Vibraciones

Vibraciones

Un beso. Una caricia. Un momento.

Coctelera y el resultado es el cariño, el sexo y si se tiene suerte… EL AMOR.

Así pasó hace ya casi tanto tiempo que no recuerdo si eran hormonas o vibraciones; su movimiento, su magnitud, su efecto en mí… o incluso el mundo. ¿Provocaría un terremoto? Ya sabemos que pasa con el efecto mariposa, pero a mí me paso exactamente lo mismo sin necesidad de ir a la otra punta del mundo. Cómo y de qué manera ya es otra historia, ¿queréis conocerla?

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Sueños

Sueños

¿Te acuerdas de los sueños que teníamos de pequeños… y no tan pequeños? Yo no soy capaz de olvidar cada uno de ellos; tu lengua recorriéndome con la brújula de tus ojos presente en todo mi cuerpo, en cada poro de mi piel. No podrás negar nunca cómo te recreabas con lo que veías frente a ti.

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Momentos

Momentos

Lo recuerdo como si fuera ayer; escondidos deseando que nadie nos viera pero disfrutando del momento como si el mundo se acabara cuando nos separáramos. ¿Os ha pasado alguna vez? Un sueño, una fantasía, tocarse de noche (o de día para qué nos vamos a engañar) con esa persona en la cabeza… Quizá idealizada sí, pero la droga perfecta y necesaria para seguir adelante antes de que se abriera la puerta al olvido.

Nadie lo sabía, de hecho no podían, hubiera sido devastador. Nuestros labios se devoraban en el deseo de comernos antes de que se nos secara la boca al separarnos. ¿Era más apasionado así? Igual solo tenía en mente las películas románticas o quizá mi fantasía por convertirle en algo tangible me aceleraba el corazón y esa zona tan íntima que a través de las fotos y las redes sociales no tenía descanso. Decidimos dar un paso más, no en alto ni de manera clara; solo hablaban nuestros ojos y las teclas teclas del móvil. Jadeábamos con la mente puesta en qué podríamos hacer juntos si algún día por fin se daba la ocasión.

Un azul cerúleo bañaba el día señalado, ese en el que todo podía mejorar o por el contrario pinchar el globo de la expectativa que no podía aguantar más volumen de pasión y vehemencia. Nos saludamos como cualquier pareja de amigos pero con una timidez que provocaba esos tics tan molestos. Ya sabéis, morderse el labio inferior, humedecerlo con la lengua, tartamudear, no saber cómo llevar a cabo una mera conversación… ¡Pero claro! Aquella no era una mera conversación, era la nuestra cara a cara. La primera. El mundo alrededor era ajeno a nuestros deseos, el efecto de estos en nuestros cuerpos y las ganas contenidas que no podían esperar más. Conseguimos escabullirnos, ya ni me acuerdo cómo, de todo el entorno conocido allí presente y una callejuela cercana fue el escenario de lo que se desató entre nosotros. Sus manos estrecharon mi cintura y todo estalló, mis gemidos, su respiración entrecortada hasta que me colocó apoyada en la pared tras de mí mientras sus manos unión mi cadera a la suya. Esa que indicaba lo preparado que estaba su cuerpo para lo que quiera que sea que pudiéramos compartir. Su entrepierna me llamaba a gritos de la misma manera que la mía quería abrirse para recibirle. Quería que su sexo navegara en mi humedad. Sus pulgares comenzaron a acariciar la piel que dejaba al descubierto la cinturilla del pantalón mientras yo no fui capaz de contener a mis manos en la búsqueda de sus nalgas. Nuestros movimientos pedían menos ropa y nuestros deseos que no hubiera ninguna, tanto es así, que una de sus manos consiguió alcanzar mi zona más recóndita y sumergirse en mi interior de cuyo escondite solo sabía él el camino, y para el que nadie más tenía acceso. Sus gemidos se hacían más audibles mientras mis manos no dejaban de ceñirse a su espalda recorriéndola de arriba a abajo. De abajo a arriba. De repente unas voces lejanas distanciaron nuestros cuerpos de manera abrupta, aunque en nuestros ojos se pudiera leer sin dificultad alguna lo que pasaba por nuestras cabezas.

—¿Qué hacéis aquí?

—Nada, solo tenía que preguntarla una cosa. ¿Nos vamos ya? —respondió él sin dudar.

Imaginad la expresión en mi rostro al ver su frialdad, signo equívoco de que él seguiría con su vida sin mirar atrás, mientras en mí se quedaría una espinita clavada que aún ahora en algunas ocasiones, duele.

Olvido recordado

Olvido recordado

¿Me pensará como yo a él? Menuda tontería… ¡Claro que lo hace! ¿Cómo iba a olvidar ese momento? ¿Aquel beso escondido? Escondido de todo, en el rincón más recóndito de la ciudad, a cientos de kilómetros de la realidad… porque para eso son esos besos ocultos, ¿no? Sí, para eso son los momentos solo de dos, donde el recuerdo permanece bajo llave y únicamente esas dos almas saben dónde encontrarla.

Fue una tarde de enero, pero en contra de todas las predicciones el sol iluminaba aquel barrio de la ciudad donde nos teníamos que encontrar, solo por pasar el rato hasta que llegaran el resto de nuestros amigos. Para variar llegué la primera a la supuesta cita que aún ahora ignoro qué era para él en realidad. ¿Encuentro cara a cara sin elementos electrónicos de por medio? ¿Sólo una chica más que aumentara las muescas de su lista? Aunque tampoco sé a ciencia cierta si esa lista de la que tanto se hablaba era real o solo un mito de las miles de lenguas afiladas entre las que nos movíamos.

Me encontraba de espaldas frente a la cafetería donde habíamos quedado. Un cohibido «hola» se oyó tras de mí y al volverme… ¡vaya cuando me di la vuelta! En ese momento sentí todo distorsionado a mi alrededor menos lo que tenía frente a mí; monumento físico en altitud y cuerpo, con una luz en los ojos que parecían querer esconder lo que empezaba a hervir en su interior. ¿Vergüenza en lucha con chulería? ¿Chulería asustada por tenernos frente a frente?

—¿Prefieres tomar algo aquí o vamos a otro sitio? —preguntó con sus ojos buscando los míos y huyendo de ellos al mismo tiempo.

—Mejor a otra menos concurrido —respondí sin saber si en realidad era lo más acertado. Pero como seguro le pasaba a él tampoco quería que la indecisión se reflejara en mi cara.

Me cogió de la mano para cruzar la avenida posiblemente más grande de la ciudad. ¿Qué pasaba en mi interior? ¿El resultado de una descarga eléctrica? Me dejé llevar sin saber hacía dónde íbamos. Nada más pisar la acera, me introdujo en una cafetería menos iluminada, con menos gente y más pequeña. Soltó mi mano sin previo aviso y la desconexión eléctrica se materializó ante mi decepción, una que fui incapaz de ocultar. Cualquiera hubiera dicho que se conocía la ciudad mejor que yo, a sabiendas de que solo había estado en ella un par de veces. Nos sentamos frente a las escaleras donde se indicaba estar los lavabos. Pedimos unos refrescos y estos llegaron al mismo tiempo que parte d nuestros amigos que no esperábamos, o al menos tan pronto.

—No os encontrábamos.

Sin esperar respuesta, que pensándolo bien tampoco necesitaban, tomaron asiento y acercaron más sillas a la espera de que llegaran los demás. Nuestra mirada cómplice explicó más que lo que hubieran podido decir nuestras palabras. Yo solo esperaba que nadie más de aquella mesa, excepto él, claro está, se hubiera dado cuenta. Miré de reojo las escaleras frente a mí y tras decir que iba al baño, bajé cada peldaño con parsimonia sabiendo que sus ojos estaban puestos en mí. Al llegar me eché agua en la cara y cuando vi mi rostro reflejado en el espejo supe que solo eran las feromonas de mi cuerpo quienes actuaban por mí. Yo no pensaba, solo me dejaba dirigir por ellas. En ese momento se abrió la puerta y fue su reflejo el que se mostró en el espejo. Su mirada que parecía más profunda aún que cuando nos vimos al principio. Nada más quedarse un váter libre no lo pensó y me llevó a su interior. Era pequeño, sí, pero con ambos escondidos ahí y tratándose de un baño tanto femenino como masculino, podríamos ocultarnos de los posibles amigos que aparecieran.

¿No tenía su encanto esconderse de nuestros amigos y vivir el momento con esa tensión añadida, además de la ya visiblemente física? Yo aún ahora sigo sin tener ninguna duda.

No cruzamos palabra, nuestros labios y lenguas tenían mejores cosas que hacer. Ese momento, ese en el que pudimos sentir el sabor de nuestros labios unidos, su textura, su grosor… su todo. Mis manos no podían parar quietas, se deslizaron por su espalda pudiendo palpar sus músculos incluso con su camisa puesta, su entereza física en una zona que sin ser sexual al uso, para mí se convirtió en lo más carnal y erótico que podía haber imaginado. Sus manos eligieron conocer mis caderas y mi cintura, lástima que esa época del año no fuera tan fácil sentir carne como en otros meses del año. Cuando por un momento nos separamos, aunque fueran solo uno milímetros, la intensidad de nuestros ojos parecía poder ser un arma de destrucción masiva. Destrucción de todo lo que nos rodeaba fuera de ese cubículo. Destrucción de lo que podía suponer ese momento en nuestras vidas por separado. Aún así fui capaz de centrarme en en el tiempo que pudiera ser considerado como excesivo para no estar ambos en la mesa, así que salimos y comencé a subir las escaleras delante de él.

Por su parte, él no pudo reprimir estrecharme la cintura y decirme que volviéramos a los lavabos. No me costó mucho asentir, apenas nada si soy sincera, y volvimos de nuevo escaleras abajo. Nada más cruzar la puerta, ni siquiera pensamos en un aseo libre, me abrazó el cuello y su lengua fue al alcance de la mía. Vehemente. Ansiosa. Descarada… Y la mía, qué decir de la mía, actúo de la mejor manera que sabía. Esa guerra nos cambiaría —o al menos a mí— fuera quien fuera el que la ganara. En ese mundo paralelo que habíamos creado, de nuevo parecía no importar nada; ni la gente allí presente, ni el barullo de voces y risas, ni nuestros amigos supuestamente sentados arriba, hasta que la puerta junto a nosotros se abrió y su mirada entonces sí cambió. ¿Sería uno de nuestros amigos? ¿Se habría descubierto el pastel tan pronto?

No. Ambos respiramos aliviados, pero el miedo nos devolvió arriba, donde su mano cada vez que podía al no ver peligro, se posaba sobre mi muslo, lo apretaba, sin dejar de hablar al mismo tiempo con nuestros amigos, sin saber estos lo que acabábamos de compartir. Ellos se fueron yendo con cuentagotas aumentando nuestro deseo, cuando al fin todos se marcharon lo hicimos también nosotros.

¿Fuimos a una zona que nos proporcionara más intimidad? ¿Qué creéis que paso? Espero vuestras respuestas, dar a conocer el resultado de aquel día puede ser útil para otros, o por el contrario cada uno es un mundo y nada de esto les servirá. El caso es que a mí me ayuda para saber de verdad que estuve viva. Viví cada momento como si fuera el último, pero… ¿qué pasó después? ¿Me sigue pensando como yo a él? ¿Me habrá olvidado? Demasiadas incógnitas para no pedir vuestra opinión e intentar resolver la x de la ecuación…

Presente y futuro

Presente y futuro

Todos reíamos con o sin razón en torno a una pequeña hoguera en la playa, de esas que estaban prohibidísimas, cuando decidí ponerme en pie para ir a por más hielo. No recuerdo la razón, solo que desvié la mirada, ya sabéis lo que ocurre cuando sientes que te miran aunque no sepas quien pero sí desde dónde. Giré la cabeza y ahí estaba; una señora con la mirada puesta en nosotros. No sabía si su expresión reflejaba envidia, hastío o mera soledad. Solo esperaba en ese momento que dentro de algunos años, muchos espero, la expresión que se reflejara en mi cara no fuera aquella. ¿Cuántos años podía tener? ¿Cuarenta? Bah, quedaba mucho hasta que yo llegara a esa edad.

—¡Pues haz lo que quieras! ¡Yo me voy!

No sé en qué punto del camino me había equivocado para llegar a esa situación. La cuarentena me estaba sentando bien.

Seguridad en mí misma.

Una discapacidad que no me frenaba.

Algunas amigas, pocas, pero las mejores.

Y un matrimonio… ¡Bueno! Un matrimonio que dejaba bastante que desear.

Me sentía joven, tanto que apenas me maquillara, aunque sí me arreglara en las ocasiones importantes. Nada de eso de ir pintada como un cuadro al bajar al súper. ¿Imagináis el pastel?

Decidí salir a dar una vuelta y caminando por el paseo oí a un grupo de jóvenes reunidos en la playa, mis pies se encaminaron solos hacia donde se escuchaban carcajadas, música de fondo y se podía oler y sentir felicidad. ¿¡Feromonas!? ¿Eso es? No sé si son estas las que me provocan que me dirija hacia ellos, pero enseguida me veo envuelta en esos momentos, ahora suyos, que yo viví en mi juventud. ¡Ay si mis padres hubieran sabido hace veinte años que esto era lo que hacía yo en la playa cuando veraneábamos en Málaga! No me acercaré mucho, lo que menos quiero que piensen es que les voy a echar la bronca por la bebida o el ruido, que es justo lo que necesito ahora. Me encantaría poder unirme, pero para ellos ya soy una persona mayor, casi una abuela. O igual sin el casi.

—Hola, perdone… Nos hemos quedado sin mecheros, ¿no tendrá usted uno? Ahora mismo se lo devolvemos.

 La manera de dirigirse a mí de esa chica, tan similar a la mía cuando tenía su edad me hace ir al quiosco más cercano, abierto aún a pesar de las horas, a comprarles unos cuantos sin reprimenda alguna.

A mi vuelta, la chica aún está de pie en la arena esperanzada con haberles conseguido los codiciados mecheros.

—Muchísimas gracias, no sabe cómo se lo agradezco, Hum… Le invitamos a algo, venga conmigo.

—¡Uy! No cariño, soy demasiado mayor para eso.

—¡¿Qué dice?! Qué no, qué no. Venga, si no quiere una copa al menos un refresco. Piense que es como un trueque por los mecheros.

Su sonrisa me embauca y accedo a unirme al grupo.

Cuando me veo de nuevo con los ojos puestos en el techo blanco de mi habitación, me siento como si hubiera rejuvenecido los años que seguro tenían la mayoría del grupo, pero no me atreví a preguntar. Me rio en silencio para no despertar a mi marido que ronca como lo hacía mi padre. Una sonrisa se dibuja en mi cara y me doy la vuelta para amortiguar el sonido de mi risa que ya no puedo aguantar.

A la mañana siguiente mientras preparo el café, mi marido llega a la cocina y antes de darme los buenos días ya me pregunta por lo que hice ayer y la hora a la que legué, puesto que no se enteró como ya sabía yo.

—¡¿Cómo te ibas a enterar si con el sonido de tus ronquidos seguro que algunos vecinos no pudieron conciliar el sueño?!

—No me cambies de tema que siempre estás igual.

—Muy bien, pues mira… ¿Recuerdas aquel anuncio que preguntaba qué le dirías a tu yo de los veinte años?

—Pues no, la verdad.

—No esperaba menos, pero tampoco otra cosa. Unos chicos jóvenes me invitaron a su hoguera tras compararles unos mecheros, y me estuve riendo como hacía mucho que no lo hacía cuando me di cuenta que se estaba haciendo muy tarde.

—¿Solo chicos?

—¿Eso es con todo lo que te has quedado? Chicos, chicas, jóvenes. Me sentí como cuando mis planes eran iguales en esta misma playa; joven, sin preocupaciones excepto a dónde iríamos cuando se acabara la bebida.

—Muy bien, rememoraste tiempos jóvenes.

Y con las mismas volvió a la cama.

¿Seré igual que la mujer que se unió a nosotros ayer, cuando tenga su edad? No lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es de que yo a sus años no estaré sola en el paseo marítimo. No nos contó nada de su vida, pero muy feliz no parecía cuando la abordé para pedirle fuego. No, Mi vida no será igual, no acabaré sola por la noche en la playa…

Comienzos vibrantes

Comienzos vibrantes

Dejo caerme sobre él y su pecho agitado. Cuando recupero el aliento me tumbo a su lado con una sonrisa dibujada en la cara.

—Déjame descansar cinco minutos y me pongo al lío.

No sé muy bien qué significa ese lío al que se refiere, solo sé que estoy deseando descubrirlo. Mis pezones siguen sin relajarse cuando siento como su mano se acerca a mi bajo vientre. Ronroneo creyendo entender lo que viene. Sus dedos se deslizan diligentes a través de mi humedad que lleva su nombre y yo respondo con intensidad, me muevo para demostrarle el camino que debe seguir. Cuando se comienza a acercar ya me tiene casi hecha, si es que no estoy hecha ya, hasta que un gemido escapa de entre mis labios al mismo tiempo que mi cadera se arquea pidiendo más. Él acelera el ritmo y siento que me inyecta más electricidad de la que puedo aguantar…, pero no. Consigue con cambios de ritmo que aumentan más si cabe el vigor del momento relajarme al mismo tiempo que conseguir que siga en ese balanceo del clímax. Responden los dedos de mis pies, la piel erizándose y mis labios al ser mordidos en mi boca.

—Eres increíble, ya tengo ganas de repetir y aún no hemos acabado.

No me hizo falta más, me subí a su cuerpo y su rostro que quedó entre mis pechos llevando sus manos a ambos lados de ellos mientras los recorría con su lengua. ¿Cómo iba a desaparecer mi humedad cuando su lengua, boca y hasta sus ojos me engullían como si no hubiera un mañana. Cada envestida acompañada de su lengua me deshacían. Me separé quedándome sentada sobre él, erguida para que me viera sobre él mientras mis manos también entraban en juego y acariciaban mis pechos. Mis sonidos susurrantes iban acompañados de embestidas más agresivas y profundas. Gritos ahogados, movimientos acompasados, nada parecía acabar y ¡vaya si me gustaba! Más tiempo después del que esperaba un gemido ronco y audible hacen que sus manos se separen de mi cadera y una sonrisa traviesa conecte con la mía llena de felicidad, vehemencia y deseo.

Se incorpora sentándose frente a mí y aún dentro, me abraza el cuello con sus manos, me besa recorriendo todos los rincones de mi boca y me abraza convirtiéndonos en uno. ¿Quién decía que el sexo solo era algo sucio? Sin duda, aquellos que no lo han vivido como yo… Si nuestros comienzos son así de vibrantes no querría que se acabaran nunca.

Al otro lado

Al otro lado

Me despertaba inquita todas las noches. Era incapaz de dormir más de dos horas seguidas… ¡¿Qué diantres me pasaba?! Ese desconcierto no tenía ningún significado para mí, nada de lo que pudiera imaginar me daba una explicación, hasta aquella tarde.

Para variar, y por no escuchar las mismas palabras y reprimendas de mi madre, me sumergí en el ordenador y un chat. Pero chat de esos en los que solo puedes hablar y dar permiso a que entren las personas que tú quieres. Mientras comía las patatas fritas que había conseguido esconder de las fauces de mis padres, mi corazón comenzaba a retumbar contra mi caza torácica como si de un tambor de tratara.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No sabía bien que estaba pasando, solo que aumentaban mis ganas de llevarme más patatas a la boca, y mi corazón cada vez tenía menos ganas de tranquilizarse. «¡¿En serio al otro lado estaba el chico más malote y buenorro del grupo?! No podía ser, ¿¿hablando solo conmigo y proponiéndome que le acompañara a no sé qué en el centro comercial más cercano a mi casa??». Me tuve que separar de la mesa y no mirar así su última frase donde me pedía que le acompañara. Estaba desconcertada, sí, era consciente, pero ¿veía vehemencia en sus palabras?, ¿incluso picardía? No, imposible, yo medía poco más de metro y medio y el resto de chicas del grupo eran altas y delgadas. No, no, no, no podía ser. Según andaba en círculos por la habitación me di cuenta que no solo era mi corazón el que estaba desbocado, también mi entrepierna parecía tener algo que decir con tanta humedad. «¡¿Es lo que yo creo?! ¿Está respondiendo mi sexo antes que mis?» No lo pensé más y le contesté que sí, no tenía otra cosa que hacer y así salía de casa un rato. O eso quise creerme.

Me costó vestirme, no os voy a engañar, los pantalones no parecían querer recorrer mis piernas hasta la cintura dado el temblor que tenían estas. Cuando por fin lo conseguí, las siguientes dudas era si la camiseta tenía que ser o no sexy, si maquillarme y hacerle pensar que era por él o si presentarme con la cara lavada sería el mejor mensaje. Después de unos minutos lo tuve claro, nada de maquillaje, significara para él lo que significara. Y bueno, la camiseta no es que fuera más o menos sexy, es que en verano siempre se va más carne.

Subía las escaleras del metro más nerviosa aún de lo que estaba en mi habitación. Menos mal que eran mecánicas, sino hubiera sido imposible mantener el equilibro de una forma lo suficientemente natural como para no descender por ellas como una pelota. Cuando al fin llegué arriba comenzaba la parte más difícil de mi plan: Parecer despreocupada. «Oh, mierda, ahí estaba él con pantalones raídos y un expresión de mayor despreocupación de lo que seguro era la mía». Gracias a Dios fue él quien se acercó y así no tuve que dar ni un paso siquiera. Tras comprar algo que decía necesitar y yo ahora mismo ni recuerdo, me propuso ir a su casa ya que sus padres estaban fuera de la ciudad.

Cuando entramos por la puerta descubrí lo que era de verdad un temblor de piernas. Me dijo que pasara a sentarme al salón mientras él iba a por algo de beber y unas patatas. «¡Como si yo no hubiera tomado suficientes patatas ya! Pero nada salió por mi boca y me dirigí al salón». Sabía dónde se encontraba el salón después de tantas fiestas, pero esta era muy diferente. Solo para dos…

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía sentarme, siempre fui de culo inquieto, pero en ese momento no había nada en mi cuerpo que se comportara de manera tranquila, así que me quedé de pie mirando por la ventana. Un paisaje, que a pesar de tener muy visto, siempre me había encantado. ¡Una gasolinera! Ya veis qué bonito, pero era sin duda lo que significa: ¡¡Su casa!! Que no hubiera nadie más excepto nosotros…

—Lo dejo todo en la mesa, o prefieres que lo acerque al sofá.

Al darme la vuelta y ver su expresión me pareció ver algo muy similar a lo que yo había sentido tras haber hablado frente al ordenador.

—Tranquilo, en la mesa está bien.

Me acerqué al sofá solo por no tener la obligación de decir algo más y él hizo lo mismo tras coger el mando a distancia de la televisión. Al encenderla salió la típica película que emiten en verano cuando saben que la mayoría de la gente está disfrutando del buen tiempo fuera de casa. Estuvimos un rato en silencio mientras comíamos las dichosas patatas que seguro iba a coger tirria cuando todo aquello, fuera lo que fuese, acabara.

¡Y ahí estaba! La escena hot que da a entender lo que harían los protagonistas aunque poco se viera. Otra vez esa humedad. Quise ver su expresión por el rabillo del ojo, pero no pude intuir nada. Igual era mi inseguridad, «¡¡¿¿pero cómo no iba a estar insegura tratándose de él??!!» En ese momento me pareció sentir por los movimientos de los cojines que se había revuelto despacio. Era el momento, tenía que saber si su mirada me transmitía algo o quizá todo volvía a ser producto de mi imaginación. Giré la cara y nuestros ojos se encontraron como puñales queriendo encontrarse. Fui testigo de primera mano de cómo todo su cuerpo se acercaba, en mi cabeza a un segundo por hora, pero seguro que en la realidad alejada de mi mente, todo fue más rápido. Ahí estaban. Sus labios, dulces como la seda y esponjosos como las nubes que se compraban cuando éramos pequeños. Nada de humedad, mi sexo se estremecía como nunca antes, llamaba a gritos al suyo…, «¡¿pero no era muy pronto para dar ese paso?!» Qué iba a ser pronto si llevábamos juntos en el mismo grupo de amigos muchos años ya, como todos los que yo le había deseado en mi cama, sobre mí, dentro de mí, entre mis piernas… Dejé de pensar y me subí a horcajadas sobre él, y sintiendo aquello que podía sentirse entre sus piernas él estaba encantado con mi decisión. Mis manos abrazaban su cuello mientras mis pellos sentían su cuerpo y se erizaban a la espera de un contacto diferente que terminara de expulsar de mi cuerpo aquella descarga eléctrica. Sus manos se introdujeron por debajo de mi camiseta minimalista de tirantes, pero no parecían atreverse a subir de mi cintura, así que de nuevo me comporté como antes, aunque nunca hubiera pensado que sería capaz. Me separé y quité la camiseta dejando mi mejor sujetador frente a él. La dilatación de sus pupilas y algo más que sentía debajo de mí, reafirmaron que había tomado la decisión correcta. A partir de ese momento todo cambió. Me cogió de las caderas para colocarme tumbada sobre el sofá antes de tenderse obre mí con ambos codos a mis lados.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía creerlo. Estaba sucediendo y rezaba bien fuerte en mi interior que no fuera un sueño. Su lengua me devoraba mientras no dejaba de sentir que lo que esperaba más abajo era maravillosamente increíble. Sus manos estaban centradas en mi pecho y desabrochar mi sujetador al mismo tiempo que yo deseaba desbrochar su pantalón. Cuando lo consiguió y sopló de manera sutil en mis pezones, un sollozo ahogado no pudo mantenerse por más tiempo dentro de mí. Su respuesta fue una sonrisa rebelde y el cambio de objetivo en sus manos, que bajaron a sus pantalones. Dejó uno de mis pechos dentro de su boca sin dejar de lamerlo cuando separó su cadera y bajó los vaqueros y su ropa interior. «Esto es mucho mejor de lo que nunca había imaginado y la mirada de deseo en sus ojos ya no tiene descripción posible». En ese momento se sentó frente a mí y mi expresión de confusión antes de hablar.

—No hace falta que sigamos adelante, de verdad, solo tú decides hasta dónde quieres llegar.

En ese momento terminó de ganarme si no lo había hecho ya desde el saludo en el chat. Me incorporé como pude y tras sonreír de la manera más penetrante que pude, solo le pregunté si tenía protección cerca. Sin añadir nada estiró el brazo a la mesita junto al lateral del sofá, lo colocó más rápido de lo que yo había visto jamás y sin ninguna vergüenza comprobó con sus dedos si todo estaba listo. Estaba claro que no había ninguna duda, así que se alojó entre mis paredes ávidas de él y el baile comenzó. Las embestidas eran más fuertes según pasaban los minutos y sus labios no dejaban a mis pezones relajarse. Aquello parecía no parar, pasaban los minutos y su excitación no quería alejarse del hogar que parecía haber encontrado en mi interior. Tras lo que me pareció una deliciosa eternidad, gruñó de manera rugosa y dejó escapar todo el aire de sus pulmones.

—Tranquila, nena, ahora te toca a ti.