Miradas.

Miradas.

Y así, sin pensarlo, mis ojos le vieron más allá de las pantallas de móvil y ordenador. Y así, empezó todo.

Un no parar de recuerdos, deseos secretos que deseaba desvelar a nadie. Solo sentir. Despacio. Con calma. Respirando su aliento fundido con el mío. ¿Tendría el mismo sabor que en mi cabeza? Seguro que sí. Sentía que su mirada se fundía con su humedad en mi boca… ¡wow! Un sueño que esperaba poder saborear algún día, en algún momento que de verdad fuera nuestro más allá de nuestros sueños. Porque sabía que él los tenía también; no apto para menores, pero sí para nuestros cuerpos y nuestras almas que se encontraron sin previo aviso. De repente. Fuerte. Voraz. Nuestras fundidas en una sola.

Pasaban las semanas, los meses, e incluso los años, y no desaparecía la necesidad de un momento juntos. ¿Sería posible que al final este se diera más allá de los pensamientos? Unos que contemplaban solo nuestros cuerpos en uno solo. Puro. Sincero. Y sin necesidad de que nadie que no fuera nosotros lo entendiera. Sencillo y natural. ¿Tan difícil era?

No, nuestros cuerpos junto con nuestras metes clamaban un encuentro físico, no solo mental. Ánimico sin ncesidad de pensar. ¿Desde cuándo el corazón late con los pensamientos ordenados? No. Todo era un desorden coordinado con armonía, ententidada al cien por cien por nosotros. Solo nosotros. ¿Qué más importaba? Era un deseo que no solo se sentía sino que se podía observar en nuestras miradas. Casi tocar.

Unas ganas escondidas que cada vez se ocultaban menos y no podían dejar de mostrarse. Como fueran. Miradas, palabras, manos, aún sin ser compartidas y que se ayudaban solo a ellas mismas en solitario, con su imaginación unida de anhelo empujado por los sentimientos, estos sí, compartidos.

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