Platónico

Platónico

Una noche como otra cualquiera, de esas en el sofá frente a la tele sin ver lo que se emite, más centrada en lo que discurre en bucle en tu cabeza; que si la soledad a los treinta, que si los amigos que son más conocidos que otra cosa, que si bla bla bla… Todo junto y nada resuelto. ¿Os suena? Esa treintena a la que todos aluden y aceptas con miedo, más si no hay relación estable que evite los comentarios en reuniones familiares de «¿y tú aún sin pareja? Se te va a pasar el arroz». Ni que supieran ellos el tipo de pareja que necesitas, igual no es esa de las películas de los noventa. En esas estaba cuando una notificación despertó a mi móvil.

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Cuatro corazones

Cuatro corazones

—Si me pides perdón te lo compro —dije con tono jocoso para quitar hierro a la reciente discusión.

—Pues entonces no compres nada.

Seguro que podéis imaginar mi cara cuando oí esa respuesta, y más con mi innata visceralidad encerrada bajo llave para no responder con una frase de esa mías tan ácidas que la gente no solía entender. Y menos él. Él que debería conocerme más que nadie y llevaba con la llave en su poder demasiado tiempo como para recordarme a mí misma que eso no era buena señal ni tenía pinta de ser amor de verdad.

Al principio todo era perfecto, ese cuento de hadas que nos llega de pequeñas por todos lados, porque… para qué el mundo necesita ser sincero. Tras morir iré sola al infierno por no entender que la sinceridad no es bien aceptada. En aquel momento incómodo que se desarrollaba en una planta cualquiera de El Corte Inglés, mis neuronas comenzaron a marearse como si estuvieran borrachas, pero nada de embriagadas de amor, y yo solo veía unas letras fosforescentes que parpadeaban en una respuesta en la que se podía leer SALIDA, en grande y amarillo chillón a lo que me dije en silencio: «¡¡Huye, huye!!». El tiempo que pasó hasta que nos despedimos fue… desgarrador, incómodo y completamente desconcertante. No, no podía mantener más aquella situación. ¿Cuántas señales del universo necesitaba para dar el paso?

Con aquella marabunta de mariposas perdidas en mi cerebro sin saber ni dónde ni cuándo tomar aquella decisión, salimos una noche con un grupo de gente nueva. Conocidos de él que al menos, me sacarían del monotema en el que me encontraba conmigo misma. Con ellos algo borrachos uno dijo despreocupado: «¿Vais a celebrar tres años? Uy, uy, uy, esa es la fecha donde todo termina». Me carcajeé para mis adentros, sabiendo que igual tenía toda la razón. Unas semanas después celebrábamos mi cumpleaños y con todos un poco contentillos ya, nadie parecía saber dónde seguir la fiesta hasta que ese mismo que recordó el tópico de los tres años, calló a todos y dijo que debería ser yo quien decidiera. Quise hacer palmas con las orejas y los labios más alejados de la cara. Cuando al llegar a casa el temblor en mis piernas aún continuaba, las preguntas internas comenzaron a entrar en bucle; «¿Qué ha sido eso? Él nunca se fijará en mí, está muy fuera de mis posibilidades», me repetí una y otra vez hasta quedarme dormida. Al día siguiente, pero con un año más de experiencia —no lo olvidéis—, estaba frente a uno de esos chats de la época de los noventa cuando él se conectó y mis piernas volvieron a convertirse en gelatina. Las flores se abrían en cada parque, el calor se despertaba poco a poco y mis sudores no sabía muy muy bien a que se debían… Y en esas estaba yo cuando me mandó un mensaje para que le acompañara a comprar no sé qué. ¿Acaso importaba? Al día siguiente con más experiencia aún, nos encontramos los dos solos y tras hacer la susodicha compra me propuso ir a su casa. «¿Sería…? No, no, imposible», aún insistía mi inseguridad cuando entré por la puerta.

—¿Una coca-cola?

—¡¡Claro!! ¿Por qué no? —Uff, demasiada euforia sin razón aparente para él.

Horas más tarde, cuando nos disponíamos a salir de casa y terminar nuestra no-cita, dijo mi nombre en un susurro maravilloso. Ronco. varonil. O así lo sintieron mis neuronas aún dando palmas y saltitos. Me dio despacio la vuelta y sus labios se acercaron a cámara lenta a los míos. Las palmas y saltitos bajaron a mi sexo cuando me apoyó en la pared para introducir su lengua todo lo que pudo y devorarme. ¿Cómo llegué a casa? Ni lo sé. Aún me tambaleaban todos y cada uno de los recovecos de mi cuerpo cuando cerré la puerta con el deseo de volver a tenerle cerca. Por suerte, el fin de semana estaba cerca y volveríamos a vernos, pero con todos nuestros amigos ahí.

La ruptura con mi pareja fue dura, para qué engañarnos, pero pocos son conscientes de verdad de que lo que no se cuida se pierde, pero no por eso iba a desaprovechar mi juventud por algo y alguien, que cada vez me llenaba menos, siendo positiva, la verdad. Llenar es mucho decir. Las náuseas, sudores fríos, pérdida de peso, hicieron llamar la atención de mi familia y amigos. Uno de estos últimos, precisamente, fue quien me dijo que esas sensaciones me querían mostrar que aquella situación empezaba a tener un efecto negativo en mi salud. «¡¡Danger, danger!! », gritaba mi interior cada vez más alto. Los fines de semana tras aquel beso fueron convulsos, ¡vaya si lo fueron! Menos una noche en uno de nuestros bares favoritos. Tenía dos plantas y no sé por qué, llamadlo alcohol, llamadlo equis, muchos de los amigos de mi querido ex comenzaron a tirar la caña, menos uno. Uno que solo buscaba rincones para que mi nueva persona importante y yo pasáramos tiempo a solas. Amigo, que aún está presente en nuestra vida. Vida esta, más plácida en ese sentido de lo que nunca hubiera esperado, pero ya volveremos a eso.

Su lengua me abrasaba sin yo querer, ni mucho menos, que dejara de hacerlo. El coche donde nos encontrábamos era el único testigo de ese y nuestros primeros momentos íntimos hasta que por fin pudimos compartirnos en una cama. A solas. Sin explicaciones que dar. Sin mundo al que justificar nuestros sentimientos. Me encontraba tumbada solo con la ropa interior cuando sus labios recorrían mi piel y mis pezones llamaban a su cuerpo a gritos. Fue entonces cuando estos fueron succionados de manera dulce y maravillosa por su boca, iluminada con unos ojos que mostraban un deseo que hacía años no veía. Según descendía mi cuerpo comenzó a ronronear bajo él con gritos ahogados cuando sentí su boca en mi sexo. Sexo que llevaba tiempo ya sin ser tratado como merecía. Los orgasmos fueron inauditos, más que sorprendentes y húmedos. ¡¿Por qué me había conformado los años anteriores con un sexo vacuo y vacío?! Ya sé que el sexo no lo es todo, pero aquella intimidad era mucho más que sexo. Era confianza. Hogar. Seguridad. Calma. Una calma que necesitaba para volver a quererme a mí misma y darme cuenta de lo que realmente merecía.

No todo era positivo, aunque con el paso de los años se mira atrás y en realidad si lo fue, y mucho. Los que creíamos amigos no fueron ni conocidos, solo aquel que nos apoyó desde el principio permanece en nuestras vidas. Y nosotros, tras muchos baches por circunstancias de la vida, no de nuestra relación, seguimos juntos. Fuertes. Sólidos y felices. Muy felices.

Felicidad que se forja ante los problemas y donde aquellos cuatros corazones; él, nuestro amigo, mi ex y yo, entrelazaron unos sentimientos que fueron capaces de encontrar su sitio para que no les hicieran daño. Es desde entonces, donde la palabra sexo tiene un significado más completo para mí.

Deslumbrante

Deslumbrante

Una luz deslumbrante me despierta. ¿Tengo abiertos los ojos? Mis párpados me contestan que no, pero entonces… ¿cómo puede deslumbrarme una luz tan blanca punzante y dolorosa? Me afano en reunir todas mis fuerzas para  que mis párpados se pongan en marcha y pueda saber qué pasa con exactitud a mi alrededor.

¿Qué es esto? ¿Qué me rodea? Una habitación blanca impoluta parece darme los buenos días, aunque nada me haga pensar si es de día o de noche. En ese momento y sin haber podido darme cuenta de lo que estaba pasando. Un sonido fuerte e inesperado hace que mire tras de mí y vea a una enfermera que se dirige a colgar un suero junto a una cama donde alguien descansa. ¿Quién es? Pero más importante aún, ¿por qué lo observo todo desde una posición elevada? La enfermera se da la vuelta y sonríe a quién está tumbado de espaldas a mí que en ese momento parece despertarse. Mis ojos se abren como platos, pero aún no me siento preparada para desvelar lo que ven mis ojos. Una mano se posa sobre mi espalda de manera dulce y sutil, cuando me vuelvo observo a mi abuela con esa expresión de amor infinito que siempre estuvo reflejada en su cara. Me indica que vaya hacia ella, no lo dudo ni por un segundo y así lo hago alejándome de la habitación donde está la enfermera.

Levito sobre una superficie también blanca como la estancia de la que me alejo, pero nada me impulsa a echar la mirada atrás. Parecen pasar siglos cuando voy detrás de ella con ansias de poder abrazarla, miro hacia los lados donde parecen acecharme seres intensos y fríos. ¿Por qué todo es tan frío? Si está aquí mi abuela es incomprensible la sensación tan distante y apática que se introduce por todos los poros de mi piel. Cierro los ojos con fuerza mientras no dejo de avanzar y aquellas miradas de mi alrededor desaparecen.

Mi abuela se detiene y yo también. ¿Qué pasa? No puedo avanzar, mis piernas están inertes, parecen negarme el movimiento con una carcajada silenciosa que me provoca una punzada en el pecho. Miro al frente y puedo ver cómo los labios de mi abuela se mueven pero soy incapaz de oír nada. En ese momento una luz deslumbrante aparece tras ella y ahí están. Todos los familiares y amigos que me dejaron en algún momento me sonríen y acercan a mí. Me quedo bloqueada cuando me doy cuenta que estoy levitando. Nada hay bajo mis pies, pero un momento… ¿dónde están mis pies? Miro hacia abajo y solo observo una túnica blanca.

«¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué significa todo esto?!», me pregunto desconcertada y cada vez más asustada.

Abro los ojos, y ahora sí soy consciente de que mis párpados están ayudando a que mi vista pueda darse cuenta de donde estoy. A mi lado hay un suero que se introduce con lentitud en mi vena a través de una vía que desconozco cuándo me la pusieron y por qué. Continúo mirando a mi alrededor y una habitación vacía, claramente de hospital, me recuerda las últimas horas; pruebas, mareos, vómitos…

—Hola, cariño.

—Hola, mi vida. Me acabo de despertar, ¿qué pasó? En mi cabeza solo hay imágenes fugaces y creo que desordenadas…

—Tranquila mi vida, está todo bien. Solo fue un brote de la esclerosis.

—Tuve un sueño muy raro donde estaba mi abuela y, bueno, muchos familiares que murieron hace mucho tiempo. Ha sido rarísimo, además, tengo una sensación muy rara cuando intento recordarlo.

—Solo deberías descansar, creo que lo que experimentas es el letargo por toda la medicación, la sintomatología más exacerbada, ¡qué te voy a contar que no sepas después de tantos años!

—Sí que son años sí, y te sonará raro, pero haberme encontrado en mi letargo, como tú dices, con mi abuela y verte ahora a ti aquí conmigo, me demuestra todo el amor que he tenido y tengo, la suerte de experimentar tanto con ella como contigo. Diferentes pero igual de profundos. ¿Tiene todo esto algún sentido?

—Lo tiene, y más aún si así lo sientes —susurra al mismo tiempo que se tumba a mi lado abrazándome con fuerza.

Así lo creo y así lo percibo; dos amores tan grandes que me hacen sentir feliz de una manera que no soy capaz de explicar pero sí hace que mi corazón palpite más fuerte, sin duda deslumbrante.

Comienzos

Comienzos

Hace un año (que no unos días como le gusta hacer la gracia a la gente), todo era perfecto, y cuando digo perfecto es totalmente así, perfecto en todo el significado de la palabra. Será mejor que os ponga en antecedentes.

Llevábamos juntos cinco años y fuimos a celebrarlo donde todo empezó. No sé si la idea fue suya o mía, pero cierto es que conociéndome probablemente saliera de mi cabecita ese magnífico plan, el caso es que ahí estábamos: la casa rural donde se firmó el primer beso, el primer abrazo y el primer polvo, no os engañaré, no tendría ningún sentido. ¿Serías capaces vosotros de decir que no a una mirada verde oliva que cuando se cruza con la tuya parece introducirse hasta lo más profundo y descubre todos tus secretos sin que abras si quiera la boca? Sí, me lo imaginaba, pues eso es lo que nos pasó a nosotros y él lo sabía muy bien. Tras registrarnos en la casa rural la tensión entre nosotros se podía palpar en el pasillo de entrada a nuestra habitación. Tras entrar fui a dejar las cosas al precioso sofá que había junto a la puerta y casi sin poder incorporarme me vi envuelta en un mar de lenguas ávidas por conocerse, y poco después al coger aire para poder respirar, sus manos abrazaron mi cuello y mis piernas se convirtieron en gelatina; esas manos tan masculinas no daban opción a nada más y me alegré de que ambos tuviéramos los ojos cerrados, porque seguro que él también los tendría, ¿no? Con todo y con eso fui capaz de contestar a su pregunta acerca de ir a tomar algo para cenar aunque en el fondo a mí me valiera solo con sus besos aderezados de su mirada. Sea como fuera fuimos al primer bar que nos encontramos al salir por la puerta principal y no dejé pasar de lado las miradas intensas que las mujeres le echaban a mi pareja. La verdad es que no se lo reprocho, Samuel era —y aún estoy segura que sigue siéndolo— un chico imponente: alto, moreno, ojos verdes, sonrisa seductora y envolvente y una seguridad que hace que te sientas muy muy pero que muy pequeña.

De vuelta de nuevo en la habitación supe que había hecho bien en depilarme y escoger la ropa interior más sexy que había encontrado en el fondo de mi mesita de noche.

—¿Ponemos la tele?

No hará falta que os explique cómo me dejó la jarra de agua fría que cayó sobre mí aunque en pleno mes de mayo no sentara tan mal.

—Cla… claro —respondí de una manera sorprendentemente normal, sin tartamudear ni nada.

¿En serio estaba pensando en ver la tele? No le di más vueltas delante de él porque estaba convencida de que era capaz de leer mis pensamientos y me introduje en el baño. Ahí estaba, sentada en la taza del váter sin saber qué hacer cuando saliera, desconocía cuánto tiempo había pasado hasta que llamó a la puerta y me preguntó si todo iba bien.

—Perdona, el hilo dental que viene con la habitación no sé qué es pero cuesta que haga su trabajo.

Nada más decirlo y ver la expresión en su cara supe que no había estado acertada en mis palabras, pero ¿qué otra cosa podría haberle dicho? Por suerte pareció no pensarlo mucho e introdujo de nuevo su lengua en mi boca. Me colocó sobre la pared y en esta ocasión cuando necesitamos unos segundos para respirar me echó sobre la cama extra-grande y ahí mis nervios se fueron, iros a saber dónde, pero enrosqué con mis piernas su cadera a la mía y todo pareció salir como si hubiéramos hecho eso cada uno de los días de nuestra vida. Nos acoplábamos bien, respirábamos al unísono y hasta nuestros gemidos parecían conocerse. Nada de lo que hicimos me daba vergüenza, su maravilloso sexo era todo lo que había esperado cuando nos conocimos y su manera de comportarse en la cama era mucho más de lo que hubiera deseado.

A la luz de la mañana siguiente todo parecía como si el sexo entre nosotros fuera algo que lleváramos haciendo toda la vida aunque nos hubiéramos conocido hacía unas pocas semanas. Las risas inundaron la estancia donde el olor a café lo colmaba todo, o casi todo… pero en esta última ocasión, la que he venido a contaros nada salió de la misma manera, ni parecida. Tras cinco años pesaron más los defectos, la rutina, falta de paciencia y nada de miradas que me atravesaran cortándome la respiración, así que en busca de nuestros comienzos nos dimos cuenta que habían llegado nuestros finales, pero la verdad es que nada puede empezar de verdad si no acabó lo anterior………

Un nuevo año comienza solo si se deja atrás todo lo malo, así que ¡a por lo bueno que nos quiera traer 2024!

Una vista atrás

Una vista atrás

—Si supieras lo que estamos votando arriba… —me dice Javi con esa mirada de deseo, ante mi posible pregunta para que continúe con lo que de verdad ha venido a contar.

—Miedo me das… anda dime —replico con expresión supuestamente ávida antes su respuesta.

—Quién es la más buenorra de la clínica y de momento, ahora es que hemos parado para desayunar, estás entre las tres primeras.

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El eco de la soledad

El eco de la soledad

Podía oír a los pájaros como despertador, el claxon de la furgoneta del pan avisando a los parroquianos más mayores de su llegada, pero ni eso era capaz de evadirme de la enorme soledad que sentía día tras día… o más bien a cada minuto. Eso si no tenía los ojos cerrados que era cuando más me atenazaban los recuerdos de una vida que cada vez sentía menos haber vivido.

Pero todo cambió cuando apareció él…

—Hola, soy Óscar.

—¿Qué tal? Soy Nadia.

La intensidad anidada en su mirada me cautivó desde el mismo instante que nos presentaron y sus ojos no pudieron escapar de mis más encendidas intenciones. Pero no, él no parecía tenerme en sus planes por lo menos aquella noche. Los días se la siguiente semana pasaron de manera tediosa y más sin saber cuándo podría volver a verlo. Un mes después el sonido del teléfono hizo que tuviera que alargar el brazo por debajo de la manta para llegar a él posado en la mesita de noche.

—¡¿Sí?! —pregunté somnolienta y de mal humor al ver en la pantalla como el número al otro lado era desconocido.

—Ey, tranquila, tranquila.

—¿Se puede saber quién leches eres? —escupí sentándome en la cama a pesar del frío que se sentía en mi habitación fuera de las sábanas.

—Veo que no estás de humor. Llamaré en otro momento, no te preocupes.

—Ni se te ocurra sin decirme quién eres.

—Óscar.

—¡¿Qué Óscar? —Aunque sabía perfectamente de quién se trataba.

—No juegues a mi juego…Si quieres tomar un café estoy por tu barrio.

—¿Y eso dónde es?

Ya me estaba cansando el jueguecito y lo críptico de la conversación. A ver si detrás de esos ojos tan intensos no había nada y era todo fachada. Aún así aproveché para salir del calor de la cama y darme una ducha rápida. Me arreglé y envolví mi cuello con la bufanda más cálida que tenía. Cuando el viento me golpeo sin consideración alguna tuve ganas de darme la vuelta y volver al calor de mi cama, pero no sé qué me impulsó a ponerme en marcha aunque solo fuera a la cafetería de la esquina. Cuando entré, el calor de su interior me envolvió como si de un abrazo se tratara. Me senté en la primera mesa que vi libre no sin antes pedir un café bien cargado.

—Aquí tienes.

Cuál fue mi sorpresa cuando alcé la mirada con mi mejor sonrisa y mis ojos se encontraron con el verde de los suyos.

—Sí que estabas en mi barrio, sí.

—¿Puedo sentarme?

¡¿Qué os contaré de aquellas horas regadas de café que compartimos antes de salir por la puerta?! De nuevo en la calle el frío cortaba mi cara y él pareció darse cuenta cuando sus brazos me acercaron a mi cuerpo. Sin preguntas ni palabras fuimos directos a mi casa donde nada más cerrar el portal le pregunté si quería subir. Tampoco hicieron falta palabras como respuesta, asintió con la cabeza y el trayecto en ascensor no tuvo nada que ver con el de las películas.

—Pues esta es mi casa, ¿te apetece algo caliente?

—No me hagas contestar… Mientras no sea el enésimo café, cualquier cosa será bien recibida.

Me quité todas las capas del invierno de la manera más sensual, pero distraída, que pude y desaparecí por el pasillo. Al no verme de vuelta en el salón decidió ir a buscarme.

—¿Estás bien?

—Contigo aquí sí, perdona. Me había enredado en encontrar algo que ofrecerte, pero no hay nada decente… Llevo demasiado tiempo sin salir de la cama.

—Pues volvamos a ella, se estará calentito, ¿no? Parece buen sitio para pasar la mañana —contestó bribón al mismo tiempo que pasaba la lengua por por su labio inferior, grueso y demandante.

Le dirigí a ella agarrándole de la mano y nada más llegar me apoyó en la pared, abrazó mi cuello con sus grandes manos y creí desfallecer. Nuestros labios se acariciaron despacio y nada más sentirnos el uno al otro empotró su cuerpo al mío… y sobraron todas las palabras. Me colocó de manera agresiva sobre la cama, se colocó encima haciéndome notar su dureza de tal forma que un gemido escapó de entre mis labios mientras en dejaba besos por todo mi cuerpo, aún con ropa. Me senté como pude enfrente de él y me quité la camiseta, pero cuando quise deshacerme del sujetador me paró.

—Aún no.

Juntamos nuestros cuerpos, gemimos e introdujo su mano en mi ropa interior tras desabrochar el pantalón. Sus dedos bailaban al son de mi humedad y el movimiento de mis caderas.

—Túmbate.

Así lo hice y tras acariciar mi vientre se deshizo de mis vaqueros.

—Eres preciosa —susurró en mi oído cuando se colocó encima.

Se separó para quitarse los pantalones y aquello era más de lo que podía haber imaginado la noche que nos conocimos. Puse mis manos en sus caderas y acerqué su pelvis a la mía entre gemidos que parecían conocer los suyos. Tras muchos minutos que nos daban a entender lo bien que nos entendíamos y acoplábamos, una última estocada fuerte y lenta expresaba que la traca final estaba cerca tras sentirnos nuestros. Cuando todo acabó entre nuestros cuerpos, las miradas entraron en juego. Las caricias. Los ojos. Las manos. Mi estremecimiento que parecía no tener fin, porque sí…

Todo cambió cuando apareció él y el eco de mi soledad se perdió.

Extrañar

Extrañar

Sentada en un banco del parque, la brisa de otoño mecía mi cabello mientras las hojas de los árboles, ya en el suelo, corrían sin vergüenza. Una vergüenza que yo sí sentía a pesar de haber pasado la cuarentena hace apenas unos años. Esa etapa que me vendieron como una de las peores y me lo creí… ¿por qué no hacerlo? Pero… ¿de verdad lo estaba siendo? No sé porqué no dejo de dar vueltas a lo que me dijeron, o escuché, o simplemente me creía sin barajar más opciones, total, a los cuarenta ya se es vieja, ¿no? Fue en ese momento al ondear ese término por mi cabeza, cuando me hice la pregunta definitiva: ¿no se viejo un adjetivo sin connotaciones más allá de las que queramos darle? Y ahí todo cambió antes de repasar qué era lo que de verdad extrañaba con esa edad.

Sí, desde la infancia estaba convencida de que con esos años tendría mi familia, mi trabajo, mi casa, mis amigos y sin embargo lo que me encontraba era una jubilación muy, pero que muy anticipada, un vientre sin útero y una enfermedad degenerativa que no sé lo que me va a deparar. Divertido, ¿eh? Pero ¿qué es lo que viví hasta que todo cambiara y me adaptara? Mi otra vida, como yo la llamo…

Tras el diagnóstico no quise centrarme en lo que me pasaría y sí en lo que me pasaba cada día, sin pensar en consecuencias. Pensamiento peligroso pero necesario en ese momento, ¿queréis saber qué experiencias me llevó a vivir esa mentalidad? Prácticamente casi todas, por no decir todas, me acercaron de manera peligrosa al sexo opuesto de una manera que antes no hubiera contemplado; llamarlo inseguridad, vergüenza, timidez… Así que me planté y me hice la pregunta: ¿por qué ponerme freno? Y descubrí unas emociones y respuestas ajenas a mí que nunca hubiera pensado. Casi todas comenzaron por redes sociales o incluso amistades formadas por grupos de amigos relativamente nuevos. Comenzar a ser consciente de cómo me miraban me hizo olvidar relaciones pasadas que no llevaron a ningún sitio excepto el conocimiento de cómo no querían que me quisieran. Y así aparecieron las miradas… pero aquella primera mirada profunda que pareció desnudarme, lo hizo en cuerpo y alma. Hizo que mi mundo dejara de girar y todo lo que había alrededor desapareciera al darme cuenta de que me veía como yo nunca lo había hecho. Su mirada. Sus palabras. Sus manos buscándome bajo la mesa, estrechando mi cintura al subir unas escaleras… Quise olvidarme de todo, pero por las noches, ¡ay, las noches! Su cuerpo sobre el mío sin que sus ojos dejaran de observarme como si yo fuera algo digno de admirar. Un algo convertido en persona deseosa de querer, tocar y hacer inolvidable.

Sus manos me acariciaban como si me fuera a romper o quisiera recomponerme por todo el posible daño sufrido, ¡y vaya si lo hacía! Sus masculinas manos conseguían envolver mi cuerpo, mis senos, mientras su lengua al fin se encontró con la mía al mismo tiempo que el movimiento de sus caderas conseguían hacerme vibrar y sentir cómo su sexo se endurecía cada vez más haciéndome sentir plena, querida y deseada. Un deseo que solo él era capaz de transmitirme. Sus jadeos se aceleraron, hicieron roncos e introdujeron a través de mis oídos haciéndome sentir más que plena, completa y abarrotada de sentimientos para mayores de edad.

Al despertar todo vibraba en mi interior aunque él no estuviera y el vacío de mi habitación pareciera reírse de mí. Mis dedos tenían envidia de lo que él me provocaba en mi subconsciente y fueron directos a sentir la humedad que el aún me provocaba para que el silencio de mi habitación, fuera menguado por mis gemidos que paladeaban su nombre, su mirada, sus manos… Su todo. Aún extrañándole, extrañándome a mí misma por lo que su ausencia provocaba en mí y las ansias eternas de sentir sus manos, le pienso para que extrañar no duela.

Vibraciones

Vibraciones

Un beso. Una caricia. Un momento.

Coctelera y el resultado es el cariño, el sexo y si se tiene suerte… EL AMOR.

Así pasó hace ya casi tanto tiempo que no recuerdo si eran hormonas o vibraciones; su movimiento, su magnitud, su efecto en mí… o incluso el mundo. ¿Provocaría un terremoto? Ya sabemos que pasa con el efecto mariposa, pero a mí me paso exactamente lo mismo sin necesidad de ir a la otra punta del mundo. Cómo y de qué manera ya es otra historia, ¿queréis conocerla?

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Sueños

Sueños

¿Te acuerdas de los sueños que teníamos de pequeños… y no tan pequeños? Yo no soy capaz de olvidar cada uno de ellos; tu lengua recorriéndome con la brújula de tus ojos presente en todo mi cuerpo, en cada poro de mi piel. No podrás negar nunca cómo te recreabas con lo que veías frente a ti.

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Momentos

Momentos

Lo recuerdo como si fuera ayer; escondidos deseando que nadie nos viera pero disfrutando del momento como si el mundo se acabara cuando nos separáramos. ¿Os ha pasado alguna vez? Un sueño, una fantasía, tocarse de noche (o de día para qué nos vamos a engañar) con esa persona en la cabeza… Quizá idealizada sí, pero la droga perfecta y necesaria para seguir adelante antes de que se abriera la puerta al olvido.

Nadie lo sabía, de hecho no podían, hubiera sido devastador. Nuestros labios se devoraban en el deseo de comernos antes de que se nos secara la boca al separarnos. ¿Era más apasionado así? Igual solo tenía en mente las películas románticas o quizá mi fantasía por convertirle en algo tangible me aceleraba el corazón y esa zona tan íntima que a través de las fotos y las redes sociales no tenía descanso. Decidimos dar un paso más, no en alto ni de manera clara; solo hablaban nuestros ojos y las teclas teclas del móvil. Jadeábamos con la mente puesta en qué podríamos hacer juntos si algún día por fin se daba la ocasión.

Un azul cerúleo bañaba el día señalado, ese en el que todo podía mejorar o por el contrario pinchar el globo de la expectativa que no podía aguantar más volumen de pasión y vehemencia. Nos saludamos como cualquier pareja de amigos pero con una timidez que provocaba esos tics tan molestos. Ya sabéis, morderse el labio inferior, humedecerlo con la lengua, tartamudear, no saber cómo llevar a cabo una mera conversación… ¡Pero claro! Aquella no era una mera conversación, era la nuestra cara a cara. La primera. El mundo alrededor era ajeno a nuestros deseos, el efecto de estos en nuestros cuerpos y las ganas contenidas que no podían esperar más. Conseguimos escabullirnos, ya ni me acuerdo cómo, de todo el entorno conocido allí presente y una callejuela cercana fue el escenario de lo que se desató entre nosotros. Sus manos estrecharon mi cintura y todo estalló, mis gemidos, su respiración entrecortada hasta que me colocó apoyada en la pared tras de mí mientras sus manos unión mi cadera a la suya. Esa que indicaba lo preparado que estaba su cuerpo para lo que quiera que sea que pudiéramos compartir. Su entrepierna me llamaba a gritos de la misma manera que la mía quería abrirse para recibirle. Quería que su sexo navegara en mi humedad. Sus pulgares comenzaron a acariciar la piel que dejaba al descubierto la cinturilla del pantalón mientras yo no fui capaz de contener a mis manos en la búsqueda de sus nalgas. Nuestros movimientos pedían menos ropa y nuestros deseos que no hubiera ninguna, tanto es así, que una de sus manos consiguió alcanzar mi zona más recóndita y sumergirse en mi interior de cuyo escondite solo sabía él el camino, y para el que nadie más tenía acceso. Sus gemidos se hacían más audibles mientras mis manos no dejaban de ceñirse a su espalda recorriéndola de arriba a abajo. De abajo a arriba. De repente unas voces lejanas distanciaron nuestros cuerpos de manera abrupta, aunque en nuestros ojos se pudiera leer sin dificultad alguna lo que pasaba por nuestras cabezas.

—¿Qué hacéis aquí?

—Nada, solo tenía que preguntarla una cosa. ¿Nos vamos ya? —respondió él sin dudar.

Imaginad la expresión en mi rostro al ver su frialdad, signo equívoco de que él seguiría con su vida sin mirar atrás, mientras en mí se quedaría una espinita clavada que aún ahora en algunas ocasiones, duele.

Comienzos vibrantes

Comienzos vibrantes

Dejo caerme sobre él y su pecho agitado. Cuando recupero el aliento me tumbo a su lado con una sonrisa dibujada en la cara.

—Déjame descansar cinco minutos y me pongo al lío.

No sé muy bien qué significa ese lío al que se refiere, solo sé que estoy deseando descubrirlo. Mis pezones siguen sin relajarse cuando siento como su mano se acerca a mi bajo vientre. Ronroneo creyendo entender lo que viene. Sus dedos se deslizan diligentes a través de mi humedad que lleva su nombre y yo respondo con intensidad, me muevo para demostrarle el camino que debe seguir. Cuando se comienza a acercar ya me tiene casi hecha, si es que no estoy hecha ya, hasta que un gemido escapa de entre mis labios al mismo tiempo que mi cadera se arquea pidiendo más. Él acelera el ritmo y siento que me inyecta más electricidad de la que puedo aguantar…, pero no. Consigue con cambios de ritmo que aumentan más si cabe el vigor del momento relajarme al mismo tiempo que conseguir que siga en ese balanceo del clímax. Responden los dedos de mis pies, la piel erizándose y mis labios al ser mordidos en mi boca.

—Eres increíble, ya tengo ganas de repetir y aún no hemos acabado.

No me hizo falta más, me subí a su cuerpo y su rostro que quedó entre mis pechos llevando sus manos a ambos lados de ellos mientras los recorría con su lengua. ¿Cómo iba a desaparecer mi humedad cuando su lengua, boca y hasta sus ojos me engullían como si no hubiera un mañana. Cada envestida acompañada de su lengua me deshacían. Me separé quedándome sentada sobre él, erguida para que me viera sobre él mientras mis manos también entraban en juego y acariciaban mis pechos. Mis sonidos susurrantes iban acompañados de embestidas más agresivas y profundas. Gritos ahogados, movimientos acompasados, nada parecía acabar y ¡vaya si me gustaba! Más tiempo después del que esperaba un gemido ronco y audible hacen que sus manos se separen de mi cadera y una sonrisa traviesa conecte con la mía llena de felicidad, vehemencia y deseo.

Se incorpora sentándose frente a mí y aún dentro, me abraza el cuello con sus manos, me besa recorriendo todos los rincones de mi boca y me abraza convirtiéndonos en uno. ¿Quién decía que el sexo solo era algo sucio? Sin duda, aquellos que no lo han vivido como yo… Si nuestros comienzos son así de vibrantes no querría que se acabaran nunca.

Al otro lado

Al otro lado

Me despertaba inquita todas las noches. Era incapaz de dormir más de dos horas seguidas… ¡¿Qué diantres me pasaba?! Ese desconcierto no tenía ningún significado para mí, nada de lo que pudiera imaginar me daba una explicación, hasta aquella tarde.

Para variar, y por no escuchar las mismas palabras y reprimendas de mi madre, me sumergí en el ordenador y un chat. Pero chat de esos en los que solo puedes hablar y dar permiso a que entren las personas que tú quieres. Mientras comía las patatas fritas que había conseguido esconder de las fauces de mis padres, mi corazón comenzaba a retumbar contra mi caza torácica como si de un tambor de tratara.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No sabía bien que estaba pasando, solo que aumentaban mis ganas de llevarme más patatas a la boca, y mi corazón cada vez tenía menos ganas de tranquilizarse. «¡¿En serio al otro lado estaba el chico más malote y buenorro del grupo?! No podía ser, ¿¿hablando solo conmigo y proponiéndome que le acompañara a no sé qué en el centro comercial más cercano a mi casa??». Me tuve que separar de la mesa y no mirar así su última frase donde me pedía que le acompañara. Estaba desconcertada, sí, era consciente, pero ¿veía vehemencia en sus palabras?, ¿incluso picardía? No, imposible, yo medía poco más de metro y medio y el resto de chicas del grupo eran altas y delgadas. No, no, no, no podía ser. Según andaba en círculos por la habitación me di cuenta que no solo era mi corazón el que estaba desbocado, también mi entrepierna parecía tener algo que decir con tanta humedad. «¡¿Es lo que yo creo?! ¿Está respondiendo mi sexo antes que mis?» No lo pensé más y le contesté que sí, no tenía otra cosa que hacer y así salía de casa un rato. O eso quise creerme.

Me costó vestirme, no os voy a engañar, los pantalones no parecían querer recorrer mis piernas hasta la cintura dado el temblor que tenían estas. Cuando por fin lo conseguí, las siguientes dudas era si la camiseta tenía que ser o no sexy, si maquillarme y hacerle pensar que era por él o si presentarme con la cara lavada sería el mejor mensaje. Después de unos minutos lo tuve claro, nada de maquillaje, significara para él lo que significara. Y bueno, la camiseta no es que fuera más o menos sexy, es que en verano siempre se va más carne.

Subía las escaleras del metro más nerviosa aún de lo que estaba en mi habitación. Menos mal que eran mecánicas, sino hubiera sido imposible mantener el equilibro de una forma lo suficientemente natural como para no descender por ellas como una pelota. Cuando al fin llegué arriba comenzaba la parte más difícil de mi plan: Parecer despreocupada. «Oh, mierda, ahí estaba él con pantalones raídos y un expresión de mayor despreocupación de lo que seguro era la mía». Gracias a Dios fue él quien se acercó y así no tuve que dar ni un paso siquiera. Tras comprar algo que decía necesitar y yo ahora mismo ni recuerdo, me propuso ir a su casa ya que sus padres estaban fuera de la ciudad.

Cuando entramos por la puerta descubrí lo que era de verdad un temblor de piernas. Me dijo que pasara a sentarme al salón mientras él iba a por algo de beber y unas patatas. «¡Como si yo no hubiera tomado suficientes patatas ya! Pero nada salió por mi boca y me dirigí al salón». Sabía dónde se encontraba el salón después de tantas fiestas, pero esta era muy diferente. Solo para dos…

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía sentarme, siempre fui de culo inquieto, pero en ese momento no había nada en mi cuerpo que se comportara de manera tranquila, así que me quedé de pie mirando por la ventana. Un paisaje, que a pesar de tener muy visto, siempre me había encantado. ¡Una gasolinera! Ya veis qué bonito, pero era sin duda lo que significa: ¡¡Su casa!! Que no hubiera nadie más excepto nosotros…

—Lo dejo todo en la mesa, o prefieres que lo acerque al sofá.

Al darme la vuelta y ver su expresión me pareció ver algo muy similar a lo que yo había sentido tras haber hablado frente al ordenador.

—Tranquilo, en la mesa está bien.

Me acerqué al sofá solo por no tener la obligación de decir algo más y él hizo lo mismo tras coger el mando a distancia de la televisión. Al encenderla salió la típica película que emiten en verano cuando saben que la mayoría de la gente está disfrutando del buen tiempo fuera de casa. Estuvimos un rato en silencio mientras comíamos las dichosas patatas que seguro iba a coger tirria cuando todo aquello, fuera lo que fuese, acabara.

¡Y ahí estaba! La escena hot que da a entender lo que harían los protagonistas aunque poco se viera. Otra vez esa humedad. Quise ver su expresión por el rabillo del ojo, pero no pude intuir nada. Igual era mi inseguridad, «¡¡¿¿pero cómo no iba a estar insegura tratándose de él??!!» En ese momento me pareció sentir por los movimientos de los cojines que se había revuelto despacio. Era el momento, tenía que saber si su mirada me transmitía algo o quizá todo volvía a ser producto de mi imaginación. Giré la cara y nuestros ojos se encontraron como puñales queriendo encontrarse. Fui testigo de primera mano de cómo todo su cuerpo se acercaba, en mi cabeza a un segundo por hora, pero seguro que en la realidad alejada de mi mente, todo fue más rápido. Ahí estaban. Sus labios, dulces como la seda y esponjosos como las nubes que se compraban cuando éramos pequeños. Nada de humedad, mi sexo se estremecía como nunca antes, llamaba a gritos al suyo…, «¡¿pero no era muy pronto para dar ese paso?!» Qué iba a ser pronto si llevábamos juntos en el mismo grupo de amigos muchos años ya, como todos los que yo le había deseado en mi cama, sobre mí, dentro de mí, entre mis piernas… Dejé de pensar y me subí a horcajadas sobre él, y sintiendo aquello que podía sentirse entre sus piernas él estaba encantado con mi decisión. Mis manos abrazaban su cuello mientras mis pellos sentían su cuerpo y se erizaban a la espera de un contacto diferente que terminara de expulsar de mi cuerpo aquella descarga eléctrica. Sus manos se introdujeron por debajo de mi camiseta minimalista de tirantes, pero no parecían atreverse a subir de mi cintura, así que de nuevo me comporté como antes, aunque nunca hubiera pensado que sería capaz. Me separé y quité la camiseta dejando mi mejor sujetador frente a él. La dilatación de sus pupilas y algo más que sentía debajo de mí, reafirmaron que había tomado la decisión correcta. A partir de ese momento todo cambió. Me cogió de las caderas para colocarme tumbada sobre el sofá antes de tenderse obre mí con ambos codos a mis lados.

Era ÉL. Sí. ÉL. Al otro lado… pero ÉL.

No podía creerlo. Estaba sucediendo y rezaba bien fuerte en mi interior que no fuera un sueño. Su lengua me devoraba mientras no dejaba de sentir que lo que esperaba más abajo era maravillosamente increíble. Sus manos estaban centradas en mi pecho y desabrochar mi sujetador al mismo tiempo que yo deseaba desbrochar su pantalón. Cuando lo consiguió y sopló de manera sutil en mis pezones, un sollozo ahogado no pudo mantenerse por más tiempo dentro de mí. Su respuesta fue una sonrisa rebelde y el cambio de objetivo en sus manos, que bajaron a sus pantalones. Dejó uno de mis pechos dentro de su boca sin dejar de lamerlo cuando separó su cadera y bajó los vaqueros y su ropa interior. «Esto es mucho mejor de lo que nunca había imaginado y la mirada de deseo en sus ojos ya no tiene descripción posible». En ese momento se sentó frente a mí y mi expresión de confusión antes de hablar.

—No hace falta que sigamos adelante, de verdad, solo tú decides hasta dónde quieres llegar.

En ese momento terminó de ganarme si no lo había hecho ya desde el saludo en el chat. Me incorporé como pude y tras sonreír de la manera más penetrante que pude, solo le pregunté si tenía protección cerca. Sin añadir nada estiró el brazo a la mesita junto al lateral del sofá, lo colocó más rápido de lo que yo había visto jamás y sin ninguna vergüenza comprobó con sus dedos si todo estaba listo. Estaba claro que no había ninguna duda, así que se alojó entre mis paredes ávidas de él y el baile comenzó. Las embestidas eran más fuertes según pasaban los minutos y sus labios no dejaban a mis pezones relajarse. Aquello parecía no parar, pasaban los minutos y su excitación no quería alejarse del hogar que parecía haber encontrado en mi interior. Tras lo que me pareció una deliciosa eternidad, gruñó de manera rugosa y dejó escapar todo el aire de sus pulmones.

—Tranquila, nena, ahora te toca a ti.

Recuerdos

Recuerdos

Me despierta la luz que se abre paso a través de la ventana como cada nuevo día, con esa resplandor deslumbrante que parece recordarme únicamente los momentos que pasamos juntos.

No, no podría.

Me cubro la cara con la fina sábana que vuelve a recordarme que el buen tiempo, las sonrisas y las ganas de estar en la calle ya han llegado. ¿Pero llegado adónde? A mi corazón resquebrajado desde luego que no. Me pregunto qué ocurriría si no saliera de mi escondite; de esta cama llena de recuerdos de ti; de esos besos que nos comían sin necesidad de sumar calorías al cuerpo y de esas miradas que parecían provocar caries de lo empalagosos que éramos.

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Secretos

Secretos

Gimo silenciosamente para que toda la gente que bulle tras la puerta del baño no sepa lo que él y yo estamos compartiendo ahora mismo. La humedad de nuestro beso también se origina entre mis piernas y me hace vibrar como pocas veces antes lo había hecho un beso; ¿ería él? ¿Nosotros? ¿El secreto de besarnos a escondidas en un baño público? ¿La situación planeada casi desde que comenzamos a hablar? Quiero abrir los ojos para corroborar que es real… pero eso hará que la magia se volatilice. Yo solo quiero hacer sólido este momento, los minutos compartidos en este minúsculo baño público. Quiero recorrer su abdomen con mis manos, saborearlo con mi lengua, sentir cómo el brillo, que imagino seguro tendrán sus ojos, se intensifica al conectar con mi mirada.

—Deberíamos salir, se preguntarán dónde estamos —comento a esos ojos aún con más resplandor del que imaginaba.

No hay respuesta, solo un asentimiento lleno de obligación y responsabilidad.

Cuando sale y me veo sola, ese pequeño baño me parece ahora inmenso sin su presencia. Trago saliva y salgo a lavarme las manos como si toda la gente que me rodea haya reparado en mí, o en lo que hacíamos. Una presencia imponente se acerca por detrás, coloca sus amplias manos en mi cintura y me incita a girarme. Al hacerlo no puedo evitar cómo la rapidez de su lengua se introduce entre mis labios en busca de la mía al mismo tiempo que sus manos me estrechan fuerte antes de subir a mi cuello y abrazarlo. Me estremezco y siento cómo su corazón palpita tan fuerte como el mío, a punto de quebrar su pecho.

No podemos seguir con esto, nos esperan nuestros amigos en la planta de arriba ajenos a lo que hacemos. Quiero decírselo, pero el miedo a separarme definitivamente de él es más fuerte. No lo pienso más y acerco con agresividad sus caderas a las mías. Lo que parezco sentir entre sus piernas es mayor de lo que imaginé desde el primer «hola». Nuestras lenguas siguen conociéndose y parecen gustarse, así como nuestras entrepiernas.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Consigo zafarme de su cuerpo y giro hacia las escaleras. Subo despacio, peldaño a peldaño y parece que la danza de mi cadera llama a sus manos fuertes que vuelven a estrecharme mientras subimos. En el último escalón libera mi pelvis, que se siente excarcelada sin ninguna gana de libertad. Ya en la mesa deseamos que la comida termine y estar solos. Cuando al fin lo hace salimos del restaurante y conseguimos escabullirnos de ellos; caminamos sin destino, no el que queremos al menos, hasta que oigo.

—Llévame a tu casa, por favor.

No puedo. Lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo.

Zanjo nuestro momento con un beso entre sus gruesos labios y me dirijo, sola. Sin mirar atrás a mi casa. El corazón bombea con fuerza, como mi sexo que le llama a gritos… Pero no puedo, lo deseo más que cualquier otra cosa, pero no puedo… Es lo que tienen los secretos, ¿no?

¡ Bienvenidos !

¡ Bienvenidos !

No es el primer día, ni siquiera el primer post para mi blog, pero creo que es un buen momento para daros la bienvenida a todos, a los que ya me seguís y a los que solo pasáis por aquí.

Despertando emociones nace con el único objetivo que el del significado de su propio nombre. Un maravilloso viaje por nuestras emociones, esas que ya conocemos y las que aún, ni siquiera sabemos que guardamos en nuestro interior.

Os invito a que comencéis una nueva aventura fabulosa, extraordinaria y arrebatadora, que espero os enganche en cada una de sus temáticas, disfrutando de cada palabra, cada coma y cada sensación que os recorra durante vuestra lectura.

Bienvenidos a todos, espero que disfrutéis con el comienzo del largo camino que se presenta ante mí y deseo compartir con todos vosotros.

Cada segundo

Cada segundo

El agua de la ducha caía sobre ella casi con violencia, y eso era justo lo que necesitaba. Se había marchado, estaría ya lejos y su momento había llegado a su fin demasiado pronto. Si hubiera aprovechado cada segundo…

Quizá no volvería.

El agua dejó de correr y entre el vaho de la minúscula ducha pudo leer en la mampara «Siempre te querré».

Quizá, sí volvería.

Voces en la sombra

Voces en la sombra

Salió corriendo sin mirar atrás, de nuevo otra discusión, de nuevo se repetía el mismo guión en su vida. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo podía haberse engañado tanto tiempo? Desconocía prácticamente su pasado cuando se casaron, apenas concía a sus amigos y todo había estado siempre envuelto en un halo de misterio, pero siempre había pensado que eso era justo lo que la había enamorado. De repente se paró y se dio cuenta que no sabía dónde estaba, mientras corría solo pensaba y no pensaba hacía dónde se dirigía. Frente a ella una preciosa senda terminaba en una pequeña ermita. Los rayos de sol entre los árboles la iluminaban, era preciosa, no pudo evitar entrar.

Frente a la puerta de manera antigua sorprendentemente bien conservada dudó por un momento entrar, pero se dio cuenta al echar la vista atrás que nada bueno la esperaba Read more

Una mano al final de la escalera

Una mano al final de la escalera

Se había convertido en una costumbre. Cada mañana acudía a la clínica y durante una hora, su fisioterapeuta podía alejarla de los dolores, de su realidad… esa realidad que tantas veces se había negado a afrontar. ¿Por qué esa tenía que ser su costumbre? ¿Por qué los demás podían disfrutar de su juventud a la espera de las enfermedades que pudieran llegar en el futuro? Lara no terminaba de entender qué tenía de positivo en su vida, qué hacía que mereciera la pena levantarse cada mañana.

Se despertaba cada día Read more