todos lados, porque… para qué el mundo necesita ser sincero. Tras morir iré sola al infierno por no entender que la sinceridad no es bien aceptada. En aquel momento incómodo que se desarrollaba en una planta cualquiera de El Corte Inglés, mis neuronas comenzaron a marearse como si estuvieran borrachas, pero nada de embriagadas de amor, y yo solo veía unas letras fosforescentes que parpadeaban en una respuesta en la que se podía leer SALIDA, en grande y amarillo chillón a lo que me dije en silencio: «¡¡Huye, huye!!». El tiempo que pasó hasta que nos despedimos fue… desgarrador, incómodo y completamente desconcertante. No, no podía mantener más aquella situación. ¿Cuántas señales del universo necesitaba para dar el paso?

Con aquella marabunta de mariposas perdidas en mi cerebro sin saber ni dónde ni cuándo tomar aquella decisión, salimos una noche con un grupo de gente nueva. Conocidos de él que al menos, me sacarían del monotema en el que me encontraba conmigo misma. Con ellos algo borrachos uno dijo despreocupado: «¿Vais a celebrar tres años? Uy, uy, uy, esa es la fecha donde todo termina». Me carcajeé para mis adentros, sabiendo que igual tenía toda la razón. Unas semanas después celebrábamos mi cumpleaños y con todos un poco contentillos ya, nadie parecía saber dónde seguir la fiesta hasta que ese mismo que recordó el tópico de los tres años, calló a todos y dijo que debería ser yo quien decidiera. Quise hacer palmas con las orejas y los labios más alejados de la cara. Cuando al llegar a casa el temblor en mis piernas aún continuaba, las preguntas internas comenzaron a entrar en bucle; «¿Qué ha sido eso? Él nunca se fijará en mí, está muy fuera de mis posibilidades», me repetí una y otra vez hasta quedarme dormida. Al día siguiente, pero con un año más de experiencia —no lo olvidéis—, estaba frente a uno de esos chats de la época de los noventa cuando él se conectó y mis piernas volvieron a convertirse en gelatina. Las flores se abrían en cada parque, el calor se despertaba poco a poco y mis sudores no sabía muy muy bien a que se debían… Y en esas estaba yo cuando me mandó un mensaje para que le acompañara a comprar no sé qué. ¿Acaso importaba? Al día siguiente con más experiencia aún, nos encontramos los dos solos y tras hacer la susodicha compra me propuso ir a su casa. «¿Sería…? No, no, imposible», aún insistía mi inseguridad cuando entré por la puerta.

—¿Una coca-cola?

—¡¡Claro!! ¿Por qué no? —Uff, demasiada euforia sin razón aparente para él.

Horas más tarde, cuando nos disponíamos a salir de casa y terminar nuestra no-cita, dijo mi nombre en un susurro maravilloso. Ronco. varonil. O así lo sintieron mis neuronas aún dando palmas y saltitos. Me dio despacio la vuelta y sus labios se acercaron a cámara lenta a los míos. Las palmas y saltitos bajaron a mi sexo cuando me apoyó en la pared para introducir su lengua todo lo que pudo y devorarme. ¿Cómo llegué a casa? Ni lo sé. Aún me tambaleaban todos y cada uno de los recovecos de mi cuerpo cuando cerré la puerta con el deseo de volver a tenerle cerca. Por suerte, el fin de semana estaba cerca y volveríamos a vernos, pero con todos nuestros amigos ahí.

La ruptura con mi pareja fue dura, para qué engañarnos, pero pocos son conscientes de verdad de que lo que no se cuida se pierde, pero no por eso iba a desaprovechar mi juventud por algo y alguien, que cada vez me llenaba menos, siendo positiva, la verdad. Llenar es mucho decir. Las náuseas, sudores fríos, pérdida de peso, hicieron llamar la atención de mi familia y amigos. Uno de estos últimos, precisamente, fue quien me dijo que esas sensaciones me querían mostrar que aquella situación empezaba a tener un efecto negativo en mi salud. «¡¡Danger, danger!! », gritaba mi interior cada vez más alto. Los fines de semana tras aquel beso fueron convulsos, ¡vaya si lo fueron! Menos una noche en uno de nuestros bares favoritos. Tenía dos plantas y no sé por qué, llamadlo alcohol, llamadlo equis, muchos de los amigos de mi querido ex comenzaron a tirar la caña, menos uno. Uno que solo buscaba rincones para que mi nueva persona importante y yo pasáramos tiempo a solas. Amigo, que aún está presente en nuestra vida. Vida esta, más plácida en ese sentido de lo que nunca hubiera esperado, pero ya volveremos a eso.

Su lengua me abrasaba sin yo querer, ni mucho menos, que dejara de hacerlo. El coche donde nos encontrábamos era el único testigo de ese y nuestros primeros momentos íntimos hasta que por fin pudimos compartirnos en una cama. A solas. Sin explicaciones que dar. Sin mundo al que justificar nuestros sentimientos. Me encontraba tumbada solo con la ropa interior cuando sus labios recorrían mi piel y mis pezones llamaban a su cuerpo a gritos. Fue entonces cuando estos fueron succionados de manera dulce y maravillosa por su boca, iluminada con unos ojos que mostraban un deseo que hacía años no veía. Según descendía mi cuerpo comenzó a ronronear bajo él con gritos ahogados cuando sentí su boca en mi sexo. Sexo que llevaba tiempo ya sin ser tratado como merecía. Los orgasmos fueron inauditos, más que sorprendentes y húmedos. ¡¿Por qué me había conformado los años anteriores con un sexo vacuo y vacío?! Ya sé que el sexo no lo es todo, pero aquella intimidad era mucho más que sexo. Era confianza. Hogar. Seguridad. Calma. Una calma que necesitaba para volver a quererme a mí misma y darme cuenta de lo que realmente merecía.

No todo era positivo, aunque con el paso de los años se mira atrás y en realidad si lo fue, y mucho. Los que creíamos amigos no fueron ni conocidos, solo aquel que nos apoyó desde el principio permanece en nuestras vidas. Y nosotros, tras muchos baches por circunstancias de la vida, no de nuestra relación, seguimos juntos. Fuertes. Sólidos y felices. Muy felices.

Felicidad que se forja ante los problemas y donde aquellos cuatros corazones; él, nuestro amigo, mi ex y yo, entrelazaron unos sentimientos que fueron capaces de encontrar su sitio para que no les hicieran daño. Es desde entonces, donde la palabra sexo tiene un significado más completo para mí.

Comienzos

Comienzos

Hace un año (que no unos días como le gusta hacer la gracia a la gente), todo era perfecto, y cuando digo perfecto es totalmente así, perfecto en todo el significado de la palabra. Será mejor que os ponga en antecedentes.

Llevábamos juntos cinco años y fuimos a celebrarlo donde todo empezó. No sé si la idea fue suya o mía, pero cierto es que conociéndome probablemente saliera de mi cabecita ese magnífico plan, el caso es que ahí estábamos: la casa rural donde se firmó el primer beso, el primer abrazo y el primer polvo, no os engañaré, no tendría ningún sentido. ¿Serías capaces vosotros de decir que no a una mirada verde oliva que cuando se cruza con la tuya parece introducirse hasta lo más profundo y descubre todos tus secretos sin que abras si quiera la boca? Sí, me lo imaginaba, pues eso es lo que nos pasó a nosotros y él lo sabía muy bien. Tras registrarnos en la casa rural la tensión entre nosotros se podía palpar en el pasillo de entrada a nuestra habitación. Tras entrar fui a dejar las cosas al precioso sofá que había junto a la puerta y casi sin poder incorporarme me vi envuelta en un mar de lenguas ávidas por conocerse, y poco después al coger aire para poder respirar, sus manos abrazaron mi cuello y mis piernas se convirtieron en gelatina; esas manos tan masculinas no daban opción a nada más y me alegré de que ambos tuviéramos los ojos cerrados, porque seguro que él también los tendría, ¿no? Con todo y con eso fui capaz de contestar a su pregunta acerca de ir a tomar algo para cenar aunque en el fondo a mí me valiera solo con sus besos aderezados de su mirada. Sea como fuera fuimos al primer bar que nos encontramos al salir por la puerta principal y no dejé pasar de lado las miradas intensas que las mujeres le echaban a mi pareja. La verdad es que no se lo reprocho, Samuel era —y aún estoy segura que sigue siéndolo— un chico imponente: alto, moreno, ojos verdes, sonrisa seductora y envolvente y una seguridad que hace que te sientas muy muy pero que muy pequeña.

De vuelta de nuevo en la habitación supe que había hecho bien en depilarme y escoger la ropa interior más sexy que había encontrado en el fondo de mi mesita de noche.

—¿Ponemos la tele?

No hará falta que os explique cómo me dejó la jarra de agua fría que cayó sobre mí aunque en pleno mes de mayo no sentara tan mal.

—Cla… claro —respondí de una manera sorprendentemente normal, sin tartamudear ni nada.

¿En serio estaba pensando en ver la tele? No le di más vueltas delante de él porque estaba convencida de que era capaz de leer mis pensamientos y me introduje en el baño. Ahí estaba, sentada en la taza del váter sin saber qué hacer cuando saliera, desconocía cuánto tiempo había pasado hasta que llamó a la puerta y me preguntó si todo iba bien.

—Perdona, el hilo dental que viene con la habitación no sé qué es pero cuesta que haga su trabajo.

Nada más decirlo y ver la expresión en su cara supe que no había estado acertada en mis palabras, pero ¿qué otra cosa podría haberle dicho? Por suerte pareció no pensarlo mucho e introdujo de nuevo su lengua en mi boca. Me colocó sobre la pared y en esta ocasión cuando necesitamos unos segundos para respirar me echó sobre la cama extra-grande y ahí mis nervios se fueron, iros a saber dónde, pero enrosqué con mis piernas su cadera a la mía y todo pareció salir como si hubiéramos hecho eso cada uno de los días de nuestra vida. Nos acoplábamos bien, respirábamos al unísono y hasta nuestros gemidos parecían conocerse. Nada de lo que hicimos me daba vergüenza, su maravilloso sexo era todo lo que había esperado cuando nos conocimos y su manera de comportarse en la cama era mucho más de lo que hubiera deseado.

A la luz de la mañana siguiente todo parecía como si el sexo entre nosotros fuera algo que lleváramos haciendo toda la vida aunque nos hubiéramos conocido hacía unas pocas semanas. Las risas inundaron la estancia donde el olor a café lo colmaba todo, o casi todo… pero en esta última ocasión, la que he venido a contaros nada salió de la misma manera, ni parecida. Tras cinco años pesaron más los defectos, la rutina, falta de paciencia y nada de miradas que me atravesaran cortándome la respiración, así que en busca de nuestros comienzos nos dimos cuenta que habían llegado nuestros finales, pero la verdad es que nada puede empezar de verdad si no acabó lo anterior………

Un nuevo año comienza solo si se deja atrás todo lo malo, así que ¡a por lo bueno que nos quiera traer 2024!

Recuerdos

Recuerdos

Me despierta la luz que se abre paso a través de la ventana como cada nuevo día, con esa resplandor deslumbrante que parece recordarme únicamente los momentos que pasamos juntos.

No, no podría.

Me cubro la cara con la fina sábana que vuelve a recordarme que el buen tiempo, las sonrisas y las ganas de estar en la calle ya han llegado. ¿Pero llegado adónde? A mi corazón resquebrajado desde luego que no. Me pregunto qué ocurriría si no saliera de mi escondite; de esta cama llena de recuerdos de ti; de esos besos que nos comían sin necesidad de sumar calorías al cuerpo y de esas miradas que parecían provocar caries de lo empalagosos que éramos.

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Tobias

Tobias

Caminaba todo lo rápido que podía hacia la boca de metro. El aire golpeaba en su pelo provocando unas ondas preciosas que la hubieran enamorado de haberse visto en un espejo. Se deslizaba entre la gente del centro de Madrid tras haberse escapado a casa de un compañero de clase, había sido una buena mañana de risas, bebida y algo de comida, aunque quizá no la suficiente para poder llegar a la clase de última hora con energía. Intentaba no pensar y solo correr aunque no fuera capaz de mirar al frente, solo deseaba que su memoria recordara los pasos que tantas veces había dado en esa zona.

De repente el cuerpo de una persona se interpuso en su camino delante de las escaleras que bajaban a las taquillas, alzo la vista con expresión hosca cuando vio cómo unos preciosos y chispeantes ojos azules parecían sonreírla. Se olvidó de la clase, las prisas y todo lo que tenía que hacer… En ese momento todo se ralentizó a su alrededor; las personas que subían y bajaban por las escaleras se deslizaban sobre ellas, las manecillas de su reloj no se movían hasta que sintió las manos del chico sobre su cuerpo llevándola hacia un lateral.

—¿Vas universidad? —Su español no era muy bueno, igual su intercambio desde una universidad alemana estaba siendo utilizado para conocer la vida estudiantil en España, no para mejorar su español.

—¿Nos conocemos? —Paula no quería que Tobias supiera que ya se había fijado en él.

Fue una mañana en el campus, charlaba con sus amigas despreocupada cuando esos ojos azules las deslumbraron, bueno, a ella y a todas.

—Sí, soy Tobias. Vimos en universidad.

Paula pensaba que el temblor de sus piernas no iba a poder mantenerla en pie mucho más tiempo cuando una persona que llevaba las mismas prisas que ella hacía una minuto la empujó y cayó en brazos del chico alemán de intercambio. Ambos sonrieron antes de que Tobias hablara.

—¿Vas fiesta esta noche?

Ahí estaba, la proposición que tanto esperaba desde que había comenzado la universidad hacía meses.

—¡Claro! ¿A las diez?

—¿Antes tú y yo?

Sentada en el vagón no podía dejar de sonreír como una niña pequeña tierna y vergonzosa. Quedarían en un parque cercano a donde se realizaba la fiesta. Sola. Sin amigas… pero deseosa de estar sola con Tobias sin tilde, como le apodaban ellas. La clase que hizo terminar su jornada en el campus se le hizo más corta de lo que pensaba, en su cabeza solo estaba él.

Labios rojos y escote que daba a entender mucho más de lo que se podía ver se reflejaban en el espejo antes de salir por la puerta. Sus vaqueros entallados eran una apuesta segura, así que llegó donde habían quedado todavía con la sonrisa que no se había perdido en el vagón.

—¡Hola! —Al saludo de Tobias le siguieron dos besos en la comisura que dejaron a Paula con ganas de más—. ¿Solo dos?

—Sí, aquí solo dos. —Y dejó ver su sonrisa risueña antes de ir al banco más cercano.

Tobias (sin tilde) cogió una de las manos de Paula y la miró pícaro.

—¿Podemos hablar inglés?

—Right, pero deberíamos hacerlo en español.

—Not now —respondió mientras se acercaba peligrósamete.

Paula no puso distancia y se dejó hacer. Esos labios carnosos, el azul en sus ojos y ese pelo oscuro era todo lo que llevaba pensando desde que se habían encontrado antes de ir a clase. Su lengua se introdujo lentamente en la boca de ella y la hizo estremecer, Acercaron sus cuerpos y pudo sentir su dureza al mismo tiempo que sus manos masculinas estrechaban su cintura, bajaron a sus caderas y la colocó sobre él a horcajadas. A partir de ahí hablaron sus cuerpos y sus manos. Tobias subió sus manos a los pecho tersos de ella donde sus pezones erectos le dieron la bienvenida. Cuando él desabrochó su sujetador ella no lo pensó e introdujo su mano entre el pantalón y los calzoncillos. Ya estaba oscuro y Paula no disimuló sus leves gemidos en el cuello de Tobias que deseaba quitarle esos pantalones tan ceñidos.

—¿Vamos fiesta? —Paula separó su cara de la de él con expresión confusa—. Habrá cama.

Ella se rio antes de abrocharse, besarle y ponerse en pie. Llegaron en menos de cinco minutos y tras saludar a todos fueron a la primera habitación que encontraron. Dentro dejaron atrás las posibles vergüenzas que hubieran tenido y Paula se quitó la parte de arriba, lo que dio pie a que él hiciera lo mismo. Ella le sentó sobre la cama y fue bajándose los pantalones ante os ojos excitados de él que no tardó en quitarse los suyos. Bajo las sábanas todo fue muy fácil, tras nos dejar de besar los pezones erectos de Paula, esta se subió sobre él y su humedad habló por ella. Tobias no tardó en ahogarse en su humedad y suavidad mientras Paula se movía delante de él disfrutando del sueño de niña de compartir una noche con un extranjero. Más tiempo después de lo que ella hubiera esperado, él se incorporó y hundió su nariz entre el cuello y la clavícula de Paula ahogando un grito. Paula echó la cabeza hacia atrás sintiendo de manera más profynda que todo había terminado.

Se tumbaron uno al lado del otro con sonrisas que no podían esconder antes de que Tobias la besara y añadiera un «wow»…..

El lunes cuando se vieron en los pasillos se sonrieron sin acercarse y sus amigas la rodearon conscientes de que se habían perdido algo que se morían por saber.

Idílico

Idílico

La calidez de la habitación, nos abrigaba como si nada más existiera fuera de esa chimenea que tantos secretos guardaba a lo largo de los años. Años en los que todo se había precipitado entre nosotros, en nuestras vidas y sin lugar a dudas en nuestro futuro a corto plazo, quizá por eso este fin de semana era diferente. No quería pensar en el frío que entraba en mis huesos nada más bajar del coche. En esa fría y ya oscura callejuela, donde el silencio era atronador. Ni siquiera el palpitar de mi corazón, cada vez más acelerado, podía competir con la ausencia de parroquianos allá donde miraba.

En silencio, nada más dejar las escasas maletas en la gran entrada de la casa vieja del pueblo, sus brazos estrecharon mi cintura y antes de poder decir palabra, nuestras lenguas volvían a encontrarse tras unos meses que parecía un punto de inflexión en nuestra relación después de tantos años. Me apoyó en la pared, una de sus manos abrazó mi nuca, nuestras salibas parecían cada vez más vehementes cuando del enorme salón, despacio y sin ojos de miedo, nos encontró el gato más famoso del pueblo. Solitario y con ojos tristes, comenzó a ronronear en nuestros pies, hasta que Óscar tras chasquear la lengua se agachó a cogerle sin disimular su cara de fastidio.

Mientras yo me quedé haciendo arrumacos al gato frente a la televisión, Óscar subió todas las cosas al piso de arriba. Todo parecía estar en su sitio; mis pensamientos, lo que estos me hacían sentir y la paz, que al fin volvía a sentir en ese lugar que siempre había sido idílico para mí. Cuando Óscar volvió desconocía cuánto tiempo había pasado y no me importaba, la verdad. Aquel beso nada más llegar aún reverberaba por todo mi cuerpo, pero por la mirada que vi en él parecía que necesitaba más y no le había hecho gracia que de nuevo el gato, conocido por todos, se hubiera inmiscuído tras pronto en nuestro fin de semana. Conseguí separarme de él e ir a la cocina a preparar algo para cenar con Óscar. En seguida, un aroma a intimidad nos invadió; la cebolla pochada, unas gambas y un filete llenaron la parte física de nuestro cuerpo que aún no habíamos podido saciar. El gato miraba expectante si algo caía de la mesa mientras la mirada de Óscar parecía cada ve más impaciente. Tras terminar, no hubo discusión acerca de quién recogía, él lo hizo en un tiempo récord antes de animarme a subir a la habitación.

Conocía esa mirada, esos hombros echados hacia atrás y esa firmeza cada vez más intensa en sus ojos. Nos costó dejar fuera de la habitación al gato, pero al fin, cuando estuvimos solos en la habitación, de nuevo nos envolvió el jugo de nuestros labios, el tacto de nuestras manos que se peleaban por ser las primeras en tocar según que zona. Entre giros, mirada, respiraciones aceleradas y gruñidos, me senté sobre él, y despacio, solo hablando con la mirada, me desprendí despacio de mi suéter. El frío de la habitación alejado del calor de la chimena, enseguida mis pezones respondieron a ese frío que aún Óscar no había podido calmar y sus manos se dirigieron sin preguntas a ambos pechos. Los masajeó, sopló los pezones, repartió besos en la suavidad de ambas areolas. Cada vez sentía más su dureza bajo mi cadera.

—Me encanta que no lleves sujetador… —dijo más con sus ojos que con palabras.

—Sé cuánto te gusta y esperaba que esto pasara antes o después en esta escapada.

Me tumbó en la cama mientras escuchábamos de fondo el maullar desolado de nuestro invitado inesperado. Óscar no dejaba de acariciarme, mirarme de manera pura y casi transparente mientras me susurraba al oído mientras no dejaba de entrar y salir de mí cuánto me quería a pesar de haberse alejado en los últimos meses. Cuando todo acabó, colocado sobre mí, su intensidad me estremeció más que el orgasmo que habíamos compartido.

A la mañana siguiente, antes de despertarme, dejó entrar al gato que había permanecido junto a la puerta toda la noche siendo testigo de todos nuestros asaltos. Subió a la cama, se acurrucó y Óscar se tumbó junto a mí y pareció por primera vez en meses que todo había caído donde debía.

Estremecerse entre caricias…

Estremecerse entre caricias…

No sabía cómo. No sabía el porqué. Solo sabía que le gustaba. Despertarse así no tenía precio aunque la falta de olor a café recién preparado y sonrisa que le rozara la cara, se echaran de menos. ¡Y cuánto! Dejó que las sábanas siguieran rozando su entrepierna y poder disfrutar de esas sensaciones que le recorrían de pies a cabeza. Clavó sus uñas en la cómoda almohada, gimió en silencio y vio cómo su imagen aparecía en sus pensamientos. ÉL. Esos minutos que parecían infinitos en el tiempo, en ella. ¿También lo serían para ÉL? No podía saberlo. O quizá no quería. Pero sentirlo, vaya si quería y lo hacía. Cada mañana, cada atardecer, cada momento compartido en cualquier instante, en cualquier lugar. El escalofrío comenzaba a hacerse dueño de ella, de su cuerpo, de su mente. Sí, su mente. Ésa que no dejaba de estar descontrolada. Un  descontrol que disfrutaba y no quería dejar escapar.

La noche anterior había sido intensa, le pareció que hasta pura, porque… ¿acaso algo que no lo fuera podría hacer que llegara a la cama con esa sonrisa pícara pero sincera con la que se envolvió entre las sábanas? No, no podía ser. Felicidad sin clichés impuestos, solo con las bases de intimidad segura y cierto conocimiento del compañero con quien se compartía ese momento tan… deseado. Tan esperado, Tan necesitado. Un bipbip hizo que estirara el brazo hasta la mesita de noche y echara un ojo (o medio si eso le bastaba) pare ver que le había llegado un wasap:

— ¿Desayunamos?

Una sonrisa que le sorprendió a ella misma, la llevó a la ducha. Bajo el agua, no pudo dejar de estremecerse bajo la cascada de agua enfocada a su entrepierna húmeda, y gimió. Antes de perderse en lo que eso podía acarrearle, salió bajo el agua. Se vistió y bajo un poco de colorete salió por la puerta. En el café, fue sorprendida por un beso húmedo, intenso, bajo el que se permitió perderse y cobijarse.

« ¿Otra vez? No importa, nada que me haga sentir así importará si se repite la sensación de anoche». Desayunó tranquila y terminaron entre sus sábanas. Su habitación. Su yo más profundo. Sin ÉL. Solo ELLA.