Las lágrimas pesadas recorrían libres sus mejillas, al fin podían expresarse fuera de la jaula del corazón. Un corazón que quería demasiado, daba demasiado y solo pedía lo que pensaba merecer. ¿Tantas emociones eran posibles en su cabeza, bajo su piel, en sus pensamientos y emociones? No sabía cómo controlarlas o si podía si quiera, controlar todo tanto no le había dado los resultados que esperaba recibir… y solo cerró los ojos. Fuerte. Muy fuerte, tanto, que la presión dolía casi tanto como la punzada en el corazón que en el fondo nunca se había marchado.
Pensaba en todo lo luchado para llegar a donde estaba ahora. Los cambios, las peleas con ella misma, las pérdidas tan dolorosas que en el fondo no era capaz de olvidar… Pero eso solo conseguía más dolor que ni el duelo de hace años parecía haber controlado, solo escondido bajo una manta de apariencia. El mundo lleno de banalidades del que había huido, se centraba en no mirar a su alrededor, solo en necesidades finitas y no en lo que pudiera darle emociones duraderas y enriquecedoras.
La intimidad física solo era un desahogo, una explosión que aunque necesaria, no resolvía los problemas que causaban su estado. La soledad con la que creía llevar una relación más que saludable, parecía haberse vuelto contra ella. La sentía carcajeándose a sus espaldas como si hubiera esperado el peor momento para hacerla daño y dejar de ser volátil. Pensaba solo en lo que había perdido y no en lo que había ganado. El tiempo se había vuelto demasiado intenso, doloroso, interminable y aún así… apreciarlo como agua que se escapa entre los dedos. Agua desaprovechada que solo había dejado sed a su paso.
Frente a ella el reflejo que veía en el espejo no era ella. Esa mirada no era la suya. Había perdido la intensidad de sus ojos, quizá en otros que no le devolvían la respuesta que necesitaba. Emociones otra vez. Emociones que no tenía fuerzas para gestionar de la mejor manera posible… ¿Necesitaría más cambios? No. Quizá solo la atención de antes de querer mejorar su vida….
Las emociones cambiaban a cada minuto, a cada revés, cada sonrisa e incluso cada momento. Cada olor le recordaba que no era el verano o los planes, solo su cabeza quien debía adaptarse a tanto pensamiento atormentado.