Sueños

Sueños

¿Te acuerdas de los sueños que teníamos de pequeños… y no tan pequeños? Yo no soy capaz de olvidar cada uno de ellos; tu lengua recorriéndome con la brújula de tus ojos presente en todo mi cuerpo, en cada poro de mi piel. No podrás negar nunca cómo te recreabas con lo que veías frente a ti.

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Siempre estará

Siempre estará

Paseo con ropa ligera a primera hora de la mañana, la verdad que todo lo que ha ocurrido en los últimos meses no me deja conciliar el sueño. Es como vivir dentro de uno de esos sueños de adolescente, solo que ahora con los tintes que te aporta la edad adulta; sexo, como nunca antes lo había disfrutado; besos que hasta a día de hoy nunca había compartido con nadie.

Llegó sin esperarlo, como siempre dicen que aparecen las cosas realmente importantes. NI siquiera quiero reconocérmelo a mí misma, pero nunca he estado tan excitada como compartiendo esos mensajes, imaginando un posible encuentro a solas, sintiendo como la humedad de mi lengua discurre con la suya mientras mis manos no paran de recorrer su abdomen, su miembro y… todo él.

¿Veis cómo no puedo dejar de imaginarlo todo con él?

Continúo caminando por la calle sin prestar atención a lo que pasa a mi alrededor. Sus labios, su mirada penetrante deseosa de que penetre algo más que lo que transmiten sus ojos. Sé que si diera un paso más, sería más sencillo que algo pasara entre nosotros, no solo desearlo y llevarlo cada noche a mi cama en unos sueños muy encendidos que no sé ni cómo me dejan dormir; él desnudándose mientras no deja de mirarme; él acercándose con los ojos puestos en mis labios como si no hubiera algo que deseara más; yo expectante a su primer paso sin moverme de donde estoy; yo intentando transmitirle todo mi deseo y el de mi bajo vientre… Porque no sé que es más intenso, el deseo de esa zona de mi anatomía o el que hace palpitar más rápido mi corazón. Mi cadera comienza a moverse al mismo tiempo que mi imaginación es devorada por mi sueño. Esa imaginación en la que él no deja de estar y creo firmemente que siempre estará.

¿Veis cómo no puedo dejar de imaginarlo todo con él?

Mi camino me lleva a un banco de piedra frente a un paisaje donde el verde es infinito y la calma puede palparse, de una manera que yo sé muy bien cómo acariciar. Sí, de la misma manera que le palparía a él si pudiera. En un sitio solo nuestro, un baño público o una habitación de hotel donde descargar todas nuestras emociones escondidas tanto tiempo. ¿Querrá él también? Seguro, las pupilas de sus ojos no me engañan, esas que están igual de dilatadas que lo que esconde bajo su pantalón.

Sé que él puede que acabe haciendo su vida y yo solo seré un recuerdo, pero para mí siempre estará. En esa noche que siempre deseamos, en esa vida antes de que todo se complicara. Me levanto del banco de piedra y vuelvo sobre mis pasos como si eso pudiera acercarme más a él… Porque él siempre estará.

CALOR

CALOR

Varias gotas de sudor perlado recorrían despacio y sin prisa mi cuerpo dejando una dulce humedad a su paso entre mis pechos. Mi centro de ebullición no sabía si ese ardor provenía de ahí o de la ola de color tan temprana que se sufría en aquel momento. Mi cuerpo ronroneaba entre las finas sábanas como si de un pequeño cachorrito se tratara. En mi cabeza solo parecían estar esos labios gruesos cuyo sabor tras tanto tiempo podían haber desaparecido y no quedarse tatuados. Ellos. Su sabor. Su manera de asolar todos mis recuerdos suponían una emoción tan fulgurante que había conseguido ganar la guerra al olvido.

Mis manos quisieron moverse y entrar en combate cuando una corriente eléctrica irguió mi troncó y la realidad me apartó de la maravillosa imagen que se reflejaba en mi cabeza. Me levanté para dirigirme al lavabo y echarme agua en la cara. El reflejo de mi rostro en el espejo respondió todas las preguntas que me habían surgido en ese despertar tan vívido que había experimentado apenas hacía unos minutos.. No era la ola de calor, era él con nombres y apellidos quien liberaba todo el deseo que ardía en cada poro de mi piel. La erección de mis pezones parecían querer desgarrar mi pequeña camiseta de tirantes y romper en añicos el espejo. Nuestra historia no llegó a más que una de tantas en verano como a muchas otras personas les había ocurrido, pero el final de las vacaciones había llegado demasiado pronto. Solos unos besos, unas caricias, sus manos estrechando mi cintura y su entrepierna sin dejar de buscar la estocada final que pudieran fundir nuestra piel íntima en una sola. Igual, en lugar de un pequeño cachorrito, lo que se había despertado era el toro que se alojaba en mi interior y tan pocas veces dejaba salir a pastar.

El móvil sobre mi mesita de noche cayó al suelo al recibir una notificación provocando un estruendo en toda la habitación. ¡Ay, las notificaciones! ¿Qué había sido de las cartas? ¿La ilusión de ver unas diferentes a las del banco? Me senté en la cama y para mi sorpresa era suya. De sus labios, sus ojos, sus manos, todo su cuerpo… Pero no buscaba un diálogo, quizá solo era el recuerdo de lo que no pudo ser y no fue pero el calor físico y del temporal habían vuelto a evocar en nuestras cabezas. Ese verano quedaba lejos, pero nuestras miradas y deseo aún estaban cerca y se despertaban sin pedir permiso. Quise enredarme de nuevo con las sábanas y pensar solo en él y cómo había conseguido que en tantos años esos momentos no se hubieran arrinconado, sino que cada vez que regresaban conseguían hacerme tragar saliva sabiendo lo que se avecinaba; esa noche, mañana o tarde (porque cualquier momento valía) en la que estar juntos, ser uno, recorrer nuestros cuerpos como si del regalo más preciado se tratara, porque eso es lo que éramos y aún somos, el mejor regalo que nos dio la vida explicándonos lo que es de verdad una ola de calor.

Novedad…

Novedad…

De pequeña me enseñaron la estrecha relación del diablo con la manzana, pero nadie me dijo que tú pidieras ser esa manzana. Un roja brillante, reluciente y con un mordisco al que no di importancia. ¿Por qué habría que dárselo? Estabas frente a mí, con esa mirada que parecía brillar más según disminuía el espacio entre nosotros; nada de pupilas dilatadas, solo brillo, chispazos de energía que podían habernos quemado junto a un espejismo de eternidad que se podía acariciar en nosotros.

Una novedad que corría de mi vientre a mi entrepierna…, y vuelta al punto de partida donde esperaban los latidos acelerados de mi corazón.

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Sueños despiertos

Sueños despiertos

Sentía mis ojos despiertos aunque estaba dormida; aún sentía la mano de Morfeo estrechando la mía y no quería que me soltara. No podía dejar de preguntarme por qué dormimos sin soñar, o simplemente no soñamos despiertos. ¿No es un sueño la vida? Uno en el que puedo sentir cómo me piensas aunque sea en silencio, un silencio que nos daña a ambos y es el peor idioma.

Entre pensamiento y pensamiento sin dejar de recordar cómo me mirabas aquella vez, giré la vista y nadie había a mi lado, Morfeo había sentido que le había abandonado por ti, qué curioso que siempre me aleja de todo lo que me calma tu silencio, ese en el que mis sueños luchan por despertarme y vaya a buscar la vida que sé que me merezco. Sé que mientras todos duermen yo sueño, pero ya es hora ir a por mis sueños estando despierta. Así que sin pensarlo más me pongo en pie, desayuno, me ducho y me coloco frente al espejo mirando mis ojos. Su profundidad. Su idioma que sí comprendo en mi interior. Dentro de mi neceser tengo todo lo que necesito para verme bien cuando echo de menos mi seguridad, la que antes hacía que me comiera el mundo sin miedos. Ese pensamiento me arranca un sonrisa cuando pienso en todo lo que conseguía, empezando por ti.

¿Recuerdas aquella tarde en el banco del parque? Todo parecía perfecto, nuestros sueños eran tan factibles que parecían tangibles. Tu sonrisa escapaba por tus ojos. Buuuuuuuuuuuuuuuuum, un sonoro golpe te aleja de nuevo de mí. ¡Claro! Es un sueño despierto, sigo sin dar ese paso adelante que me devuelva al mundo de los actos. Salgo del baño y encuentro el móvil en el suelo, deben haber llamado y con la vibración cayó de la mesita de noche. ¡Sorpresa! Cuando me agacho veo tu número en las llamadas perdidas, esto sí que no ha sido un sueño, ni ninguno estábamos durmiendo. ¿Querré hacer realidad los sueños sin dormir? Antes de salir, escapar o huir de mi mente, decido seguir soñándote; cómo tus labios devoran los míos en busca de mi lengua que está ansiosa de ti, tu humedad y nosotros. Recorres mi espalda hasta que estrechas mi cintura y me aproximas todo lo que puedes para que note cómo te excito, cómo me piensas y cómo en los sueños todo es posible. Me tumbas sobre mi cama, cansada ya de los mismos sueños, me besas los pechos mientras tus jadeos encienden mis oídos y mi corazón. Los embistes son rápidos, no así como tu mirada que no deja de introducirse en la mía y nuestras sonrisas escapan sin permiso. Buuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuum, otro sonido, esta vez una llamada al teléfono fijo.

—¿Sí…?

—Nena, ¿aún no estás lista? —pregunta mi mejor amiga.

—Depende de para qué —respondo con los ojos en blanco pensando en lo que acabo de sentir.

—No me vengas con tus acertijos, te espero en media hora en la cafetería.

—Allí estaré.

De verdad que quiero poner en práctica soñar despierta, pero ahora nadie duerme, así que tras ponerme todo lo guapa que puedo, salgo a la calle con la mejor sonrisa que encuentro aunque mi sueño no se haya desvanecido.

Tras media mañana de risas con mi amiga, su realidad me abruma. Su criterio siempre centrado me recuerda que él quizá no vuelva, debo vivir mis propios sueños sin él. Pero… ¿de verdad estar en su mente no es lo que me mueve? De vuelta a casa, no sé si rendirme con mis sueños despiertos o con una vida como la que vive todo el mundo…

Recuerdos

Recuerdos

Los rayos de sol se filtraban entre las rejas de la ventana. Nada parecía impedírselo. Eran fuertes, tenaces y no parecían querer dejarme a un lado en su trabajo de cada día. Resoplé, como si despertarse fuera un gran esfuerzo al que enfrentarme…, pero en ese momento apareció su rostro, sus manos y su miradas. Esa que me atravesaba hasta lo más profundo sin poder hacer nada. Esa que me conocía más que yo misma y me transmitía más de lo que nunca hubiéramos compartido los dos, porque en el fondo solo fuimos recuerdos, incluso antes de conocernos solo éramos eso; recuerdos.

Sus manos con dedos infinitos parecían poder acariciarme allá donde estuvieran, estrechar mi cintura y buscarme cada día a pesar del paso de los años, desde que los recuerdos comenzaran a originarse. La neblina de aquel primer encuentro me atenazaba cada noche al cerrar los ojos. Quizá era la deuda que aún ahora no dejaba de pagar, porque recuperar el resuello era cada vez más complicado y hacía de mis días momentos mustios sin su cercanía, su palpitar sonando al unísimo con el mío cuando nuestras lenguas no necesitaron presentación para conocerse y saborearse, dejando un sabor que aún siento cuando lo rememoro entre mis sábanas y mis piernas. ¡Ay, mis piernas! Si pudieran hablar dirían más de lo que yo podría confesar. Tanto las paredes de mi habitación como las sábanas de mi cama se humedecían con mis recuerdos. Mi pelvis se arqueaba sin previo aviso y mi cuerpo ronroneaba llamándole. Llamadas sin respuesta que gritaban un silencio que dolía en cada poro de mi piel y mi corazón.

Decidí que era el día de olvidar, dejar atrás lo que solo sentía yo y solo retumbar en un eco cada vez más sonoro. Demasiado tiempo pensé en lo que no pudo ser, en lo que más que un recuerdo parecía un sueño. Algo que en realidad no se materializó, ¿o quizá sí? Nunca lo sabré, así que decido vivir sin pensar en cómo sus manos me rodearon, como se electrizó mi cuerpo al sentirlo y me humedecía más que nuestro encuentro de lenguas vivaces y ávidas de nosotros sin pensar en nada más. Sin un mundo que pudiera ponerse del revés si supiera lo que compartimos y así, cada encuentro físico que esperaba tener podría ser con él, su cuerpo sobre mí, su sexo palpitante por mí.

Y así, vivo cada día, cada momento en el que todo se visualiza en mi mente porque… ¿no son esos los mejores recuerdos?

Toboganes.

Toboganes.

Miraba las fotos deseando que lo que reflejaban fuera tan real como parecía. Por fin creía haber encontrado la escapada perfecta de cuatro días con sus amigos. Desconocía si la sangre llegaría al río o si sería un punto de inflexión en la relación que les unía a todos. Mientras hacía la maleta soñaba despierta y era consciente de que así no podría meter en ella todo lo lo necesario para su viaje, así que se sentó sobre la cama y se echó para atrás deseando que no fuera solo un gran sueño sino una maravillosa realidad. Una notificación en el móvil la devolvió a su habitación, la ropa tirada sobre la cama, el armario abierto y la maleta a la espera de ser alimentada por todo lo que podría ver algo más allá de esas cuatro paredes de su casa en la ciudad. Decidió dejarlo por un tiempo e irse al sofá y trastear con el móvil para ver quién se había acordado de ella.

Dos días después conducía de camino a La Marina; un camping con villas para seis personas y todos los lujos que necesitaban después del año tan perturbado, si podía llamarlo así, del que habían sido testigos sin quererlo. Cuando llegaron, sus bocas no podían cerrarse frente a lo que tenían delante. Dejaron las maletas y fueron a dar una vuelta para ver las instalaciones: un supermercado detrás de la villa, una piscina que más parecía un parque de atracciones con todos los toboganes imaginables y varios restaurantes para todos los bolsillos. Celia no podía dejar de reír como una niña pequeña mientras que por las expresiones de los chicos del grupo se podía ver la diversión en una descripción grafica difícil de ocultar . Al terminar fueron a hacer la compra antes de volver a la villa y cuando llegaron, apenas tardaron cinco minutos en ponerse los bañadores.

Tumbada sobre la hamaca, Celia se reía con su amiga Ruth de las gamberradas de sus amigos en los toboganes como si fueran niños pequeños. Después comieron un delicioso arroz con bogavante y algunos volvieron a ser niños en el agua, mientras otros decidieron ir a echarse un rato.

Celia intentaba conciliar el sueño cuando oyó como Alberto entraba en la habitación y se tumbaba a su lado. La abrazó por detrás y ella prefirió no darse la vuelta ni decir nada. Todo era demasiado perfecto. Una hora más tarde cuando despertó, su cama estaba vacía y un maravilloso olor a café inundó la habitación. Se puso despacio en pie y cuando salió al salón ahí estaba; una preciosa sonrisa en el quicio de la puerta junto a una taza de café mirándola, como si se tratara de una revelación a la que enfrentarse y sabía no podría evitar por más tiempo. Se acercó y justo cuando iba a acompañar su bebida con el sabor de sus labios, todos entraron como una estampida de agua y risas.

Celia los miraba emocionada al ver cómo los eternos toboganes habían dejado atrás los problemas diarios. Habían conseguido que al llegar al agua esta les purificara a todos para una nueva etapa; todo lo vivido podía quedar atrás. Solo tenían por delante un papel en blanco donde reescribir cada día.

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